Hermanas de calva (Franco Battiatto)

La cita era en casa de Juana. Allí habíamos quedado todas las amigas para charlar, tomar un cafetito y experimentar con nuestras cabelleras. Juana, una mujer poco sofisticada y pueblerina pero muy simpática y amiga de medio barrio había decidido hacer una especie de sesión de peluquería doméstica para todas las amigas. La condición era dejarnos tocar el pelo aunque sólo fuera un poquitín las puntas.

Casi todas aceptamos con gusto, excepto Luisa y Mónica, que no querían desprenderse de un milímetro de sus jugosas melenas de peluquería y que además eran unas pijas. Fuimos el resto porque a Juana le hacía mucha ilusión ya que sus hijos le acaban de regalar por su 45 cumpleaños un kit completo de peluquería y porque todas sabíamos que Juana había estudiado en la Academia de Peluquería e incluso llegó a trabajar en un pequeño salón de su pueblo de joven como aprendiza. Lavando cabezas y barriendo pelo, nada más… pero el caso es que todas nos fiamos como si se tratara de una exclusiva estilista de moda. Y allí fuimos a sacrificar nuestro pelo en busca de una nueva imagen.

Yo había decidido liberarme de la mitad de la melena. Me costaba mucho trabajo peinarla y mantenerla en orden y además me gastaba un dineral en la pelu, así que estaba decidida a decirle a Juana que recortara a lo tazón. Una melenita breve y redondeada me quedaría muy bien con mi rostro ovalado y seguro que eso si que sabría hacerlo la anfitriona perfectamente. O mejor, un corte ochentero despejado en un lateral y larguito por otro con raya a un lado. Eso me quedaría ideal.

Fui la primera en llegar a la reunión. Entré en casa de Juana como había hecho tantas otras veces antes pero enseguida presentí que no era una tarde más. Que aquella tarde tenía un sabor especial, que algo extraño y atrevido iba a suceder. De entrada nada más saludarme Juana en la puerta me extraño que ella fuera hiper-maquillada y con un batín cruzado de peluquera puesto y que luciera un corte de pelo a lo Cleopatra, un look que ella no estilaba. En el batín se veían restos de pelos de todos los tamaños. Era cabello recién cortado. Además la casa olía de un modo intenso a laca…

-Bueno, chica, veo que ya te has puesto manos a la obra -le comenté diplomática
-Pues, sí, Lola. Tenía muchas ganas. He empezado con los niños. -Me respondió orgullosa, feliz e incluso algo nerviosa -Pero ven que te enseñe el regalo.

Me llevó a una salita donde había improvisado el salón. Delante de un gran espejo de cuerpo entero había una silla y a su alrededor una gran cantidad de pelo cortado yacía en el suelo.

-Todavía no me ha dado tiempo ni ha barrer. No he parado en toda la mañana.

-Ya veo y hasta te has cambiado tú.

-Pues si ¿Te gusta el pelo a lo Cleopatra?

-Si, aunque yo te pediré algo más recortadito.

-Perfecto, mona.

En una mesita adyacente a la silla de despelucar, Juana, tenía preparada como si se tratase de material quirúrgico todas las herramientas del completo kit que le habían regalado sus hijos: Dos capas de color rosa fucsia perfectamente dobladas, dos peines (uno pequeño y de púa fino y otro grande y de dientes separados para cabello rizado y fosco), tres tijeras (Unas pequeñas, otras grandes y otras de entresacar), tres cepillos (plano, redondo y de madera), dos navajas (con dientes y lisa), un secador de mano con difusor incorporado, horquillas y pinzas de plásticos, tenazas calientes, una gran plancha con placa plana, ondulada y en zig-zag, laca, gomina, polvos de talco, un par de toallas y la joya de la corona… una brillante máquina rasuradora de color rojo con todos su peines perfectamente dispuesta.

-Bueno chica, vaya regalazo, ni que fueras Ruphert.

-Los niños sabían que me hacía mucha ilusión y, con ayuda de su padre, han tirado la casa por la ventana. Claro que en esta casa ya no nos volveremos a gastar ni un euro en peluquería que para eso ya estoy yo. ¡Nos vamos a ahorrar un dineral!

En ese momento entró en la salita su hijo pequeño, Fabián, de ocho añitos. Fabián había quedado rapado casi al cero excepto por la parte frontal de su cráneo de la que pendía un ridículo flequillo testimonial de una sola línea capilar. En su rostro se le notaban aún las lágrimas que habían caído por él hace unos minutos.

