Andrea, una relación con muy buen comienzo 1ª parte (DixTurber)

– Hola, he traído pizzas, sé que no es muy especial, pero nunca falla, ¿no?
– Eh… no, está perfecto… pasa, pasa.

La persona que vi al abrir la puerta no era ni mucho menos lo que me esperaba. A decir verdad, no sabía lo que me esperaba. Cuando quedé con Andrea en pasar una tarde juntos en mi casa, no me paré a pensar que ella se lo tomaría tan… tan en serio.

Andrea y yo nos conocemos del trabajo. Yo soy el monitor deportivo y segundo entrenador de fútbol sala del equipo juvenil de mi barrio, y ella es la monitora de atletismo. Coincidimos los martes y los jueves, cuando las actividades de fútbol y atletismo se relevan la una a la otra. Al principio no me percaté mucho de ella, el típico saludo en el cambio de actividad y en los descansos, y poco más. A decir verdad, ella llevaba poco tiempo contratada y mi grupo de relación en ese polideportivo ya estaba bastante consolidado como para preocuparme por más gente.

Pero entonces hubo un cambio en el calendario que nos perjudicó a ambos: fútbol y atletismo compartiríamos horario los martes, así que tendríamos que repartirnos la cancha a partes iguales. Todo eso debido al aumento de fichas e inscripciones del verano, pero el motivo nos daba igual, lo importante es que ninguno de los dos podríamos impartir nuestras actividades al 100% ese día.

Así nos tocó compartir algo más que saludos. Principalmente nos hablábamos al comienzo de la jornada para repartirnos el material y el espacio que usaríamos cada grupo, y además, actuábamos un poco de monitores de los dos grupos. Al fin y al cabo, estábamos educando niños, y entre unas cosas y otras, se acaban mezclando o compartiendo situaciones con ellos.

Fue entonces, en esos momentos durante los entrenamientos, cuando empecé a estrechar relación con Andrea. Ya fuera disfrutando por el regate imposible de uno de mis niños, o riéndonos por la absurda caída de uno de los suyos, fuimos compartiendo momentos que nos resultaban agradables y nos hacían ganar confianza el uno en el otro.

Pero basta de ponernos en situación, y hablemos de Andrea. Ella es muy extrovertida y muy habladora, siempre gritando, corrigiendo, animando… es un no parar. Su actitud se contagiaba fácilmente y por eso era muy buena en ese trabajo. Se involucra mucho y no duda en ser el ejemplo del ejercicio que acaba de explicar, o en compartir una actividad al mismo ritmo que sus alumnos. Verla correr y saltar con ellos te hace sentir genial, porque se nota que la gusta lo que hace, que es feliz, y eso te hace feliz a ti también.

Por otro lado, está su físico. No hace falta explicar que tiene un cuerpo bastante atlético, con piernas bien definidas, brazos firmes, abdomen plano y un pecho medio, sin exagerar. Sus ojos son verdes y lucen bastante gracias a su pálida piel y a su pelo rubio, que siempre lleva recogido en una coleta que le llega hasta media espalda, con el flequillo recogido exponiendo toda su frente. Desde que la conozco siempre ha llevado el mismo peinado, obviamente muy cómodo para actividades deportivas, y al no haber coincidido con ella en cualquier otro sitio que no fuera el polideportivo, no podía hacerme a la idea de una Andrea con otro look.

Teniendo en cuenta todo eso, imaginaos mi cara al abrir la puerta de mi piso y encontrarme a una chica alta, con un vestido blanco liso, con falda larga, un escote en V, zapatos planos, la raya de los ojos bien pintada y algo de brillo en los labios… y una melena larga, rubia, rizada en cascada que la caía hasta pasado el pecho, con algunos mechones peinados hacia delante, flequillo largo y desfilado hacia los lados que llegaba hasta la mandíbula y dos churritos a la altura de las orejas que se unían detrás en una coleta también rizada y que llegaba hasta sus hombros. Me era prácticamente imposible fijarme en la bolsa que traía cogida de su mano izquierda, donde estaban las dos pizzas.

Por un momento se me paró el corazón. ¿Esa era Andrea? La chica me gustaba ya bastante… ¿pero ahora? ¡Acababa de romper todos mis esquemas!

– Gracias – dijo sonriendo mientras entraba en el recibidor -. ¿Dónde dejo esto?
– Aquí, en la cocina, pasa – la invité a entrar en la cocina para dejar las pizzas -. No hace falta que te descalces, así está bien.
– ¿Enserio? Genial, no sabía si ponerme estos zapatos, ya que no vamos a salir de aquí – dijo bastante aliviada.
– ¿Me tomas el pelo? ¡Te has puesto guapísima! Me avergüenzo de recibirte así vestido, apenas me he arreglado nada.

