Rapada ¿forzada? (Glock)

De repente, en el transcurso de la conversación, acercó sus labios a mi oreja de forma sutil y me dijo: “hazlo”. La miré extrañado. ¿Qué quería que hiciese?. “Córtame el pelo. Rápame. Ya.”-me susurró de forma sensual. Debió notar mi mirada suspicaz, ya que me agarró de la mano, y tras formular una estúpida excusa de despedida a sus amigos, salimos a la calle a coger un taxi. No sé si serian las copas de más que habría tomado, pero durante todo el camino, no dejó de morderme la oreja, mientras me decía lo que tenía que hacer con su pelo. Tras pagar y salir del taxi intentando disimular mi erección, logramos entrar en el ascensor, esquivando a una pareja que salía de él en ese momento. Apoyó su espalda en una esquina y llevándose las dos manos a la cabeza, empezó a remover su pelo, diciendo que estaba cansada de él, que lo quería todo fuera, que no quería que su belleza dependiera de él nunca más…

Desde el día en que me confié a ella, y le conté que lo que realmente me ponía eran las mujeres con el pelo corto o rapado, no había parado de tontear con el tema de cortarse el pelo, probablemente más con el objetivo de excitarme y jugar conmigo que en serio. Había habido muchas intentonas de que se cortara el pelo, castaño y largo, ligeramente ondulado pero casi siempre planchado, aunque ninguna había llegado a buen puerto, y en todas las salidas a la peluquería, en el momento de responder a la frase crucial de “¿cómo lo quieres?”, había cambiado de parecer, saliendo de allí tan solo con un nuevo flequillo o un corte de puntas. Lo más corto que lo había llevado había sido el verano pasado, cuando con el calor sofocante, y tras mucha insistencia por mi parte, se había hecho un bob a la altura de la barbilla, cosa que acabó por no gustarle, y a raíz de la cual estuve aguantando malas caras y desplantes hasta que le creció el pelo de nuevo.
Una vez en mi piso, la llevé a mi despacho, donde tenía un sillón con reposabrazos, y le dije que se sentara. A pesar de que, debido a mi gusto por los accesorios de peluquería, guardaba un buen número de ellos en casa, con las prisas cogí solo lo básico para el corte. Volví, nervioso, con las tijeras y la maquinilla. Allí estaba ella, sentada en la silla, exhibiendo su larga y esbelta figura, con un ajustado vestido negro que dejaba a la vista sus piernas cruzadas, que acababan en unos finos pies enfundados en unos tacones de aguja negros, y llenándome con una de las miradas más sensuales que había visto jamás.
Hizo un ademán de quitarse los pendientes, unos grandes aros plateados que sobresalían meciéndose entre su melena, pero con un gesto de la mano le indiqué que no lo hiciera. “Lo haremos a mi manera”- le dije. Ella asintió con una sonrisa entre morbosa y divertida y me acerqué por su espalda, atándole las manos a la silla mediante unas bridas que había encontrado por casa, mientras le besaba su cuello. Ella, que encontraba divertido el estar atada dijo: “vaya, no sabía que también te fuera esto”. En realidad no me iba, pero quería asegurarme de que este no sería otro intento fallido de corte de su melena.
Encendí la maquinilla y empezó a vibrar con su peculiar sonido. Era una maquinilla profesional, grande, y que sin guía dejaba el pelo casi como afeitado. Curiosamente, casi siempre la tenia cargando, quizás lo hacía de forma subconsciente, esperando este momento. Su sonido la hipnotizó inmediatamente, girando su cabeza para intentar verla, cosa que no podía hacer, pues estaba detrás suya. La apagué, y pude ver como sonreía decidida, pensando en que realmente no me atrevería a raparla, que seguía prefiriendo lucirla por la calle como si fuera un trofeo, cogida del brazo, con su hermosa cabellera castaña como signo de feminidad y belleza, que a una extraña mujer calva.
Estaba equivocada. Le hice rápidamente una coleta bien alta y pegada a la cabeza, que dejaba a la vista sus orejas, con sus aros inmensos colgando, y sin mediar palabra se la corté de un tijeretazo. Se quedó boquiabierta, y entonces sí, enchufé la maquinilla. Entonces ella empezó a decirme que como era capaz de eso, que parase inmediatamente o que en cuanto la desatara no la volvería a ver de nuevo.
Con la maquinilla en la mano, me senté en el suelo, delante de ella, y corté las bridas. “Si vas a hacer algo, si te quieres ir, hazlo ahora”. Se quedó parada, mirándome a los ojos, y de ahí a la maquinilla, alternativamente. Tras un breve lapso de tiempo dijo, casi tartamudeando: “vuelve a atarme”. Me fije en que el asiento de cuero, estaba totalmente empapado por sus flujos vaginales. Mientras la ataba de nuevo, olí su perfume, observando el bob irregular que había quedado tras el tijeretazo, algo más largo que la altura de su barbilla. Le puse un peine a la maquinilla, y empecé a pasarla, muy lentamente, desde el centro de su frente hasta la nuca, mientras quitaba el pelo ahora rapado, y se lo ponía en sus muslos. Había puesto el peine en un número bastante grande, por lo que todavía no se apreciaba la piel pálida de su cráneo, y quedaba todavía algo de pelo. Así, poco a poco, disfrutando del momento, la rapé al completo, mientras ella temblaba de placer cada vez que la maquinilla tocaba de nuevo su cabeza. Cuando acabé, calculé que mas o menos toda su cabeza estaba pelada ahora al tres, lo que todavía permitía algo de movilidad en su pelo. Ahora veía sus orejas, sus lóbulos perforados con los grandes aros plateados colgando en toda su extensión. Mientras le quitaba el peine a la maquina, le dije: “sabes que no hemos acabado todavía, ¿no?”. Ella inclinó la cabeza hacia atrás, mirándome a los ojos y sonriendo.
