Temporal (Mario L.)

¡¿Estás desempleado?! ¡No más! $5,000 mensuales. El número en grande y parecía salir de una explosión. Trabaja 6 días a la semana, 8 horas por día.

¡Oportunidad! ¡Oportunidad! Advertía un papel que estaba pegado en la caseta telefónica. Publicidad barata, de esa que abunda en la ciudad, pero que ese día me atrapó como no lo tenía previsto. Las cosas se han ido poniendo cada vez peor, el bolsillo de todos parece estar roto, ver caras largas deambulando por la ciudad se ha vuelto una escena común. Yo por mi parte, ya tenía tiempo pensando que había tocado fondo y que lo mejor sería trabajar en cualquier cosa, en lo que sea, sólo en lo que encontraba algo mejor.

Muy adentro de mí sabía que iba a responder a ese llamado desde que lo comencé a leer, parecía que en ese preciso momento había alcanzado mi límite, el fondo se había vuelto real.

Continué leyendo, presentarse con solicitud elaborada el día 12 de septiembre de 2 a 6 pm. Eso era ese mismo día y eran las 4 pm, si quería acudir lo tenía que decidir en ese preciso instante o hasta esa “oportunidad” iba a perder. Decidí acudir. En el trayecto comenzó a llover y aunque di con la dirección sin problemas llegué mojada y tan solo unos minutos antes de la hora límite. El lugar estaba en uno de esos edificios antiguos, típicos del centro, tan descuidado que parece que en cualquier momento va a caer. La entrada era estrecha, todo el frente era una puerta de metal, se encontraba ligeramente entreabierta. La empujé un poco y me asomé, no había más que una escalera de madera que abarcaba de pared a pared y subía en línea recta, entré cuidando de no hacer el más mínimo ruido. Ya adentro, escuché atenta y parecía haber algo de movimiento en el primer piso. Emparejé la puerta y subí lentamente. La escalera era igual de vieja que el edificio y crujía escandalosamente a cada paso, a cada peldaño me iba sintiendo más apenada y deseé pesar lo mismo que el aire. Al llegar noté, lo que supuse, eran los otros solicitantes sentados en sillas de plástico, había hombres y mujeres, expectantes de conocer la identidad de la dueña de tan ruidosos pasos. Los saludé con un pequeño movimiento de cabeza, me vieron por unos segundos y volvieron a sus pensamientos. Al fondo del pasillo, detrás de un viejo escritorio, estaba una secretaria entrada en años también, con el pelo esponjado como un algodón, pero muerto por obra del peróxido, unos labios pintados con un escandaloso naranja fulgurante que brillaba hasta donde yo estaba.

Me acerqué tímidamente y le dije que venía por el anuncio, sin voltearme a ver me preguntó si traía solicitud hecha, se la mostré y, aun sin mirarme, me ordenó tomar una silla y esperar mi turno, la obedecí sin chistar. Todos esperamos sin intercambiar palabra o mirada. Parecía que mi límite había sido también el de los otros, las miradas perdidas eran la regla, tal vez todos se repetían, al igual que yo, que esto sólo era en lo que encontraban algo mejor. La lluvia fue en aumento. Por más que intentaba descifrar de que iba la empresa no
había nada que me pudiera arrojar la más mínima pista, no había un solo cuadro, un calendario, nada. Solo mugre sobre pintura habitaba las paredes. La secretaria dejó lo que estaba haciendo y se puso a limarse la uñas con infinita calma, así pasó bastante tiempo. El sonido de la lima se mezclaba con el agua y los relámpagos.

