– Bueno, ya sabes, nada de raparme toda cabeza. Tampoco quiero un bob. Quiero que me quede como una boina de pelo. Un tazón, pero no quiero que me dejes calva. Además, con mi pelito liso, si me lo peino raya en medio, seguro que queda divertido y excitante.

– No te preocupes, Laura. Sabes que estoy harto de hacerlo y nunca he fallado. No sé quién te habrá metido en la cabeza eso de que yo me paso metiendo la máquina, pero es absolutamente falso. Yo sólo rapo lo justo. Lo que queréis vosotras. Lo importante es que os sintáis bien, guapas y a gusto. Ni un milímetro más.

La cita clandestina era en el garaje del chalet de Luís. Luís había regentado un salón de peluquería femenina durante años pero un golpe de fortuna en forma de herencia de una tía le había hecho retirarse del negocio. Ahora sólo trabajaba por placer. Y entre sus placeres más exquisitos se encontraba la de ejecutar drásticos cortes de pelo. Rapados y similares. No aceptaba ningún encargo que supusiera dejar viva una cabellera más allá de los dos centímetros. Decían de Luís que era el mejor de Europa manejando la máquina rasuradora. Que había ganado certámenes internacionales y que con la navaja su precisión era la de un auténtico cirujano del cabello.

Había dispuesto en el garaje de la parte inferior de la gran casa que se había comprado con el dinero un pequeño e improvisado salón de peluquería clandestino. Consistía en un cómodo sillón reclinable y un pequeño maletín donde guardaba sus únicas cuatro herramientas (navaja, tijeras, máquina y peine, nada más) y un cepillo de barrer para hacer desaparecer las melenas que caían vencidas por la cuchilla.

Las rapadas clandestinas en el garaje de Luís tenían algo de oculto, subversivo y emocionante. Luís sólo aceptaba una cita por velada, sólo cortaba el pelo a mujeres y sólo lo hacía de una en una. Sus reglas eran esas. La leyenda urbana cuenta que luego acababa haciendo el amor con sus ‘clientas’, pero eso es algo que nunca se llegó a saber a ciencia cierta. Era un rumor. Luís nunca cobraba por sus exclusivos trabajos y tenía fama, efectivamente, de viciarse con la máquina, de pasarse de la raya y de acabar afeitando más cráneo de lo deseado por sus ‘clientas’. Al parecer, siempre acababan rendidas a sus encantos de peluquero profesional y sobre todo al contacto suave con el recorrido metálico de su rapadora. Una rapadora mítica que, según el propio Luís, había ‘saneado’ ya el cabello de más de 2.000 mujeres.

Para que no hubiera mal entendidos ni marchas atrás de última hora, Luís había hecho desaparecer los peines más grandes de la rapadora, de manera que las ‘clientas’ sólo podían elegir entre tres cortes: Al dos, al uno o al cero. En ocasiones practicaba bobs, o dejaba la parte superior un poquito más larga pero aquello era una rara excepción. Sus clientas lo sabían, pero algunas lo olvidaban, como parecía haberle ocurrido a Laura.

Laura llevaba meses intentándose aligerar la cabellera. Quería apostar, arriesgarse por algo diferente, algo que nunca había hecho en su vida de madre ejemplar, esposa abnegada y trabajadora diez. Laura no controlaba el terremoto que iba a suponer para su vida la decisión que había tomado. Las consecuencias eran imprevisibles, pero el deseo de cambiar, de hacer algo diferente y trasgresor por si misma era muchísimo más potente que la desaprobación general que iba a cosechar por parte de su entorno familiar, amistoso y laboral. ¡Al cuerno su marido, su madre y su jefe! Al fin y al cabo era una mujer libre, tenía 42 años y ya estaba bien de llevar la aburrida melena negra en cola de caballo y que además costaba tanto peinar. Un rasuradito tipo paje alto le vendría muy bien. Algo arriesgado, pero controlado. Tampoco se trataba de exagerar. Nada de cero total. Los dientes de la rapadora no debían bajo ningún concepto superar los dos centímetros de la parte superior de la oreja.

Seguro que la máquina no borrara más pelo que el convenido ¿verdad?

No te preocupes, cielo. Te va a quedar una boina de pelo regia.

