No fue difícil encontrar a través de las redes sociales a una chica mona pero ingenua para un vídeo Bdsm. Ahora muchas jóvenes están deseando salir de su zona de confort. Se convenció definitivamente cuando le dije que podía venir acompañada de su novio a la grabación. Le ofrecí 500 euros por un día o día y medio de trabajo.
Era una chica guapísima. Media 1,75, tenia una larga melena morena, ojos azules y era muy dulce. Su novio era un español del montón, casi tan alto como ella, la mitad de guapo y no muy listo.
Les recibí, vestido con un traje elegante, en un despacho sobrio. Les enseñé el contrato:
1. La grabación duraría al menos 24 horas o lo que tardaramos en conseguir los objetivos de la prueba a la que se sometería Mar.
2. Habría sufrimiento.
3. Todo el sufrimiento se consentía en este contrato.
4. No habría lesiones ni consecuencias físicas o estéticas permanentes.
5. Algunas consecuencias físicas podrían tardar unos pocos días en curarse completamente.
6. Algunas consecuencias estéticas podrían tardar semanas en restablecerse completamente.
7. No se les daría más información.
8. El novio, Rubén, permanecería en una sala aislado, aunque podrían comunicarse.
Discutieron durante unos minutos. Rubén era mucho más reticente que Mar. Ella estaba excitada y nerviosa, pero acojonada, de salir de su zona de confort. Le acabó de convencer : “con los 500 euros nos iremos una semana a Canarias “.
Acompañé a Rubén a su encierro. Pasamos por la sala de torturas vacía. Un amplio salón pintado de gris con un gran lucernario en el techo. Su habitación está en un lateral. Le enseñé el baño de la habitación, con ducha hidromasaje, la cama de matrimonio, la nevera rellena de fruta, medias noches y sushi y el mueble bar. Solo un pequeño ojo de buey comunicaba con la sala de torturas. Para mirar por el tendría que ponerse de puntillas. Un intercomunicador le permitiría mandarle mensajes de ánimo a Mar. Le advertí que le encerraría y que no le dejaría salir hasta que Mar hubiera logrado su objetivo. En ese momento estuvo de acuerdo.
A las 14 horas del día 21 de diciembre de 2018 hice entrar a Mar. Lo primero era domarla. Le di varias bofetadas en la cara. Se quedó estupefacta ante mi cambio de actitud.
-Desnudate.-Ordené.
Se quitó la chaqueta, el vestido floral, los pantys, el sujetador y las bragas que traía puestas. Tenía el coño pelado. Entonces supe que había acertado con Mar.
Le di un par de tortas más y la obligué a pasearse desnuda y desvalida delante de su novio.
Le até los pies con unos grilletes y las muñecas con unas esposas. Encendí un fuego en la chimenea y arrojé su ropa. La estancia se inundó de su perfume mientras se quemaban.
-Qué haces tío – protestó – me encantaba ese vestido. Me costó 100 euros – y luego, continuó, ya gimoteando – ¿Cómo voy a salir de aquí sin esa ropa? ¡Eres un cabrón!
La derribé de un guantazo.
-A mi solo me llamas señor, ¿entendido? – le dije al oído.
-¿Qué haces tío? – atronó el novio por el intercomunicador.
Con calma caminé hasta el altavoz. Bajé un poco el volumen y activé el efecto “voz de pito “. Que se fuera acostumbrando el capullo.
La recogí del suelo y la llevé hasta el “marco”. Estaba situado justo enfrente del ojo de buey por donde miraba el merluzo.
Le quité los grilletes y le puse unos zapatos de tacón de aguja. Le até la pierna derecha a la columna de la derecha y la pierna izquierda a la columna de la izquierda. Las piernas tenían una separación de un metro. La pobre casi no podía conservar el equilibrio.
Le quité las esposas. Dos cadenas caían de las dos esquinas superiores del marco. Le até una muñeca a cada una. Ahora estaba en cruz. Estirada. En equilibrio precario. Con gesto de sufrimiento pero decidida a superar la prueba.
La voz de pito volvió a hablar-ya verás como aguantas cariño, será solo una rato. –
Mar le respondió con una sonrisa forzada.
Puse una escalera detrás de ella. Subí hasta su cabeza y le acaricié el pelo. Se estremeció. Bajé una gruesa cuerda de cáñamo que colgaba del centro del “marco”. Tenía la longitud justa para acariciar su coronilla. Hice una trenza vertical utilizando sus dos coletas y la cuerda.