– Oye, Juanita, Te has pasado con el crío ¿No? Parece un Marine- Le comenté de un modo sincero

– Que va, que va. Así irá más fresquito… Bueno, la verdad – rectificó sobre la marcha un tanto avergonzada- es que fue con el que primero que ensayé y creó que me equivoqué de peine. En lugar del tres le metí el uno, o el cero y medio. Empecé por un lateral llegué casi hasta la coronilla y claro, ya no había remedio. Si, creo que se me fue un poco la mano. Pero bueno, ya le crecerá…

La respuesta de Juana me asustó. Si le daba igual haber dejado ridículamente despelucado a su niño y pasaba olímpicamente de sus lloros y quejas… ¿qué sería capaz de hacer con nosotras? Como un acto reflejo defensivo me toqué mi melena castaña y me hice una coleta con una goma que llevaba como intentándome proteger de algo inevitable: mi corte de pelo pactado y decidido. No me podía echar a atrás.

Poco después llegaron Lourdes y Malena, las otras dos amigas citadas. Lourdes era la más decidida. Quería un corte transgresor y radical. Al fin y al cabo ella era soltera, no tenía hijos y podía permitirse el lujo de experimentar. No tenía muy claro que quería hacerse pero si que se raparía la nuca. Ya lo había hecho hace unos años y decía que fue la época de su vida en la que más ligó. Por eso quería repetir la experiencia. Malena en cambio era un poco más tímida. Llevaba el pelo anárquicamente permanentado. Se rizaba el pelo en su casa para ahorrar dinero y también se lo teñía. El resultado era una cascada de rizos informe sin orden ni concierto por su cabeza. Además era una melena demasiado larga y demasiado amarilla por no hablar del centímetro y medio de raíz negra. Necesitaba un cambio urgente. Pero habría que convencerla.

Juana nos presentó a la persona que haría las veces de ayudanta en la sesión y que no era otra que su hija Mayca, una turgente jovencita de 16 años. Mayca había pasado también por las manos de su madre y presentaba un corte excesivamente escalado. Muy poblado arriba y demasiado rapado por la nuca y laterales. Un estilo boina que no favorecía para nada a la adolescente dadas sus facciones. El escalón era muy exagerado.

Juana le pasó la mano por su nuquita rapada y espetó:

– No me diréis que Mayca me ha quedado mal ¿Verdad?

Pasaba las manos por la el desnivel capilar de la niña como exhibiendo ufana un triunfo.
El rasurado, con la nuca muy apurada, comenzaba a centímetro y medio de la coronilla. Raya en medio y laterales en plan tejado. Un bob excesivo y radical nada favorecedor, fallido.

Se hizo entonces un silencio un tanto incómodo. Juana no parecía saber tanto de cortes de pelo como nos dijo. El momento de engorro e indecisión lo quebró con maestría sin embargo la anfitriona:

-Y bien. ¿Quién va a ser la primera?

-Yo misma- Respondió con decisión Lourdes.

Nos tomamos un cafetito ya un tanto tensas en el sala de estar y regresamos a la salita-peluquería. La sesión iba a comenzar.

Juana hizo sentar con brusquedad. Juana ya oficiaba de jefa de las operaciones. Allí se haría lo que ella mandara, que para eso había trabajado en la peluquería de su pueblo veinte años antes. Ella estaba segura de si misma y del resultado de su trabajo con las tijeras, con la navaja y con la máquina rapadora.

-Vale, guapa, como te comenté lo quiero bien, bien cortito… pero no rapado al cero excepto la nuca que me la puedes dejar rapadita. ¡Pero sólo la nuca, no me hagas lo del niño porque te mato, rica! -Puntualizó intuyendo las intenciones de Luisa que esgrimía la rapadora como un hacha brillante y homicida.

La peluquera provisional dibujó una sonrisa en su cara. Con Lourdes se lo pasaría bien. Podría evidenciar ante el resto de sus amigas que era una gran profesional y si dejaba guapa a Lourdes, seguro que las demás también se animarían con la navaja y la rasuradora.

-Yo lo quiero a lo garçon, con mucha gomina hacia atrás. La nuca despejadita y con un flequillo generoso. A lo chico-chico, pero cuidadito….

Y dicho y hecho. Juana blandió al instante la navaja reluciente y nueva, la abrió con decisión y comenzó a despoblar enérgicamente toda la parte trasera de la cabeza de su amiga. Mechón a mechón la iba despelucando. El resultado no era nada alentador. Tirones, trasquilones, diferentes longitudes… Juana se empleaba a fondo y con fuerza pero cada vez lo iba estropeando más.

Lourdes comprendió por las caras de espantó que poníamos las demás que aquello no iba nada bien.

-Pero, rica, ¿se puede saber que estás haciendo?

-No pasa nada porque lo único que estoy haciendo es rebajarte un poquito para luego raparte y que no se me encasquille la máquina. ¿Al cero o al cero y medio?

