Rocker (Franco Battiatto)

Lo de Lourdes y Ana fue un auténtico flechazo. Un amor a primera vista. En menos de una semana se conocieron, iniciaron una relación sentimental y decidieron irse a vivir juntas su nuevo y apasionado romance en un coqueto apartamento del centro de la ciudad.

Tenían una necesidad vital de expresar de un modo físico y visual la bella e intensa historia que estaban viviendo. Querían demostrárselo a todo el mundo y no dudaban en dar pruebas de sus sentimientos en público, en plena calle, en un bar, en el autobús… Siempre iban abrazadas y se obsequiaban con sonoros y jugosos besos en cualquier momento. Se querían.

Se consideraban hermanas gemelas y por ello su primer acto de Amor con mayúsculas fue la de limar diferencias. Por ello, como prueba del sentimiento que les unía, decidieron cortarse el pelo del mismo modo, en la misma peluquería y por la tijera del mismo estilista. Un peluquero que no salía de su asombro cuando tuvo que repetir dos veces consecutivamente el mismo seccionado de cabellera. El modelo elegido fue una media melena igualada con las puntas peinadas hacia afuera. Un corte sin estridencias pero que repetido en ambas mujeres cuyas facciones eran bellas resultaba muy sensual y glamouroso.

Su relación fue creciendo así como su cabello y poco a poco, después de esa unión total, absoluta y exclusiva de los primeros tiempos sintieron la necesidad de diferenciarse… sobre todo en su estética.

Lourdes, que era más masculina, ejecutaba claramente el rol de hombre en la pareja mientras que Ana hacía las veces de una sensualísima fémina. La propia Ana, que hacía tiempo había estudiado un curso de peluquería y estética por correspondencia, sugirió cierta mañana con una voz susurrante al borde del lóbulo de la oreja de su especial amiga una idea que le rondaba por la cabeza desde hace días.

– ¿Me dejarías que te cortara el pelo, cariño?

Lourdes se sintió halagada y pensó que era una buena idea.

– Claro. ¿Por qué no? ¿Sabes? Ya estaba empezando a cansarme de ir siempre las dos igual. Parecemos Pili y Mili.

Ana dibujo entonces en su rostro una mueca como de triunfo y satisfacción. Y a continuación disparó su siguiente pregunta…

– ¿Y cómo te dejarías cortarlo, cariño?

– Pues como tú quieras Lou. La experta aquí eres tú. ¿Me dijiste que había hecho un curso de esos que salen por la tele de peluqueras, no?

– Sí.

– Pues nada bonita, haz con mi cabellera lo que quieras. Lo que más te guste. Quiero gustarte. Ya lo sabes, cari.

La mueca de satisfacción de Ana fue creciendo hasta convertirse en una verdadera sonrisa para avanzar en su estrategia.

– Eres un encanto Lou. ¿Sabes cómo me encantaría peinarte?
– ¿Cómo, Ana?
– Como un rockero de los años 50. Como Elvis o James Dean. Con tu carita de ángel te quedaría de maravilla… – Y la hechicera de las tijeras acompañó sus últimas palabras con una sugerente caricia por el cuello de su novia.

– Bueno, la verdad es que no tenía pensado cortarme tanto… – La leve resistencia de Lourdes fue vencida sin embargo por el astuto coqueteo de Ana que ya acariciaba dulcemente los senos de su Amiga que el convencimiento fuera total.- ….Pero en fin. Haz lo que quieras, mona. -Concluyo Lourdes.

Ambas estuvieron realizando a lapiz unos bocetos en un folio en blanco diseñando cuál sería el corte a realizar. Finalmente se inclinaron por uno en palabras de la peluquera neófita “rebajadito por los lados y larguito por arriba para moldearte bien el tupé. Vas a estar fantástica. Vas a parecer el camionero más guapo de todo el garage”.

Lourdes se excitó con la frase. Y se dejó hacer.

Ana le condujo a la ducha allí la lavó y la masajeó la media melena con un mimo exquisito. La hizo inclinarse sobre la ducha y mientras practicaba con diligencia la operación preguntó:

– ¿Te sientes bien, cariño?
– De lujo, Ana.

Después la desnudo a excepción del tanga naranja fluorescente.

– Es que así vas a estar más fresquita. Ya verás que bien.

A Lourdes le pareció un exceso pero estaba tan relajada después del masaje capilar que dejó que su compañera la liberase de la camisetita, el sujetador y la faldita.

