Carla y Jorge (me rapo)

Habían estado saliendo juntos durante más de dos años, por lo que él creía que conocía a su novia bastante bien. Llevaba tiempo contándole sus fantasías sexuales, pero ella parecía no ser muy receptiva. Y su obsesión por las mujeres rapadas no dejaba de crecer, de manera que su deseo llegaba a los límites de lo racional.

Esa tarde habían estado bebiendo en casa de ella, mientras veían una película porno. Los dos estaban aparentemente bastante entonados, por lo que él hizo un intento más para convencerla de que le dejara satisfacer su principal fantasía: raparla.

» Carla – le dijo – estarías mucho más atractiva si te raparas esa cabecita. Ya sabes que es lo que más deseo en este mundo, cariño.» Lo dijo sin mucho convencimiento, esperando de ella una respuesta del tipo «Estás loco» o algo parecido.

Pero no. Ella le respondió: «Lo he estado pensando, y creo que lo haría con una condición..». El saltó como accionado por un resorte, y le replicó: «La que sea, dime qué condición !!». A lo que ella le contestó: «Que seas mi esclavo sexual.»

El se quedó atónito. No podía salir de su asombro. «¿Que sea su esclavo sexual?» – penso para sus adentros – «¿Qué querrá decir con esto?». Pero su excitación era tal que, casi sin querer, un impetudoso «Vale, de acuerdo» salió de su boca antes de que pudiera seguir dándole vueltas al asunto.

«Muy bien, pues. Pongamos manos a la obra.» le contestó Carla. Se levantó y se dirigió a un cajón del que sacó una máquina de cortar el pelo. Nueva y reluciente. «Cógela y haz lo que quieras con ella. Pero recuerda que después, serás mi esclavo.»

El se levantó y le pidió que se desnudara y se sentara en una silla. Así lo hizo ella. El estaba tan nervioso que le costó encontrar un enchufe para conectar la máquina. «¿ Estás segura, cariño ?» le preguntó. «Yo sí. El que tiene que estar seguro eres tú, Jorge.» El conectó la máquina y le pidió que agachara un poco la cabeza, y empezó a raparla por la nuca. Largos mechones de pelo empezaron a caer al suelo, mientras él iba excitándose cada vez más. Siguió avanzando con la máquina, por los laterales de la cabeza, y más y más mechones fueron cayendo. Él estaba loco de placer viendo cómo la cabeza de su amada iba quedando rapada.

Mientras, ella parecía disfrutar del momento. Sus pezones se habían vuelto duros. Y, inesperadamente para él, de su boca empezaron a salir gemidos de placer. «¿ Te gusta ?» le preguntó él. «Muchísimo, cariño.» le contesto ella, y añadió «Nunca habría dicho que esto me pudiera excitar como lo está haciendo.»

Jorge siguió rapando, hasta que la cabeza de Carla quedó limpia de pelo. Su excitación era máxima. Entonces, ella le dijo «¿Te importaría raparme también el pubis?», a lo que él respondió conectando de nuevo la máquina y empezando a raparle su zona íntima con mucho cuidado. Cuando creía que ya había acabado, ella le dijo: «Pensándolo bien, el rapado no me favorece tanto como un afeitado. ¿Querrías afeitarme la cabeza, cariño?». Mientras le decía eso, se levantó y del cajón sacó una brocha de afeitar y una juego de maquinillas de doble hoja. Jorge estaba ya alucinando. «Quiere que la afeite !!» Esto es más de lo que nunca habría soñado conseguir, de manera que no se lo pensó dos veces antes de coger lo que ella le ofrecía y le pidió que se sentara nuevamente en la silla.

El suelo estaba sembrado de mechones de pelo. Sin siquiera barrerlos, él se dirigió al baño, de donde cogió una toalla y donde encontró también un recipiente que llenó de agua caliente. Llenó la cabeza de Carla de espuma y la esparció bien con la brocha. Acto seguido, empezó a pasar la maquinilla cuidadosamente, dejando la cabeza de su amada afeitada, suave, dramáticamente lisa.

Ella empezó a masturbarse mientras él le estaba afeitando la cabeza, con lo que él se excitó aún más si cabe.

