Todo por la patria (Franco Battiatto)

El día de primavera en que llegó la carta al buzón fue la jornada más bella y maravillosa de toda la vida de Eva. La misiva llevaba el membrete del Ministerio de Defensa e informaba a la joven que a sus 18 años había sido seleccionada tras haber superado con éxito las duras pruebas a las que había sido sometida para integrarse como recluta en el Grupo de Operaciones Especiales (GOES) del Ejército de Tierra.

Nada más abrir el sobre la adolescente corrió hasta el regazo de su madre y dándola un fuerte abrazo la gritó al oído henchida de felicidad:

– Mamá por fin voy a cumplir mi sueño. ¡Voy a ser militar profesional, como papá!

Eva no cabía en sí de gozo pero no tanto su madre que, a pesar de compartir en cierto modo la alegría de su hija, veía que su niñita se apartaría de su lado para ingresar en un férreo cuartel. A la ausencia de su hijita sumaba la de su marido destinado desde hace más de un año en una lejana misión de oriente con el Ejército.

Según rezaba en la carta recibida, el internamiento de la joven en la GOES debía producirse de manera automática. Había sido citada para dos días después de manera que madre e hija comenzaron a preparar todo lo que necesitaría ya que la joven estaría en el campo de reclutas más de tres meses. Todo tenía que estar perfectamente pertrechado y no podía fallar nada.

Las dos prepararon toda la documentación requerida y un pequeña mochila con algo de ropa, efectos personales y un necessaire con artículos de aseo personal. Cuando hubieron acabado la madre miró fijamente a los ojos de su hija y abordó un tema que resultaba espinoso y que ya habían tocado en más de una ocasión desembocando en agrias discusiones.

Bueno, Evita, debes pensarte lo del pelo…

Eva lucía una pobladísima y voluminosa melena castaña bastante fosca y medio rizada que conservaba desde niña y que sometía y ceñía en una disciplinada trenza de raíz. De todos los esfuerzos que tenía que realizar para alistarse en el Ejército, el desprenderse de algunos centímetros de esa melena era lo que más le dolía y costaba. La madre, consciente de lo duro que resultaba para su hija aquella decisión, trataba de ayudarla:

– Bueno , Evita, ya sabes que el reglamento de las GOES no os obliga a las chicas a cortaros todo el pelo. Podéis llevarlo recortadito a media melena y recogidito en una coletita así que no es para tanto. Y luego crecerá. Ya verás… no es para tanto, niña.

Pero para Eva era “para tanto”. Con sólo imaginarse unas tijeras cortando unos centímetros de su melena se ponía pálida y sudorosa. De hecho sólo se cortaba el pelo una vez al año y tan sólo las puntas para volver automáticamente a encorsetarlo en su sempiterna trenza de raíz que la crecía desde la frente y hasta el fin de su espalda a lo Lara Croft. Su pelo era lo más preciado para ella y ahora para cumplir su sueño debía prescindir forzadamente de parte de él. Después de pensárselo y tras varios requerimientos de su mamá Eva asintió y entendió que tenía que cortarse su espléndida melena, a todas luces excesivamente llamativa por mucho que estuviera recogida en una trenza, en un acuartelamiento tan recio como el de las GOES. Jamás hubiera pasado inadvertida en ese recinto y posiblemente fuera obligada a cortárselo allí mismo algo que de sólo imaginarlo le hacía temblar.

Al instante la madre destrenzaba lentamente la poderosa cabellera de su hija en el cuarto de baño y procedía a lavársela con gran profusión de champú y crema capilar. Posteriormente la condujo al salón y allí la sentó en un taburete de los de cocina. Prefirió realizar el corte en el salón porque no había espejo alguno y evitaba de esa manera que la joven sufriera más de la cuenta visionando la sesión.

La madre colocó una pequeña toalla de tocador sobre los hombros de su hijita y procedió a peinar de adelante hacia atrás la gran melena de su hija. Comprobó que, desanudada y pese a que era más bien rizada, su longitud superaba con mucho los riñones de su hija. Verdaderamente se trataba de una masa de pelo verdaderamente apabullante.

– Por favor Mamá, Hazlo rápido y corta sólo lo preciso – Suplicó implorante la joven.

Su madre pensó la manera de hacerlo todo más llevadero y se acercó entonces a la cocina. Al minuto regresaba esgrimiendo al aire las tijeras del pescado.

– Creo que con esto lo haré mejor y más rápido. Porque lo tienes tan fosco que con unas tijeras normales tardaría mucho más.

Eva comenzó un llanto que no cesó hasta que la madre hubo terminado el trabajo.

– Lo siento hija, pero prefiero hacerlo yo a que te dejen el pelo como los rapados que le hacen a tu padre. Así te dejarán pasar, ya verás…

Y acto seguido comenzó a hacer funcionar las tijeras trazando una línea horizontal de oreja a oreja atravesando el cuello por la base de la nuca. El cabello descendía en larguísimas crenchas de casi medio metro al suelo en sucesivas oleadas, las que marcaba la acción de la tijera. Ras, raas, raaas, raaaasss. La joven que sentía la acción de las tijeras no dejaba de llorar.

Ya está, mona. Ya he acabado. Y para ya de llorar que te vas a deshidratar.

