Esbozo de una vida (por Niel)

Aún recuerdo cuando yo era niño. Apenas conocía las calles de mi ciudad, y se me hacía tan raro todo entonces, que ni tan solo me esforzaba por saber qué ocurría a mi alrededor.
Tengo que reconocer que, aunque en mi mundo, siempre fui un niño feliz. Eso sí, un niño con un secreto algo vergonzoso, como pueden imaginar. ¿Qué secreto? Pues, amigos, el que muchos de nosotros tenemos y hoy expresamos abiertamente y con orgullo.
Quizá se pregunten por qué para mí era un secreto. Pensaba que era algo malo. Ya de pequeño siempre me fijaba en las mujeres con el pelo corto. Me llamaba la atención la forma que tomaba su cabello justo cuando empezaba a tocar el cuello. La zona de la nuca, entonces sin comprender que tenía una magia erótica especial, me llamaba la atención como hipnotizándome. Parecía como si me dijese que en el futuro, un par de décadas más adelante, me derretiría al contemplarla.
El tiempo pasó, y resulté ser un adolescente enamoradizo. Aún recuerdo el nombre de la primera, «C». Y obviamente me enamoré de ella por el pelo −aunque me daría cuenta más tarde−. No era ni tan siquiera guapa, aunque yo estaba tan ciego que podría haber afirmado que era lo más bello que había visto y vería jamás.
Su melenita lisa, de tono castaño claro, no le rozaba los hombros; me encandilaba hasta tal punto que acabé suspirando por ella. Para mi buena suerte, hoy sólo recuerdos, un día tras unas vacaciones de Navidad, ella volvió al colegio con el pelo más corto: lucía un corte bob recto, rectísimo, y mostraba todo el cuello, tan largo, tan delgado… Era la primera vez que comprendía que era su pelo lo que tanto amaba; que era esa línea recta dibujada al nivel de sus lóbulos y que casi me dejaba ver su undercut lo que me volvía loco. Os lo juro, amigos: he visto cortes de pelo mucho más sensuales, y los he tenido incluso al alcance de mi mano. Os puedo decir, sin embargo, que aquella primera vez quedó grabada a fuego en mi corazón, y la recuerdo como la cosa más bonita que he visto en toda mi vida.
No pudo ser. Apenar fui capaz de entablar una frágil amistad con «C», y tres años más tarde, cuando ya no me interesaba y su cabello había perdido la magia que yo percibí.
Para ese entonces había otra muchacha, «B». Era casi igual, pero todo fue más trágico. Su cabello no era igual de bonito, pero me recordaba a la princesa ideal a quien había amado años atrás. Con ella no pudo ser nada. Una historia de amor frustrada y llevada a extremos por mi rencor. Aún conservo cerca de cuarenta páginas que le escribí expresando mis sentimientos, de las que apenas le regalé dos. Soy consciente de que ni le gustaron, ni tuvo jamás interés en mí. Pero entonces ya estaba acostumbrado a sufrir en silencio y a no compartir con nadie mi pasión por el pelo liso y corto.
Hablo de pasión porque va más allá del mero gusto. Es algo que, como imagino que sabéis, necesito. Lo necesito, pero no puedo tenerlo. Y ahí comienza mi desesperación.
Hace siete años conocí a una muchacha encantadora. Fue mi novia hasta hace a duras penas una semana. Y rompimos precisamente por el pelo. O puedo jurar que la sigo queriendo. Os aseguro que ella ha intentado satisfacerme, pero es algo superior a ella. No comprendo por qué, pero le repugna verse con el pelo corto.
Nos seguimos queriendo, pero tensamos demasiado la cuerda de la relación. Llegamos a un punto en que, principalmente por mis gustos, tuvimos que replantear nuestra relación. Si ella se cortaba el pelo, no sería feliz; si por el contrario no lo hacía, ella estaría bien, pero a mí me faltaría algo que he soñado desde que era niño.
Y así me encuentro ahora, más cerca de la treintena que de la veintena, echando la vista atrás y dándome cuenta de lo que me ha aportado este extraño e incomprendido fetiche, pero también de lo que me ha arrebatado por ser algo que va más allá de mi control.
Os hago una pregunta, amigos: ¿qué queda ahora? ¿Recuerdos? ¿Un amor tan muerto que no llegará a ver la luz de mañana? Hay algo que sí sé seguro que está junto a mí, y es este sentimiento de desesperanza, de incomprensión, de soledad. Daría media vida por volver con ella, pero daría la otra media si pudiera tener eso que tanto me gusta, y además, compartirlo con alguien.
Pero como hemos escuchado todos −imagino− a lo largo de nuestra vida, no se sabe lo que se tiene hasta que no se pierde. Yo he jugado y he perdido. Probablemente no seré capaz de recuperar.
Sin más, me despido. Esa es mi historia. Ojalá les pueda servir, o por lo menos, ojalá les haya entretenido.

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Author: mdj

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