Experiencia personal (Meketrece)

Había empezado la Universidad ocho meses atrás, en septiembre. Aquel había sido mi primer año como universitaria y mi primer año fuera de casa. Por casa iba poco, más que nada por las horas de viaje que suponía. La verdad es que no había dado palo al agua y ahora se veía reflejado en la notas, ocho suspensos, que tendría que recuperar en septiembre si quería seguir haciendo la carrera.

Vivía en un piso, en un barrio a las afueras con dos chicas y un chico. Los tres iban a casa en verano pero yo tenía que quedarme en aquella ciudad, en aquel piso, porque sabía que si volvía a casa no iba a estudiar nada.
El calor en julio era sofocante y más en aquel ático lleno de ventanas. Al ser una ciudad marítima, la humedad era elevadísima y el calor se te pegaba a la piel. Había probado de todo. Me iba a la biblioteca a estudiar, allí había aire acondicionado, pero me distraía con el vuelo de una mosca. Me duchaba cada dos horas pero a los quince minutos de la ducha volvía a tener el mismo calor. Había probado hasta estudiar de noche y dormir de día, pero no daba resultado. Además mi físico no contribuía, tenía el pelo dos palmos por debajo de los hombros, me daba mucho calor y cada vez que me duchaba era un incordio… y además era uno de los objetos de mi distracción porque me ponía a jugar con él a la más mínima.

Estábamos a mediados de julio y el estudio no iba nada bien, cada vez me agobiaba más. Un día me harte y salía a dar una vuelta, con tantas prisas que me dejé las llaves dentro. Eran las tres de la tarde y la portera no llegaba hasta la noche así que mi vuelta se prolongo. Cuando me cansé me senté en un banco en las ramblas y empecé a pensar y a jugar con mi pelo. Tenía 25 euros en el bolsillo y quería gastármelos en algo para quitarme el estrés, eso es lo que hacemos las mujeres: cuando nos agobiamos vamos de compras. Pero no sabia que comprarme porque ya tenía toda la ropa, toda la música y en resumen todo lo que quería, menos motivación para estudiar. De repente me fijé en una peluquería que había delante mió, al cruzar la calle. Ya sabía en que iba a invertir esos 25 euros, iba a cortarme el pelo, al fin y al cabo hacía casi 10 meses que no me lo cortaba, ni siquiera las puntas. Entré en la peluquería y pregunté si podían atenderme en ese momento. Me dijeron que esperara diez minutos y así hice. Por cierto, ¿como me lo iba a cortar? ¿Por los hombros?, o hacíamos un cambio radical y me lo cortaba corto. Me dijeron que pasara y aun no estaba segura. La chica más joven empezó a lavarme el pelo, ya no me acordaba que gustosos son los masajes capilares estos. Mientras, seguía reflexionando. A los 15 años ya había tenido el pelo corto porque un día de verano, parecido a este, mama quiso cortarnos el pelo a mí y a mi hermano pequeño y la verdad, hizo un estropicio. Por aquel entonces yo tenía el pelo más largo que ahora, un día, mientras yo estaba viendo la tele, mama me dijo: “Helena ven que te voy a cortar el pelo”. Al principio no quería pero me acabó convenciendo. Acababa de cortarle el pelo a mi hermanito con la “rapadora” que le habían regalado en el banco y tampoco había quedado tan mal, eso sí, más corto de lo normal. Mama se encorajó y se vio capaz de cortarme a mí el pelo. Me sentó en el taburete, y me puso la capa que acababa de utilizar con Marquitos. Me peinó hacia atrás, vaciló un momento, cogió un mechón grande de pelo y lo corto. Tenía la mitad del pelo por encima de los hombros y la otra mitad dos palmos por debajo. Mama lo intentó igualar pero a cada corte hacía más estropicio. De repente me puse a llorar y ella no supo que decir, bueno sí, dijo: “Hoy ya es tarde, mañana vamos a la pelu y te lo arreglan, ahora dúchate para quitarte los pelos.” Y dicho y hecho, me fui a dormir con el pelo que parecía cortado con una sierra eléctrica. Papa le echó la bronca a Mama, ella se puso a llorar y por eso yo decidí no hacerle sentir más culpable. Al día siguiente fuimos a la peluquería y el peluquero con total normalidad nos atendió. Me dijo que como lo quería y yo le dije que corto, y así lo hizo, cogió las tijeras y me lo dejó dos dedos por encima del cuero cabelludo, tampoco era tan corto.

