Una historia de por aquí (Robin Hair)

¡Maldita la gracia que me hacía!. Después de una noche patética en la que lo único que saqué en claro fue una tajada monumental, lo que menos me apetecía hoy era acudir al cumpleaños de Jorge. Se lo había prometido y soy de los que cumplen, pero la cabeza me daba tantas vueltas que no tenía ni ganas de levantarme. Bueno, como dicen que una cerveza cura todas las resacas, me acerqué a la nevera, agarré una cerveza y me la bebí mientras me vestía de cualquier manera camino de casa de Jorge.

Al llegar, dos cosas me llamaron la atención: la cantidad de «amigos» que tenía Jorge (otros les llamarían buscafiestas) y una chica imponente que estaba hablando con dos fortachones que daban miedo y que no paran de reír las gracias de la joven. La chica era guapa, muy guapa, pero lo que más me impresionó fue su pelo: moreno, estilo cleopatra y con un flequillo muy corto. Algo en mi interior empezó a moverse cuando la miré detenidamente. A mí siempre me ha encantado el pelo y los peinados y la verdad es que esta chica y su pelo me daban mucho morbo.

Me acerqué a una de las mesas donde se encontraba las bebidas y sin pensármelo dos veces eché mano de la botella de whisky y de una coca-cola. Para mis adentros estaba deseando largarme cuanto antes y así lo hubiese hecho sino llega a ser por los acontecimientos que se desarrollarían posteriormente y que hicieron realidad todos mis sueños.

En una mano, el vaso; en la otra, la coca-cola. Al darme la vuelta para céntrame en cualquier lugar, me di de bruces con la morena de flequillo cortísimo. Me quedé helado, más cuando unas gotas del vaso cayeron en su blusa.
Rápidamente, le pedí perdón y ella, mirándome fijamente dijo:
-Sé que estabas mirándome y he notado que te gustaba.
¡Toma claro! pensé yo. No hay que ser un lince para fijarse en una chica como ella.
Lo que vino después me dejó atónito.
-¿Porqué no nos sentamos y hablamos un rato?, añadió.
-Bueno, ¿Porqué, no?, me dije y, cogiéndola de una mano me la llevé hasta una pequeña salita, llena de mirones y buscahembras que no paraban de mirarnos.
Tras las consabidas presentaciones y una vez que estuvimos de acuerdo que estas fiestas eran un coñazo, Lucía, actuando como una vidente me soltó: ¿te gusta mi peinado?
Esta frase me dejó helado, pues siempre he sido muy celoso de mi intimidad y rara vez o casi nunca había hablado de lo mucho que me gustan los peinados y, en especial, el pelo corto.
-Sí, claro, lo tienes muy bonito, apunté todo cortado.
-A mí me encanta el pelo; el tuyo también pero me gustaría hacerme un corte distinto ¿Qué te parece?
Al principio pensé que se estaba cachondeando de mí, pero con el paso de los minutos me di cuenta de que hablaba muy en serio.
Al terminar la fiesta y bajo las envidiosas miradas de casi todos los presentes, salimos a la calle, la acompañé a casa y en la puerta de su portal dijo lo que, tenía ganas de soltar durante toda la noche.
– Tengo una amiga que tiene una peluquería y, aunque mañana es domingo, estoy seguro que no le importará abrirla para nosotros. Me gustaría que vinieses y así verás el nuevo corte de pelo que tengo previsto hacerme.
De camino a casa, sólo me rondaba una idea en la cabeza: Esta tía me ha estado vacilando, he caído en la trampa y he quedado como un imbécil al contarle todas mis intimidades relacionadas con mi interés por el pelo. Voy al olvidarla y mañana será otro día.
Como es lógico, no pude olvidar esta conversación, ni durante la noche, ni durante toda la mañana siguiente.
A media tarde, ya un poco más relajado, viendo una película de vídeo sonó el teléfono
¿Me vienes a buscar? Te espero
¡Coño! Era Lucía. A ver si va en serio lo que me dijo.
Me vestí apresuradamente y fui en su busca.
Me dijo que había quedado con Elena, que estaría esperándonos en su peluquería. Realmente estaba preciosa. Un vestido escotado. Su pelo muy negro pero, a diferencia del que llevaba en la fiesta, se lo había engominado todo para atrás. Esta realmente muy sexy y a mí me creaba muchísimo y ganas de hacer muchas cosas con esta dulce chica.
Llegamos a la peluquería y tras saludar a Elena, la dueña, entramos. Era una se esas peluquerías muy modernas y muy bien decoradas.
Cuando estábamos dentro, algo me puso en guardia. Lucía y Elena estaba hablando y entre algunas cosas ininteligibles, las oí claramente que hablaban de mí y de no se qué, si estaría dispuesto a hacerlo.
Yo me asusté un poco, más cuando Lucía se acercó y susurrándome al oído dijo: hemos pensado que tú vas a ser el primero.
Todo esto estaba empezando a gustarme bastante, más cuando Elena tenía un cabello muy corto y de color blanco. Me gustaba.
Me senté en un sillón y tras lavarme la cabeza, comenzaron a teñirme el pelo. Como no decía nada, no sabía el color que me estaban poniendo. Mientras duraba el tinte, Lucía empezó a maquillar a Elena.
– Es que soy esteticista profesional.
-¡Ole!, me dije. Esto va bien.
Tras media hora de tinte, pude comprobar que tenía un color rojo intenso, lo cual me dejó de una piedra. Claro, era tan solo el principio. Lucía cogió la maquinilla y me rapó toda la nuca y los laterales, lo cual me hizo experimentar una sensación de sumo placer en todos los sentidos. Con tan sólo la parte alta de la cabeza con el pelo rojo intenso, Lucía, mirándome con una picara sonrisa, me rapó todo lo que quedaba de pelo. Mientras, Elena no paraba de hacer fotos de todo lo que estaba pasando.

