La reunión habÃa ido fatal. La audiencia de la cadena caÃa hasta los Ãndices más bajos y todos los esfuerzos parecÃan ser en balde. La tele hacia 20 años que funcionaba, pero parecÃa haber tocado fondo. Sólo un 5% del share y casi sin anuncios. Delante de la crisis, cada jefe de departamento habÃa de buscar sus propias soluciones.
Carmen era la jefa de informativos y estuvo la noche siguiente a la reunión pensando que hacer. HabÃan de cambiar a los presentadores, hacer los informativos más largos, aumentar la noticias del corazón… El dÃa siguiente era sábado y se fue a dar un paseo por la ciudad con un pequeña cámara fotográfica. QuerÃa ver como era la realidad. Y lejos del despacho vio que era muy diferente. Lo que más le llamó la atención eran los peinados. Nada de largos. El cabello corto era la norma general entre las chicas más jóvenes, aunque de vez en cuando se veÃa alguna melena.
En pocos minutos llenó la tarjeta de la cámara y se fue a tomar una copa. Mientras bebÃa un gintonic iba mirando las fotos que habÃa tomado. Por la pantalla iban apareciendo algunas nucas, orejas, flequillos… No habÃa tiempo que perder. Pidió la cuenta a un joven camarero que ni siquiera la miró y se fue a la peluquerÃa. La primera que encontró parecÃa bastante moderna. Luces de neón, grandes cristales, chicas jóvenes… No se detuvo un momento y se dispuso a entrar. HabÃa de aparecer la nueva Carmen.
A la entrada una chica con cola morena y un miniflequillo la atendió:
– Buenas tardes, qué desea?
– Un poco de cambio. Estoy cansada de llevar estos pelos y quiero ir más a la moda.
– Esto está hecho. Siéntese en esa silla por favor.
Dijo señalando con el dedo.
Carmen se fue para la silla y se sentó. Se miró en el espejo por última vez con esa vieja imagen. La blusa blanca resaltaba su cara bañada por el sol de agosto. Se tocó los cabellos castaños y los llevó para delante y comprobó que le llegaban por debajo de los pechos. Sin duda alguna era un peinado soso, sin ninguna gracia más que un poco de flequillo que se hizo meses atrás.
La peluquera llegó con todo el instrumental. Tijeras, peines, pinzas y hasta una maquinilla. Se sentó en un taburete y se dispuso a hablar con Carmen.
– Ya estoy aquÃ. Me llamo Ana.Y usted?
– Yo Carmen. Pero no es necesario que me trates de usted, tan sólo tengo 38 años.
– Claro. Y que deseas que haga? Cortar, cambiar el color…
– Pues quiero parecer más joven, como todas. Necesito un cambio de look, aunque no ha de ser muy estridente.
– Pues yo te propongo un cambio de color hacia el negro y un buen corte. Te sentará mejor que un rubio.
Acto seguido se fueron hacia un sillón y Ana comenzó a lavar el pelo. Sus dedos iban tocando la piel fina dela cabeza, mientras iba pensando que corte hacer a la clienta. Un bob, corto, por los hombros, con flequillo…
Llegó el momento de tirar el color y eligió un negro bastante potente. Mientras tanto, Carmen también se imaginaba su nuevo peinado.
Llegó el momento de mirarse al espejo después haber convertido su pelo castaño en moreno.
– Bien. Me gusta.
El negro daba fuerza a sus ojos verdes y a su cara alargada.
Ana se dirigió hacia ella con las tijeras y el peine y dijo:
– ¿Puedo empezar?
– Si claro, si no me gusta ya te lo diré.
Ana Abrió las tijeras y se dispuso a cortar el primer trozo de flequillo. Poco a poco fueron apareciendo los ojos, la frente y la nariz de Carmen. El cabello no estaba perfilado y Ana volvió a pasar las tijeras otra vez. Cogió la raÃz del cabello con los pelos y fue cortando dejando un flequillo que se habÃa de ver con microscopio. Los mechones de pelo habÃan ido cayendo encima de la capa de Carmen, a la vez que su frente estaba totalmente despoblada. Todo ese cabello en su falda le produjo una pequeña excitación y notaba que empezaba a quedarse mojada. SentÃa que les gustaba verse nueva y libre.
– Bueno, el flequillo ya está. Te lo he dejado bien recortadito, a la moda. Ahora recortaré el largo. Como lo quieres?
– Pues no se. Asà por encima de los hombros.
– Ah, un bob clásico. Está un poco desfasado, pero si quieres lo intento.
Carmen asintió con la cabeza y Ana empezó a peinar el cabello con fuerza hasta dejarlo bien liso. Entonces enchufo la maquinilla.
– Eh, que no lo quiero como un chico. Protesto Carmen.
– No tranquila. Sólo es para ir más rápido.
Dirigió la máquina hacia el cuello y los pelos empezaron a caer. En poco más de un minuto un palmo de cabello habÃa desaparecido. Ahora tenÃa un aspecto parecido al de Cleopatra, pero Carmen no se veÃa bien.
– Tienes razón. Me veo muy clásica, más de lo que estaba. Sólo me gusta el flequillo. DecÃa Carmen mientras recordaba el zumbido de la máquina.