Cuando hubo acabado, ella le pidió que hicieran el amor. No hizo falta que insistiera, puesto que Jorge estaba tan excitado que la llevó al orgasmo con poco esfuerzo. Después de hacer el amor, ella le dijo. «Ahora es mi turno, ¿no?»

El respondió: «¿Tu turno?, ¿Qué quieres decir?». «Ahora eres mi esclavo sexual, ¿recuerdas?» le replicó ella. «Sí, claro», dijo Jorge, sin imaginar qué podía venir después. Estaba tan satisfecho que no parecía importarle que quería ella hacer con él.

«Bien. Yo tengo ahora un aspecto algo inhabitual. Me has afeitado la cabeza. Creo que tendrías que empezar pasando por lo mismo.» dijo Carla. «Hostia !!» pensó Jorge, al tiempo que intentaba objetar algo «Pero, … cariño, yo no puedo raparme, el trabajo…..»

«Haberlo pensado antes, cariño. Yo también tengo mi trabajo, y tendré que ir con la cabeza afeitada. Así que, siéntate en la silla, que voy a raparte.» le contestó. Él se sentó en la silla y ella conectó la máquina. Su zumbido empezó a llenar el silencio de la habitación. Aplicó la máquina en la frente de Jorge y rapidamente la pasó en dirección a la nuca. Una franja blanca apareció en la cabeza de Jorge: había empezado su proceso de sumisión. De forma pausada y continua, ella fue pasando la máquina por la cabeza de su novio, hasta dejarla limpia de pelo y, aunque él se había quejado, vio cómo tenía una erección mientras sus mechones de pelo se unían a los de Carla en el suelo.

«Estás muy bien así Jorge, pero creo que también voy a afeitarte esta cabecita.» le comunicó Carla. «Horror» pensó Jorge, «esto se pone peor de lo que pensé». Ella ya habia sacado un tubo de crema del cajón y había empezado a frotar su cabeza. El le dijo «¿Qué crema es esa, cariño? No huele como la que me diste para tí…». Ella respondió: «Calla. No huele igual porque no es la misma. Esto es crema de depilación. Vas a estar una temporatida calvo, cariño.»

La excitación inicial dio paso a la alarma más profunda. «¿Me estás poniendo crema para depilar?» preguntó incrédulo. «Claro. Eres mi esclavo, y quiero que lo recuerdes cada vez que te mires al espejo.» contestó ella, mientras empezaba a retirar la crema depilatoria con una espátula, llevándose lo poco que la máquina de rapar había dejado en la cabeza de Jorge. Cuando acabó, limpió su cabeza cuidadosamente y le aplicó un aceite suavizante, hasta que la piel lisa se puso brillante.

«Ahora, dúchate, cariño que vamos a salir.» dijo Carla, en tono autoritario. El, ya en su papel de sumiso, no rechistó y entró en el baño para ducharse. Le llevó un buen rato acostumbrarse a su nueva imagen, aunque experimentó mucho placer al acariciarse una y otra vez su ahora rasurada cabeza. Al salir del baño, ella lo estaba esperando. Se había vestido con un vestido ajustadísimo de cuero negro, muy corto, que él no recordaba haber visto antes. Estaba increiblemente atractiva, y su sola visión le produjo una erección instantánea. Con el vestido, llevaba unas botas altas negras y unas medias de rejilla que la hacían aún más atractiva. El conjunto resaltaba de forma increible la belleza de Carla con su cabeza afeitada.

«Anda, entra en el dormitorio y vístete. Te he preparado tu ropa.» le ordenó ella. El entró en el dormitorio y vio que su ropa había desaparecido. Encima de la cama ella le había dejado su nueva ropa. Encontró unos pantalones de cuero negro, una camiseta y una cazadora, también de cuero. No había ni rastro de ropa interior.