Y ahora allí seguía yo, esperando a decidirme, a que viniera el peluquero. Vino y se sentó detrás de mí: “Y bien, como lo quieres”.
–Corto, muy corto- respondí casi sin pensar, mientras pensaba la temeridad de lo que acababa de decir.
-¿Seguro?- preguntó extrañado el peluquero.
-Mmmmmm, no, seguro no, pero córtamelo corto- respondí tartamudeando.
-Como quiera. ¿A máquina o a tijera?
-A máquina, que será más rápido.- Dios, como me subía la tensión y que excitada estaba, y cuanto miedo tenía.
Se levantó, cogió el cortapelo y lo engancho a la electricidad. Lo dejó sobre la mesa y me peinó el pelo como años antes había hecho mama. Volvió a coger el cortapelo y lo encendió. Bzzzzzzzz. Joder que miedo me entró. Me levanté, me quité la bata, el babero y salí corriendo de aquella peluquería. Tenía todo el pelo mojado entre agua y sudor pero no paré de correr hasta que llegué a la plaza principal. Era una puta cobarde pensé. ¿Como iba a acabar una carrera si no era capaz de enfrentarme a un cortapelo? Me saltó una lágrima, pero no una lagrima de miedo o pena, sino una lagrima de orgullo y decisión. Iba a cortarme el pelo, e iba a hacerlo ese mismo día… pero de una forma diferente.

Entré en los grandes almacenes y fui a la sección de electrodomésticos. Iba pasando pasillos: frigoríficos, lavadoras, licuadoras, teles, secadores y ¡abracadabra!, cortapelos. Joder, había un montón. De los comprendidos entre mi presupuesto miré dos. Uno con guías intercambiables y otro con una sola guía pero con diferentes niveles, parecía más fiable el segundo. Lo compré y me sobraron dos euros, para un helado. Me fui a casa, la portera había llegado y me abrió la puerta. Dejé el cortapelo en el baño, con bolsa y sin abrir. Volvía a estar acojonada. Eran las doce, había estado intentando librarme de ir al baño. Había limpiado toda la casa, ordenado mi habitación y hasta había puesto la tele (arriesgándome a morir de asco con la programación de un viernes noche). A las doce me vino el sueño, entré en el baño, cogí rápido la caja del cortapelo y la puse en el cubo de la ropa sucia para no verlo. Me limpié los dientes, meé y me fui a la cama. La una, las dos, las tres, y no me dormía. Harta de todo me levanté y me tiré en el sillón con una de las botellas de vodka que habían sobrado en la última fiesta. Bebí un par de tragos y enseguida me puse contentilla, también me subió el coraje. Fui al baño y rescaté la caja del cubo de la ropa sucia. No estaba borracha, estaba decidida a cortarme el pelo. Abrí la caja y cogí el cortapelo. Lo dejé en la mesa, en su bolsa de plástico transparente, junto a la guía, las tijeras y el peine que venían en el kit. Una ojeada rápida a las instrucciones. Lo principal: no cortarse el pelo si está mojado, no mojar el aparato y tener claro la longitud a la que se quiere cortar. El aparato era mucho más moderno que el que le regalaron a mama en el banco, era verde. Rompí la bolsa, monté la guía y lo volví a dejar en la repisa del baño. Una última pasada a las instrucciones y estaría lista. Las instrucciones eran únicamente para cortar el pelo corto, el pelo de hombres y no ponía nada de los procedimientos si tenías una melena de cinco palmos. Además las instrucciones eran para que alguien te cortara el pelo, no para cortárselo una misma. Me quité toda la ropa menos la ropa interior, traje una escoba y di un último trago a la botella de vodka.

