La tribu perdida (por Maquinilla)

Viajé hasta África, concretamente a Namibia, en busca de una tribu de mujeres guerreras parientes de los Himba, donde una leyenda dice que habitan en la región de Caprivi, un remoto lugar entre las fronteras de Angola, Zambia y Botswana entre los ríos de Kwando y Chobe.

Soy antropóloga y empecé esta aventura sola, ya que quiero demostrar la existencia de dicha tribu a mis colegas de profesión, pero hace una semana que me recorro esta zona, los víveres ya escasean, la batería del móvil está agotada y hasta ahora no he tenido la suerte de encontrarla.

Por cierto, me llamo Nieves, mido 1’83, ojos verdes, cuerpo fibroso y atlético por el duro trabajo en el gimnasio y piel blanca, muy blanca, casi como la leche. Mi boca la catalogo de normal, ni grande ni pequeña con unos labios carnosos, nariz pequeña y soy pelirroja, con una larga melena rizada que me llega casi a la cintura.

Hace dos días que voy andando ya que tuve que dejar el Jeep sin gasoil tirado en un lugar rocoso, el calor es insoportable, tengo todo el pelo enmarañado, el sudor noto que moja mi pubis completamente depilado, llevo la camisa de hilo blanca empapada y esto hace que se transparenten mis pechos pequeños pero firmes, brillen sus areolas rosadas y esté permanentemente empitonada.

Mi vista borrosa, al fin ve a lo lejos unas siluetas, alzo los brazos en señal de ayuda y me desplomo rendida a la espera de que me hayan visto y se acerquen a socorrerme.

Abro los ojos, miro a mi alrededor e intento recordar que ha pasado. Estoy tendida sobre un tapiz en el suelo, en una choza de paredes de barro y un techo muy alto hecho de cañas. Me incorporo, me dirijo hacia la puerta y salgo, fuera hay una veintena de mujeres altas como de mi estatura, de piel de un ocre rojizo, vestidas tan solo con una tela de piel de vaca que hace la función de falda, es muy corta, algunas van armadas con lanzas, también llevan muñequeras metálicas y están completamente calvas.

Me miran, las miro, se acercan y empiezan a admirar mi piel descaradamente blanca y el pelo rojizo que tengo. Tímidamente toco a la que está más cerca, su piel es suave y tersa me impacta su belleza y lo guapas que son, aún con sus cabezas afeitadas.
De repente se acerca una de las mujeres y en un excelente inglés me pregunta como me encuentro. Sorprendida le contesto que bien y empezamos a mantener una conversación.

Como buen científica que estudia al ser humano , empiezo a interesarme por ellas. Les comento que soy antropóloga y profesora de universidad y busco una tribu guerrera formada solo por mujeres que creía que vivían por allí. Suelta una carcajada y dice que deje de buscar que ya la ha encontrado.

Durante los días siguientes fuimos intercambiando impresiones, así supe que, casi todas hablan varios idiomas, ya que suelen cursar estudios en Europa, Asia y América, que salen al exterior para procrear y que solo se quedan con las niñas para seguir con la tribu. Están versadas en artes de la guerra, escritura, bellas artes, medicina, caza, agricultura, ganadería, etc. Hace décadas se separaron de la etnia Himba, se establecieron lejos de donde habitan y que habían adoptado “reglas” nuevas. Intentan llevar en secreto la existencia de su tribu para hacer crecer la leyenda y demostrar lo válidas que son las mujeres. Las ropas que llevan las hacen ellas mismas, que tienen otros tipos de vestidos según requiera la ocasión, para el descanso, el trabajo e incluso para los rituales.

Volviendo al primer día, después de unas cuantas curiosidades y de comer en la choza de la que parecía la jefa de la tribu, me invitaron a ir a la choza que me asignaron, me trajeron la ropa que usaría mientras viviera con ellas y sin apenas darme cuenta, me desnudaron y me dieron una tela diminuta que servía de falda, me pusieron unos brazaletes anchos en cada brazo y un collar ancho de varios colores, quedando los pechos sin tapar, eso era toda la indumentaria que llevaban y a hora la que yo luciría.

Pasaban los días y cada vez me interesaban más sus costumbres, ayudé en labores de pastoreo, ir a buscar agua, construir una choza para mi, cada vez me integraba más. No dejaba de tomar notas y documentarme sobre todo. Para soportar el calor y que el sol no quemara mi piel tan blanca, cada mañana dos de las guerreras más jóvenes me impregnaban el cuerpo con una crema lechosa transparente que al secarse parecía que estuviera plastificada, el momento más delicado y a la vez estimulante, era cuando me untaban la vagina y el culo, los primeros días se me escapaba un grito de sorpresa, a partir de ahí cada día deseaba que llegara ese momento, luego me introducían una bola de madera por la vagina y un dildo liso también de madera en el ano, (cada dos días el tamaño de estos dos objetos los cambiaban por unos ligeramente más grandes) también me masajeaban los pezones y me los pellizcaban hasta ponerlos duros y erectos, al paso de los días el dolor era más soportable pero no terminaba de acostumbrarme a ello. Otras dos mujeres de más edad pringaban todo mi pelo con una especie de barro (ocre mezclado con manteca) haciéndome trenzas y me lo enrollaban encima de la cabeza. El tema de la higiene, al no tener la costumbre de bañarse, con unas cremas de perfumes que fabrican ellas mismas, nos untábamos unas a otras todo el cuerpo para eliminar los olores corporales. En más de una ocasión llegaba a la choza y tenía que masturbarme de lo excitada que terminaba al tocar su piel y sus cabezas afeitadas tan suaves, mientras que ellas tenían sexo unas con otras yo no podía por no ser de la tribu. No es que sea una comunidad lésbica, pero entre ellas se satisfacían de sus apetitos sexuales. Cuando me aplicaban el ungüento en el cabello, en más de una ocasión maldecía tenerlo cada vez más enredado, por el barro y el peso de este aplicado en él cada día.