Cogió los pantalones para ponérselos y vió, sorprendido, cuan raros eran. Nunca había visto algo así. Eran de cuero negro y brillante, muy ajustados. Olían a cuero nuevo. Sin bolsillos, tenían una abertura en su parte frontal, por la que él tuvo que deslizar su pene, que quedó ostentosamente colgando en la parte delantera del pantalón. Alrededor de la abertura circular por la que salía su pene, unos cierres de presión permitían acoplar un triángulo – también de cuero negro reluciente – con el que cubrir el pene. Por la parte trasera, había una cremallera que cerraba el pantalón, con un cierre de botón encima de la cremallera.Abrochó la cremallera y luego el botón. Seguidamente, aplicó el triángulo negro sobre su pene y lo cerró con los cierres de presión. Se miró en el espejo y vió que, después de todo, los pantalones le quedaban increiblemente bien.

A continuación, se puso la camiseta. Era una camiseta sin mangas, de lycra y muy ajustada. «Pareceré gay.» dijo para sus adentros «Rapado, con estos pantalones, …. Se ha vuelto loca. No es la Carla que conozco.» Se agachó para ponerse el calzado que le había dejado: unas botas de cuero negro tipo militar. Al agacharse, se dió cuenta de cuan ajustados eran esos pantalones, lo flexibles que resultaban y lo mucho que de ajustaban a su cuerpo. Se puso de pie, se puso la cazadora y salió del dormitorio. Ella lo estaba esperando.

«Estás muy atractivo, cariño» le dijo ella. «Vámonos». «¿A dónde?» preguntó él. «Ya lo verás. Eres mi esclavo: simplemente haz lo que te digo.» le respondió ella haciéndole un guiño.

Salieron del piso, cogieron el ascensor y salieron a la calle. Estaba oscureciendo. El sintió un súbito arrebato de vergüenza, al ver que al empezar a caminar algunas personas se giraban para mirárselos. «Normal» pensó él, «con estas pintas».

Cogieron el metro y fueron al centro de la ciudad. Ella lo llevaba de la mano. La gente no paraba de dirigirles miradas curiosas. Se adentraron por callejuelas, hasta que ella se paró delante de una taller de piercings. «Venga, entremos», le ordenó. «Hostias!!, esto va más allá de todo lo imaginable» pensó él. «Espera aquí.» le dijo, mientras de dirigía al mostrador y empezaba a hablar con el que parecía el encargado del establecimiento.

Al poco, ella volvió y le dijo, «Venga, vamos» y lo hizo pasar al interior del establecimiento. El encargado los estaba esperando en la sala del fondo, donde había una camilla de las que se puede encontrar en los consultorios médicos. «Túmbate» le ordeno. El se tumbó sobre la camilla y ella se le acercó. «A los esclavos hay que anillarlos» le susurró al oido. «Ahora me pondré sobre tí, y me vas a lamer el coño hasta comértelo.» le dijo, mientras pasaba una pierna por encima de su torno y le colocaba su zona íntima sobre la cara. El se dió cuenta entonces de que ella no llevaba ropa interior. Empezó a acariciar son su lengua los labios de la vagina, que él había rapado cuidadosamente horas antes. Era una situación extraña. Siguió empujando con su lengua, y ella empezó a gemir de placer. Era el éxtasis. Su amada, vestida de cuero brillante y ajustado, con su hermosa cabeza afeitada y él lamiéndole el sexo, haciendo que se excitara.

En ese momento, notó que alguien le quitaba el triángulo de cuero que
tapaba su pene, y se lo agarraba con decisión. Antes de que pudiera
acordarse de que estaba tendido en una camilla en un establecimiento de
piercings, notó un pinchazo en la punta de su pene que le hizo
estremecerse. Ella estaba a punto de tener un orgasmo y él sentía cómo se
estremecía de placer. Notó una ligera fricción en su pene y, en ese momento,
ella tuvo el orgasmo. Fue una sensación única.

Cuando ella apartó su pubis de delante de su cara, él pudo darse cuenta de que el encargado del local le había colocado un enorme piercing en la punta de su pene. Le había colocado lo que él creía recordar que era un Príncipe Alberto, con un anillo de considerables dimensiones. «Dios mío» pensó «¿qué voy a hacer ahora con eso ahí?». No notaba dolor, pero no podía apartar su mirada de su ahora perforado pene. Una musculosa mano mantuvo su cuerpo pegado a la camilla, mientras le levantaban la camiseta. La visión de su pene anillado lo había turbado tanto que no se dio cuenta de que le estaban perforando los pezones y le estaban colocando un anillo en cada uno.