Efectivamente, yo vestía un pantalón oscuro una camiseta negra y una camisa azul oscuro, elegante pero sin excederme. Ella me eclipsaba totalmente con su look.

– ¿Te gusta? – dijo sonrojándose un poco -. Bueno, a decir verdad quería pillarte desprevenido. Nunca me has visto arreglada, y esta era la mejor ocasión – dijo con una risita traviesa.
– Pues la has aprovechado muy bien – dije apartando tímidamente la mirada, al notar que me estaba acelerando el pulso con sólo mirarla -. Ven, te enseñaré el piso.

Lo siguiente fue enseñarla rápidamente las habitaciones de mi piso y preparar rápidamente un cuenco de palomitas para ver el partido. Sí, habéis leído bien: ¡Andrea había venido super arreglada a mi piso para ver juntos un partido de fútbol! En una de nuestras conversaciones durante los entrenamientos, descubrí que era aficionada al fútbol desde niña, aunque fuera de mi equipo rival, pero eso lo hacía incluso más interesante ya que las discusiones se volvían muy animadas. Así que decidimos quedar ese día en mi piso para disfrutar del enfrentamiento de nuestros equipos.

Nos sentamos en el sofá del salón, dejamos el cuenco de palomitas en la mesita de enfrente y nos pusimos a disfrutar del partido. Fueron 90 minutos de emoción, angustia, alegrías, frustraciones, piques… un no parar. Finalmente mi equipo resultó vencedor, pero los dos lo pasamos de maravilla. Tanto que al acabar el partido estábamos exhaustos, y ella se recostó sobre mi hombro.

– Ay… – suspiró, sacándome los colores -. No ha estado mal. ¡Uy! No te importa que…
– No, no, tranquila, quédate así, descansa – la dije antes de que se incorporara y estropeara el momento.
– Gracias.

A esa distancia su pelo me hacía cosquillas en la mejilla e hice un movimiento involuntario que lo movió un poco, desplazando un poco su coleta rizada, cosa que ella notó.

– Sabes, no sólo me he vestido bien para venir hoy aquí – dijo con voz de suspense.
– ¿A no? ¿A qué te refieres? – mi curiosidad iba acumulándose en la boca del estómago e iba a explotar de un momento a otro.
– Esta mañana he pasado por la peluquería a… bueno, ya sabes – dijo algo avergonzada.

Esa frase me derrotó. ¡Iba a ponerse a hablar de su pelo! Mi mayor debilidad. El pelo de una chica bonita.

– Y… – intenté articular palabras para no cerrar la conversación -. ¿Qué te has hecho?

Ella se incorporó de repente sobresaltándome, y me miró, algo enojada.

– ¿Cómo que qué me he hecho? ¿No se nota? – dijo alterada.
– Bueno… te has soltado la coleta y te has hecho rizos. Estás increíble así – no sabía que decir, la verdad, estaba bastante nervioso por hablar de ese tema que tanto me gustaba.
– Claro, tú sólo me conoces con coleta. Te habrá descolocado verme así – empecé a pensar que la gustaba jugar conmigo respecto a su cambio de imagen -. Pues sí, me lo he rizado y también cortado un poco.

Acababa de matarme. ¿Había dicho que se lo había cortado? Eso sí que era mi perdición.

– Pues… estás… – estaba paralizado por mi fetiche y no quería estropear el momento diciendo una estupidez -. Estás muy bien así.
– Jolín, parece que apenas te importa – dijo enojada dándome la espalda.
– ¡No! No es eso – aproveché el ofrecimiento de su melena para atreverme a acariciar su coleta rizada, cosa que ella agradeció girándose para regalarme una sonrisa -. Es sólo que…
– ¿Qué? – preguntó mientras ella también se acarició un mechón que caía por su mejilla -. Dilo, no me seas soso.
– ¡Es que me gusta mucho tu pelo! – dije rápidamente retirando la mirada hacia el televisor -. Ya lo he dicho.
– Bueno. Ni que fuera algo malo – dijo cogiéndome de la manos, algo que me aceleró un poco el pulso -. Eso quiere decir que he hecho bien yendo a la peluquería. Quería impresionarte.
– Pues lo has conseguido. Tu melena es espectacular, está muy bien peinada y se ve muy sana – la dije ya con algo más de confianza mirándola a los ojos.

Ella se ruborizó bastante con esta confesión y comenzó a jugar con sus mechones delanteros, enrollándolos dulcemente entre sus dedos.

