El camino a casa se convirtió en una marcha fúnebre. MarÃa tenÃa un semblante triste, apagado, adornado con una mirada perdida en la infinidad de sus pensamientos, que solo cobraba algo de vida cada vez que pasábamos por un escaparate para desviar la vista para mirar su nuevo corte de pelo.
Cada paso que daba, lo hacÃa como alma en pena, como reo que va hacia el patÃbulo creyéndolo todo perdido. Una mueca de llanto asomaba cuando se veÃa reflejada en el frÃo cristal, pero que pronto era disimulada para evitar ser vista por la gente. SentÃa un gran pesar por lo que acababa de hacer, como si todo el pelo que acababa de cortar, al caer, lo hubiese hecho sobre su alma, hundiéndola hasta el fondo.
Se me partÃa el alma tan sólo de verla asÃ. No aguantaba verla mal y eso tenÃa que sumarle el hecho de sentirme algo culpable por haber sido yo el que la habÃa incitado a cortarse el pelo corto. Si no hubiese insistido hasta convencerla, no hubiera vuelto a pasar lo que la otra vez, MarÃa tendrÃa una melena como la ha llevado toda su vida y serÃa feliz con ello.
Pero todo lo habÃa hecho por ella, por verla feliz. TodavÃa recordaba los momentos de camino a la peluquerÃa, cuando al contrario que la otra vez, en lugar de nervios habÃa felicidad, que siguieron cuando le explicaba a Cristina el corte que querÃa con entusiasmo y que duraron durante todo el corte hasta que apareció Nadia. Y todo eso ahora estaba muerto.
Intentaba consolarla acariciándole su cuello o su hombro mientras que mi brazo rodeaba su espalda, pues sabÃa que eso la relajaba, pero en este caso no habÃa reacción alguna. Asà avanzamos casa a casa, calle a calle, hasta que llegamos a nuestro hogar.
Una vez dentro lo primero que hizo MarÃa fue romper a llorar mientras se desplomaba en el sofá después de tocarse su escaso pelo. Lloraba como no lo habÃa hecho nunca, más aún que con el corte de pelo de hacÃa cuatro años, mientras tapaba su cara con sus manos, como una niña que intenta esconderse del mundo y que nadie la vea.
Rápidamente me acerqué a ella y la cogà entre mis brazos, acercando su cabeza a mi hombro mientras le acariciaba el poco pelo que le habÃa dejado Cristina en la cabeza. En ese preciso instante me di cuenta de lo corto que era, llegando a pincharme toda la zona que habÃa tocado la maquinilla, mientras que la parte de arriba no llegaba a tener ni uno de mis dedos de largo.
– ¡Tranquila MarÃa! – le susurre al oÃdo -. El pelo crece y en unas cuantas semanas tendrás el pelo como querÃas que te lo cortara Cristina. Y además no te queda tan mal, para mi sigues estando igual de guapa.
– ¡Estoy horrible!, – espetó ella – parezco una bola de billar. Que dirá la gente cuando me vean, pensarán que tengo cáncer, que soy lesbiana o que soy una skin head o peor aún, que soy una toxicómana. Además seguro que tú opinas lo mismo y te parezco horrible asÃ.
– ¡No digas tonterÃas!, que tampoco es para tanto, que no tienes la cabeza rapada al cero para que la gente diga eso y si lo dicen que les den, que lleves el pelo corto no te va a hacer mejor o peor persona – le conteste mientras seguÃa llorando.
– Si lo harán y no quiero que la gente piense eso de mi – prosiguió con su lamento.
En ese momento estallé:
– No le eches la culpa a la gente, cuando eres tu la primera que piensa eso – le recrimine -, no por tener el pelo tan corto tienes por que ser eso. Muchas chicas se cortan el pelo asà o incluso más corto. ¿Acaso Nadia por cortarse el pelo asà también lo es?
MarÃa al escuchar eso rompió a llorar más fuerte, mientras que yo me sentÃa cada vez peor por haberle soltado tal reprimenda y haberla hecho llorar más, cosa que habÃa hecho para intentar que reaccionara pero con el resultado opuesto.
En ese momento tuve una idea de la cual puede que me arrepintiera más adelante, pero MarÃa era tan importante para mà que se merecÃa que hiciera cualquier cosa por ella. Asà que la cogà de la mano y tire de ella hacia la calle antes de que reaccionara.
Por suerte MarÃa habÃa dejado de llorar mientras que andábamos por la calle, fruto de la vergüenza por que la vieran asà y sobre todo por el asombro de haberla sacado asà a la calle.
– Ahora vas a cambiar de opinión y te va a gustar tu corte de pelo – le comenté justo cuando llegamos a nuestro destino: la peluquerÃa de Cristina.
– ¿Pero qué hacemos aquÃ? – pregunto sorprendida.
– Ya lo verás, ahora vas a cambiar de opinión o si no pensarás todo eso de mi también.
– ¿Qué? – exclamó MarÃa –. No, no vayas a hacerlo, por favor, no hace falta y no quiero que hagas tu la misma tonterÃa que yo por mi culpa, lo que he dicho antes lo que he dicho sin pensarlo, ya se me ha pasado.
– No se te ha pasado. Eso es que lo que me harás creer mientras que te pondrás a llorar a escondidas igual que la otra vez.
En ese momento entramos en la peluquerÃa ante el asombro de Cristina y Nadia, que se encontraban charlando cerca de la ventana, seguramente sobre el desafortunado corte de pelo de MarÃa.
– Hola – nos saludaron las dos -, qué hacéis de nuevo por aquÃ, ¿se os ha olvidado algo?