-Joder, ¡Qué viciada estás con la maquinita! Un poquito, dice…. ¿Nos quieres dejar a todas calvas o qué?… Bueno venga, al cero, tira para adelante. Déjame limpia, pero sólo hasta la mitad de la nuca. No te pases.

Luisa, henchida de satisfacción y placer procedió a rastrillar inmisericorde y borró toda la nuca de Lourdes con la rapadora sin peine ni guía alguna. Máquina y cráneo. Después amarró las tijeras y liberó en breve el pelo de la parte superior de las pinzas con las que lo había apresado y comenzó a vaciar la masa capilar como a cámara rápida. Deprisa, sin orden ni concierto. Como si tuviera una urgencia que no existía. Estaba claramente excitada. Tan sólo estaba quitando cabello, no dando forma. Las tijeras mordían con ansiedad y demasiada precipitación el pelo de Lourdes. En tres minutitos de nada había quedado reducido a un centímetro y poco con una ligera y desordenada raya al lado. El resultado era un corte excesivamente rapado a lo chico y caótico.

-¿Qué tal?

-Muy bien. Lo cierto es que no lo quería tan corto, pero creo que no me queda mal.

-Al contrario, estás guapísima. Es más, yo te metería la máquina por arriba…

-Deja, deja que así está bien.

-Pues échate el pelo hacia atrás con gel -gomina. Estarás preciosa. Bueno, chiquitinas. ¿Quién es la siguiente?

La duda se volvió aporderar del grupo. La escabechina de los niños y el ultrarrapado operado en la cabeza de Lourdes era como para pensárselo. Además, yo no quería despojarme de demasiado pelo, aunque si me apetecía liberarme de buena parte, le tenía como cariño. Mi amedrentamiento pareció envalentonar a Malena. Ella sería la siguiente ‘víctima’

-Venga yo mismo. Al fin y al cabo hemos venido a ponernos guapas.

– Así me gusta. ¿Qué te quieres hacer? – Le interrogaba Juana mientras su hija Mayca ya le había colocado la capa y procedía a cepillar a duras penas esa informe cantidad de pelo. Intentando desrizar los simulacros de bucles que lucía Malena hasta veinte centímetros más allá de los hombros.

Pues… pues…- Malena dudó muy mucho. Y al final resolvió decidirse por un look intermedio para no arriesgar mucho y satisfacer la ansiedad rapadora de su amiga. Le tenía verdadero pánico a la máquina. – Bueno, pues desfiladito y con volumen. O sea navaja.

A Juana pareció agradarle la idea. Rocío abundantemente con el pulverizador de agua la espesa melena de su ‘clienta’. A continuación cogió la navaja dentada y mechón a mechón fue desgreñando a su amiga. Los pelos caían en grupos como una lluvía de diferentes tamaños. Como la melena de Malena era rizada, pese al extremo cepillado que la había practicado Mayca, los tirones fueron muy fuertes.

Luisa comenzó con el flequillo que quedó a centímetro y medio del nacimiento y como mordido. Después continúo con el lateral, la nuca, el otro lateral y… ya estaba lista. La navaja de barbero había hecho su trabajo convenientemente. Como no la vió convencida le puso un espejo en la parte de atrás para que viera como le había quedado. No le gustaba. La verdad es que el cabello ahora parecía una auténtica fregona. Además estaba más largo de un lateral que de otro. Una pena. El experimento había resultado claramente fallido. Muy moderno, pero fallido.

– Mira, Luisa, parezco un fregona. ¡Corta más, pero ahora con máquina! ¡Pero no te pases! Soluciónalo de ya.

– Eso esta hecho. -Respondió nuevamente victoriosa la despelucadora.

Y tan hecho. Luisa aprovecho la ocasión, encastró la guía del 0,5 y antes de que se arrepintiera dibujo una carretera lateral de oreja a oreja. Parecía una diadema de calva. No había marcha atrás.

– Anda, sigue antes de que me arrepienta. – Y Luisa se empleó a fondo en rasurar el cráneo de Malena. Con fruición, con dedicación, sabiendo que le hacía un favor a Malena al despoblarla de esa horrorosa maraña de pelo. A medida que iba rapando el cráneo de Malena fue comprobando que el corte por arriba era aún más radical y breve que el de Lourdes. ¡Estaba triunfado esa tarde!

– ¿Qué tal? – Preguntó cuando hubo terminado de rasurar.
– Pues me gusta. Me siento más libre y más cómoda.
– Me alegro, mona, yo también creo que estás mejor. Ese melenón era una horterada. Olvídate de los rulos y los tintes. Rapadita estás mucho mejor.

En ese momento el suelo ya era una alfombra de pelo de todos los tamaños y texturas.

Era mi turno, así que decidí protegerme de modo verbal antes de la masacre.