– Yo creo que podrÃamos ir a más. Sabes, cuando las clientas tienen dudas les proponemos un juego.
– Ah si?
Ana se levantó y fue a buscar una carpeta y un juego de dados.
– Ves. Aquà hay diferentes 11 tipos de peinados, del bob clásico, que es el 12, hasta uno muy corto, que es el 2.
Carmen se fue fijando en los diferentes peinados. HabÃa su bob, otro corto a media nuca, otro por la oreja, desfilados… La verdad es que a parte del suyo, todos le gustaban bastante. Hasta el casi rapado.
– Si que me gustan, pero no se cual elegir.
– No te preocupes querida, que los dados resolverán tus dudas. Tira encima de la mesa y te haré el corte que salga allÃ. Seguro que te gustará.
– Bueno, probaremos.
Carmen cogió los dados, cerró los ojos y tiró. HabÃa salido un 2 y un 2. Cuatro. Rápidamente fijó su atención en las fotos y vio a una joven con un cabello corto por la parte de arriba y desfilado por el cuello.
Ana cogió las tijeras, mientras Carmen le decÃa:
– Me parece perfecto.
Los dulces dedos de Ana y sus afiladas tijeras empezaron su trabajo para despoblar la cabeza de pelos. Poco a poco los mechones de palmo y medio de largo iban saltando hacia la falda de Carmen. Su sensación era de un completo éxtasi interior que intentaba disimular. Aunque llevaba la capa abrochada noto que algunos pelos le salpicaban sus pechos y decidió llevar sutilmente su mano para allà para acariciar su pecho.
Mientras, Ana iba segando poco a poco toda aquella mata de pelo. Dejando el cabello a un centÃmetro y medio de largo. Ahora tocaban los laterales, que limpio con toda exquisitez dejando unas patillas alargadas. Y finalmente remató por atrás dejando unos cuantos centÃmetro más de pelo. La imagen anterior de Carmen habÃa desaparecido por completo.
– ¿Como te sientes? preguntó Ana, mientras le quitaba la capa a Carmen.
La mujer se levantó y se observó delante del espejo. Realmente estaba cambiada. Pero aún notaba que podÃa tener una imagen más actual. Aún tenÃa el cabello demasiado largo por atrás y los laterales. Hacer por hacer, ahora el momento de cortar.
– Está demasiado largo. Me gustarÃa que lo apurarás más.
– Ummm. ¿Quieres que te pase la maquinilla?
– Me encantarÃa. Pero la verdad es que me da un poco de miedo. No quiero parecer como una oveja.
– Ja, ja… No te preocupes. Tampoco no te rasurare, nunca lo he hecho. Pero estoy segura que con el cuello despejado estarás mucho más guapa.
Carmen se tocó el cabello y exclamó:
– Adelante. Siempre volverá a crecer.
Ana colocó la capa, cogió la maquinilla, la enchufó y mientras zumbÃa la colocó en el cuello de Carmen.
– Espera, dijo Carmen. No quiero la capa. Me gusta sentir como cae el pelo encima de mi camisa.
Obedientemente Ana quitó la capa y empezó su trabajo. La maquinilla empezó a recorrer el cuello de Carmen mientras iban saltando sus pequeños pelos negros. Ana habÃa empezado con la guÃa puesta al tres, pero rápidamente vio que podÃa hacer algo más para satisfacer a la cliente. Sacó la guÃa con disimulo y se puso a trabajar todo el cuello. Seguidamente empezó con los laterales. Las patillas, largas y perfiladas, le gustaban y decidió dejar el cabello al tres alrededor de las orejas.
Carmen se miraba toda esta operación con asomo y una gran excitación. Hacia tan solo dos horas que habÃa entrado con una enorme melena y ahora ya no quedaba ni rastro. Los pelos iban cayendo encima de la blusa blanca y entraban desordenadamente en sus sostenedores. Esa sensación ponÃa a 100 a Carmen, mientras sentÃa como banda sonora el zumbido de la maquinilla. El cerebro de Carmen estaba envuelto de sensaciones, mientras Ana acababa su trabajo pasando las tijeras.
– Ya he acabado, dijo la chica.
Carmen estaba absorta mirándose su nueva imagen. Se empezó a tocar la cabeza, a la vez que notaba como su coño estaba más y más mojado por la excitación. Sus manos pasaban por sus cuello intentando coger su pelo, pero este ya no estaba. Sólo podÃa coger con la punta de los dedos el cabello que habÃa encima de la cabeza y el flequillo. Carmen estaba realmente guapa y ella lo sabÃa.
– Te veo muy bien Carmen.
– Nunca hubiera pensado que debajo de ese manto de pelos hubiera una cosa tan bonita. Creo que este peinado va a durar años. Voy al baño a quitarme los pelos.
– Está al fondo a la izquierda.
Carmen entro en el baño y cerro la puerta. Se observo otra vez delante del espejo, se desabrocho la blusa y puso sus mano por debajo de la falda de punto para tocarse. Estaba mojada al máximo y cada vez que se miraba al espejo sus palpitaciones iban a más. Enfrente veÃa a una mujer nueva, que nunca habÃa conocido. Carmen se masturbo dentro de la soledad del baño con la vista fijada en esa mujer de cabello corto y moreno que tenÃa enfrente de sÃ.