De repente se escucharon ruidos y voces viniendo de una de las habitaciones y todos nos pusimos alertas. Salió un señor de unos 50 años, gordo y mal encarado, le ordenó a la secretaria que bajara a cerrar la puerta y con tono áspero nos avisó que íbamos a empezar, nos indicó que le entregáramos la solicitud a la secretaria, que él ahora nos iba a dar un contrato para que lo firmáramos y que después nos iba a ir llamando. ¿Cómo? ¿Nos daba a firmar el contrato así nada más? Me pareció extraño. Regresó la secretaria y, mientras recobraba el aliento que le había robado las escaleras, le iba recogiendo la solicitud a cada uno. El señor entró a la habitación y regresó con los contratos en la mano, los repartió a cada quien. En cuanto recibí el mío lo empecé a hojear, cosa que el tipo notó molesto y nos empezó a hablar con absoluta prepotencia, era obvio que nos quería intimidar, nos comenzó a decir, casi a gritos, cuantos días a la semana íbamos a trabajar, cuantas horas y por cuanto. Acentuando con un firme movimiento de manos nos aclaró que los horarios los define la empresa, así como los detalles de ubicación, etcétera. ¿Qué? En ese momento pensé que esto estaba yendo un poco lejos porque ni siquiera nos habían dicho en que íbamos a trabajar y ya nos estaban amedrentando. Iba a preguntar pero en ese instante una mujer con diminuta voz se me adelantó.

¿En que vamos a trabajar? Es una empresa de seguridad privada, respondió, cortante, el tipo gordo. Y al que no le guste, váyase ya, que hay muchos interesados. En cuanto acabó de decirlo me lanzó una mirada y resignada volví al contrato. Todos firmaban mientras pensaba: Caramba! Al final voy a acabar como guardia de un centro comercial, eso sí no lo vi venir. Recuerda, sólo en lo que encuentras algo mejor, me volvía a repetir a mí misma. Y firmé el contrato. $5,000 mensuales, sin prestaciones de ningún tipo, seguridad nula, 10 hrs. al día, 6 días a la semana, violando cualquier ley o derecho, pero aspirar a algo más se había vuelto un lujo.

El patán que en ese instante se había convertido en mi nuevo jefe tomó los contratos y los llevó a la habitación. Después de unos minutos, mi nuevo jefe, el patrón marrano, salió con un juego de llaves y dijo: Les voy a dar sus uniformes, primero pasan los hombres y se cambian para que les tomen la foto de su credencial, después pasan la mujeres. Y así sucedió, entraron los hombres en una habitación y luego de unos minutos salieron con un horroroso uniforme de policía de escuela. Desde los zapatos hasta el gorro, uniforme completo. Aún no lo podía creer. Nos indicó que seguíamos nosotras y nos hizo pasar, la habitación estaba llena de cajas por doquier, el polvo era tal que se metía en la nariz y era bastante molesto. En cuanto entramos, el patrón marrano nos empezó a preguntar a gritos la talla a cada una, a la vez que sacaba las prendas tan rápido como podía y nos las iba aventando. Repartió primero todas las camisas, luego todos los pantalones, y así sucesivamente. Cuando acabó la repartición, todas sosteníamos como podíamos lo que nos habían dado. ¡Cámbiense! Las espero afuera. Salió del lugar y cerró la puerta. sin poder sentarnos, evitando tocar el polvo que estaba en toda la habitación, fue algo difícil. Habíamos de diversas edades y volúmenes, pero todas estábamos incómodas. Para colmo, la ropa estaba pesimamente cortada, a todas nos quedaba mal, así que, tan rápido como pudimos, las cambiamos por algo que nos fuera mejor, pero aun así, el tiro del pantalón se me metía de un modo que solo la tanga logra, por delante y por detrás. Pero quejarse en ese momento estaba totalmente de sobra, todas lo entendimos así y nos acabamos de vestir.

