Marca de la casa (Franco Battiatto)

Nota Previa: Esta historia es continuación de INICIO DE CURSO otro relato publicado en esta misma página web desde hace meses. Por expreso deseo de los lectores uno de los personajes centrales va a ser sometido a un ligero cambio de imagen. ¿Quieres saber cuál?

Cuando Marcelo entró por la puerta de la peluquería nadie podía prever que aquel día marcaría un antes y un después en la historia del salón, uno de los más sofisticados y concurridos de la ciudad. Marcelo era el propietario del local y desde hace meses no pasaba por el. Confiaba plenamente en su gobernanta: Mona. Una veterana oficiala, una peluquera de altura que manejaba con diligencia, éxito y mano de hierro el local y a las casi 20 peluqueras que allí trabajaban que, cómo era sabido por toda la clientela, lucían el pelo muy rapado o directamente rapado al cero marca de la casa.

– ¡Qué sorpresa, Marcelo! ¿Cómo tú por aquí? – Le saludó encantadora.

Mona lucía aquella mañana su habitual exultante melena azabache excesivamente vaporizada de laca. Con demasiado volumen y brillo. Exagerada y espectacular en todo caso. Con ella se había echo ganar el apodo de ‘la leona’ frente a tanta niña rapada. Era su símbolo de fortaleza y poder. Allí mandaba ella. Pero sucede siempre que siempre hay alguien que manda más que quien manda habitualmente.

– Hola Mona, cariño… creo que es hora de dar un nuevo aire al salón.
– ¿Por qué? Si va todo como la seda.
– No me refiero a los ingresos ni a tu estupenda gestión, me refiero a la imagen del negocio.
– ¿Qué es lo que te desagrada, Marce?
– Tu pelo. Demasiado largo. Choca con el de ellas- Marcelo miró a las chiquillas rapadas mientras tocaba con sus dedos en un seductor juego uno de los largos bucles de la melena de su gobernanta.

Mona no salía de su extrañeza y no sabía que decir. Estaba totalmente descolocada por las palabras de su jefe.

-Entre tanta cría despelucada destacas, Mona. Y eso no me gusta. Vamos a descargarte algo la melenita, ¿vale, cielo?

Ese ‘descargarte algo la melenita’ la tranquilizó. Supuso que sólo se trataba de un leve retoque, algo que Marcelo no hacía habitualmente pero si que gustaba de realizar de vez en cuando. Todo normal. Pensó por tanto en despedirse de tres o cuatro centímetros de su larga melena a lo sumo y en paz. Su jefe quedaría contento.

Mona fue pasada por orden del único hombre que había en el salón al lavadero de cabezas. Posteriormente y tras un escrupuloso lavado con loción, mascarilla y crema fue sentada en una de las sillas centrales del salón. Lo que se pretendía es que todo el mundo pudiera contemplar al detalle lo que allí iba a suceder, como si se tratara de un importante ritual.

Alrededor del cuello una de las niñas colocó una capa azul eléctrico siguiendo las instrucciones de un Marcelo que se había tornado hierático y distante. Se trataba de un moderno peinador que, en breve, sería depositario de una auténtica marea capilar. Primero, y también por orden expresa y directa de Marcelo, se procedió a alisar la rica y abultada melena de la jefa con las correspondientes planchas metálicas. Su pelo fue pasado y repasado por las planchas por dos de las jóvenes designadas a tal efecto hasta que quedó como una auténtica tabla. La crecida melena le llegaba hasta mitad de la espalada y resultaba realmente espectacular con las llamativas y oportunas mechas rojas que brillaban especialmente con hermosos destellos por la acción de los focos del espejo. El planchado había resultado ciertamente obligado y riguroso. Con algunos tirones innecesarios pero efectivos practicados por las manos neófitas de las rapadas niñitas de bata ligera. Los hermosos rizos que pronto yacerían en el suelo pasaron a ser así antes pelo disciplinado, liso y recto. El proceso fue una ardua doma que tardó más de media hora. En esos momentos Mona conservaba aún la ingenua esperanza de que no iba a ser despachada con un corte excesivo, además, aunque ella prefería el rizo o el bucle, la melena lisa con férrea raya en medio no le caía nada mal a su rostro de pómulo anguloso. Cuando volvió a sentir de nuevo los dedos de Marcelo acariciando una y otra vez su pelo pensó que su jefe sólo quería que cambiara el look, si acaso variar el tono y un pequeño retoque a su largo pero nada más allá. Unos centímetros, quizá. Pero las ideas de Marcelo transitaban por otro lado. Nadie quitaba ojo a la escena y atravesaba ya todo el salón una expectación inusitada similar al que se producía cuando ingresaban las neófitas y les era obligado a desprenderse totalmente de su joven cabello.

