Un ligero cambio (Franco Battiatto)

Olivia despertó ese día completamente sudada. Su cama estaba húmeda y su piel resbalosa. El verano estaba resultando atroz. No sólo por el intenso calor que no aliviaba ventilador alguno, sino porque personalmente las cosas no podían irle peor. En menos de tres semanas se había quedado sin trabajo, su novio había decidido dejarla y el dinero escaseaba en su cuenta corriente. Se encontraba sola, ya que todas sus amigas se había ido de vacaciones.

Con muy poco ánimo y haciendo un esfuerzo supremo se incorporó y se dirigió al cuarto de baño. Allí se detuvo frente al espejo y reflexionó sobre su vida y su situación actual. Tan sólo llevaba puesto un tanguita rosa con el que había dormido. Se miró al cristal y se vio deprimida, demacrada, hundida. Sin embargo su cuerpo decía otra cosa. A sus 23 años se encontraba en plenitud. Con unas piernas bien formadas, como columnas griegas que nacían desde una cadera perfectamente modelada que cobijaba un pubis azabache prácticamente rasurado al cero. Su torso y sus pechos también eran muy bellos. Olivia tenía los senos erguidos y los pezones eras oscuros y potentes, como el color de su piel y su cabello. Su largo cuello terminaba en un rostro racial y exótico. Era realmente guapa. Olivia era poseedora de un cabello muy moreno. Todo en ella era precioso, sin embargo algo no funcionaba bien dentro de sí. No se encontraba bien. Era hora de hacer algo. Algo radical. Un gesto que marcara un antes y un después en ese verano maldito. Era hora de salir adelante.

Olivia comenzó a secarse el sudor de su cuerpo con una toalla mientras cavilaba lo qué podía hacer. Abrió la ventana del cuarto de baño y dirigió su mirada al exterior. Quería ver que día hacía y que se cocía en la calle. Observó a la gente caminar sofocada por la calle, el tráfico y el humo. Miró a derecha y a izquierda. Vio el supermercado de enfrente de su casa, la taberna de enfrente de su casa, la tintorería de enfrente de su casa y finalmente su mirada se detuvo inconscientemente en la peluquería de enfrente de su casa. Mantuvo su mirada firme en la puerta del local durante un par de minutos. ‘¿Y si me corto el pelo?’, pensó. ‘ Me ayudará a aliviar el calor y además quiero verme de otro modo; ser otra’. La idea le pareció definitiva, pero resultaba algo rara si se tiene en cuenta que la peluquería en la cual había reparado era el ‘Salón Gonzalo’, una peluquería exclusiva para hombres, bastante vieja y en la que se practicaba un corte muy especial y determinado.

La peluquería de Gonzalo era todo un clásico en la zona. Llevaba abierta más de veinte años y en ella se cortaba el cabello buena parte de los hombres del barrio. La particularidad de la peluquería de Gonzalo es que sólo practicaba cortes de rasuración. Gonzalo había aprendido su oficio en el servicio militar y desde entonces venía ejerciéndolo con éxito de público. Era un as con la máquina y la navaja. Ejecutaba cortes precisos y disciplinados y rara vez usaba la tijera. Su especialidad era el rasurado al cero y eran muchos los que lo lucían en el barrio aunque su corte más exitoso era el rasurado al uno en sienes laterales y nuca con boina al dos en la parte superior. Gonzalo era famoso en el barrio y era conocido como ‘El pelador’, tal era su fama. Sus cortes jamás superaban el dos en la escala de cuchillas y muchos eran los que opinaban que sólo ejecutaba esos rapados porque no sabía hacer otra cosa, que era incapaz de desenvolverse con melenas u otro tipo de cortes. Sea como fuere Gonzalo tenía acaparada una buena clientela y el estilo militar hacía furor en el barrio.

Olivia deseaba realizar algo radical en su vida. ¿Por qué no cortarse extremadamente el cabello en una peluquería masculina? Al fin y al cabo quería verse de otro modo y la media melena le daba mucho calor. El que fuera una peluquería de hombres aportaría un factor de morbo a su decisión.
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Su pelo había sido recortado inopinadamente media melena, casi bob desde siempre. Era un corte cuadrado, sin personalidad ni estilo. Llevaba ese corte desde los tiempos de la escuela y nunca se le había ocurrido variar. Lo solía recoger en una coletita y a veces hasta se lo cortaba ella misma en casa. Lo cierto es que era bastante despreocupada en cuanto al cabello se refiere. Nunca le había otorgado demasiada importancia. ‘Los chicos se fijan en otras cosas’, pensaba una y otra vez.

Olivia se armó de valor y un tanto excitada por lo que iba a hacer se puso unos tejanos, unas sandalias y una camiseta de tirantes y emprendió el corto camino hacia su deseado corte.

