La mañana en la barberÃa estaba resultando de lo más monótona. Un par de niños para su rapada de verano, y tres viejos a los que repelar alrededor de la calva. Pero la cosa se animo de repente.
Estaba terminando de barrer el suelo después del último cliente cuando escuche la campanilla de la
puerta. Levante los ojos del suelo y me encontré con una chica de unos 20 años, con un trajecito sencillo de verano sin mangas que calzaba unas sandalias planas, que me miraba fijamente mientras se secaba el sudor del cuello bajo una espesa cola de caballo color negro azabache.
La inesperada visita me turbo un poco, ya que no era frecuente ver mujeres en mi barberÃa, todo lo más
alguna señora anciana a la que ya no le importa su aspecto y solo busca la comodidad de una buena rapada, o alguna niña pequeña a la que su madre pelaba para no tener que preocuparse de peinarla.
La miré fijamente imaginando que querrÃa información sobre alguna dirección, como a veces sucedÃa, y le
pregunté que deseaba. Para mi sorpresa me preguntó si habÃa alguien esperando o si podÃa ocupar el sillón. TodavÃa sorprendido, le indiqué que podÃa tomar asiento, pero le advertà que yo era un barbero de
hombres, y que mi conocimiento de los peinados femeninos era muy limitado.
Por si no estuviera ya bastante sorprendido, terminé de caerme de espaldas cuando me dijo que lo que ella querÃa era pasar un verano fresco, y que habÃa venido a mi barberÃa para que le metiese una rapada masculina que le ayudase a vencer el calor.
Me quede paralizado durante un minuto, no sabÃa que decir, asà que trague saliva y le pregunte que tipo de corte querÃa. La miré a través del espejo y và que ella también estaba nerviosa, pero con un hilo de voz me señaló una foto de un pelado de herradura que tenÃa colgado en la pared. No podÃa creer lo que oÃan mis oÃdos. Sobeponiéndome le indiqué que esa rapada requerÃa que los lados, el cogote, y una franja en la parte superior de la cabeza fueran afeitados con espuma y navaja, y que el poco pelo que quedase en su cabeza no superarÃa el centÃmetro de longitud. Los ojos se le agrandaron como a una cierva, y mirándome fijamente asintió con la cabeza.
TodavÃa no sabÃa si estaba despierto o dormido, pero por si acaso se deshacÃa el hechizo y ella cambiaba de opinión, agarré unas tijeras y de un solo corte limpio le cercene la cola de caballo a ras de nuca.
Nunca olvidare su cara cuando vio que la rapada habia comenzado. Acto seguido con la ayuda de un cepillo y una pinza delimité la parte de pelo en la parte superior que no iba a ser afeitada, y me propuse a rapar al cero el resto.
Cogà de la bandeja la maquinilla, y quitándole todas las guÃas, la encendà tomándome mi tiempo en empezar para que mi cliente saborease el momento. Cuando empecé a raparla por el cogote, su piel estaba erizada como la de un pollo. Con rápidas pasadas dejé limpia toda la zona a rapar en menos de dos minutos. Entonces solté el pelo de la parte de arriba que se desparramó como un ficus. Añadà las guÃas del dos a la maquina y dejé la parte superior con la apariencia de un césped bien cuidado. Acto seguido volvà a retirar las guÃas y trace un surco longitudinal construyendo una herradura perfecta en lo alto de su cabeza.
En ese momento eche un vistazo a mi cliente. Estaba mirándose fijamente con una expresión de incredulidad. Sus orejas pequeñas resaltaban como dos asas a los lados de su cabeza, y sus inmensos ojos negros brillaban como dos carbones. DebÃa haber estado tomando el sol, porque la parte de su cabeza que acababa de rapar estaba intensamente blanca en contraste con su cara morena. Al notar esto, le comenté que si querÃa podÃa dejarle asà la rapada, ya que si le afeitaba la cabeza le iba a quedar aun más blanca.
Con un escalofrÃo me dijo que no le importaba, que querÃa llegar hasta el final, y que con la cabeza
pelada del todo tomarÃa mejor el sol, y el color se igualarÃa antes.
No me hice rogar. Sin pensármelo dos veces, enjabone toda la superficie rapada y procedà a afeitársela
cuidadosamente, teniendo especial cuidado en la parte superior para no estropear la herradura. Como punto final, le aplique un poco de loción en la zona afeitada y gomina en la parte superior para que el
pelo quedase recio.
Entonces la miré. Estaba preciosa. Con un cepillo retire la montaña de pelo que tenÃa en los hombros y
le mostré el cogote afeitado con un espejo hasta que ella asintió. Le retiré la capa y le dije ¡SERVIDA!
Se levantó lentamente acariciándose la pelada, y empezó a rebuscar en su bolsito para buscar el dinero.
La imagen de esa chica con una ropa tan femenina y ese pelado tan masculino me pareció lo más sensual que he visto jamas.
Despidiéndose con una sonrisa se dirigió chancleteando hacia la terraza de un bar donde la esperaba un hombre tomando una cerveza.
Nunca he deseado nada en la vida más fuertemente que ser ese hombre.