Terminada la tarea, Lucía se sentó y aquí es cuando verdaderamente empecé a excitarme. Elena cogió la maquinilla y recogiendo todos los pelos de la parte alta, cortó al dos los laterales y la nuca. Yo creía que estaba en el cielo cuando veía cómo caían los pelos de Lucía al suelo. Posteriormente, Elena empezó recortar a cuadraditos los laterales y la nuca, hasta que, al final, parecía un ajedrez. La orgía de color y de peinados acabó cuando Elena, con la maquinilla, rapó la parte alta de Lucía hasta dejársela al dos.

Estábamos los dos alucinando ya que veíamos cómo disfrutaba Lucía. Elena, por su parte, no perdió el tiempo. Se acercó a mí y me pidió que rapara el pelo al cero, orden que cumplí con prontitud, únicamente lamentando que no se hubiera detenido el tiempo mientras rapaba su linda cabeza y veía cómo sus pocos pelos caían en mis manos. Obviamente, Lucía estaba filmando toda la escena.
Acabada la faena, los tres nos tomamos unas copas de vinos y entonces fue cuando Lucía, en plena euforia etílica, lanzó una apuesta que me dejó atónito ya que estaba ansioso por hacerla realidad. La tarde no acababa más que empezar.

La salida de la peluquería de Elena fue todo un espectáculo. Las personas que se cruzaban con nosotros nos miraban con incredulidad. En esos momentos me vi sumido en una reflexión que antes o después sabía a ciencia cierta que iba a sucederme antes y después y que era el único motivo por el que siempre me acobardaba a la hora de raparme la cabeza, por muchas ganas que tuviese.