Pero Eva no hacía más que mirar al suelo y llorar. La joven se paso la mano por el cuello y al notarlo descubierto redobló su llanto. Posteriormente se puso de pie abrazó nuevamente a su madre y no fue capaz de articular palabra.

(…)

Al día siguiente madre e hija se despedían a las puertas del acuartelamiento de las GOES en cuya puerta se podía leer en un cartel con grandes caracteres: “Todo por la Patria”. “Hasta el pelo”, pensó Eva que había recogido su nueva mini-melena en su habitual y disciplinada. trenza de raíz.

Cuando Eva pisó por primera vez el cuartel sintió una mezcla de nerviosismo y excitación. Era algo prohibido pero a la vez largamente deseado. Fue conducida por un joven a una habitación donde otros jóvenes esperaban. Se trataba de unos treinta chicos y tres chicas. Eran los nuevos reclutas de las GOES. Todos tenían el mismo gesto de susto y timidez escrito en su cara. Todos eran nuevos y no sabían lo que les esperaba allí dentro. Los chicos llevaban casi todos el pelo muy corto; al uno o al dos. Mientras que en las chicas había algo más de variedad. Una de ellas llevaba un mini bob redondeado con flequillo, pero muy recortado. Otra un corte a lo chico con raya al lado; no muy rapado y la otra lucía un cabello extremadamente corto y a lo cepillo. Eva comprendió en seguida que era la recluta que más largo tenía el cabello.
– Hombre por fin ha llegado la “Cenicienta”. Mira, bonita, llevamos casi media hora esperando y aquí en este destacamento no se espera a ni a Dios. ¿Entendido?

El que así habló fue el sargento primero Enriquez, un hombre rudo con poblado bigote que había servido en la Legión y que tenía fama de duro. Era el encargado de recibir y adoctrinar a los jóvenes reclutas como mano férrea. Les hizo formar y les condujo a paso ligero hasta un almacén donde se les entregó ropa mimetizada.

-Tienen exactamente cuatro minutos para vestirse. Su ropa de calle deberá ser depositada en su correspondiente petate que deberán cargar como si fuera su propio hijo. ¿Entendido? Ar!

Y en exactamente cuatro minutos los nuevos reclutas eran hombrecitos y mujercitas vestidas de camuflaje. Eva ya prácticamente no pensaba en su pelo puesto que ahora, con la gorra, quedaba aún más disimulada su mini-melena. El sargento primero Enriquez les dirigió nuevamente a paso ligero hacia otras dependencias cuartelarias. Se detuvo esta vez delante de un caserón en cuya puerta podía leerse la fatídica leyenda de “Peluquería” y ofreció su siguiente orden.

Pásense automáticamente por la barbería todos aquellos reclutas cuyo cabello exceda el dedo y medio de longitud.

La orden sonó como un mazazo sobre la tropa pero Eva, a pesar de sus nervios, resopló aliviada cuando comprobó que muchos chicos salían de la formación para hacer una disciplinada hilera en la puerta de la barbería. “Eso- pensó -es sólo para ellos”. Sin embargo no tenía motivo alguno para estar tan tranquila. El sargento Enriquez fue comprobando uno a uno la longitud del pelo de los reclutas y más de uno que en principio no se había colocado en la hilera fue conducido por expreso imperativo de su superior hasta ella:

Usted también, niñato. Se cree que me puede engañar.

Al llegar a la altura de Eva, el sargento primero se colocó justo enfrente de su rostro y espetó:

Veamos como tiene de largo el pelo “Cenicienta”. ¡Quítese la gorra, recluta!

Eva obedeció al punto dejando al aire su melenita cuadrada camuflada en su trenza de raíz.

-Vaya, vaya, pero qué tenemos aquí. Una listilla que se recoge el pelo para no ser detectada.

-Es muy cortita, mi Sargento Primero.

-¿Alguien le ha dicho que puede hablar, niñata?

Y el sargento rodeó a la novata hasta ponerse justo detrás de ella para comprobar que la trencita se deslizaba hasta justo la base de la nuca.

Bien. Esto excede el dedo y medio. ¡A la barbería!

Pero…

Ni pero ni nada, a la barbería automáticamente.

Pero el reglamento de las GOES…

Ni reglamento ni nada. Aquí todos somos soldados sin distinción. ¡A la barbería he dicho!

Y Eva rompió la disciplina de la formación y se situó en la cola de los que iban a ser rapados. Para mayor oprobio comprobó como sus compañeras reclutas se salvaban de la quema por lucir cortes más estrictos y discretos que el suyo que ciertamente también era decente.

La barbería era un pequeño barracón donde la soldadesca era convenientemente despelucada. Especial atención recibían los reclutas, que eran desembarazados de sus cabelleras hasta el grado cero nada más iniciar su andadura militar. Un rapado integral que era mantenido durante los tres meses de instrucción.

Cuando entró el nuevo contingente de soldados cada uno observó el suelo de al lado del sillón de peluquería repleto de guedejas de pelo rubias morenas, rizadas y hasta canosas, recientemente rasuradas por la máquina que portaba un joven de apenas 20 años, con una bata blanca salpicada de pelos de anteriores cortes y que lucía su cráneo absolutamente rapado. Era el peluquero del destacamento.

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Author: mdj

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