Tal y como le había dicho su amiga Mayca en la cafetería tres días antes, Luís la citó a las once en punto de la noche. Laura tuvo que poner una excusa en casa para salir a esas horas y Mayca fue la cómplice.

Cariño, he quedado en casa de Mayca. Se ha comprado un kit de peluquería y vamos a probarlo. Ya sabes que estuvo un año en la Academia de Peluquería.

Vale cielo, pero cuidado con lo que hacéis que ya sabes que a Mayca se la va la olla. Además, fue ayudanta de peluquería hace mil años. ¡Qué el tiempo no pasa en balde, bonita!

Hasta luego cariño. Creo que llegaré tarde porque me quedaré a cenar. Acuesta tú a los críos, ¿vale?

A las diez y cuarto de la noche Laura conducía su coche camino a las afueras de la ciudad. En una sombría y exclusiva urbanización tenía su centro de operaciones Luís. Laura cumplía todas las condiciones: debería llevar el pelo perfectamente lavado y peinado. Debía de llevar ella una capa profesional que se llevaría al final de la sesión con una bolsa en la que metería todo el pelo rapado. Luís no quería huellas. Él sólo ejecutaba. La limpieza corría a cargo de las clientas.

A las once menos cinco, Laura estaba llamando a la puerta de la casa de Luís.

¡Ah eres Laura! ¡Qué puntual, así da gusto! El último día una niñita vino 10 minutos tarde y con la cabeza sin lavar. Por su puesto, no la traté. Se fue igual que vino. Con un pelo horroroso.

Con semejante presentación Laura se dio cuenta de que estaba tratando con un auténtico profesional.

Luís la invitó a pasar al salón de su casa y le invitó a un gin-tonic con limón exprimido. La escena era cálida, amable… Laura se encontraba a gusto y detuvo su mirada en las manos de Luís. Eran manos de artesano, eran perfectas herramientas de profesión. Sus dedos eran largos, ágiles. Cualquiera se sentiría cómodo en sus manos. Era todo un experto.

Y bien, vamos a lo nuestro – Ordenó Luís, que mutó al instante de agradable y hospitalario anfitrión a sargento distante y férreo. Laura recordó de súbito entonces que había acudido a esa casa no a ligar con un seductor desconocido en una emocionante cita a ciegas sino a despelucarse. A demostrarse por una vez en la vida que podía hacer algo por si misma.

Luís obligó no sin los reparos y la franca oposición de su clienta a lavarse por entero la cara a Laura. Había venido excesivamente maquillada, una circunstancia que no le gustaba nada al peluquero.

-Te quiero limpia.

Laura ejecutó sin rechistar la orden. Se encontraba nerviosa y su tensión creció cuando bajó las escaleras de madera que le conducían a los sótanos de la casa. Al garaje-peluquería.

Se trataba de un pequeño y oscuro cuartucho. No parecía muy higiénico y la escasa luz procedía de una lámpara que pendía del techo.

– ¿Es aquí?
– ¿Qué esperabas, un salón de lujo, bonita? No te preocupes que no te va a defraudar la sesión. Ya verás.

Acto seguido la cogió fuertemente del antebrazo y la obligó a sentarse en la silla de metacrilato que se encontraba como una isla en medio del cuartucho.

-¿Y el espejo?
-¿Para qué quieres un espejo?
– Pues para ver como se va transformando mi imagen. Eso me apetece mucho.
– Verás el resultado final en tu casa.
– Pero es que me emocionaría verlo…
– Mira, criatura, esto es un salón de rapados, no un gabinete de psicología. Si sigues con las tonterías, te levantas ahora mismo y te largas a tu puta casa con esa melena de chacha que traes.

Y Laura estuvo a punto. Pero ya no tenía mucho sentido. Había que terminar lo que se había iniciado. Después de todo no iba a hacer nada malo y prohibido. No se iba a rapar al cero sólo un micro-bob recortadito y breve tipo Juana de Arco a lo tazón….

La sesión continuó su curso. Luís cepilló con fruición hacia atrás el melenón de Laura. Ciertamente era una hermosa cabellera.