Tanto Elena como Lucía y yo éramos personas de los más normal, es decir, no teníamos ninguna connotación pungí, saín o nada parecido. Simplemente nos gustaba y, por qué no decirlo, nos apasionaba el fetichismo de pelo y lo único que habíamos hecho es ejecutar nuestros deseos. No pertenecíamos a ningún grupo tribal ni nada parecido; es más, Elena y Lucía, con sus vestimentas y forma de hablar podrían pasar por unas sencillas «fijas». Yo, parecido.
Por desgracia, sabíamos, o al menos eso intuíamos al ver cómo la gente nos miraba, que esto iba a suceder y que pasarían a encasillarnos dentro de esas tribus a las que respetamos, pero en modo alguno, pertenecemos.
Lucía estaba contenta, muy contenta. No sabía porqué pero pronto lo averiguaría.
-Mira, dijo, al principio creíamos que no estabas por la labor pero nos hemos dado cuenta que podemos contar contigo y, si te gusta, unirte a nuestro ya de por sí amplio grupo ¿Vienes?
Valla pregunta, pensé. Pues claro.
Era domingo y las calles a esa hora de la tarde bullían de gente. Subimos a mi coche y Lucía me orientó hacia las afueras de Madrid, concretamente a un chalet enorme en las cercanías de un pueblo de la sierra madrileña. No pregunté de quien era.
-Para, dijo. Bajamos del vehículo y antes de entrar en el chalet, Elena se adelantó y mirándome a lo ojos me advirtió:
-Sé que lo que vas a ver te va a gustar, esperamos no defraudarte.
Al entrar, nos abrió la puerta una chica con la cabeza absolutamente rapada. Una vez dentro puede comprobar una especie de club de los fetichistas del pelo. Y algo más…

Todas las personas que allí se encontraban, que no eran pocas, eran gente corriente. Algunos más lanzados que otros pero, a la larga, todos bajo el denominador común de su pasión por el pelo. De la mano de Lucía fui recorriendo el salón y varias habitaciones y una cosa despertó en mí especialmente la atención. Varias salas estaban dedicadas al maquillaje; otras a cursos intensos de peluquería y otras a ambos.
Un poco desconcertado pregunté a Lucía por este hecho y la respuesta fue obvia y lógica:
-El fetichismo de pelo tiene un fuerte componente de belleza estética. Aquí muchas chicas y chicos, al tiempo que fantasean con sus cortes también se animan a que les maquillen. No son homosexuales o lesbianas, ni mucho menos, sino simplemente una expresión más del sentimiento de belleza estética que muchas y muchos llevamos dentro ¿Tu no?
– Pues no, dije con resolución.
– Igual cambias de opinión con el paso del tiempo.

La velada fue especialmente agradable. La verdad es que me arrepentí de haberme cortado el pelo al cero ya que envidiaba los numerosos cortes que veía hacer, entre ellos destacaban dos: las chicas con sus nucas rapadas o con el pelo al dos y los chicos con los laterales y la nuca casi al cero y una pequeña mata de pelo en la parte superior.
La verdad es que a lo largo de la tarde, en algunos instantes, me dio la sensación de que los que estábamos allí parecíamos como otros grupos que tienen que esconderse para hacer realidad sus inocentes fantasías, pero este deprimente pensamiento se fue volatilizando con el paso de la tarde.
Se hacía de noche. Estaba entusiasmado. Había podido cortar el pelo a dos chicas y sentir cómo caían sus melenas. Otras chicas, a mi lado, también estaban disfrutando pues, una vez cortado su pelo, se lo habían pasado de lo lindo cortando el pelo al uno a dos jóvenes.
Terminada la jornada, salimos. Antes Lucía consiguió lo que quería: me inscribí en un curso de peluquería y en otro de maquillaje.

Han pasado unos cuantos meses de todos estos. Lucía, Elena, y yo somos grandes amigos, así como otros conocidos en el chalet donde nos reunimos todos los domingos y llevamos nuevos «adeptos».
Simplemente y como dicen por ahí «estoy en mi salsa».

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Author: mdj

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