Mientras bajaba las escaleras de su casa dudó una y otra vez, pero ya no había marcha atrás. La decisión estaba tomada. No obstante solicitaría al peluquero que no rapara más allá del cuatro, quería un corte apurado pero no rapado.

Cuando Olivia empujó la puerta y apareció turgente en la escena fue como si un eclipse se hubiera apoderado del salón, tal fue la sorpresa de los que allí se encontraban. Jamás una mujer sola había cruzado esa puerta, si acaso la esposa de algún cliente, aunque no solía ser habitual. Aquel local era una especie de sancta santorum, un refugio para los hombres del barrio, donde se reunían y hablaban de sus cosas.

El salón era más bien pequeño, con dos sillones de barbero clásico y dos sillas de mimbre para esperar turno. En la pared había posters de equipos de fútbol y motoristas. En una pequeña mesita al lado de los sillas de mimbre se apilaban un montón de periódicos deportivos y revistas masculinas, al lado de un cenicero atestado de colillas. El olor en el salón era fuerte, como a pelo quemado y recién cortado.

Su sorpresiva presencia causó unos instantes de incómodo silencio que se encargó de anular el propio Gonzalo:

– Hola, buenos días. ¿Qué deseaba señorita?

Olivia temerosa y como despistada tardo unos segundos en responder, pero al final lo hizo con decisión:

-¿Quién es el último?

Gonzalo redobló su gesto de sorpresa y pretendió sacar de su supuesto error a la joven.

– Me parece que se ha confundido. Esto es una peluquería.
– Claro y vengo a cortarme el pelo.

Gonzalo no salía de su asombro.

– Si pero esto es una peluquería masculina, de caballeros.
– ¿Y no pueden cortar el pelo a una mujer?

Olivia se sentía cada vez más caliente y nerviosa pero no quería echarse atrás, quería verse liberada de esa mata de pelo, verse otra.

– Claro que podemos, pero he de decirle que aquí practicamos un tipo de corte muy especial.
– Ya lo sé. He visto salir y entrar a mucha gente de este local. Vivo allí mismo, enfrente y sé que aquí se suele hacer cortes muy cortitos.
– Rapados, señorita.
– Bueno, cortitos, eso.
– ¿Y bien?
– Pues que vengo a eso, a cortarme el pelo cortito.

Gonzalo alucinaba. En 20 años de profesión, desde la época de la mili en Ceuta había podido despoblar de cabello a decenas de miles de hombres pero jamás a una mujer…

– ¿Está segura señorita?
– Por supuesto.
– Esta bien, espere turno. Estaré con usted en quince o veinte minutos.

Oliviá ingresó en el local y se acomodó en uno de los sillones de mimbre. Al lado de ella se encontraba un joven de unos 30 años con el pelo al uno. Ella pensó que el joven ya había terminado su sesión y que posiblemente se encontraba esperando a la persona que estaba siendo atendida en ese momento.

– ¿Usted ya ha terminado, verdad? O sea que soy la siguiente.
– No, no, que va. Yo voy ahora, en cuanto acabe con el señor.

La joven se quedó estupefacta. ¡¡¡¿Qué pelo se podía cortar un joven que lo llevaba a uno en todo en cráneo?!!! ¿Qué es lo que llevaba a esa gente a rasurarse una y otra vez?

Aunque el ambiente se encontraba bastante enrarecido, Olivia trató de abrir conversación con el joven.

– Pero, si lo llevas muy cortito ¿no?
– Me gusta al cero. Vengo puntualmente todas las semanas para que Gonzalo me rape- Respondió contundente.

Olivia ya no volvió a abrir la boca y hasta comenzó a asustarse. Quizá no había sido una buena idea. Mientras tanto, Gonzalo estaba terminado con un señor de unos 50 años de bonito pelo cano. Le había pasado la máquina hasta cinco veces por la nuca y los laterales. Y aunque la máquina ya no arrastraba más pelo lo hacía una y otra vez, como un tic nervioso, como una manía, como un ritual, como un vicio. La parte superior del cabello del señor había quedado reducida a un cepillo al dos, cuadrado y uniforme. Por la capa yacían pequeños grupos de pelo recién rapado. Gonzalo perfiló el trabajo con la navaja. Lo cierto es que el cliente estaría mucho más guapo con el cabello más largo, ya que era de un color plata muy bonito, pero en la peluquería de Gonzalo no había opoción. Al uno, al dos o al cero.

Le llegó el turno al joven. Se levantó raudo hacía el sillón de ‘El pelador’ y en el breve trayecto dedicó una mirada de complicidad a Olivia. El joven se sentó tranquilo y le fue colocado la capa azulona en torno al cuello.

– Bueno, Juan, Lo de siempre, ¿no?- Preguntó el peluquero con un toque de ironía.
-Descabella. Y date prisa que me está esperando mi novia desde hace un cuarto de hora.
– No te preocupes chaval, que yo acabo con esto en dos minutos.