Tensé un poco la cuerda, obligándole a levantar la barbilla y dificultando todavía más su equilibrio.
Volví a recuperar mi tono cariñososo – no dudes en avisarme cuando tengas sed o ganas de ir al baño. Procura no perder los tacones, te quedarías colgando de la trenza.
La voz de pito volvió a hablar – aguanta cariño. Seguro que es solo un rato. Piensa en el viaje a Canarias.
Yo me retiré. Rubén comió Sushi con un par de cervezas y se echó a dormir la siesta. La pobre Mar se quedó en la postura imposible en la que le había colocado: las piernas abiertas, bailando sobre los tacones, los brazos estirados, la cabeza mirando ligeramente hacia arriba, tensa como nunca lo había estado. A esa hora todavía creía que podría disfrutar de la experiencia.
Al cabo de tres horas me despertaron sus gritos – ¡tengo sed! ¡Tengo sed! ¡Por favor agua!
Le di a un interruptor y empezó a caer una gota desde él techo, justo encima de su barbilla. Mar comprendió y sacó su lengua para intentar aprovecharlas. El difícil equilibrio sobre los tacones y los esfuerzos para beber Le hacían mover las tetas de un modo muy sexy. Rubén empezó a excitarse al otro lado del ojo de buey. Pero ya era la hora de la merienda.
Tres horas después ya debió haber bebido suficiente y empezó a gritar – ¡tengo que ir al baño! ¡Tengo que ir al baño!
Apagué la gota malaya. Una voz de estación de tren le contestó a través de la megafonía – Mar, ese “marco” es ahora toda tu vida: también es tu baño.
Ante la perspectiva, Rubén empezó a masturbarse. Mar todavía se resistió un rato. Al final cerró los ojos y confió en que nadie estuviera mirando.
A las 22 horas, Rubén ya había cenado y estaba disfrutando de un gin tonic, pero Mar ya no podía más. Gemía cada vez que estaba a punto de escaparsele un zapato, le costaba mucho no abandonarse colgada de las muñecas y le dolia la nuca. Entre sorbo y sorbo, Rubén le quitaba el sonido a El Intermedio, y, con su voz de pito, le daba ánimos desganado.
Volví a la sala de torturas. A unos dos metros delante de ella coloqué un mendrugo de pan y un cuenco con agua. Le desaté una de las manos para encadenarsela otra vez a la cadera. También le solté la otra y le di una tijera de peluquero.
Al principio no sabía que hacer. Tenía que estirar el brazo que sujetaba la tijera para conservar el equilibrio. Luego empezó a comprender.
-¡Rubén ! ¡Rubén! – gritó.
-¿Qué ?, Mar. – contestó laconicamente la voz de pito.
-Este cabrón quiere que me corte la melena para poder llegar al pan y al agua.
-Y para que puedas dormir acostada- les interrumpió la megafonía.
-Mar, tu eres muy guapa. No te pasará nada.-las últimas sílabas las distorsionó un bostezo.
-Pero a ti te encanta mi melena- gimoteó Mar.
Después de volver a bostezar, Rubén consiguió decir – ¿no estás cansada de estar de pie? Estarás guapa con el pelo corto.
A pesar de lo difícil que le era mantener el equilibrio sobre los tacones consiguió estirar en vertical lo más posible el brazo libre y empezó a cortar. Enseguida se dió cuenta que no podría cortar la cuerda. Empezó a tantear con la tijera a lo largo de su trenza hasta que llegó hasta un punto que le pareció más blando. Estaba tocando casi su coronilla. ¡Que cabrón! volvió a pensar. Pero siguió cortando hasta que todos sus pelos se separaron de su trenza colgante.
Enseguida sintió la liberación. Intentó arrodillarse poco a poco e ir estirandose por el suelo hasta el mendrugo y el tazón de agua. Estaba duro y tuvo que beber como una perrita pero no podía más. Estaba exhausta después de pasarse toda la tarde colgada. La postura era muy incómoda. Seguía abierta de piernas, atadas a los postes del marco, y con una mano encadenada a la cadera. Desnuda, tenía un poco de frío. Un poco antes de las 12 se quedó dormida.
Tal cómo yo había programado, a las 5 de la mañana, el contenido de un cubo de agua fría cayó inesperadamente sobre el cuerpo dormido de la bella Mar.
