Nota Previa: Esta historia es continuación de INICIO DE CURSO otro relato publicado en esta misma página web desde hace meses. Por expreso deseo de los lectores uno de los personajes centrales va a ser sometido a un ligero cambio de imagen. ¿Quieres saber cuál?
Cuando Marcelo entró por la puerta de la peluquerÃa nadie podÃa prever que aquel dÃa marcarÃa un antes y un después en la historia del salón, uno de los más sofisticados y concurridos de la ciudad. Marcelo era el propietario del local y desde hace meses no pasaba por el. Confiaba plenamente en su gobernanta: Mona. Una veterana oficiala, una peluquera de altura que manejaba con diligencia, éxito y mano de hierro el local y a las casi 20 peluqueras que allà trabajaban que, cómo era sabido por toda la clientela, lucÃan el pelo muy rapado o directamente rapado al cero marca de la casa.
– ¡Qué sorpresa, Marcelo! ¿Cómo tú por aquÃ? – Le saludó encantadora.
Mona lucÃa aquella mañana su habitual exultante melena azabache excesivamente vaporizada de laca. Con demasiado volumen y brillo. Exagerada y espectacular en todo caso. Con ella se habÃa echo ganar el apodo de ‘la leona’ frente a tanta niña rapada. Era su sÃmbolo de fortaleza y poder. Allà mandaba ella. Pero sucede siempre que siempre hay alguien que manda más que quien manda habitualmente.
– Hola Mona, cariño… creo que es hora de dar un nuevo aire al salón.
– ¿Por qué? Si va todo como la seda.
– No me refiero a los ingresos ni a tu estupenda gestión, me refiero a la imagen del negocio.
– ¿Qué es lo que te desagrada, Marce?
– Tu pelo. Demasiado largo. Choca con el de ellas- Marcelo miró a las chiquillas rapadas mientras tocaba con sus dedos en un seductor juego uno de los largos bucles de la melena de su gobernanta.
Mona no salÃa de su extrañeza y no sabÃa que decir. Estaba totalmente descolocada por las palabras de su jefe.
-Entre tanta crÃa despelucada destacas, Mona. Y eso no me gusta. Vamos a descargarte algo la melenita, ¿vale, cielo?
Ese ‘descargarte algo la melenita’ la tranquilizó. Supuso que sólo se trataba de un leve retoque, algo que Marcelo no hacÃa habitualmente pero si que gustaba de realizar de vez en cuando. Todo normal. Pensó por tanto en despedirse de tres o cuatro centÃmetros de su larga melena a lo sumo y en paz. Su jefe quedarÃa contento.
Mona fue pasada por orden del único hombre que habÃa en el salón al lavadero de cabezas. Posteriormente y tras un escrupuloso lavado con loción, mascarilla y crema fue sentada en una de las sillas centrales del salón. Lo que se pretendÃa es que todo el mundo pudiera contemplar al detalle lo que allà iba a suceder, como si se tratara de un importante ritual.
Alrededor del cuello una de las niñas colocó una capa azul eléctrico siguiendo las instrucciones de un Marcelo que se habÃa tornado hierático y distante. Se trataba de un moderno peinador que, en breve, serÃa depositario de una auténtica marea capilar. Primero, y también por orden expresa y directa de Marcelo, se procedió a alisar la rica y abultada melena de la jefa con las correspondientes planchas metálicas. Su pelo fue pasado y repasado por las planchas por dos de las jóvenes designadas a tal efecto hasta que quedó como una auténtica tabla. La crecida melena le llegaba hasta mitad de la espalada y resultaba realmente espectacular con las llamativas y oportunas mechas rojas que brillaban especialmente con hermosos destellos por la acción de los focos del espejo. El planchado habÃa resultado ciertamente obligado y riguroso. Con algunos tirones innecesarios pero efectivos practicados por las manos neófitas de las rapadas niñitas de bata ligera. Los hermosos rizos que pronto yacerÃan en el suelo pasaron a ser asà antes pelo disciplinado, liso y recto. El proceso fue una ardua doma que tardó más de media hora. En esos momentos Mona conservaba aún la ingenua esperanza de que no iba a ser despachada con un corte excesivo, además, aunque ella preferÃa el rizo o el bucle, la melena lisa con férrea raya en medio no le caÃa nada mal a su rostro de pómulo anguloso. Cuando volvió a sentir de nuevo los dedos de Marcelo acariciando una y otra vez su pelo pensó que su jefe sólo querÃa que cambiara el look, si acaso variar el tono y un pequeño retoque a su largo pero nada más allá. Unos centÃmetros, quizá. Pero las ideas de Marcelo transitaban por otro lado. Nadie quitaba ojo a la escena y atravesaba ya todo el salón una expectación inusitada similar al que se producÃa cuando ingresaban las neófitas y les era obligado a desprenderse totalmente de su joven cabello.