Marcelo consideró el realizarle un corte a lo cepillo, a lo militar. Era una idea que le rondaba desde hace tiempo por la cabeza: La sargento Mona. Lo cierto es que con las facciones andróginas de la Gobernanta el resultado podría haber sido el idóneo. Seguro que le quedaba bien. Pero finalmente rehúso la idea y apretó el acelerador. Para empezar quiso ser él mismo el maestro de ceremonias que arrancara sesión tan especial. Esgrimió la navaja y sin aviso previo la abrió y procedió a seccionar caóticamente mechones de la abundante melena de Mona que no daba crédito a lo que estaba viviendo. Se asustó sobremanera pero no se negó. La geométrica y bonita melena de Mona estaba quedando por la acción de la cuchilla desestructurada, patética…hecha unos zorros. El afilado metal de la navaja caía dentellada a dentellada sobre su cabeza al azar y a cada chasquido quedaba seccionado un mechón de cabello a diferentes e irregulares medidas. Marcelo sólo paró cuando se hubo despachado a gusto y había satisfecho su idea. La melena de Mona ya no tenía solución alguna y más bien parecía una vieja fregona almidonada. Sólo un buen rapado arreglaría aquel desaguisado. Para entonces, Mona, absolutamente humillada, pensaba ingenuamente que su sesión había concluido y reflexionaba ya en cómo remediarlo cuando lo cierto es que el espectáculo sólo acababa de dar su inicio. Ahora le tocaba el turno a la niñas. La mismas niñas que habían sido obligadas a rasurarse contra su voluntad durante toda la temporada semana a semana serían ahora las rasuradoras. Era una cuestión de Justicia Histórica. De Equilibrio Universal. Ese era el pensamiento del Jefe mientras depositaba sus ojos en un suelo en el que yacían largos mechones negros y rojos de la melena de la que ya era una víctima en toda la regla.

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Para que la humillación fuera más fiera, Marcelo decidió comenzar el pelado por la parte delantera y así lo impuso. Quería que Mona viese y sintiese desde el principio lo que las chiquillas sentían toda la temporada. Loli, una de las niñas que en su día fue obligada a desprenderse de una melena de más de 50 centímetros que cuidaba con mimo desde los 12 años, tuvo el privilegio de rapar al ras el flequillo de su jefa. Peinó una y otra vez hacia delante toda la cortina de cabello que aún conservaba su jefa para seccionarlo no sin miedo a la altura misma de su nacimiento con las tijeras. Raaaas. Sin concesiones. Una enorme hilera de pelo cayó rendido y manso a la capa mientras una lágrima se desprendía a la vez de los ojos de la mujer que bajo la capa sufría como una auténtica colegiala. Recorría el salón una tensión que bien podría ser expectación o excitación. Mona tardaría al menos dos o tres años en recuperar ese largo capilar.

Pero aquella escena era sólo el aperitivo. El privilegio de hacer funcionar la máquina rapadora le fue concedido entonces a Carmen, una de las veteranas que tenía por su rango el pelo al tres y tintado extravagantemente de verde por la zona superior y negro azulado por la parte del cráneo y laterales.

– ¡Al cero por el ala derecha!- Exhaló tajante el dueño del salón.

Se hizo entonces un silencio de sorpresa y expectación que sólo quebró el llanto abierto de la mujer condenada al despeluque. Muchas de las niñas esbozaron en ese preciso instante una sonrisa de venganza y más de una se pasó la mano por su cráneo pelado pensando que en breve su jefa sería una más del grupo. Sin distinciones.

Sin concesiones ni perdón. ‘¡Al cero!’-Volvió a sentenciar el jefe. Nadie se atrevió a rechistar ni a discutir la taxativa orden. Carmen, asustada y temerosa, rapada en su día ella también, desprendió de la máquina trasquiladora la guía del peine. Posteriormente depositó el frío metal en el cráneo de su jefa. Era el momento de pelar. ‘Al cero’. Sintió una especial excitación y soñó en ese mismo instante con besar a su jefa. Sus labios, sus gruesos y tiernos labios. Fue un fogonazo de instinto de protección hacia su jefa, o de seducción involuntaria, quizá. De morbo puro en cualquier caso. ¿Tendría rapado el pubis Mona? Ella sí. Finalmente, accionó la máquina -Clic: bzbzbzbzbzbzbzbz- y la hizo avanzar sobre el cráneo de su jefa lenta y armoniosamente. Como ejecutando un dulce crimen. A la primera pasada enormes crenchas de cabello alisado y vaciado con la navaja descendieron por la capa mientras una buena porción del cuero cabelludo de Mona quedaba totalmente al descubierto. Cada segundo de zumbido de la máquina era uno o dos centímetros de cráneo que se abría al mundo.

Mona no pudo evitar dejar escapar las lágrimas mientras una a una cada niña por riguroso orden le despojaba con cierto toque de revancha de su cabellera otrora orgullo y marca de poder. Por orden de Marcelo cada una de las niña practicaba una pasada con la rapadora. Guedeja a guedeja, Mona, la jefa Mona, la mujer mandona de la larga cabellera estaba quedando despelucada en toda la zona derecha de su cráneo. Justo hasta la mitad. Así lo había decidido Marcelo y así se estaba cumpliendo. En breve Mona sólo conservaba una todavía imponente melena que descendía por su cuello y espalda, aunque anárquicamente vaciada a cuchilla, mientras la parte lateral y frontal ya era una mínima capa de pelo cortada al ras a la misma altura del cuero. Era curioso comprobar como la el lado derecho del peinador se encontraba atestado de pelo recién cortado mientras la parte derecha tan sólo era depositario de sólo unos largos mechones.

Justo en ese instante Marcelo ordenó concluir la velada. Mona fue obligada a atender a la clientela, su clientela, con ese ridículo aspecto durante todo el día. El resto de pelo que le había sido permitido conservar se lo tuvo que rapar ella sola en casa en una ceremonia de bochorno frente al espejo de su cuarto de baño y al día siguiente fue a trabajar con una espectacular peluca de corte bob estilo años veinte de color rubio platino. El Equilibrio Universal había vuelto a funcionar.

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Author: mdj

1 comentario

    Perfecto hasta que le cortaste esa melena de corte y alisado matematico., chale nada más porque no has visto mi perfil no te acuso de traerla contra mi xD.

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