– No, tranquila. Es que me lo he estado pensando y yo también voy a cortarme el pelo – respondà ante la mirada atónita de Cristina.
– ¿Pero estás seguro? – me preguntó –. CreÃa que te gustaba el pelo largo y que no tenÃas expectativas de cortártelo en cierto tiempo. Además a MarÃa creo que le gusta incluso más que a ti.
– Si, estoy seguro – conteste con seguridad -. Ya se que a MarÃa le gusta que lleve el pelo largo, pero necesito darle una lección para que cambie de opinión y que vea lo poco que me importa el pelo.
– Está bien – me dijo mientras me señalaba el labacabezas de la peluquerÃa para que tomará asiento.
– Tu me dirás – me pregunto una vez en frente del espejo mientras me ponÃa la capa, después de haberme lavado el pelo. – ¿Como te corto?
– Déjamelo más corto que a MarÃa. Méteme la maquinilla al uno o al dos por toda la cabeza – le contesté con seguridad ante su a sombro.
– ¡Noo! – apeló MarÃa a Cristina. – Por favor Cristina, no se lo cortes, que no hace falta. Si ya no me veo tan rara con el pelo tan corto. Ya se que me he comportado como una tonta.
Pero Cristina ya estaba despejándome el lateral con la maquinilla al dos, dando una pasada, y otra, y otra, hasta dejar todo mi lado derecho completamente rapado. Mientras MarÃa miraba con asombro como caÃan los mechones de pelo rizado al suelo, los cuales eran incluso más largos que los que hacÃa unas horas habÃa tenido ella en su cabeza.
Pronto Cristina comenzó a rapar el otro lado de mi cabeza disfrutando del corte, cosa que advertà al ver como se le habÃan endurecidos los pezones y se le habÃan marcado en la ropa, aunque no por ello dejaba de tener un sentimiento de culpabilidad, ya que si hubiese sido más clara, MarÃa ahora tendrÃa el corte de pelo que querÃa. Además también pensaba que se le habÃa ido la mano cortando, ya que por arriba no le habÃa dejado ni un dedo de largo.
Una vez listos los dos laterales, siguió a pasar la maquinilla por la frente, dejando una banda de unos tres dedos de ancho casi sin pelo que fue creciendo a la vez que Cristina proseguÃa con su tarea. La pasaba una y otra vez, sin tregua, sin compasión, como si le gustara el sonido y la vibración que producÃa al cortar, la cual hizo que yo también me excitara como ella..
MarÃa no podÃa creer lo que veÃa y su cara denotaba más angustia aún cuando escuchaba el cambio de sonido de la maquinilla al entrar en contacto con el pelo. Mientras Cristina seguÃa dando pasadas a mi cabeza para apurar al máximo cualquier pelo rebelde que intentara escapar del poder de la maquinilla.
Pronto estuvo el trabajo terminado, que al ser visto por MarÃa mientras era repasado mi cogote, provocó en esta una cara mezcla de asombro y de horror. La cual en breves instantes serÃa mayor, pues mientras que me enjuagaba la cabeza, Cristina me dijo en voz baja, que en cuanto terminara de lavarme, le metiera también la maquinilla al igual que habÃa hecho ella conmigo.
Cristina que acababa de terminar mi corte de pelo, aprovechó que MarÃa habÃa ido al servicio para tomar asiento y colocarse la capa para que comenzara a hacer mi trabajo con cierto asombro. Sin piedad, pronto le hice una raya en medio de unos tres dedos de ancho que surcaban su bonito pelo rubio, el cual comenzó a caer hacia atrás sin vida.
MarÃa al escuchar el ruido de la maquinilla desde el servicio pensó que me estaban repasando otra vez la cabeza y al salir de él se quedó helada al ver a su amiga casi completamente rapada, puesto que al tener el pelo rubio, daba la sensación de tenerlo casi al cero.
Pero para más asombro de los tres, al sonido de la maquinilla con la que rapaba a Cristina, se le unió el peculiar ruido de otra maquinilla más, la cuál estaba siendo usada por Nadia para dejarse el pelo tan corto como nosotros.
Asà al unÃsono siguieron su trabajo las dos máquinas. Cortando y cortando, sin parar, sin ninguna tregua, hasta que Cristina quedó completamente pelona. Mientras tanto Nadia habÃa conseguido convencer a MarÃa para que la ayudara con el corte, por lo que está sostenÃa en sus manos el cortapelos que previamente habÃa tenido en sus manos Nadia.
Mientras que MarÃa seguÃa afanosamente su trabajo, yo terminaba de afeitarle el cogote a Cristina al igual que habÃa hecho ella conmigo y de enjuagarle la cabeza para eliminar todos los molestos pelitos.
Una vez que acabé mi trabajo, comencé a guardar la máquina, mientras que Nadia, que ya tenÃa la cabeza totalmente rapada, pasó al lavacabezas para que Cristina la enjuagase también, lo cual hizo que me quedara mirando fijamente el contraste que hacÃan las dos bellezas de ojos verdes con la cabeza completamente rapada, una con el pelo rubio y la otra con el pelo moreno, a las cuales les quedaba igual de bien el corte de pelo tan extremo.
Yo acababa de guardar la maquinilla que habÃa empleado en el corte de pelo de Cristina, la cual le estaba lavando la cabeza a Nadia, cuando un sonido nos estremeció a todos. Al levantar la mirada pudimos ver como MarÃa habÃa comenzado a terminar el trabajo que horas antes habÃa empezado Cristina, para dejar completamente rapada toda su linda cabecita, al igual que nosotros.