– Gracias… oye, tal vez esto te resulta raro o te importa más bien poco, pero… – empezó a sonrojarse cada vez más -. ¿Tú cambiarías algo de mi pelo?
– Eh… ¿a qué te refieres? – no podía dar crédito a la conversación que estaba disfrutando.
– Es que hoy la peluquera me propuso cambiar y hacerme un corte más cortito, pero no he sido valiente y simplemente me arreglé un dedo las puntas como siempre y me lo peiné así – dijo sacudiendo toda su melena con las manos hacia delante para que la tapara por completo el pecho -. Pero claro, al ver que tú no has hecho mucho incapié en mi peinado, pues me hace dudar de si a lo mejor debiera habérmelo cortado distinto para… no sé… ¿destacar algo más…?
– Escúchame – la frené poniendo mis manos en sus hombros, en parte porque me estaba excitando bastante, pero también por que ella estaba acelerándose mucho -. Andrea, ¡estás tremenda así! Has tomado una buena decisión peinándotelo tan bonito, y me halaga que lo hayas hecho para pasar la tarde conmigo. ¡No tengo palabras!

El rubor de sus mejillas se hizo más y más intenso y tuvo que esconder su expresión con sus manos por un segundo. Algo me decía que esta chica disfrutaba sintiéndose bonita y engatusando a sus pretendientes.

– Mira, quiero… quiero contarte algo – me animé a correr el riesgo y contarle mi secreto, a decir verdad, no iba a tener mejor oportunidad que esa -. Me da bastante vergüenza porque es algo bastante privado y no es… no es muy común, digámoslo así.
– Te escucho – dijo acomodándose otra vez en el sofá y mirándome muy interesada -. Aunque no tienes que contarme nada que te haga sentir incómodo.
– No, quiero hacerlo. Y más ahora que me has demostrado lo mucho que te importa tu pelo y tu aspecto.
– Uy, eso suena interesante, sigue.

No había marcha atrás, se lo iba a contar, esto iba a marcar el destino de mi relación con Andrea, para bien o para mal, era la jugada definitiva y lo iba a arriesgar todo.

– Si no te he dicho nada sobre tu peinado, no es porque no me guste, sino por todo lo contrario.
– ¿Eh? – dijo visiblemente confusa.
– Sí. Verás, tengo algo… un gusto… especial, por el pelo de las chicas lindas. Es algo que me hace sentir bastante… avergonzado, pero a la vez me llena de placer y me hace disfrutar de ello. Es una sensación muy… excitante que sólo me pasa con temas relacionados con el pelo de una chica. Y ver el tuyo de repente así de bonito, y encima decirme que te lo has cortado… Dios, no sé cómo me estoy explicando así…
– No. Es… es muy bonito lo que me estás contando – dijo Andrea con los ojos brillando, como si estuvieran a punto de soltar una lágrima.
– ¿Enserio? – me sorprendí -. ¿No te parece…?
– ¿Raro? ¡Y qué si es raro! Eso no significa que sea malo. Tú eres así y disfrutas de eso. Y seguro que esa sensación te hace vivir momentos increíbles que cualquier otra persona no podría disfrutar – Andrea estaba super entusiasmada hablando sobre ello -. Me hace muy feliz que me hayas contado tu secreto, Dix.

Y entonces se lanzó a mis brazos y se fundió con mi cuerpo en un abrazo realmente cálido y reconfortante. Un abrazo que duró mucho tiempo, el suficiente para sentirme aliviado por contarle mi fetiche a una chica y no haber recibido una respuesta negativa, y para disfrutar del cariño que me estaba transmitiendo con este gesto.

– Oye, quiero saber más. ¡Cuéntame cosas sobre tu gusto especial por el pelo! – dijo Andrea separándose de mi y mirándome muy ilusionada a los ojos. ¿Sería posible que este tema le gustara tanto y pudiera disfrutarlo con ella?
– Pues…

Y el resto de la tarde nos lo pasamos hablando sobre mi fetiche. La expliqué desde cuándo creo que lo tengo, las cosas que más me gustan, mi afición por los cambios de look y la actitud de las chicas sentadas en la silla de la peluquería… ¡Todo! Me hizo sentir muy bien mientras se lo contaba, no me cuestionaba, no ponía caras extrañas… ¡Lo aceptaba! Y parecía interesarle muchísimo.