Las semanas pasaban y llegó el momento de decir que tenía que irme, pero me sorprendió cuando dijeron que no podía irme si antes no aceptaba ser una de ellas, ser de la tribu. Para ello tenía que pasar un exhausto ritual de varios días. No podían decirme nada ya que el proceso era lento y una vez empezado ya no había marcha atrás. El ritual terminaba con un juramento por el que tenía que guardar el secreto de la tribu.

Así que sin otra opción y varias horas de meditación, acordamos empezar a la mañana siguiente.

Todavía era de noche cuando vinieron a despertarme, me sacaron de la choza completamente desnuda, al igual que ellas, nos sentamos en circulo y empezamos a comer y a beber, me ofrecieron una copa con un líquido dulzón y al rato estaba grogui, me habían dopado de tal manera que sabía lo que pasaba pero no tenía voluntad ni de hablar ni de moverme.

Se levantó la líder de la tribu y sin prisas se acercó, se situó detrás de mi y entonces le trajeron una especie de navaja y una vasija con un líquido. Las demás empezaron a bailar una danza tribal y comenzó el ritual. Con las dos manos iba cogiendo el líquido de la vasija y me mojaba todo el pelo, cuando lo tuve bien empapado, comenzó lentamente a raparme. La navaja me la puso en la frente y con golpes de muñeca cortaba todo el cabello de raíz. Yo notaba como se iba desprendiendo toda mi melena sin la posibilidad de hacer nada, me resbaló alguna lágrima por la mejilla pero estaba completamente paralizada por el brebaje. Pensaba en la pena de despojarme de mi preciosa melena roja, tantos años cuidándola, pero a la vez, sentía alivio de que por fin se terminaba el problema del pelo ya tan embrollado, lleno de nudos, estropeado y el peso de tanto barro. Con mucha calma pasaba una y otra vez la navaja por mi cuero cabelludo dejándolo completamente liso, oía y sentía el ruido de la navaja raspar en él, aquello me pareció que duraba una eternidad. Una vez completamente calva, volvió a mojarme la cabeza con el mismo líquido de la vasija, extendiéndolo también por las cejas y procedió a volver a pasar la navaja por toda mi cabeza, una y otra vez, una y otra vez, luego la pasó por las cejas hasta que estas desaparecieron. Empezaba a salir el sol cuando por fin se había iniciado el primer día de ritual.

Con los primeros rayos del sol, era todo un contraste ver mi cuerpo completamente blanco en medio de tantos cuerpos bronceados.

Me levantaron y me llevaron a un cubículo de madera de un metro y medio de alto por un metro y medio de ancho asentado sobre unas piedras, me introdujeron y quedé allí sentada. No puedo decir cuanto tiempo estuve, pero cada vez hacía más calor y empezaba sudar a mares dentro de aquella especie de sauna. Empezaba a despejarme del dopaje y todo mi cuerpo estaba bañado en sudor y cuando parecía no poder aguantar más, me sacaron, me condujeron a mi choza, me secaron y me untaron todo el cuerpo con una especie de pasta verde. Para esto dos de ellas llenaban el cuerpo de cintura para abajo y otras dos de cintura para arriba. Para que pudiera respirar colocaron un tubo en la boca y otros en cada agujero de la nariz. También me introdujeron una bola de madera de un tamaño grande con una pequeña cuerda por la vagina, para esto me masajearon el coño hasta tenerlo dilatado y en cuanto empezaron a ver que me salía jugo por ella, la metieron sin contemplaciones. En la parte anal procedieron de la misma forma, pero en él introdujeron un objeto fálico también de madera. El dolor al principio era insoportable, pero poco a poco fue como una pequeña molestia hasta que me habitué a ellos y casi llegué a no notar los objetos introducidos en mi cuerpo. También me masajearon y pellizcaron los pezones hasta endurecerlos antes de untarmelos.

