Cita con el destino I (Braveheart)

Eran las tres y media de la tarde, el sol de Agosto descargaba toda su fuerza sobre el asfalto de la ciudad, provocando una vaharada de aire caliente con olor a alquitrán, casi irrespirable, que junto con los cuarenta grados que hacía a la sombra y la humedad de casi el ochenta por ciento, hacia que nuestra marcha hacia la peluquería fuese una Odisea entre una jungla de hormigón.

María tenía la cita a las cuatro de la tarde y aunque la peluquería se encontraba a tan solo diez minutos, preferíamos llegar con tiempo y esperar un poco disfrutando del aire acondicionado de ésta, antes que hacer esperar a Cristina, la peluquera.

María siempre había llevado el pelo en una melena que descansaba sobre los hombros, unas veces un poco más largo y otras un poco mas corto, pero siempre por debajo del nacimiento del pelo en la parte de la nuca, la cual llevaba siempre lisa, ya que María tenía el pelo fuerte y abundante, pero lo suficientemente vicioso como para no poder rizárselo y tampoco dejárselo al natural, porque si a eso le sumamos la gran cantidad de pelo que tenia, el resultado era una melena inflada y ondulada, la cual odiaba desde pequeña.

Tan sólo dos veces se lo había cortado más corto, una hace 10 años, cuando tenía 15, en la cual la peluquera se lo corto dos o tres dedos más de lo habitual y le rapo al dos la parte de cogote que quedaba visible, y la otra hace cuatro años, cuando pasó el desastroso acontecimiento:

María estaba muy contenta con su larga melena, que se había dejado crecer hasta algo menos de media espalda, lo más largo que recordaba desde que hizo la comunión, y tenía pensado dejársela un tiempo con esa longitud, pero la incesante humedad y el extremo calor que hacía ese verano, habían cambiado su opinión hacia su melena.

Antes le daba igual los tres cuartos de hora que tardaba en secarse y alisarse el pelo, ya que los resultados eran de peluquería profesional, sin embargo la humedad propia de una ciudad costera, hacía que una hora después lo tuviera ondulado e inflado como si no se lo hubiera alisado, por lo que en cuanto empezó el verano optó por no alisárselo y lo llevaba siempre recogido en una cola.

Así que de repente pasó de adorar su pelo, a odiarlo y ver todas las desventajas que meses atrás había pasado por alto. Ya no aguantaba el tardar más tiempo lavándolo, los tirones que se daba al pillarlo entre su espalda y el respaldo cada vez que se sentaba o los que se producía ella, cuando estábamos abrazados y movía un poco la cabeza, el tener que cepillarlo todos los días y como no el calor: era raro el día que no se levantaba empapada en sudor.

Estaba decidida: se iba a cortar su hermosa melena. Tenía pensado ir a la peluquería y dejarse una melena clásica como había llevado siempre. Y ahí fue donde entre yo en escena.

Tenía ganas de que cambiara de peinado, yo sabía que esa mirada dulce y esa bonita sonrisa se merecían algo más que la clásica melena que había llevado toda su vida, la cual, aún llevando un flequillo que rozaba sus cejas, le tapaba gran parte de su cara debido a la gran cantidad de pelo que poseía. Además me encantaba su cuello, el cual como un imán atraía mis labios hacia su nuca.

Intente convencerla de que se lo dejara corto, pero no excesivamente corto, puesto que no accedería a tener un flequillo por encima de la mitad de su frente, y aunque no compartía su obsesión con el tamaño de su frente, si reconocía que el flequillo la favorecía y que un corte muy extremo tampoco quedaría bien con sus orejas, que aún no siendo muy grandes, quedaban un poco más separadas de la cabeza debido a las gafas que llevaba.

Así que insistí en un corte de pelo cortito, con los laterales y la parte trasera más cortos, pero sin llegar a usar la maquinilla, con uno o dos dedos de longitud y la parte de arriba uno o dos dedos más larga para que no terminara en un flequillo un poco más corto que el que llevaba siempre, pero sin excederse.

Lo intenté una y otra vez, pero sin éxito, aludiendo a lo bien que le quedaría, lo fresquita que estaría, etc… hasta que le di en su fibra sensible, me había dado cuenta que siempre se quedaba mirando a cualquier chica con el pelo corto que viésemos por la calle, unas con cara de fascinación, de aprobación o de desagrado si era excesivamente corto o no le quedaba bien, así que se lo dije y reconoció que desde hacia unos meses tenía el deseo de llevarlo así, pero que lo había reprimido por miedo a que le quedara mal, ya que era un cambio muy radical y tardaría en volver a tenerlo otra vez largo.