Cuando salimos estaban los hombres sentados en un lado de la habitación, noté que eran menos de los que había antes de que entráramos. Nos sentamos en la fila de sillas del lado contrario y esperamos en silencio. Tanto hombres como mujeres hacíamos infructuosos intentos de acomodarnos mejor el uniforme. Al cabo de unos minutos salió el patrón marrano y le indicó a los siguientes
dos hombres en la fila que pasaran, entraron y cerraron la puerta detrás de si. Intenté echar un vistazo para ver lo que sucedía pero cerraron demasiado rápido. Yo era la última y a ese ritmo todavía faltaba mucho para mi turno. Igual ni aunque me echaran me iba, la lluvia se escuchaba tremenda.

Salió el patrón marrano nuevamente y volvió a llamar a otros dos. ¿Por qué no regresan los dos que ya se fueron? Me pregunté, más tarde entendí que todas las habitaciones tienen otra puerta a la habitación contigua y que la dinámica era pasar de una habitación a la otra.Siguieron pasando los hombres hasta que quedamos puras mujeres, ya estaba oscureciendo y la lluvia seguía. Pasaron las primeras dos chicas y las que quedamos nos vimos expectantes. En ese instante me empecé a sentir nerviosa e inquieta, pero solo quedaba esperar. A esas alturas el pantalón se había vuelto realmente molesto, así que me levanté para caminar un poco y de algún modo acomodármelo mejor, pero apenas di un par de pasos y la secretaria me ordenó que esperara sentada, con la prepotente actitud que acostumbraban en ese lugar. Al sentarme pensé que, aunque esto era solo en lo que encontraba algo mejor, no debería andar provocando a gente tan prepotente porque ni al primer día de trabajo llego y esperé sin chistar. Pasó la siguiente pareja y solo quedábamos una señora y yo esperando nuestro turno. La sensación de nervios crecía en mi estómago sin razón alguna, pues no tenía idea de lo que venía, aunque luego entendí que algo me quería advertir mi cuerpo.

Salió el patrón marrano y nos llamó, avancé obediente, sin cruzar mirada para que no se fuera a sentir agredido. La sensación que antes estaba en mí estómago ahora recorría todo mi cuerpo. Al entrar a la habitación se me fue la sangre del rostro, literalmente sentí como se me iba el color ante lo que veía. La habitación estaba completamente vacía, excepto dos bancos de madera al centro y detrás de cada uno estaba una peluquera, ambas bastante maduras, cada una sostenía una capa de plástico para la siguiente. En el piso había cualquier cantidad de pelo, podía distinguir el pelo pintado de una de las chicas que había pasado antes, los largos mechones se mezclaban con pelo de todo tipo y color.

El patrón marrano nos indicó con su tacto acostumbrado que nos sentáramos. La señora que entró conmigo se dirigió hacia el banco más lejano en estaba paralizada, no atinaba a tener algún tipo de reacción, estaba congelada. Órale! No escuchó?! Dijo muy molesto el patrón marrano, definitivamente me hizo caminar. En cuanto me senté, la peluquera echó la capa sobre mi. La estaba ajustando a mi cuello cuando escuché una máquina rasuradora, volteé y ya estaban pelando a la señora, que luego supe que se llamaba Magda. El pelo de Magda caía en grandes mechones, la peluquera sostenía su cabeza por arriba y el resto se lo esquilaba como oveja con una velocidad sorprendente. Estaba absorta por la imagen, cuando sentí un jalón. Mi peluquera jaló la liga que sostenía mi pelo hasta tener espacio para meter la máquina. Tomé aire y agaché la cabeza. El patrón marrano le ordenó a las peluqueras que se dieran prisa y salió por una puerta distinta a la que entramos.