Ana la cogió decididamente de la mano, la condujo a la cocina y la sentó en una vieja silla de mimbre entre la lavadora y el frigorífico.

– ¿Aquí? -Preguntó un tanto descolocada, Lourdes

-¿Y porqué no? ¿No te parece un lugar sugerente para convertirte en el rockero más guapo del garage?

Lourdes sonrío y se dejo hacer.

Ana la cepillo el pelo todo hacia atrás. Ciertamente el rostro de su amiga tenía unas facciones perfectas para soportar un recorte severo de melena e incluso un poquito más… Después del peinado y de un tierno beso en la nuca le colocó una toalla blanca sobre el cuello. La función iba a comenzar.

– Esto es para que los pelitos no te molesten, nena.
– Gracias, guapa. Estás en todo. Como se nota que sabes de esto.

Y tanto. El paso siguiente fue recoger la parte superior del cabello con unas llamativas pinzas de color fucsia profesionales. Después, peinó las patillas y las salvaguardó fijándolas a los pómulos de Lou con tiritas.

– Ya verás que guapa vas a quedar. Vas a ser la sensación.

A continuación sacó un pequeño maletín de color azul galáctico que contenía un kit completo de peluquería y lo depositó encima de la mesa. La misma mesa en la que desayunaban todos los días entre beso y beso.

Ana tomó con decisión las tijeras y rrrrassssssss… comenzó el procesó del corte seccionando de un solo tijeretazo y para que no hubiese duda alguna de lo que allí iba a suceder casi toda la nuca de su amada que de inmediato protestó al ver el gran mechón vencido en el suelo.

– Vaya tajo me has pegado, bonita.

Ana quiso abortar de raíz la rebelión y la respondió de un modo contundente levantando incluso la voz, algo que nunca había hecho con la mujer de sus sueños.

-¿Quieres ser rocker o no?- Acto seguido la beso con un beso profundo y carnal. La tenía claramente dominada. Seguiría adelante con sus planes secretos. A partir de ese momento Lourdes adquirió una actitud más sumisa y no volvió a abrir la boca. Allí pasaría lo que Ana quisiera y nada más.

Y Ana prosiguió su trabajo con conciencia, trabajo y fruición. Cortó con el peine a lo barbero los laterales y la nuca hasta la coronilla desde la base de cuero cabelludo.
Los mechones caían por la toalla y resbalan lentamente por la piel de Lourdes. Especialmente se depositaban en su zona púbica. Justo encima del tanga. La escena era de lo más erótica y fue así durante un buen tiempo justo el que necesitó Ana en despelucar a su chica. La tijera subía y bajaba sin remisión y con gran velocidad por el cráneo de su novia solamente precedido por un peine que reducía al mínimo su capacidad de coger pelo. Se trataba de despejar cabello como fuera y, en pocos minutos las alas, excepto las patillas, y la zona trasera de Lourdes era una masa de pelo que no excedía el centímetro de largo mientras que la toalla, el suelo y los antebrazos, piernas y zona púbica de Lourdes eran sensual depósito de cabello recién cortado.

Aunque Lourdes no tenía espejo donde comprobar los notables progresos que su novia estaba ejecutando en su cabeza si que percibió, sobre todo por la cantidad de pelo que yacía por todos lados, que su cabellera estaba quedando seriamente reducida, así que se armó de valor y atacó de nuevo a su ambiciosa estilista:

– Oye, te estás pasando un poquito ¿no?

Sin embargo Ana no otorgó ni un gramo de importancia a su queja y respondió como si nada.

– Para nada, te está quedando precioso -Resolvió volviendo a firmar la frase con un beso en los labios. Una vez más la pobre y despelucada Lou se dejó hacer y viendo que su querida hacía caso omiso a sus deseos no pasó de un ligero gesto de extrañeza cuando Ana dejó a un lado las tijeras de barbero y extrajo del maletín de peluquería una llamativa máquina rapadora con la carcasa roja.

Ana enchufó la rasuradora quitando de un tirón el cable del microondas. Era el momento del clímax y Lourdes notó entonces que su amada estaba muy excitada y que aquella velada era algo más que un simple corte, un cambio de look improvisado, un juego entre amigas sino más bien un ritual erótico perfectamente diseñado. Hasta ella misma se noto el tanguita mojado al comprobar que Ana tenía los pezones erizados por el placer del corte.

Y fue la propia Ana, consciente de que lo que iba a emprender era algo más bien radical, la que quiso tranquilizar con una mentira piadosa a su compañera…

– Esto es sólo para perfilar, Lou.