Situado enfrente de ella, para que viera lo que hacía, le quite el peine a la maquinilla, y lo deje encima de sus piernas, lo que le produjo un escalofrío. Le di la vuelta a la silla, y me puse en acción. Cuando el frio metal de la maquinilla, sin guarda ninguna, rozó su nuca desnuda, ella emitió un gemido, casi animal, mientras un nuevo escalofrío de placer recorría toda su espalda. La cogí por la barbilla, y dirigiendo su cabeza a placer, la rapé al cero, insistiendo en la nuca, en la frente, detrás de sus orejas, tocándoselas, rozando sus lóbulos con el dorso de mi mano al pasar la maquina una y otra vez. Cogiendo sus orejas y doblándolas para dejarla bien rapada por detrás.
Al apagar la maquinilla, ella estaba casi en estado de éxtasis. Completamente rapada, y con su vagina lubricando, con la silla totalmente encharcada por sus flujos. Sin desatarla, le abrí las piernas, y mientras volvía a besar su largo cuello, empecé a introducir la maquinilla, bastante grande como ya he dicho, del revés, con el lado de las cuchillas hacia afuera, por su coño, este sí, completamente afeitado, encendida, a modo de vibrador, lo que la puso todavía más cachonda. Cada vez que le introducía la maquinilla un poco más adentro, gemía como una perra y me mordía la oreja, mientras sus nudillos se ponían blancos de apretar con fuerza el reposabrazos del sillón.
Cuando acabé, tras un buen rato, la desaté, y casi de forma instintiva, me arrancó los pantalones, mientras cogía mi miembro, a punto de estallar, y se lo metía en la boca, haciéndome una felación mientras yo tocaba con mis manos su cabeza completamente pelada, blanca, en comparación con el resto de su cuerpo. Me corrí en su cráneo desnudo, y cogiéndola de la manó, la levanté y simplemente le dije: “ven”. Me siguió por el pasillo sudorosa, con su entrepierna pegajosa, y su vestido negro ahora lleno de los restos de su larga cabellera castaña.
La desnudé, y la metí en la bañera, que había estado llenándose previamente, y a punto de desbordarse. Me metí detrás, y empecé a lavar su cabeza, lentamente, disfrutando del momento. Preguntó si se podía quitar los pendientes ya, a lo que respondí con una negativa. Salí de la bañera, y saqué un cuenco del armario, y ella volvió a preguntar, esta vez que para que quería eso. “Ya lo verás, relájate”, respondí, y mientras ella cerraba los ojos y recostaba su cabeza contra el mármol, empecé a preparar espuma, y a buscar la cuchilla de afeitar de barbero, que había comprado hace un tiempo.
Puse ambas cosas detrás de ella, en la repisa de la bañera, fuera de su campo de visión, y le acaricié la cabeza empezando por el cuello y subiendo por la nuca, preguntándole si me dejaba entrar en la bañera. Me recosté detrás suyo, y con ella apoyada en mí, y sin mediar palabra, empecé a extender espuma de afeitar por toda su cabecita. Ella me preguntó que para que quería champú, ahora que estaba calva. “Te equivocas” –le dije- “Ahora sí que vas a estar calva de verdad”- le susurré al oído, mientras mi pene, que se estaba empalmando poco a poco presionaba contra su trasero. Ella lo notó, y pronto sus pezones estuvieron completamente erectos, aunque todavía no comprendía lo de la espuma. Una vez me hube deleitado, expandiendo una y otra vez, espuma por su cráneo, de nuevo repetidamente tras sus orejas, abrí la cuchilla de barbero y se la puse delante. Empezó a temblar de excitación al comprender lo que iba a hacer, y, empujando hacia delante su cabeza, empecé a afeitar su nuca. Casi al unísono, ella empezó a gemir, y tras varias pasadas, empezó a tocarse, impetuosa, desesperada por satisfacer su excitación. No sé cuánto tiempo estuve afeitándola, hasta que se me acabo la espuma. Para entonces, su cabeza calva brillaba casi tanto como sus pendientes plateados, reflejando la luz de los focos del baño. Cogí cera, y empecé a encerarle toda la cabeza, para que su calva brillase en todo su esplendor.
La saqué de la bañera y sin mediar palabra, la puse a cuatro patas encima de la cama, de tal forma que pudiera ver su brillante cabecita, y sus orejas moviéndose al son del bamboleo de sus grandes aros, mientras la follaba una y otra vez, con ella gritando y gimiendo, agarrándose como podía a los barrotes de la cama.
A la mañana siguiente, hicimos un trato. Ambos deseábamos evitar que enseñase su cabeza en público, más que nada para tener que evitar responder a ciertas preguntas embarazosas una y otra vez.
Cada mes le regalaría una peluca nueva, de las que parecían pelo de verdad de tal forma que cambiase de look, con la condición de que ella se dejara rapar y afeitar también todos los meses. Desde entonces, ambos esperamos impacientes cada mes a la noche en la que la volveré a atar a la silla y encenderé la maquinilla de nuevo.