Fue metiendo la máquina hasta cortar completamente mi cola de caballo, tiró la coleta al suelo y puso una peineta sobre la máquina, tomó mi cabeza como tomaron la de Magda y comenzó a cortar. Empezó por cortar a los lados y luego atrás, pasaba la máquina con firmeza una y otra vez, a los lados la pasó hasta la sien y atrás recorría toda la nuca y un poco más, hacía sus movimientos con velocidad y movía con decisión mi cabeza conforme iba quedando rasurada. Me sentía débil y totalmente impotente pero, de la nada, me empezaba a gustar, cada vez que agachaba mi cabeza se me iba el aliento. La molestia del tiro del pantalón se estaba
transformando en salvaje caricia, sentía que iba a estallar, cuando apagó la máquina. La dejó en el suelo y mojó mi cabello con un atomizador, a la vez que pasaba con brusquedad un peine para esparcir el agua. Sacó de su bata unas tijeras y comenzó a cortar la parte de la coronilla y lo que quedaba a los lados con la misma fuerza con la que había empezado, tomaba grandes mechones entre sus dedos y los cortaba con decisión, cada que tomaba un mechón nuevo mi cabeza se zarandeaba. Así fue cortándolo todo.

La puerta por la que salió el patrón marrano se abrió y entró una mujer de unos 44 años, tras cerrar la puerta se recargó en el umbral a ver como nos pelaban. Vestía un pantalón tipo sastre y una camisa blanca con holanes, sus zapatos eran de tacón muy ancho y bajo. El cabello lo llevaba muy cortito, oscuro, traía aretes de perla muy pequeños que hacían juego con un collar igual de discreto. Pensé que seguro era de esas mujeres que se esforzaban por demostrar autoridad de hombre, pensé que era algún tipo de ejecutiva, pero estaba equivocada. La mujer permanecía de pie, con los brazos cruzados, sin pronunciar palabra, cada vez más atenta a mi corte de pelo, no al de Magda, al mío.

Mi peluquera sacudía mi cabello con sus dedos y movía mi cabeza de un lado al otro, checando que el corte estuviera parejo, cuando le quitan la capa a Magda, echo un vistazo rápido y le están rasurando la nuca con un rastrillo para terminar el corte. Su peluquera le pregunta a la señora en la puerta que si le toca ella, lo que ella niega, alegando que ya terminó, que ya se va, que le tocaba a Alicia. La peluquera la indica a Magda que vaya a la habitación continua y que ahí le decían que hacer. Así lo hizo Magda. Al levantarse pude ver su corte, que seguramente también era el mío. Lo traía bien corto a los lados y atrás, se le dejaba ver la piel morena, arriba lo llevaba bastante más largo en comparación, pero aún así era muy corto. Había una línea que dejaba ver hasta donde había subido la máquina, el resto se lo peinaron con goma barata pero debido a su pelo chino se le acomodaba sin un partido aparente. Al salir de la habitación, la señora en el umbral se hizo a un lado sin prestarle atención, sin dejar de ver como me pelaban a mí. Pero, aunque me incomodaba un poco, toda mi atención estaba en lo que yo sentía, estaba rendida a mi peluquera y al calor que crecía entre mis piernas.

La peluquera de Magda salió de la habitación. La mía dejó las tijeras y tomó la máquina nuevamente y puso una nueva peineta. Bajó mi cabeza con un movimiento firme y comenzó a rasurarme la nuca, por como se sentía temí que me estuviera dejando completamente rasurada, pero al mismo tiempo una gran electricidad recorría mi cuerpo y hacía remolino entre mis piernas. Pasaba la máquina una y
otra vez por toda la nuca y mientras más arriba llegaba la iba despegando para que no quedara línea alguna. Me desbarataba sentirla tan cerca, mis dientes estaban apretados como nunca, al igual que mis piernas contra sí mismas, buscando contenerme a toda costa, aunque luego me sorprendí en un sutil jadeo, imperceptible para ella, pero transgresor para mí. Le quitó la peineta y cortando encima del peine corrigió toda imperfección en donde estaba más cortito.

