El Club 2ª parte (ANSW3R)

Habían pasado unos días desde que abandoné el club. Ya había terminado el artículo, el cual había gustado bastante a mi jefe, y seguía con mi vida normal, pero le seguía dando vueltas al asunto. Me apetecía volver, pero me daba mucho respeto afeitarme la cabeza. Un día, peinándome frente al espejo, me di cuenta de que mi pelo, normalmente cortado en una melenita por encima de los hombros, había crecido demasiado. No lo odiaba, pero últimamente no le tenía mucho apego: era graso, con muchos remolinos y no era especialmente bonito. No me gustó lo que vi en el espejo y decidí que era el momento de un cambio. Pensé en Celia y en su preciosa melena. Si ella había tenido el valor de pelarse, ¿por qué yo no? Decidí llamar a Teresa.

“¿Noemí? Cuánto tiempo niña. ¿Qué tal te va todo?”

“Bien, a mi jefe le gustó mucho el artículo. Una cosa, que he decidido que quiero unirme al club. Hay una barbería cerca de mi casa y…”.

“Eso está genial, nos encantaría tenerte de vuelta. ¿Te importa esperar al próximo domingo?”

“En absoluto”

“Vale, pues ese día quedamos en mi casa. Te daré la dirección”.

El domingo, fui al piso de Teresa. Me recibió vestida con una camiseta y unos leggings.

“Qué alegría verte, Noemí. Te veo genial”.

“Lo mismo digo. ¿Cómo vamos a hacer esto?”

“Ahora verás. Pasa y siéntate mientras preparo todo”.

Me extrañaba tanto secretismo. Mirando por el salón, encontré fotos de Teresa de más joven. Me fijé en su pelo: una cascada de frondosos rizos castaños bajaba desde su cabeza hasta media espalda. También una foto más reciente, con el pelo más corto pero igualmente largo. ¿Lo echaría de menos? Teresa volvió al salón.

“Pasa al baño, está todo listo”.

“He visto tus fotos con pelo. Era muy bonito. ¿No lo echas de menos?”.

“Gracias Noemí, pero estoy bien así. No lo echo de menos”, dijo mientras se acariciaba la calva.

Había montado una peluquería en el baño. Una silla frente al espejo, y una maquinilla y material de afeitar en el lavabo. Me indicó que me sentara y me puso una toalla por encima.

“No me digas que lo vas a hacer tú misma…”

“Premio. Al principio pensé en llevarte a una barbería, pero luego pensé que ya que tengo los materiales aquí, lo hago yo. ¿Te gusta?”

“No tengo ningún problema con ello. Adelante”.

Estaba temblando de los nervios. Teresa encendió la maquinilla y sin mediar palabra dio una pasada desde mi frente hasta la coronilla. Continuó pasándola con cara de concentración, mientras yo veía caer mi pelo. Sentía mi cabeza más ligera y notaba frescor en ella, y empecé a notar un cosquilleo en mi entrepierna. Cuando acabó, me toqué la cabeza, que aún raspaba. Seguía sin creerme que estuviese haciendo esto. Teresa sonreía y me acariciaba la cabeza.

“Ahora viene lo mejor”.

Cogió una toalla pequeña, la mojó en agua caliente y me la pasó por la cabeza. Acto seguido, la cubrió de espuma de afeitar y empezó a pasarme la cuchilla. Yo me limitaba a mover la cabeza para facilitarle la tarea. El cosquilleo en mi entrepierna iba a más. ¿Estaba empezando a excitarme? Cuando me di cuenta, Teresa ya me había afeitado. No me reconocía al verme en el espejo. No había pelo alguno en mi cabeza, sólo piel blanca. Alargué las manos para tocármela y sentí un gran gustito, igual que cuando toqué la cabeza de Celia.

“Bueno niña, bienvenida de nuevo al club. ¿Qué tal te ves calva?”. Teresa me acariciaba la calva sonriente.

“No me reconozco casi. Pero me veo bien. Y me gusta mucho el tacto”.

“Claro que sí, estás guapísima. Ya verás cómo no vas a querer que te crezca el pelo”. Sacó un bote del armario y vertió su contenido en su mano. “Esto es para después del afeitado, te va a dejar la cabeza aún más suave”.

Empezó a extendérmelo por la cabeza, como si fuera un masaje. Teresa sonreía más aún.

“¿Esto te está gustando mucho, verdad?”