Y así fue. El diestro peluquero amarró la máquina con seguridad y le quitó la guía que había utilizado anteriormente. La hizo rugir y la depositó sobre el cráneo del joven. Una y otra vez recorrió la cabeza del muchacho dejándole pelado al cero ante la ya excitadísima mirada de Olivia. En breves minutos habría acabado y sería su turno.

Cuando hubo terminado con el joven el peluquero sacó un espejito y lo colocó detrás de la nuca del joven para que cliente comprobará que el rapado había sido total el integral. Ni un pelo.

-¿Vale?
– Perfecto.

El joven pagó y salió del local pero antes se despidió de su amigo Gonzalo con un ‘Hasta dentro de unos días’ y dedicar una frase a Olivia. ‘Ahora te toca a ti, reina’. Había llegado el momento.

-Bien, su turno. -Informó el peluquero como si se tratara de una condena.

Olivia se acercó temerosa al sillón y se dejo caer. Para entonces se encontraba muy nerviosa.

-Bueno, bonita. ¿Qué te hago?
-Lo quiero cortito, muy cortito, pero no rapado.
-¿A qué llamas tu cortito?
-Pues no sé. Nunca me he cortado el pelo tan corto. Lo quiero despejadito por los lados y por detrás y por arriba un poco más larguito para peinármelo hacia un lado.
– Mira te lo vuelvo a decir. Creo que te has equivocado. Esto no es una peluquería de estilismo femenino. Yo corto el pelo a máquina y te aseguro que suelen ser cortes en los que poco hay que peinar. Ya has visto al chaval…
– Ya, ya. Pero es que….
– Tu verás, bonita.- Gonzalo estaba también algo nervioso. Para él también era una situación novedosa y además se encontraba el factor de que no sabía cómo se desenvolvería con tal cantidad de cabello. No obstante trataba de mantener la calma y aparentar seguridad.
– Bueno y ¿Cuánto es lo más largo que me lo puede dejar?- Preguntó asustadísima Olivia.
Gonzalo pusó un gesto de resingnación …
– Mira, no es habitual ver a chicas por aquí. Si quieres, y para que no te impresione demasiado te puedo dejar al dos la nuca y los laterales y al tres la parte de arriba. Con un poco de gomina te quedará muy modernito.
– Pero eso es muy corto ¿no?
-Mira, contigo estoy haciendo una excepción. Pero aquí hago lo que hago y punto y no me hagas perder más el tiempo que tengo más gente esperando. ¿Quieres que te lo haga o no?

Mientras mantenían esta conversación, Gonzalo tocaba una y otra vez la cabellera de su primera clienta.

– Está bien. Hágalo pero no se pase nada más. ¿Eh?

La subasta del cabello había concluido. Comenzaba el trabajo. Cuando Olivia se vio envuelta en la capa azul se notó rara pero excitada a la vez. Por fin algo distinto iba a pasar en su monótona vida.

Gonzalo liberó de la coleta la melena de Olivia y posteriormente sacó del cajón unas grandes tijeras que se hacían notar viejas y con poco uso. Sin mediar palabra con la joven inició su trabajo ante el asombro de ésta. El peluquero comenzó a propinar tijeretazos caóticos por el cráneo de Olivia. La joven se espantó. Estaba siendo literalmente despelucada. Se notaba por lo aleatorio de los golpes de tijera que Gonzalo estaba improvisando y que no estaba acostumbrado a realizar tal operación. Tan pronto sacudía la parte de adelante como que cercenaba un amplio mechón de un lateral. Las crenchas iban cayendo a borbotones. Olivia estaba espeluznada. Gonzalo tomó entonces un peine y peinó hacia delante el pelo sobrante del flequillo de Olivia. Posteriormente lo despachó con la tijera realizando una anárquica línea a menos de dos centímetros desde el nacimiento del mismo. La frente de Olivia había quedado al descubierto y encuadrada en una pequeña hilera de pelo minimalista. Era la primera vez que se veía con un corte de pelo de chico y desde que fue despojada del flequillo sabía que ya no quedaba más remedio que el rasurado, quizá al dos. El peluquero se había pasado. Pero por la emoción del momento, por cobardía o quizá por placer no protestó.

Una vez hubo despoblado de pelo la cabeza, el peluquero sin perder el gesto adusto y severo sacó un viejo cepillo y lo pasó por toda la cabeza nuca y rostro de Olivia. Había pelos por todos lados.

La joven asistía a la operación perpleja y no decía una palabra y mucho menos cuando contempló a Gonzalo amarrar la enorme rasuradora. Había llegado el momento de la verdad. Encastró la guía del dos. ‘Clack’. Sonó como el montar de una pistola. Un sonido seco y metálico que anunciaba algo radical.