Con manos temblorosas, se bajó la camiseta y volvió a colocar el triángulo de cuero que tapaba su pene. Sus piercings podían verse claramente a través de la camiseta, y el triángulo de cuero también dejaba entrever el gran anillo con el que le habían anillado el pene. «Ahora eres mi esclavo, cariño» le susurró ella, «y tu pene estará a mi servicio.»

Escuchó medio aturdido cómo le explicaban los cuidados que debía tener con los piercings que le habían hecho, y abandonaron el local. De vuelta a la calle, los transeuntes les dirigían miradas, algunas curiosas, otras de desprecio, otras curiosas.

Jorge empezó a darle vueltas a cómo había cambiado su vida en pocas horas. Había satisfecho su mayor fantasía: su novia había dejado que le afeitara la cabeza. Estaba más hermosa que ninguna mujer que jamás hubiera soñado poseer. Pero ahora él tenía también su cabeza afeitada (y con la perspectiva de que el cabello no creciera durante una buena temporada), iba vestido con una indumentaria que nunca hubiera pensado que llevaría y le habían perforado el pene y los pezones para ponerle unos piercings que no sabía cómo iba a disimular ante sus conocidos. Y lo peor de todo es que la situación, que para otro hubiera sido humillante, lo excitaba.

Entonces, ella le dijo: «Cariño, con ese pene no vas a poder hacer gran cosa durante un par de semanas, ¿sabes?». «Claro», respondió él. «Tengo la solución», dijo ella, y añadió: «Volvamos a casa».

Cogieron el metro de vuelta al piso. Al llegar, tan pronto cruzaron el umbral, ella le susurró: «Vamos a hacer el amor ahora, cariño. Siempre he deseado follarme un esclavo rapado y anillado.» El se estremeció de placer, y le dijo «Sí, amor mío. Soy tuyo. ¿Qué deseas hacer conmigo?». «Ya lo verás, cariño. Entra en el dormitorio y quítate la cazadora, pero nada más.»

Jorge entró en el dormitorio y se quitó la cazadora. Ella entró, se arrodilló delante suyo y le quitó cuidadosamente el triángulo de cuero que cubría su anillado pene. Lo cogió en sus manos y empezó a acariciarlo. Jorge empezó a experimentar una erección que, para su sorpresa, no le provocó dolor alguno. Ella introdujo el pene en su boca y empezó a lamerlo y chuparlo con insistencia. Él empezó a acariciar su hermosa cabeza afeitada. Carla se estaba excitando: quería comerse una polla anillada y lo había conseguido. Jorge estaba excitándose hasta el éxtasis, y no pudo resistir más: eyaculó como nunca lo había hecho antes. Había oido decir que el Príncipe Alberto proporcionaba eyaculaciones muy potentes, pero no habría podido imaginar que él las podría experimentar.

Ella retiró el pene de su boca y le dijo «Quiero follarte». Se levantó abrió un cajón, del que sacó un consolador doble. Sin que él supiera qué decir, ella le bajó la cremallera del pantalón, dejando su culo al descubierto. Empezó a introducir en su vagina un extremo del consolador, mientras untaba con crema lubrificante el otro extremo. El no sabía qué hacer, ni qué decir.

Carla empezó a acariciar el culo de Jorge, mientras con su mano izquierda le masajeaba el pene anillado. Jorge no podía creer lo que le estaba pasando. Cuando su pene empezó a ereccionar de nuevo, ella lo penetró con el consolador y le susurró al oido: «Ahora sí que eres todo mío, mi amor. Eres mi esclavo, mi razón de ser. Dime que te gusta, amor.» Y él, mientras su ama lo penetraba y le acariciaba su pene anillado, le respondió gimiendo: «Claro que me gusta, amor. Soy tuyo.» Ya no era un hombre libre, era un esclavo sexual de una belleza con la cabeza afeitada.

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Author: mdj

1 comentario

    como me gustaria que mi pareja me lo hiciera a mi y ser su exclavo sin rechistar y me marcara de la forma que hella quisiera y con quien quisiera en hora buena para los dos disfrutar y realizar todas las fantasias que querahis.

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