 

mdj
Author: mdj

9 comentarios

    me gusto la historia de la rapada quiciera conceguir una mujer que quiera vivir esa esperiencia las interesada me pueden escrivir a mi correo.

    oye y de pura casualidad no tienes videos solo es curiosidad y esta muy buena la historia saludos

    Me encanta esta historia, definitivamente es mi favorita. Yo llevo el cabello por la cintura y fantaseo con que me hagan algo asi, hasta el afeitado y abrillantar la cabeza calva, es un delirio. Necesito ánimos, para atreverme por fin

    EXCELENTE HISTORIA, TODA UNA FANTASIA PERSONAL

    leo esto y muero de la excitaciòn me da tanto miedo que me excita tanto moriria por tener esta experiencia, me llena de miedo perder la vanidad que me caracteriza pero me excita tanto hasta perderme en el infinito de la excitaciòn que quizà lo harìa por que perderìa la nociòn de la realidad solo por sentir este placer que con leerlo me pongo wow

    Me encanta esta historia. Chicas si alguna esta dispuesta a probar…

    Me encanta. Notar el vibrar de la maquinilla en la nuca debe de sentirse como el batir de unas alas…

      pues nada, cuando quieras probamos.

    Mmm debe ser muy excitante, felicidades me encantan tus historias

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