“Esto” era la máquina rapadora que Ana había despojado de peine alguno (detalle del cuál no se había percatado la ingenua Lou) y que accionó con la frialdad del cirujano.

Ana tomó por el cuello a su chica y la obligo a inclinarse, quizá de un modo excesivo y brusco. El trabajo comenzaría por la nuca. Lourdes sintió el frío y metálico contacto de la máquina rapadora por el cogote y su incesante discurrir por su cráneo. Como estaba mirando al suelo pudo ver pequeños pelitos que saltaban desde la zona de atrás. Fue entonces cuando se le encendieron todas las alarmas mentales y volvió a protestar:

– Eso no son los perfiles, guapa. Eso es que me estás rapando.

-Ya, ya… -Y Ana siguió pelando apretando mucho la máquina hasta reducir al mismísimo cero la parte trasera y laterales de la cabeza.

La diligente peluquera se aplicó mucho en borrar bien borrado con pasadas y más pasadas de la máquina todo el cabello de su chica que ya permanecía muda, sometida y mediocalva.

En apenas unos minutos tan sólo restaba vivo una mínima mata de pelo que correspondía a una franja de no más de tres centímetros de anchura de la parte superior del cráneo conservadas por las pinzas fucsias y unas aisladas patillas protegidas por las tiritas. No obstante Ana quiso perfeccionar bien la ejecución y pasó y repasó una y otra vez las amplias zonas ya despobladas de pelo en un acto que ya resultaba algo humillante.

Pero había más. Mucho más. Cuando se sintió satisfecha y complacida Ana liberó el cabello restante de las pinzas y lo peinó concienzudamente hacia delante. Comprobó entonces que el pelo que descendía sensualmente por una ya semicalva Lourdes llegaba hasta más allá de la nariz. Justo hasta sus carnosos labios. Consideró que aquello era demasiado y que desentonaba con el rapado integral del resto de la cabeza así que acto seguido amarró una navaja del maletín y comenzó un vaciado radical desde la coronilla.

– Es que tienes mucho pelo. -Se justificaba mientras hacía navegar la cuchilla desde la zona más superior de la cabeza hasta el fin del flequillo en una acción mecánica y repetida que iba desgajando mechón a mechón los restos de la cabellera de su chica y que iban cayendo rendidos. El flequillo fue así notablemente aminorado pero no llegó a ser eliminado por completo de manera que lo único que había sobrevivido a la cuchilla era una pequeña e irregular alfombrita de pelo en la parte superior del cráneo y un flequillo que ya no descendía más allá de los ojos y que terminaba en un sugerente desfilado en pico.

Ana procedió seguidamente a desembarazar las patillas de las tiritas y una vez liberadas resultó francamente excitante ver como llegaban hasta más allá del cuello. Eran algo así como un oasis capilar en medio de un desierto rasurado. La imagen era curiosa y sofisticada pero Ana no se olvidó de su trabajo y sin decir ni una palabra, sin miramientos tomó el mechón correspondiente a la patilla derecha y en dos certeros y secos golpes de navaja lo dejo reducido a una minipatilla, eso sí, muy roquera, y que, por mínima que fuese, destacaba frente al resto del corte. La misma operación fue repetida en la izquierda.

El corte ya había concluido. Ahora quedaba el peinado. Ana tomó un bote de gel, expulsó de él una cantidad bastante generosa de líquido en la palma de su mono y lo esparció suave y lentamente por los restos de patilla y por el flequillito. Después, la peinó un tupe formidable; alto y volcado hacía atrás y se lo secó con un secador. La operación del secado no duró más de dos minutos tan era la mínima cantidad de cabello que quedaba sobre la cabeza de su novia.

Después, la quitó la toalla y la limpió los pelos de todo el cuerpo en un ceremonial altamente excitante: lo hizo con la lengua. Lametazo a Lametazo, desde el cuello hasta los dedos de los pies, Lourdes fue limpiada de pelos. Para acabar la sesión Ana le colocó un pitillo en la boca. El resultado era extraordinario. Estaba tremendamente sexy. Andrógina, plenamente masculina sin perder un ápice de feiminidad. Le vendó los ojos con una cinta de seda verde y condujo a su chica al lavabo y la colocó delante del espejo. Allí la desprendió de la seda:

– ¡Eh voila! ¿Qué te parece?

(…)

Lourdes no dijo nada y allí mismo, en la bañera, hicieron el amor apasionadamente

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Author: mdj

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