Cena para tres (Mario L.)

Muchas veces había platicado con Miriam, cada que nos encontrábamos una cierta alegría nos invadía a ambos, pero hasta esa noche salíamos formalmente. Desde temprano me alisté para el momento, corte de pelo ajustado, barba medianamente recortada, para cierto aire de rebeldía, y camisa nueva.

Era miércoles por la noche, siendo entre semana, me pareció atrevido llevarla a un bar o algo así, por lo que opté por un restaurante pequeño, pero con la atmosfera ideal. Tuvo que llegar al lugar directamente del trabajo, pero se las arregló para llegar guapísima, vestía una camisa blanca moderna, pero muy formal, un pantalón, igualmente formal, pero que acentuaba la evocadora curva de su trasero, y tacones rojos que combinaban con sus labios. El cabello lo llevaba recogido con una cola apretada y alta, como si supiera mi debilidad por su cuello largo expuesto. En realidad, le había visto ese estilo muchas veces, al ser ejecutiva en un banco, vestir así, de algún modo es la norma, pero tanto la primera vez, como ahora, me robaba el aliento.

Tuvimos una deliciosa cena, conversamos brincando de un tema a otro sin reparo, como si nos conociéramos de siempre. Sólo había una cosa que me parecía un poco extraña: aunque sutilmente, siempre aparecía su mamá en la plática y en el mismo instante que la evocaba, ella misma hacía por sacarla del tema. Decidí indagar un poco más. ¿Qué tal si hablábamos de mi futura suegra? Lo primero que me dijo fue que vive sólo con ella, ya que el padre huyó, cual gato al ver el agua, cuando ella cumplió los 5 años de edad. Se dejó ir en el tema sin freno alguno, y yo era todo oídos, buscando ganarme unos buenos puntos por comprensión. No podía ocultar la intensidad de su relación. Por lo que decía, parecía la típica relación de una madre con su hija adolescente, aunque ella ya no era ninguna adolescente, ni su mamá una aprendiz.

Lo que ignoraba en ese momento es que estaba por conocer detalles en toda su dimensión y de primera mano. Sonó el teléfono de Miriam y en cuanto vio el número, hizo una gran mueca y con voz alterada me comentó que era su mamá. Tomó la llamada y hablaron escasos minutos, mientras yo me hacía el desinteresado y buscaba cualquier detalle en mi comida o en la decoración del lugar, para fijar mi atención. Al colgar, con voz notablemente apenada, me preguntó si podíamos llevarle de cenar a su mamá. Sin miramientos accedí, era raro, pero bueno, en verdad me gustaba. A Miriam le agradó el gesto. En el camino seguimos la amena plática, sugirió que compráramos algo de beber para seguir en su casa lo que habíamos empezado y así hicimos. De cuando en cuando me recordaba que no debía preocuparme, que me iba a caer muy bien su mamá y que, en realidad, también es su gran amiga. Finalmente llegamos a la casa, su mamá ya nos esperaba en el umbral, desbordando amabilidad nos dio la bienvenida y se presentó muy formalmente: Me llamo Manuela, pero me dicen Nena. Era evidente de donde le venía la belleza a Miriam, su mamá era muy guapa también, pero a su manera, era muy delgada, vestía de modo muy recatado y llevaba el pelo muy corto. Tuve que hacer un esfuerzo para disimular el interés que me despertaba tal peinado. El color rosa, en tantas tonalidades como puedan existir, era predominante en cada habitación; entre muebles, cortinas y paredes, no había tonalidad de rosado que no hubiera sido utilizada. Para colmo, grabados y bordados florales se dejaban ver aquí y allá, todo vigilado por los acuciosos ojos de decenas de figurillas de porcelana, muy cerca la una de la otra hasta hacer grupos numerosos, lastimando la vista de cualquier mortal. Entre la cargada decoración no pude evitar notar una fotografía de Nena, con quienes supuse eran sus hermanas, las tías de Miriam; para mi sorpresa, todas llevaban el mismo pelo corto con una que otra variación. Tomé la foto y, tan educado como pude, pregunté más detalles. Me confirmó que eran sus hermanas, a lo que yo respondí caballeroso, con un cumplido. Mi halago le hizo sonreír, Miriam me guiñó el ojo, pues su mamá parecía contenta y la pequeña reunión no podía ir mejor.

De inmediato, se sirvieron los tragos y nos dispusimos a pasar un rato muy agradable, las risas y las anécdotas fluyeron sin más. Al mismo tiempo que todos nos íbamos poniendo más alegres, producto del alcohol. Pero todo estaba por cambiar; de repente, en medio de una pequeña pausa, Nena se le queda viendo a Miriam y, con cierta agresividad, le dice: Ay, ya, ya córtate el pelo… ve nomás, se te ve muy feo. Por la reacción de Miriam, me quedó claro que es todo un tema entre ellas; le respondió muy molesta que por favor la dejara en paz y que no empezara a fastidiarla. Discutieron subiendo el tono cada vez más, echándose en cara todo tipo de acusaciones. Yo no podía hacer nada, menos por el tema que se trataba, obviamente yo tenía una opinión muy clara al respecto, pero por la situación me era imposible externarla, hasta que su mamá se volteo airada y me cuestionó: ¿No se ve mal? ¿Verdad que se vería mejor pelona? Cabe señalar que en México cuando las mujeres se cortan el pelo cortito, se dice que está pelona, aunque todos tenemos claro que pelón en realidad es: sin pelo. En fin, no me podía equivocar en mi respuesta así que contesté que así como estaba me gustaba mucho. Se desesperó un poco y relanzó la pregunta: ¿Pero verdad que se vería bien pelona? En ese momento vi correcto decir que sí, que también se vería muy bien con pelo corto. En cuanto lo dije, Miriam me lanzó una veloz mirada, sorprendida por mi respuesta. No me vio enojada, ni nada por el estilo, simplemente no esperaba que dijera eso.