Ya estaba lista. Me recogí el pelo en una coleta poco sujeta a la nuca. Todo el pelo quedaba recogido en esa coleta, cogida por una goma verde. Mirándome al espejo cogí la coleta con una mano, con la otra las tijeras y respire hondo. Durante un minuto tuve las tijeras colocadas para cortar, sabía que en cuanto cortara ya no habría marcha atrás. Respiré hondo por última vez y raaaas. La coleta estaba en mis manos, la estaba mirando, aun no me había fijado en mi imagen del espejo. Levanté la vista y me vi: con dos palmos menos de pelo, ahora la melena estaba por encima de los hombros, escalada a diferentes capas. Tampoco quedaba tan mal, pero yo no quería eso. Una sonrisa ilustró mi cara. Había pasado del terror a la excitación.

Cogí el cortapelo y lo enchufé. Puse la posición más larga, unos dos centímetros por encima del cuero cabelludo. La encendí por primera vez. La vibración era muy excitante y se oía un zumbido penetrante. Otra profunda respiración, levanté el pelo de la nuca y coloqué la rapadora en la nuca. Aún no estaba cortando pelo. Un ligero movimiento hacia arriba y el bzzzzz de la máquina cambiaron a un brrrrrrrr. No veía como lo estaba cortando, solo veía la caída del cabello cortado en el espejo. La primera pasada llegó hasta la coronilla. Paré el cortapelo y me palpé la carretera que había creado. Me gustaba mucho. Lo volví a encender y emprendí la segunda pasada por detrás, y la tercera, y la cuarta. Al cabo de 4 minutos tenía desde la coronilla hasta la nuca despejada de pelo largo. Ahora a los costados. Esto si se veía como se cortaba y como caía. El suelo empezaba a estar lleno de pelos largos. Después de acabar con los laterales solo quedaba el pelo largo de arriba. Empecé por delante, por el centro. El cortapelo iba abriendo un surco en el poco pelo largo que quedaba. No hicieron falta ni 10 minutos para acabar de cortar el pelo en la posición 7. Todo el pelo estaba en el suelo, alrededor de mis pies descalzos. Me miré al espejo otra vez. Me gustaba pero aun quería divertirme más. Me lo estaba pasando como nunca. Bajé la guía 6 posiciones, al uno. Era un poco excesivo, pero entre el alcohol y la excitación ni me paré a pensarlo. Otra vez la operación anterior: primero la nuca, luego los laterales y al final “la azotea”. Era realmente corto. Los pelos qua ahora tenía por los hombros, la nariz y las tetas eran pelitos cortos que se pegaban a la piel sudorosa. Ya estaba!!! Me había cortado el pelo, me palpé las braquitas, estaban mojadas de tanta excitación. Eran las 5 de la mañana, caí rendida en la cama.
Me desperté a las 11, aun adormilada hice el gesto de quitarme el pelo de la cara pero ya no tenía pelo que me molestara, no me acordaba. Corrí al baño y me vi, me gustaba mucho. Aún estaban todos los pelos en el suelo, los barrí y los puse en una bolsa de basura, fui al dormitorio y quité las sabanas que estaban llenas de pelitos cortos, y las sabanas mojadas por mi fluido. A la lavadora todo, y yo a la ducha. Me puse jabón en la cabeza, era gustosísimo tener el pelo así de cortito. Salí y me vestí, tampoco estaba tan horrorosa, me gustaba a mi misma, y era superfresco. Y nada más, me puse a estudiar que al fin y al cabo era por lo que me había rapado la cabeza.

Hay que decir que aprobé todos los exámenes pero no continué en la universidad. Ahora soy peluquera y sigo rapándome la cabeza de vez en cuando, lo recomiendo.

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Author: mdj

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