-Tienes una bonita melena, Laura. Haces bien en rapártela.
-¿Por qué?
-Porque así tendrás el privilegio de volvértela a dejar crecer. Y volvértela a rapar. Eso es lo bonito de esto. Que siempre se puede repetir. Y eso no pasa con todas las cosas buenas de la vida. ¿Verdad?

La palabra ‘verdad’ coincidió al punto con un ‘rrrraaaassss’ capilar. Luís había cortado de un sólo y preciso tajo la cola de caballo de Laura a la altura de la nuca. La clienta se había liberado sin apenas haberlo notado de 20 centímetros de pelo. El corte no había sido exacto con lo que la parte inferior de la media melena que se había librado del tijeretazo quedaba obscenamente escalada a repechos pero Laura no podía ver la escena. Lo que si que pudo hacer fue, en un acto reflejo, pasarse la mano por la nuca. Por vez primera en muchos años no sentía el tacto de su pelo, sino el de la piel de su cuello.

-¡Vaya tajo me has metido! ¡Y qué rápido!
-Esto es sólo el principio, reina.

Luís procedió a encastrar la guía del dos a la máquina profesional que había sacado de su maletín. Iba a comenzar a rapar.

Linda, ¿Por delante o por detrás?
¿Cómo?
Que si te empiezo a rapar por la frente o por la nuca- se explicó con gesto adusto y serio elevando la voz.
¡¡Pero si yo no quiero que me rapes toda!!…. Yo sólo quiero un bob recortadito- respondió ella implorando al borde del llanto
Tranquila, Laura, era sólo una broma…je, je, je,,, pero si llegas a picar seguro que lo pasas muy bien. – Apuntilló irónicamente el rapador que ya esgrimía orgulloso su máquina bajo la luz de la bombilla que más bien parecía un foco de una sala de tortura.
Solo te haré la nuquita y una pasada por encima de la oreja. Tal y como habíamos acordado.

Y así fue. Luís comenzó a realizar suaves y lentas pasadas de rapadora por la nuca de Laura. Luís se tomaba el trabajo concienzudamente y se tomaba su tiempo. La parte de atrás de la cabeza de laura se iba librando paulatinamente de cabello en un hermoso descenso organizado de crenchas morenas.

El peluquero había obligado a bajar en exceso la cabeza a Laura. Quería trabajar con espacio y comodidad aunque esta exagerada postura resultara un tanto humillante para su clienta.

-Puedes tocarte la nuquita. Tranquila, que no lo he rapado todo. He sido bueno.

Laura se toco la nuca y sintió una sensación placentera y liberadora. Su pelito uniforme le pinchaba las yemas de los dedos. Se notó el pubis mojado. Sí; estaba excitada y a punto estuvo de decirlo….

-Baja la guía de la rasuradora y házmelo en toda la cabeza – Pero se contuvo. Aún le restaban unos gramos de responsabilidad y cordura familiar y tradicional. Nada de calvas integrales. Un bob recortadito y rapadito le quedaría muy bien. Daría el campanazo pero dentro de un orden.

-Bien, vamos por encima de las orejitas – Afirmó el peluquero furtivo en tono afectuoso.

Y en efecto; unió las palabras a los hechos y comenzó a practicar una sutil y precisa pasada por el lateral izquierdo del cráneo de Laura. A medida que se iba destapando el cráneo de la clienta más excitada y guapa se encontraba ésta.

Fue en ese preciso momento cuando sucedió un imprevisto que marcaría toda la velada. ¡¡¡Pum!!! Laura exhaló un grito de horror.

-¡Joder, joder, joder! ¡Otra vez la luz!- Se quejó el despelucador.

De repente, no sólo la casa de Luís, sino toda la urbanización se había quedado a oscuras por un fallo mecánico.

-¡Hostia, dijeron que esta semana lo arreglaban! ¡Vaya mierda de instalación! ¡Así no se puede trabajar a gusto!- Luís se encontraba fuera de sí.

-¿Y ahora que hacemos? ¿Tarda mucho en venir? –Preguntó en tono suplicante ella.

-No vendrá en toda la noche. Siempre pasa igual.

-¿Y qué hacemos? –Repitió al borde de la histeria la semirasurada- Yo tengo que volver a casa con mi marido y mis niños y ya es tarde. Y estoy medio calva, yo no puedo ir así.