Así que yo le di el empujoncito que le hacia falta y al final se decanto por el cambio, aunque el cambio, por desgracia, no fue tan satisfactorio como pensamos, puesto que sus nervios le jugo una mala pasada.

Durante el camino empezó a dudar y a ponerse algo nerviosa por lo que iba a hacer, ya que era un cambio muy drástico y nunca lo había llevado así, pero por suerte yo estaba con ella y fui su piedra de apoyo, dándole ánimos y consiguiendo que se relejara, pero cuando terminaron de lavarle su larga melena, los nervios comenzaron a apoderarse de ella, creciendo mientras que le ponían la bata y la capa, creciendo mientras le peinaban el pelo hacia atrás y llegando al límite cuando la peluquera le pregunto como lo quería.

– ¿Cómo te lo corto? – le pregunto la peluquera.
– Pues corto – le contestó.
– Pero como lo quieres, ¿cómo de corto exactamente? – en ese momento los nervios fueron apoderándose de toda la seguridad que le había proporcionado antes.

– Pues corto por los lados y por detrás y largo por arriba – consiguió articular en tono bajo.

– Pero cómo, ¿a tazón? Te va a quedar mucha diferencia de largo de uno a otro, ¿estás segura de que lo quieres a tazón? – le volvió a preguntar la peluquera de forma autoritaria, consiguiendo poner más nerviosa a María.

– No, no, – contesto rápidamente con miedo – a tazón no, corto por los lados y largo por arriba pero sin que sea a tazón.

– No sé como quieres exactamente, pero si quieres te voy cortando y tu me vas diciendo si te va gustando o si te corto más – acordó finalmente la peluquera sin esperar respuesta y poniendo más nerviosa a María.

Justo cuando María iba decirle que mejor le dejase una melena clásica como la que había llevado siempre, está le agacho la cabeza y comenzó a cortarle el pelo a la altura de la nuca y a tirar los mechones a un lado y otro sin miramientos. María no podía creerlo, y consiguió recoger la poca entereza que le quedaba para no perder los nervios y ponerse a llorar desconsoladamente.

María veía a través del espejo los largos mechones que le acababa de cortar la peluquera y que yacían en el suelo, húmedos, inertes, como los hilos sobrantes que una modista tiraba al suelo sin compasión, así como los que se unían a ellos, que aún siendo de menor tamaño tenían mayor impresión en ella, pues eran de la parte trasera de la cabeza que estaba siendo rebajada sin piedad por la peluquera y la cual no veía sus resultados.

Yo desde mi asiento intentaba disfrutar del corte, pero al ver la cara de serenidad fingida que tenía María, comprendía lo que estaba pasando por su cabeza, y consiguió transmitirme su nerviosismo, siendo el mío incluso mayor, pero tuve que mantener una apariencia de seguridad para que ella no se pusiera más nerviosa aún.

Mientras tanto la peluquera seguía con su trabajo. Después de cortar los largos mechones, comenzó a cortar mechones más cortos por la zona de atrás para seguir luego rebajándole el cogote de forma dinámica con la ayuda de una peine que iba levantando el pelo a la par que iba contándolo con otras tijeras. Siguió recortando todo el pelo y degradándolo con unas tijeras de entresacar.

El resultado fue una especie de bob con un flequillo desfilado y no muy corto, cuyos laterales por la parte de delante tenían una longitud tal que podían ser pillados detrás de las orejas y la nuca rebajada completamente, comenzando con una longitud de un dedo y creciendo de forma progresiva hasta la altura de las orejas.

La verdad es que la peluquera no hizo un mal trabajo, no le quedaba mal, siempre y cuando lo llevase mojado o con gel, porque cuando lo dejaba al natural se le abultaba mucho y tenía que estar pillándolo con orquillas, porque sino parecía que tenia un casco o peor aun que se había echado medio bote de laca como hacen muchas señoras mayores, además cuando hacia viento las orquilla son eran suficiente, lo tenia tan largo como para que se despeinara toda y le tapase los ojos y tan corto para no poder pillarlo.

Fueron muchos los días en los que se miraba al espejo y se echaba a llorar, y en los que maldecía a la peluquera y el haberse cortado el pelo, y en los que decía que jamás volvería a cortarse el pelo más corto que como lo había llevado toda su vida.

(continuara…)

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Author: mdj

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