– ¿Afeitarme la cabeza? Tú estás colocado. No entiendo qué placer puedes sentir cuando te miras al espejo y te ves como una bola de billar. En un chico ya es un cante pero en una chica es una vergüenza, si más parece que acaba de salir de un campo de concentración o que la rapan la cabeza acusándola de chivata, tal y como se hacÃa con los traidores tras la II Guerra Mundial.
-El placer no está en verte la cabeza rapada o sentir que tus manos rozan suavemente los pocos pelos que te han dejado. El placer se encuentra en otra cosa.
-¿A sÃ? Intenta convencerme. Pero te aseguro que lo tienes muy, pero que muy difÃcil.
-El amante del pelo en todas sus acepciones no intenta nunca convencer a nadie. Simplemente desea compartir con otra persona la sensación visual y sexual que se tiene viendo cómo rapan la cabeza a una mujer o, simplemente, cómo la cortan el pelo o cómo una mujer, porque hay muchas fetichistas de pelo hembras, considera tremendamente sexual la cabeza de un hombre afeitada, rapada o con el pelo muy corto.
-ExplÃcate.
Es muy fácil y, al mismo tiempo, muy complicado porque las sensaciones son muy personales, intensas y, en no pocas ocasiones, difÃciles de controlar.
Cuando entras en una peluquerÃa, tu escenario interior se transforma. Sabes que tú o tu compañera, o tal vez los dos, vais a salir de ese lugar distintos, cambiados y, sobre todo, más cómplices.
A mà me gustarÃa que comprobases cómo a mi compañera ficticia la sientan en una silla, empiezan a separar mechones de su cabello y la tijera, poco a poco, va cortando su pelo. Sientes que, cada vez que cae el pelo, todo tu cuerpo se moviliza extrañamente, sexualmente te reactivas y todo ello, sin que nadie a tu alrededor note nada, salvo tu.
En esos momentos tan solo piensas en cómo disimular pues tu excitación es tan grande que estás a punto de explotar. Tu mundo se ha trasladado a otra dimensión y cuando te pregunta ¿Qué tal? , tan sólo te atreves a balbucear: un poco más corto.
Poco a poco y pese a que tu excitación está llegando a un clÃmax, tu ficticia amiga te empieza a entender, a ser tu cómplice y, sin mirarte, le dice al peluquero que no se corte y que utilice la maquinilla.
– ¿Oye, de verdad se puede llegar a experimentar esa sensación?
-SÃ. Es una sensación que sin querer estás transmitiendo a tu amiga. Nadie habla, tan sólo susurra la maquinilla y sin querer ves caer una melena que ha costado años cultivar.
– ¿Cómo consigues transmitir esa sensación?
No se transmite, está ahÃ. ¿No te has fijado que todas las mujeres que tienen el pelo largo, cuando se lo cortan, les es muy difÃcil volver a dejárselo largo?
-Sà suele pasar ¿por qué?
– Porque el pelo, o mejor, su ausencia, te da una sensación de libertad, de ser diferente a los demás y, sobre todo, que el pelo es el mejor exponente de nuestra sexualidad exterior y nuestras ganas de romper con los tradicionales cánones de belleza o buenas costumbres: todo ello son contar con el placer sexual que experimentas.
– ¿Si, pero que ocurre con el hombre, una vez que a la amiga le han cortado el pelo tan corto?
-Curiosamente, la mujer experimenta una doble sensación: cara a la galerÃa, una sensación de engaño por creer que ha sido convencida tontamente y en su interior un inmenso placer sensual y sexual que tiene la obligación de dominar.
– ¿Qué es lo que hace entonces la mujer?
Simplemente se venga por puro gusto y obliga al compañero a sentarse en la silla y da por seguro que saldrá de la peluquerÃa con el pelo rapado al cero.
– Me gustarÃa experimentar las sensaciones de las que me hablas.
– Vamos.