– Entonces, pongamos el caso de que yo hoy hubiera venido con el pelo cortado por aquí – dijo señalando con sus manos la línea de la mandíbula, cosa que enseguida me excitó bastante -, y con un flequillo recto por las cejas… ¿Qué habrías pensado o hecho?
– Supongo que no habría podido apartar la mirada de tu corte y te habría hecho mil preguntas sobre cómo te lo han cortado… bueno, realmente me habría dado vergüenza y no habría hecho ninguna de las dos cosas – me eché a reír y ella se unió a mi risa.
– Jajaja. Sabes, no me habría importado contártelo. Lástima que el corte que me he hecho sea un poco aburrido. Tan sólo me han estirado las puntas muy bien detrás de mi, y lo han cortado como un dedo de largo. Así, tas tas tas tas – dijo agarrando uno de sus mechones y con sus dedos haciendo como que cortaba las puntas.
– Está bien, simplemente oír eso me enciende un poco – dije divertido.

Ella se acercó más a mí, agarrándome del cuello con una mano y acercándome a ella.

– Sabes, creo que me puede llegar a gustar esta faceta tuya.

Y sin esperar ni un segundo más, la besé. No lo soportaba más, me gustaba demasiado. Ya no sólo físicamente. Era una chica increíble, y para colmo, había aceptado y compartido sin problemas mi fetiche. La besé intensamente durante un buen rato, y ella me devolvió el beso más que encantada.

Al separarnos se levantó, se adecentó un poco el vestido y dejó caer toda su melena bien estirada.

– Dix, me gustas mucho. Quiero intentarlo contigo. Y quiero empezar fuerte, para que no te me escapes – dijo juguetona.
– ¿Y qué es lo que propones? – dije levantándome y agarrándola por la cintura con las dos manos.
– Agárrate fuerte que mi proposición te va a encantar – dijo mordiéndose el labio inferior, haciendo que me derritiera -. Mañana por la mañana…
– Ajá… – dije intrigado.
– Vas a venir conmigo…
– ¿A dónde? – no podía soportar la expectación y me iba agarrando más fuerte a su cintura.
– A mi peluquería.
– ¿CÓMO? – dije con un grito de sorpresa mientras me aferraba fuerte al cuerpo de Andrea.
– Y voy a pedirle a mi peluquera…
– No serás capaz…
– Que me vuelva a cortar el pelo…
– Oh dios… – me estaba derritiendo.
– Y esta vez, me lo cortará como a ella le apetezca.
– Mmmmmmmmmm – estaba relamiéndome sólo de pensar en qué podría ocurrirle a su increíble melena.

Andrea se acercó dulcemente a mi oído y me susurró con voz muy sexy.

– Me voy a cortar el pelo… muy cortito… y tú lo vas a ver en directo – dijo mientras con uno de sus dedos jugaba acariciando mi pierna izquierda desde la rodilla hacia arriba.
– No te creo – fue lo único que fui capaz de decir.
– Mejor – siguió susurrándome -. Así cuando ocurra y lo veas, te excitará muchísimo más. Ver como mi pelo cae, y cae, y cae… Y yo voy quedando más y más guapa – entonces la dio un escalofrío -. Sólo de pensarlo me dan muchas ganas de hacerlo ya.

Decidí sacar fuerzas y dejar de estar tan atontado por la sorpresa. La agarré fuerte y la acerqué hacia a mi, y con la mano derecha la cogí la coleta con fuerza y la hice mirarme fijamente a los ojos.

– Pero con una condición – la dije muy serio.
– Eh… – dio un respingo al notar el tirón en la coleta y empezó a asustarse -. ¿Cual?
– Yo decido tu corte. Yo la digo a tu peluquera lo que tiene que hacerte.
– Va… vale… – dijo visiblemente asustada.
– Y créeme – dije moviendo mis dedos entre los mechones de la coleta -. Vas a perder mucho pelo. Muchísimo.
– Ah… – dio un pequeño chillido, estaba dándose cuenta de que había despertado a la bestia.
– Así que vete despidiéndote de tu larga melena. Y sobre todo de tu coletita – dije moviendo una vez más mis dedos en su coleta.
– Mi… mi…

De repente, Andrea se separó de mi con fuerza. Por un momento me asusté. ¿Me habría sobrepasado con ella? ¿La había cagado? Ella se dirigió rápidamente a la cocina. No la seguí, tan sólo escuché que abría y cerraba cajones. Al rato regresó con… ¡unas tijeras de cocina! Peinó su pelo hacia delante con las manos, agarró la mitad de su derecha como si fuera una coleta y, mirándome fijamente con expresión decidida y desafiante, colocó las tijeras a la altura de su clavícula, dispuesta a cortarse casi 10 dedos de coleta rizada.

– Lo estás viendo, ¿verdad? ¡No tengo miedo! Mañana me cortaré el pelo, como tú quieras. Estaré a tu merced, y a merced de la peluquera. Y aquí tienes la prueba de que no voy a dar marcha atrás. Di adiós a mi pelo largo.

CHAS

(CONTINUARÁ)

mdj
Author: mdj

Deja una respuesta

Leave the field below empty!

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.