En eso, la señora en el umbral le dijo a mi peluquera que acabando me mandara con ella, la peluquera le aclaró que le tocaba a Alicia, a lo que la señora replicó que no, que me mandara con ella. Ah, bueno! Dijo la peluquera, pero avísele a Alicia, pa que ya se vaya entonces. La señora asintió y se fue. La peluquera hizo los últimos ajustes con la máquina, después tomo algo de
gel con sus manos y lo embadurnó por toda mi cabeza. En muy pocos movimientos me peinó de lado, como un niño en primer día de escuela, y me quitó la capa. Me iba a levantar pero me detuvo tomándome de la cabeza y me agachó nuevamente. Desde
la primera vez que hizo eso, hasta la última, erizaba cada vello de mi piel. Tomó un rastrillo y me rasuró cuello y patillas, de atrás me lo cortó redondo y las patillas las hizo en pico, cortitas. Sacudió cualquier resto con la mano y me indicó que pasara a la siguiente habitación. Me acomodé el cuello y obedecí. Al cruzar la puerta me encontré con un vestíbulo y tres puertas, la de la derecha estaba entreabierta y avancé lentamente. Al fondo la peluquera me lo confirmaba, ¡La de la derecha, niña!

Entré a lo que parecía ser un consultorio médico. Camilla, biombo y un escritorio. Y para mi sorpresa, descubro que la doctora era la señora que antes se había mostrado tan interesada en mi corte de cabello. En cuanto entré me ordenó que cerrara la puerta y me sentara. Mal encarada, casi regañándome, me hizo una breve entrevista sobre mis hábitos, mi alimentación, etc. Ocasionalmente cruzábamos mirada, pero durante la mayor parte del cuestionario tenía la mirada clavada en la hoja de preguntas, casi podría afirmar que estaba evitando verme. Mientras le respondía, busqué desde mi lugar algún espejo donde pudiera verme el cabello corto, sin éxito alguno, me preocupaba lo pelado que se sentía al tocarme la nuca.

Al terminar la entrevista, aún sin verme, me pidió que me desnudara detrás del biombo y me pusiera una diminuta bata azul que, debido a que atrás dejaba ver todo, salí con calzones y brasier, pero en cuanto salí, lo notó y algo molesta me pidió me quitara todo por favor. La obedecí con sumisión, aún me recorrían las sensaciones que desató la peluquera y preferí mostrarme tímida y obediente.
Me pidió que me sentara en la camilla y procedió a hacer el examen. Al principio todo fue de modo normal, lengua afuera, respira, etc., pero en el momento en que se puso a escuchar mi corazón todo cambió, primero puso el estetoscopio en mi pecho, encima de la bata, pero haciendo como si no funcionara o no se escuchara, aflojó un poco y metió su mano para colocarlo directo contra mi piel, la sensación me sorprendió, no sólo por lo frío del instrumento, sino por la actitud transgresora de la doctora. Nuevamente me sentí completamente excitada. Dejó el estetoscopio y, con una actitud muy de médico, tomó la bata por el hombro y la bajó hasta dejar mis pechos descubiertos. Levantó mi brazo y empezó a frotar mi pecho, hacía como si me estuviera revisando, con un rostro de concentración absoluta, pero en realidad me estaba haciendo el masaje más rico que jamás me hubieran hecho, mis pezones estaban totalmente erectos y, para ese momento, mi vagina empezaba a ser un flujo notorio.

Dejó el masaje y con un tono evidentemente cortante, me ordenó que me acostara boca arriba. Cuando lo hizo, me sorprendió de sobremanera que después de esas manoseadas que me estaba poniendo continuara hablando con ese tono rígido y frío, con supuesto profesionalismo. Yo a esas alturas estaba totalmente excitada y escucharla así me hizo sentir muy confundida, como si hubiera mal
entendido todo. La obedecí y me acosté, sin variar el tono me pidió que me quitara la bata porque le estorbaba, intentando controlar lo que sentía me la quité, aún presa de la confusión. Al volverme a acostar, no puede evitar cubrirme los pechos con los brazos, apenada. Indiferente, puso sus manos sobre mi abdomen y ejerciendo una ligera presión con los dedos fue bajando muy lentamente, palpando el estómago con atención. Temía que si bajaba demasiado iba a sentir mi excitación. Para mi sorpresa, nuevamente, así fue. Puso su mano lentamente en mi vagina y, sin voltearme a ver, introdujo un dedo y lo metió profundo, al mismo tiempo que me preguntaba que tan seguido iba al ginecólogo, sentía con gran intensidad cada milímetro que iba introduciendo, un gemido bastante notorio se me escapó y, con voz jadeante, le respondí que cada tres meses. Sin decir más, metió dos dedos y me tocó con generosidad, los metía y lo sacaba una y otra vez, me estaba llevando al cielo. Tenía un tacto que hacía que me entregara toda a ella.