“No lo sabes tú bien. He disfrutado cada momento. Eres la primera chica que dejo calva yo misma”, dijo casi susurrándome. Parecía que estaba cachonda. Recordé que me dijo que era fetichista. “¿Sabes lo que disfruté viendo caer la melena de Celia? Habría dado lo que fuera por pelarla yo. Esa melenita rubia, tan bonita… Creo que ella es de las mías. ¿No te fijaste en su sonrisa? Esa ya no vuelve a dejarse crecer el pelo”. Su tono era más y más lascivo. Mi excitación aumentaba y de repente, al ver a Teresa tan cerca de mí, algo me invadió. Acerqué mi boca a la suya y la besé.

Antes de que me diese cuenta, estábamos tumbadas en un sofá y desnudándonos. Teresa me abrió las piernas y empezó a comerme el coño. Yo no paraba de acariciarle la calva mientras su lengua seguía estimulando mi clítoris. No paró hasta que me corrí entre gemidos. Tras ello, le abrí de piernas y le devolví el favor. Nunca me había acostado con mujeres, así que decidí imitar lo que había hecho ella. Teresa no paraba de gemir a cada lamida que le hacía. Como hizo ella, no paré hasta que llegó al orgasmo. Nos quedamos un rato abrazadas en el sofá.

“Ha sido la hostia. Creo que es el mejor polvo de toda mi vida. Nunca lo había con una mujer”, dije mientras nos acariciábamos la una a la otra.

“¿Nunca lo habías hecho con mujeres? Créeme, es un mundo totalmente nuevo. Ya sabes, cuando quieras repetimos”.

Nos dimos un último beso y nos despedimos. De vuelta a casa, todo el mundo me miraba la calva, algunos muy indiscretamente. Al llegar a mi piso, mis compañeras se quedaron boquiabiertas al verme.

“Pero Noemí, ¿qué te has hecho, loca? Estás calva”.

“Me apetecía un cambio de look. ¿Os gusta?”

“Pues la verdad es que sí, Te queda muy bien”.

Aquella semana fue la más extraña de toda mi vida. El lunes, cuando aparecí calva en clase, no se habló de otra cosa. Todos mis compañeros me preguntaban por qué había hecho eso. Lo que más me costó fue enseñárselo a mis padres en una videollamada. A mi madre casi le da algo al verme así. Pero aquello no me echaba para atrás: yo quería mantenerme calva. Por otro lado, empecé a seguir los consejos de Teresa, como buscarme una barbería cercana a casa o aprender a afeitarme yo misma. Aquello se me daba bastante bien y pronto dejé de recurrir a las barberías, lo que mi bolsillo agradeció. Por supuesto, seguí mi relación con Teresa.

Unas semanas después, Teresa me habló. Me dijo que había descubierto una barbería donde hacían afeitados al estilo militar y quería que fuésemos juntas. Acepté sin dudarlo. Llegado el día, fuimos al local, donde había un hombre de mediana edad con la cabeza afeitada. Yo me senté la primera.

“Queremos uno de esos afeitados tan apurados que haces”.

Me enjabonó la cabeza y empezó a afeitar. Lo hacía de forma firme y repasando cada zona. Yo me excitaba a medida que pasaba la navaja. Tras afeitarme una primera vez, me volvió a enjabonar y empezó a afeitar a contrapelo. Cuando acabó, me echó aftershave. Mi cabeza relucía y estaba más suave que nunca. Era el turno de Teresa. Pude captar una conversación mientras la afeitaban.

“Pues sí, empieza a cansarme lo de afeitarme a diario. No me gusta que me crezca el pelo”.

“Pues tengo algo para ello. No me lo han pedido hasta ahora. Te explico…” Justo entonces me llamaron al móvil y perdí el hilo.

Pude ver que a Teresa le aplicaban un ungüento en la cabeza. Tras extendérselo, estuvo un rato apuntando un secador hacia las zonas con ungüento hasta que se secó. Cuando ya estuvo seco, el barbero lo arrancó como si fuera una gran tira de cera.

“¿Y dices que ya no voy a tener que afeitarme?”

“Efectivamente, el pelo ya no va a ser un problema para ti”. ¿Qué demonios sería eso?

Pagamos y nos fuimos. Una vez fuera, no pude aguantar la curiosidad y le pregunté a Teresa qué era eso que le habían puesto.