Olivia dudó hasta el último momento. Tan sólo tenía un instante para parar lo que iba a suceder, pero finalmente se sobrepuso a la impresión, cerró lentamente los ojos y contuvo la respiración. Cuando el metal de la máquina entró en contacto con la piel de la base de su nuca no pudo evitar estremecerse y hasta tuvo un espasmo. Gonzalo detuvo en seco la máquina que ya había descubierto el cuero cabelludo de un par de mechones.

– ¿Te pasa algo, guapa?

Olivia no supo o no pudo contestar. Estuvo a punto de soltar una lágrima. Se sentía como una monja novicia en el rito iniciático, sólo que en esta ocasión era por pura voluntad.

Gonzalo la vio tan excitada que la propuso parar.

– Mira, si no quieres seguir, lo dejamos. Tampoco he cortado mucho, te despejo la nuquita y te arreglo lo de arriba y santas pascuas.

– No. Continúe. Entienda que no estoy acostumbrada.

‘El pelador’ obedeció a la joven volvió a encender la rapadora. El sonido de la máquina volvió a ocupar toda la habitación. Los dos hombres que se encontraban ya esperando su turno de rasurado no quitaban ojo a la escena. Participaban de ella como voyeurs. No en vano era la primera vez que veían a una mujer en el local de Gonzalo. No daban crédito a lo que estaban contemplando. Crenchas de pelo azabache que caían por la capa hasta llegar mansamente al suelo que se iba recubriendo poco a poco con una suave alfombra de pelo muerto. Jamás habían visto tal cantidad de pelo en el suelo de la peluquería.

Gonzalo hizo recorrer la máquina lenta pero firmemente hasta la coronilla. Olivia se sentía calva, desnuda, descubierta. Pero el sentimiento se hizo más real cuando el pelado empezó por los laterales. Ahora podía ver el resultado. Se veía el cuero cabelludo. Rapada al ras. Y le gustó contemplarse el pelo que aún quedaba un poco más largo en su parte superior.

Gonzalo se despachó a gusto con la joven. Él también estaba disfrutando. Pasó y repasó el rasurado una y otra vez y decidió jugársela…

-¿Qué te parece, bonita? Bien de corto. ¿Prefieres que baje la guía a uno? Yo creo que no te quedaría nada mal. Eres una chica con un rostro muy guapo y seguro que te sienta muy bien.

La joven dudo. Pero entendió que ya era demasiado.

-Está bien así, está bien. No baje ni un milímetro más.

-Bueno, pues vamos con la parte de arriba.

Gonzalo cogió la guía del tres y las sustituyó por la del dos. ‘ZZZZZZRRRRRR’ la máquina comenzó su trabajo y Olivia volvió a cerrar los ojos. ‘El pelador’ amarró fuertemente por el cuello a su clienta y pasó fulminantemente la máquina desde la frente hasta la coronilla , despojando de todo vestigio de cuero cabelludo una buena franja de cráneo de Olivia… y de nuevo paró en seco…

-¡¡¡Oh Dios!!!, ¿Qué he hecho?

Olivia abrió los ojos tras el grito del peluquero y contempló como una parte de su cráneo quedaba absolutamente al descubierto. El peluquero se había equivocado y había colocado la guía del uno.

Ella también comenzó a gritar y a sollozar. Se sentía absolutamente humillada y vejada. El peluquero no sabía cómo pedir disculpas. Se sentía mal. Finalmente tranquilizó a la joven y no tuvo más remedio que seguir su trabajo y rapar toda la cabeza de la joven con la guía del uno. El pelo que iba cayendo rasurado por el rostro de la joven se mezclaba con sus lágrimas.

‘El pelador’ pasó una y otra vez la cabeza de su clienta a la cual no cobraría después de su lamentable error. Lo que antes había sido una pequeña cola de caballo ahora era una zona rasurada al dos que sería al uno en breves instantes para igualarlo con la zona de arriba. Gonzalo se esmeró en su trabajo. Ya que había metido la pata quería que la joven quedara lo más satisfecha posible. Repasó y repasó el cráneo ante los sollozos ininterrumpidos de la joven que, sin embargo poco a poco iba relajándose ante lo inevitable del accidente capilar.

Cuando hubo acabado Gonzalo abrió la navaja y cinceló definitivamente su trabajo. Había acabado con el corte y… con el pelo de Olivia.

– ¿Quieres verte toda?
– Bueno- Respondió resignada la joven.

El peluquero esgrimió el espejito que antes había usado con el joven rasurado al cero.
Olivia, lejos de sentirse fea, abatida o triste, se sintió liberada, nueva. Se paso la mano una y otra vez por su cabeza. Comprobó que su tacto era dulce, suave, uniforme por entero. Era otra Olivia. La rapada Olivia.

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Author: mdj

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