Marcelo consideró el realizarle un corte a lo cepillo, a lo militar. Era una idea que le rondaba desde hace tiempo por la cabeza: La sargento Mona. Lo cierto es que con las facciones andróginas de la Gobernanta el resultado podrÃa haber sido el idóneo. Seguro que le quedaba bien. Pero finalmente rehúso la idea y apretó el acelerador. Para empezar quiso ser él mismo el maestro de ceremonias que arrancara sesión tan especial. Esgrimió la navaja y sin aviso previo la abrió y procedió a seccionar caóticamente mechones de la abundante melena de Mona que no daba crédito a lo que estaba viviendo. Se asustó sobremanera pero no se negó. La geométrica y bonita melena de Mona estaba quedando por la acción de la cuchilla desestructurada, patética…hecha unos zorros. El afilado metal de la navaja caÃa dentellada a dentellada sobre su cabeza al azar y a cada chasquido quedaba seccionado un mechón de cabello a diferentes e irregulares medidas. Marcelo sólo paró cuando se hubo despachado a gusto y habÃa satisfecho su idea. La melena de Mona ya no tenÃa solución alguna y más bien parecÃa una vieja fregona almidonada. Sólo un buen rapado arreglarÃa aquel desaguisado. Para entonces, Mona, absolutamente humillada, pensaba ingenuamente que su sesión habÃa concluido y reflexionaba ya en cómo remediarlo cuando lo cierto es que el espectáculo sólo acababa de dar su inicio. Ahora le tocaba el turno a la niñas. La mismas niñas que habÃan sido obligadas a rasurarse contra su voluntad durante toda la temporada semana a semana serÃan ahora las rasuradoras. Era una cuestión de Justicia Histórica. De Equilibrio Universal. Ese era el pensamiento del Jefe mientras depositaba sus ojos en un suelo en el que yacÃan largos mechones negros y rojos de la melena de la que ya era una vÃctima en toda la regla.
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Para que la humillación fuera más fiera, Marcelo decidió comenzar el pelado por la parte delantera y asà lo impuso. QuerÃa que Mona viese y sintiese desde el principio lo que las chiquillas sentÃan toda la temporada. Loli, una de las niñas que en su dÃa fue obligada a desprenderse de una melena de más de 50 centÃmetros que cuidaba con mimo desde los 12 años, tuvo el privilegio de rapar al ras el flequillo de su jefa. Peinó una y otra vez hacia delante toda la cortina de cabello que aún conservaba su jefa para seccionarlo no sin miedo a la altura misma de su nacimiento con las tijeras. Raaaas. Sin concesiones. Una enorme hilera de pelo cayó rendido y manso a la capa mientras una lágrima se desprendÃa a la vez de los ojos de la mujer que bajo la capa sufrÃa como una auténtica colegiala. RecorrÃa el salón una tensión que bien podrÃa ser expectación o excitación. Mona tardarÃa al menos dos o tres años en recuperar ese largo capilar.
Pero aquella escena era sólo el aperitivo. El privilegio de hacer funcionar la máquina rapadora le fue concedido entonces a Carmen, una de las veteranas que tenÃa por su rango el pelo al tres y tintado extravagantemente de verde por la zona superior y negro azulado por la parte del cráneo y laterales.
– ¡Al cero por el ala derecha!- Exhaló tajante el dueño del salón.
Se hizo entonces un silencio de sorpresa y expectación que sólo quebró el llanto abierto de la mujer condenada al despeluque. Muchas de las niñas esbozaron en ese preciso instante una sonrisa de venganza y más de una se pasó la mano por su cráneo pelado pensando que en breve su jefa serÃa una más del grupo. Sin distinciones.
Sin concesiones ni perdón. ‘¡Al cero!’-Volvió a sentenciar el jefe. Nadie se atrevió a rechistar ni a discutir la taxativa orden. Carmen, asustada y temerosa, rapada en su dÃa ella también, desprendió de la máquina trasquiladora la guÃa del peine. Posteriormente depositó el frÃo metal en el cráneo de su jefa. Era el momento de pelar. ‘Al cero’. Sintió una especial excitación y soñó en ese mismo instante con besar a su jefa. Sus labios, sus gruesos y tiernos labios. Fue un fogonazo de instinto de protección hacia su jefa, o de seducción involuntaria, quizá. De morbo puro en cualquier caso. ¿TendrÃa rapado el pubis Mona? Ella sÃ. Finalmente, accionó la máquina -Clic: bzbzbzbzbzbzbzbz- y la hizo avanzar sobre el cráneo de su jefa lenta y armoniosamente. Como ejecutando un dulce crimen. A la primera pasada enormes crenchas de cabello alisado y vaciado con la navaja descendieron por la capa mientras una buena porción del cuero cabelludo de Mona quedaba totalmente al descubierto. Cada segundo de zumbido de la máquina era uno o dos centÃmetros de cráneo que se abrÃa al mundo.
Mona no pudo evitar dejar escapar las lágrimas mientras una a una cada niña por riguroso orden le despojaba con cierto toque de revancha de su cabellera otrora orgullo y marca de poder. Por orden de Marcelo cada una de las niña practicaba una pasada con la rapadora. Guedeja a guedeja, Mona, la jefa Mona, la mujer mandona de la larga cabellera estaba quedando despelucada en toda la zona derecha de su cráneo. Justo hasta la mitad. Asà lo habÃa decidido Marcelo y asà se estaba cumpliendo. En breve Mona sólo conservaba una todavÃa imponente melena que descendÃa por su cuello y espalda, aunque anárquicamente vaciada a cuchilla, mientras la parte lateral y frontal ya era una mÃnima capa de pelo cortada al ras a la misma altura del cuero. Era curioso comprobar como la el lado derecho del peinador se encontraba atestado de pelo recién cortado mientras la parte derecha tan sólo era depositario de sólo unos largos mechones.
Justo en ese instante Marcelo ordenó concluir la velada. Mona fue obligada a atender a la clientela, su clientela, con ese ridÃculo aspecto durante todo el dÃa. El resto de pelo que le habÃa sido permitido conservar se lo tuvo que rapar ella sola en casa en una ceremonia de bochorno frente al espejo de su cuarto de baño y al dÃa siguiente fue a trabajar con una espectacular peluca de corte bob estilo años veinte de color rubio platino. El Equilibrio Universal habÃa vuelto a funcionar.
Perfecto hasta que le cortaste esa melena de corte y alisado matematico., chale nada más porque no has visto mi perfil no te acuso de traerla contra mi xD.