“Pues es un depilador. Se aplica sobre una zona con pelo y tras darle calor, se pega al folículo. Luego se arranca y se lleva el folículo, y el pelo no vuelve a crecer. Es como la cera, pero más fuerte”.

“¿Cómo que no vuelve a crecer? ¿Vas a quedarte calva para siempre?”. Estaba en shock.

“Sí, ese es mi objetivo. Verás, ya odiaba que mi pelo creciese y me daba pereza tener que afeitarme todos los días. Así que en cuanto me dijo eso, acepté sin dudarlo. Además, ya no echaba nada de menos mi pelo. No sabes cómo me encanta la idea de una cabeza suave y brillante para siempre”.

Las semanas siguientes transcurrieron con normalidad, aunque no paraba de pensar en Teresa y en su decisión. ¿Cómo podía hacer eso? Aunque la verdad es que entendía que quisiera estar así sin necesidad de afeitado: a mí me resultaba cada vez más pesado tener que afeitarme. Además, empezaba a no gustarme que me creciera el pelo. Una idea empezó a rondarme la cabeza, pero decidí descartarla. Era demasiado drástica, no habría vuelta atrás. ¿Y si un día me arrepentía?

Era sábado noche e iba a salir con las chicas. Decidí afeitarme y ponerme un vestido ajustado: era un tipo de ropa que antes me daba complejo ponerme, pero ya no. Supongo que estar calva me había dado más confianza en mí misma. Ya en la discoteca, no paraba de atraer miradas. Tanto chicos como chicas me decían que les gustaba mi calva, y varios intentaron ligar conmigo o tocarme la calva. Ahí tomé la decisión final.

Llamé a Teresa con la excusa de que quería estar con ella y quedamos para ir a la barbería de la última vez. Una vez allí, mientras el hombre me afeitaba, le dije con aplomo:

“Quiero que me pongas el depilador”.

“¿Estás segura? Recuerda que es permanente”.

“Noemí, ¿seguro que quieres hacerlo? Piensa que eres muy joven y te puedes arrepentir…”, dijo Teresa.

“Segurísima. No quiero tener que volver a preocuparme por el pelo”.

Una vez me afeitó, empezó a extenderme el depilador, tras lo cual empezó con el secador. Yo empecé a pensar en lo que se había convertido mi vida: sólo por un encargo de un artículo, me había afeitado la cabeza para unirme a un club de mujeres calvas, estaba liada con una mujer que podría ser mi madre y ahora estaba deshaciéndome de mi pelo para siempre. Cuando me di cuenta, me estaba arrancando el gel de la cabeza. Me enseñó la parte de abajo, en la que había millones de pelos minúsculos pegados. Mis últimos pelos.

“Bueno nena, ¿cómo se siente estar calva para siempre?”.

“Se siente genial. No creo que vaya a arrepentirme nunca. ¿Cómo crees que se lo tomarán las chicas del club?”

“No lo sé. Lo mismo a alguna le gusta y nos copia la idea…”

“¿Te apetece que vayamos a casa? Ya sabes…”

“Vamos”.

EPÍLOGO

Habían pasado varias semanas desde que me aplicaron el depilador y efectivamente, mi pelo no había crecido un solo milímetro. Poco después de aquello, tuvimos reunión del club, donde les explicamos a las chicas lo que habíamos hecho. Casi se caen de culo al saberlo, aunque alguna se mostraba interesada e incluso nos preguntó por la barbería, aunque según ellas no querían aplicárselo, solo querían probar el afeitado militar.

Teresa y yo habíamos decidido ir al dermatólogo para que nos confirmara que no nos iba a crecer el pelo.
Fuimos por separado, aunque con la misma excusa: una alopecia severa.

“Efectivamente Noemí, has sufrido una alopecia muy grave y no te volverá a crecer el pelo. Es como si te hubieran arrancado todo el pelo desde el folículo. Es curioso, hay varias mujeres que vinieron estos días con este caso”.

“No me diga. Por curiosidad, ¿cómo eran esas mujeres?”.

“Pues primero vinieron dos mujeres de mediana edad. Una decía que tenía ya alopecia de hace tiempo, así que se le ha debido de acelerar. Y unos días después, vinieron dos, una mayor ya y otra muy joven, tía y sobrina, con el mismo problema. Las cuatro con el mismo de tipo de alopecia que tú. Es algo muy curioso”.

“Sí sí, muy curioso…”. Estaba haciendo un esfuerzo inhumano por aguantarme la risa.

FIN

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Author: mdj

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