– A mi no me vas a hacer eso. Ni lo sueñes. Así que vete olvidando de rapar. Lo quiero cortito y hacia un lado. Tipo años ochenta. Con el ala derecha larguita. ¿Te parece?

-Muy bien, la patilla del ala izquierda despejada … a tijera… y en pico ¿Vale cielo?

– Eso es. Vale.

Me recogió toda la melena hacia un lado con las mismas pinzas que había empleado para Malena. Estaba francamente nerviosa. No me fiaba. Sin percatarme y de un tijeretazo seco me seccionó la parte de atrás a la altura de la nuca y comenzó a trabajar el lado izquierdo. Me ladeó la cabeza con fuerza y comenzó a pasarme el peine por el cuero cabelludo a una distancia muy corta de la raíz. Las tijeras no perdonaban el cabello que excedía las púas del peine y las crenchas iban cayendo vencidas por las tijeras. El lado izquierdo de mi capa se llenó en breve de mechoncitos. Demasiados mechoncitos.

Me resultaba curioso verme en el espejo con un lateral de mi cráneo rapadito y el otro aún poblado y vivo. Juana me dibujó una perfecta y masculina patilla triangular años ochenta. Creó que conmigo también se había pasado a pesar de no emplear la rasuradora. No quise protestar. No quería ofenderla y que me rasurara más de lo convenido.

– ¿Me dejas hacerte un escalón en el lateral? -Me preguntó con cara de niña buena.

No me disgustó la idea, al fin y al cabo hasta el momento conmigo había demostrado saber manejar la tijera con encanto y estética. Podía quedar divertido.

– ¿A qué altura, Juanita?

– Al de la oreja. No más te lo juro.

Accedí. Al fin y al cabo yo era una privilegiada. No me estaba depelucando como las otras dos que habían quedado prácticamente calvas.

Me metió la tijera por el mentón y sentí su frío contacto metálico que llegó a altura de mi ojo derecho. El escalón estaba siendo soberbio, rectilíneo geométrico. Al llegar a la oreja, el tijerón viró súbitamente hacia abajo. Mi ala ochentera ya no sería la misma pero a cambio la pulcra raya capilar me descubría el pómulo. No estaba mal. Pero había un problema estético… Este nueva variante del corte no quedaba nada bien. El contraste con el otro lado tan despejado no era el idóneo. Parecía un corte de colegiala. Ese corto estaba destinado a tener un lateral jugoso y amplio y no geométrico y escaso como ahora. … Y también me decidí:

– Mira, mona., no me gusta nada como queda… Córtamelo como el otro lado.

– Entonces no habrá más remedio que rebajar la parte superior. Ya no vale la raya a un lado.- Me respondió mi peluquera. Y tenía razón. Si no hay pelo lateral no podía haber raya al lado. Asentí ahora sin decir nada. Rendida. Yo también quedaría rapada… al menos por los lados.

Juana retomó las tijeras y comenzó a rasurar con el peine de púa pequeña sin conmiseración. Creo que se estaba vengando por lo de negarme a lo del cortapelo y estaba diciendo algo muy claro: Con tijera y peine se puede rasurar más que con una máquina si uno se empeña.

La parte de atrás tampoco se salvó. Y es ahí donde se empleó especialmente. Me lo cortó a navaja y después a tijera. Parecía disfrutar pelándome. No sé como pudo raparlo tanto. Quedó casi al cero. Hasta casi la altura de la coronilla. La parte superior la despachó con las tijeras de entresacar. Al final no había forma de hacerme raya. Me lo dejó un poco de punta con ayuda de una gran cantidad de gomina. Lo cierto es que no me ví mal y decidí dar un paso más. Al fin y al cabo poco me quedaba que perder.

– Oye, Luisa, repasa toda la cabeza con el 0.5 con la máquina.

Me gustó el corte. Disfruté mucho. Como ya tenía lo tenía muy rapado el contacto fue más real, más directo. El sonido de la máquina me embriagó y me llegué a excitar y hasta mojé mis bragas. En breve, mi cabeza quedó como una pelota de fieltro. Con pequeños pelitos puntiagudos…. casi calva. Me lo acaricié varias veces con las dos manos. Era muy erótico.

– Bueno, pues ya has conseguido lo que querías, despelucarnos a todas.

– Yo sólo he hecho lo que me habéis pedido.

– Ya, ya Eres una bruja. Ahora te toca a tí. Era lo convenido. O todas o ninguna.

Demasiado tarde. No habría dulce venganza: Luisa se echó la mano a la parte superior de la cabeza y estiró fuertemente. Levantó todo su pelo que no era más que una hermosa peluca de Cleopatra perfectamente peinada…¡Estaba totalmente calva!

– Ya veis… somos hermanas de … calva. Claro que esto me lo he hecho yo solita.

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Author: mdj

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