Luís se vio en un aprieto. Dudo unos instantes en un silencio que pareció mil millones de años y al final concluyó decidido:

Habrá que terminar el trabajo… a mano.
¡¡¡¿¿¿Cooooooomoooooo????!!!
Que tendré que terminar el corte a tijera. No hay luz, no funciona la rapadora.
¿Y cómo vas a ver? Yo no puedo quedarme así.
Tengo velas por aquí. Eso servirá.

Luís rastreó por el cuartucho y halló unas cajas llenas de polvo. De su interior extrajo unas cuatro velas que colocó en círculo en torno a la silla donde estaba pelando a Laura. No podía apoyarlas en nada así que la escasa luz que daban subía de abajo arriba, desde el suelo. La escena era ridícula. La visibilidad era muy precaria y tampoco ayudaba el color negro del pelo que quedaba pendiente de la clienta. En el suelo yacían sin embargo largos mechones de cabello muerto, entre ello la larga cola de caballo descompuesta.

-Bien, Laura, terminaré con las tijeras. Haré lo que pueda, pero necesito que estés ante todo y sobre todo tranquila. Te cortaré al ras para que no se note mucho. Si no haces movimientos bruscos, no habrá trasquilones sino… no respondo. Confía en mí y en unos minutos te vas a casa con tu bob guapísima y aquí no ha pasado nada.

Laura estuvo a punto otra vez de llorar pero no tenía alternativa. Aquello sería un corte a ciegas. ¡No se veía nada! Pero no tenía más remedio que aceptar y ponerse en sus manos.

Por vez primera en toda la noche Laura notó al peluquero nervioso. Le escuchó resoplar antes de iniciar el corte a ciegas. Sería un rapado manual y a tacto ya que no se veía mucho.

Ras…. ras…. ras…. Los cortes que practicaba el peluquero en el ala derecha de su clienta eran lentos y concienzudos. Sonaban como campanadas. Un pequeño desliz y… las consecuencias, en efecto, podrían ser imprevisibles.

En plena oscuridad Laura notaba como la zona derecha se iba quedando despejada de cabello… y volvió a suplicar el milagro del fin porque aquello parecía una auténtica tortura…

-¿Has acabado ya?

Al hacer la pregunta y en un acto reflejo la clienta movió la cabeza súbitamente hacia el lado en el que se encontraba rapando el peluquero…

Raaaaaaas ¡Grave error! Ese movimiento en seco y en falso había hecho deslizarse la tijera de Luís hacia la zona superior de la cabeza de su cliente….

Un gran mechón descendió leve y asesino hasta el suelo… como una hoja de un árbol o una pluma de un ave.

-¡Me cago en la leche! ¡No te he dicho que no te movieras, calamidad!

El tijeretazo había hecho estragos. Entre la pobre luz, Luís vio como el filo había hecho un marcado surco hasta más allá de la coronilla de su clienta.

– ¿Qué a pasado?

– Pues…. que no vas a poder lucir un bob

– ¡¡¡¡¿¿¿¿Por qué????!!!!

– Porque sí. No hay más remedio. Hay que cortar todo.

Laura comprendió su pequeña tragedia y rompió a llorar. Antes de que su clienta asintiera, Luís comenzó a cortar al ras toda la parte superior de la cabeza para no hacerla sufrir más de lo debido. En apenas cuatro minutos y entre tijeretazos fallidos, dados al aire y trasquilones inevitables, su clienta había quedado completamente despelucada y anegada en lágrimas.

-Lo siento Laura. No he podido salvar nada. Ahora no puedo comprobar el grado de precisión pero creo que no ha quedado mal del todo….

-¡¿Mal del todo?! ¿Qué quieres decir? que estoy hecho un adefesio.

-Cariño, he hecho todo lo que he podido. Creo que no hay muchos errores. No se puede trabajar sin luz.

– ¿Muchos errores? ¿Pero que estás diciendo?

– Vente mañana y lo repasamos. Hoy invéntate una excusa… al fin y al cabo no estás tan fea… y tu rasurado resalta las facciones de tu cara. Por cierto, ¡qué labios más bonitos tienes!