Nena, airada, gritó: ¡Ya córtate esas greñas! Mientras le tocaba con brusquedad la cola de caballo. Miriam no soporto más y a gritos manifestó que no se iba a cortar el pelo y que estaba cansada de su insistencia. La emoción era tal, que las lagrimas brotaron abundantes. Nena se vio sorprendida por la energía de su hija y, sin saber que hacer, se metió al baño. Entre sollozos, Miriam se sentó, intentando recobrar la calma. Me acerqué a ella y procuré que se sintiera apoyada, aunque una parte de mí quería confesar cuanto me excitaría que se lo cortara. De la nada salió la mamá del baño, se movía con la fuerza de un huracán, en sus manos traía una toalla. Tomó una silla del comedor y la colocó con firmeza a unos pasos de la pared. ¡Ándale, te cortas el pelo ahora, ya estoy cansada de tus berrinches! ¡Pareces una pinche adolescente con esa cola! Su furia era tal, que la respuesta de Miriam perdió su impulso inicial y ya se escuchaba más como una súplica. Le pidió una y otra vez que no lo hiciera, pero Nena permanecía con la misma firmeza detrás de la silla. A manera de ultimátum, le pidió nuevamente que se sentara donde decía.

Miriam no podía hacer más, resignada caminó hasta ella, mientras reclamaba que siempre lograra imponer su voluntad. En cuanto se sentó, le puso la toalla encima. Nena volteo con tono contrastantemente dulce y me pidió que trajera las tijeras y el atomizador del baño, y después resurtiera los vasos de cada uno. Obedecí sin chistar y me dispuse a desempeñar mis tareas. Para cuando les di su bebida, Miriam ya no tenía la cola de caballo, su pelo negro como la noche, caía liso sobre su blanca piel. Nena mojó velozmente el cabello y, tomando grandes mechones entre sus
dedos, lo empezó a cortar todo. Miriam parecía completamente resignada, calmada le tomaba a su tequila una y otra vez. Yo estaba sentado a unos pasos, viviendo en secreto la mayor excitación.
Cortó su bella cabellera como una profesional, de los lados y de atrás lo cortó tanto como le permitían sus dedos y de arriba se lo dejó más largo, pero no demasiado. El ambiente era mucho más tranquilo y poco a poco retomábamos la conversación. Nena puso las tijeras sobre la mesa y fue hacia el baño. Me acerqué a Miriam y, cariñoso, acaricié su cabeza, mientras le decía lo bien que se veía de pelo corto. Sí que me gusta… Me respondió. Pero lo que no tolero es que todo tenga que ser a su modo, yo me lo iba a cortar porque me gusta más, pero a veces no la tolero. En eso le grita su mamá desde el baño: ¿Dónde está la máquina de tu papá? ¡Arriba del mueble de las toallas! Le respondió Miriam, indiferente. Luchando por recuperar el aliento por lo que acababa escuchar, le pregunté si se lo iban a cortar a máquina. Con una sonrisa me lo confirmó y agregó: ¿Es que queda bien bonito, no? Me gusta… Mientras se tocaba a los lados y atrás. Si no me hubiera insistido día y noche, ya me lo hubiera cortado hace mucho, remató.

Se oyen ruidos en el baño, señal de que su madre viene de regreso, me voy a sentar pero rápido Miriam toma mi mano y me jala hacia ella. Ven, me dice, y me da un pequeño, pero dulce beso. Esa fue la primera vez que nos besamos. Sale Nena del baño con una sonrisa y, de una maleta antigua, saca la máquina del papá. Al encenderla, su característico sonido hacía evidente que el artefacto venía de otra época. Con la peineta número dos la pasa por la nuca con velocidad una y otra vez, para después continuar con los lados. Le pregunté si lo había llevado así de corto y me respondió que hasta los cinco años, pero que sólo lo sabe por fotos porque no se acuerda.

Entre más ajustado le quedaba, más bella iba quedando. Por mi parte, aún sentía ese inocente beso que me había dejado. Era la cita perfecta. Subió el corte hasta la sien, desvaneciendo para que no quedara una línea demasiado marcada. Dio algunos ajustes en general y terminó el corte rasurándole la patilla en pico y corta y, de atrás, redondo, pero tan delgado que casi quedó en V. Mis ojos besaban su cuello, incesantes. Le limpió cualquier exceso de pelo, la peinó sólo con agua y la liberó. Al final los tres éramos puras sonrisas, tal vez yo era el que más. De ahí Nena sugirió que viéramos una película, lo que nos llevó a los tres a la cama principal. Debido al estado en que estábamos nos quedamos dormidos ahí, los tres juntos. Cosa que me pareció extraña por demás.

Para cuando desperté, Nena y Miriam se alistaban ya para salir al trabajo, desayunamos juntos y regresamos a nuestra respectiva cotidianidad. Desde entonces la he visto todos los días y lo nuestro no hace más que ponerse mejor. Seguido comenta cuanto le gusta el pelo corto, no parece estar entre sus planes dejarlo crecer. Supongo que pronto habrá una fotografía de ella con sus tías compartiendo el mismo peinado.

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Author: mdj

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