Después de un par de minutos, sacó sus dedos y me pidió que me pusiera en cuatro sobre la camilla, la obedecí totalmente rendida. En cuanto mis manos tocaron la camilla, puso una mano sobre mi espalda y la otra volvió a llevar a mi vagina igual que antes. La sensación fue aún más excitante, sus dedos iban y venían, cuando deslizó la otra mano muy lentamente hacia mi culo y puso un dedo sobre mi ano, la sensación me tomó por sorpresa e hizo que mis caderas se levantaran como en un espasmo. Podía sentir su uña pero no lo introducía, sólo lo tocaba muy suavemente. Pegó su cuerpo a la camilla y lo empezó a introducir poco a poco, era demasiado, me encantaba y al poco tiempo me encontré gimiendo libremente, comencé a mover mis caderas buscando más pero, después de unos instantes, sacó sus dedos.

Nerviosa, me pidió que me sentara, a lo que obedecí extrañada, luego me indicó que no, que me sentara de espalda a ella y me pusiera en posición de flor de loto, así lo hice. Me abrazó por detrás y poniendo sus manos en mis senos, pegó los suyos contra mi espalda y los comenzó a frotar, la podía sentir, tan cerca, podía sentir su calor y su aliento, se aproximaba a mi cuello intensamente y lo sobaba
jadeante, de cuando en cuando, lo besaba totalmente excitada y de nuevo dejaba ir sus dedos a mi interior. Yo me dejaba hacer, agachaba la cabeza cediéndolo todo. En eso estábamos, cuando de repente se alejó y me pidió que me vistiera. ¡¿Qué?! ¿Por qué tan repentino cambio? Pero no dije nada y obedecí, temblando aún por la excitación, me puse el uniforme lo más rápido que pude, mientras ella esperaba impaciente. Antes de que terminara de vestirme salió del cuarto torpemente, claramente confundida. Regresó con una cámara en la mano y molesta me ordenó que me pusiera frente a una sábana blanca, a penas me acomodé, levantó la cámara y disparó. ¡Clic! Mañana, te entregan tu credencial, dijo. Sin darme tiempo de pronunciar palabra, me indicó que ya me fuera y se alejó, dejándome sumergida en una mar de confusiones, sensaciones y, ciertamente, de fluidos, hice caso y me fui.

Al día siguiente me entregaron la credencial, mi cara de excitación y sorpresa es totalmente evidente, pero sólo yo sé la razón y lo recuerdo cada que me miro, cada que muestro mi credencial, cada que alguien la mira. Siempre pienso que están notando lo que ahí pasó. Pero sé que no es así, eso queda entre la doctora y yo.

Desde entonces hago todo por adaptarme a mi nuevo trabajo, sin mucho éxito, pero de cuando en cuando, mientras ando los largos pasillos, mi mente se pierde en aquel consultorio. Cada tres meses, según nos dijeron, debemos presentarnos para un nuevo corte de cabello. Espero emocionada que también incluya examen médico.

mdj
Author: mdj

2 comentarios

    q excitant historia,gracias x compartirla

    Gracias a ti por leerla, nada más placentero que compartir ese gustillo perverso.

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