-¡Aaaaahhhh ! – gritó con la histeria de quien no sabe si está en un sueño o en la realidad. – ¿por qué me haces esto? ¿Por qué me haces esto? Estoy helada, empapada. ¿Hasta qué hora voy a estar aquí? – y empezó a llorar.
Nadie le contestó. Rubén ni se enteró. Seguía durmiendo la mona. Por el lucernario vió que seguía siendo de noche. No podía parar de tiritar. No podía dejar de llorar.
Consiguió volver a ponerse de pie, abierta de piernas, y, en su agotamiento, hacer unos estiramientos, llevando el brazo libre al techo y al suelo para intentar entrar en calor. Hasta que se cayó de bruces. Sollozando volvió a quedarse dormida sobre el charco.
Cuando la luz del día la despertó seguía muerta de frío. Donde había estado antes el cuenco de agua había ahora una maquinilla y un poco más lejos, fuera de su alcance, un “pain au chocolat” y un café humeante.
Humillada, ya no hacía falta que le dijeran lo que tenía que hacer. Se puso de rodillas. Encendió la maquinilla y se la pasó por la frente. La arrastró hasta la coronilla y un surco blanco quedó marcado. Siguió rapándose por arriba. Por el lado derecho. Continuó hacia arriba desde la patilla izquierda. Posó un momento la maquinilla en el suelo y con la mano libre se tocó la cabeza. Sólo pudo sentir pequeñas briznas de pelo. Volvió a llorar y, en su fuero interno pensó en lo mala idea que había sido querer ser mala por una vez en su vida. Volvió a coger la maquinilla y acabó de raparse el poco pelo que le quedaba en la parte de atrás de la cabeza.
-¡Ya está! – gritó – ¡ya puedes darme el puto pain au chocolat!
-Todavía te queda pelo en la cabeza – anunció la megafonía.
Mar volvió a coger la maquinilla, pensando a que se le había quedado algún pelo largo pero no encontró ninguno.
-Debe referirse a las cejas, cariño- le importunó la voz de pito de Rubén.
Menudo par de cabrones, pensó Mar. Empezó a dirigir la maquinilla a la ceja derecha. Tras un par de pasadas oblicuas consiguió arrancarsela. Con la mano libre en una difícil postura se fue a por la ceja izquierda.
-Ahora si, ¿no? Ahora me he ganado el desayuno.
Volví a entrar. Le dejé otro mendrugo de pan en la mano libre. Me miró con odio y con miedo. Mientras le soltaba la otra mano le susurré al oido:
-Tienes que dejarla completamente suavecita para ganarte el desayuno.
Le dejé delante de ella una cuchilla de afeitar, un envase de espuma, un espejo y el bol, que había utilizado antes para beber, lleno de agua caliente.
-No sé como hacerlo. Nunca he afeitado a nadie – me dijo angustiada.
-Lo harás bien – le tranquilicé.
Agitó el bote de espuma y se la esparció por toda la cabeza.
Rubén la miraba desde su refugio mientras engullía su desayuno. Al verla con la cabeza blanca pensó, “¡qué pringada!” y siguió comiendo.
La primera pasada que hizo con la cuchilla tuvo mucho miedo de cortarse. Aunque al tener las dos manos liberadas podía arreglarse mucho mejor que antes. Le dolía mucho la pelvis. Llevaba muchas horas abierta de piernas. Las piernas atadas a dos extremos y de rodillas era una postura muy extraña.
Cuando se le llenó la cuchilla de pelos y dejó de afeitar comprendió para que era el bol de agua caliente. Siguió afeitando. Le empezaba a gustar el sonido y la sensación. Pero tenía mucha hambre así que siguió afeitandose la cabeza. Le sorprendió el pensamiento. Afeitarse la cabeza, nunca se lo hubiera imaginado hacia apenas unas horas.
Cuando terminó se deleitó tocandose con las dos manos la cabeza suave.
Le interrumpió la voz de pitó de Rubén – Acuérdate de las cejas cariño.
-Gracias por recordármelo, amor- dijo mientras pensaba en lo gilipollas que era este tío.
Se untó de espuma blanca las dos sombras de cejas y se pasó la cuchilla.
Volví a entrar para acercarle el desayuno. Mar se dió cuenta de que se le había quedado el café frío y que el pain au chocolat estaba revenido.
-Así son las mazmorras, querida- le dije mientras le desataba las piernas.
Le entregué los 500 euros y un chándal para que pudiera salir a la calle.
-No liberes a ese capullo hasta que me haya ido, por favor- se despidió de mi.