Una vez tuve todo el cuerpo embadurnado por la pasta verde, me dejaron de pie varias horas, aquello cada vez se hacia más duro, como si fuera yeso, y cada vez quemaba y picaba más. Las cuatro guerreras se turnaban para vigilar y para que no cayera me pusieron una especie de muletas apoyadas en las axilas. Cuando el sol empezaba a ponerse, entraron varias mujeres y empezaron a quitarme la capa verde, salía como si fuera un cuerpo de silicona. El falo cuando me lo sacaron iba manchado de sangre y mierda, las muy cabronas me habían roto el culo, luego tiraron de la cuerda y una inmensa bola de madera salió de mi coño acompañado de una gran cantidad de flujo vaginal y orina, los pezones los tenia empitonados y los notaba super duros y doloridos. Me dieron de comer y de lo dolorida que estaba caí dormida.

Al día siguiente al despertarme, instintivamente me pasé las manos por la cabeza, la tenía completamente lisa, suave, agradable al tacto, hasta el punto que empecé a excitarme, baje las manos por todo mi cuerpo, tenia la piel sedosa, no pude contenerme y empecé a frotarme la vagina con dos dedos, cada vez introducía más dedos hasta meterme la mano entera (la bola había hecho bien su trabajo), el orgasmo fue de campeonato, los gritos de placer despertaron todo el campamento.

Llegaron todas corriendo y al ver lo que pasaba empezaron a reir, una vez se calmaron, volvimos a repetir el mismo proceso del día anterior. Me condujeron al habitáculo cuadrado y allí estuve hasta volver a sudar en abundancia. Me sacaron y otra vez me embadurnaron todo el cuerpo con la pasta verde, (esta vez el picor y la quemazón no fue tan intenso y a las pocas horas desapareció). No sin antes introducirme el objeto fálico por le ano y la bola por el coño, pero esta vez el tamaño de las dos cosas eran más grandes, a la vez que me pellizcaban los pezones una vez más. Ya cuando oscurecía me quitaron la pasta verde, el falo del culo sin sangre, probablemente ya tenía el agujero más asequible y la bola con sus consiquientes jugos, los pezones parecían haber crecido de lo mucho que sobresalían de los pechos. Con dificultad al andar y más al sentarme, esperé a la jefa de la tribu que apareció con la cena, durante la misma me explicó que, el motivo del falo y la bola era para que dilataran mis partes genitales para un mejor placer sexual al poder ser penetrada por miembros más enormes de lo normal y gozar más del sexo, en cuanto a lo de endurecer los pezones, también era para hacerlos más erógenos al placer y al dolor. Ponerme en esa especie de sauna, era para que los poros de la piel se abrieran al máximo, así al untar la pasta verde (hecha con varias plantas) por todo el cuerpo, aseguraban que esta hacía el efecto deseado, penetrar lo mas profundo y quemar toda ráiz del pelo, con esto conseguían que nunca más me crecería el pelo o como mucho, estría años sin que me creciera. En este momento empezé llorar, como podría vivir para siempre sin un pelo en el cuerpo, sin mi cabello pelirrojo, como podían haberme hecho esto. Ella se levantó se quitó la pequeña tela que cubría su coño y me tumbó, se acostó a mi lado, dos cuerpos desnudos, uno completamente blanco el otro completamente de un ocre rojizo, cogió mis manos e hizo que le acariciase el cuerpo a la vez que ella acariciaba el mio. Así entendí que un cuerpo completamente depilado crea un placer inimaginable, una satisfacción incomparable y una pura gozada extraordinaria.

Nos tocamos las cabezas, los pechos, ella jugó con mis areolas rosada y mis pezones duros antes de lamerme el coño, yo también jugué con sus pezones endurecidos hasta meterle, con rabia, todos los dedos en su sexo. Aquella noche nos corrimos hasta tres veces antes de quedar dormidas. Era la primera experiencia sexual que tenía con otra mujer y fue sensacional.

El tercer día al principio fue más relajada mientras estaba con unas cuantas mujeres moliendo unas piedras rojizas hasta llenar dos cuencos de un metro de altura, otras estaban rellenando cuencos con manteca de vaca. La escena era poco más que provocadora, ya que al ir todas con las tetas al descubierto, con el movimiento de los brazos al batir, nuestros senos se rozaban hasta el punto de que no paré de mojarme toda la entrepierna de los flujos que salían de mi chocho. Al anochecer, mezclaron los cuencos de manteca con uno de los cuencos con el polvo de ocre machacado, quedando un ungüento cremoso de un color rojo oscuro. Luego me inclinaron sobre un cuenco más pequeño, una de ellas se colocó detrás de mi, se ató una cinta de cuero a la cintura de donde salía un falo hecho de cuero y me sodomizó al mismo tiempo que me cogía de las tetas y comenzaba a ordeñar mis pezones hasta que empezó a salir leche de ellos. Dios que dolor, que sensación de vaca que me vino a la mente y que orgasmo anal tuve en un momento. Envestía con tanta fuerza y tiraba de los pezones con tanta furia que mi culo quedó destrozado y mis pezones estirados más de dos dedos, fue una tortura y a la vez un placer.

Cuando vieron que ya no salía más leche de mis tetas, sacó el falo de mi culo, me incorporaron, cogieron el cuenco con la leche, lo echaron al ungüento ya mezclado y siguieron removiendo. Mientras seguían con la mezcla, algunas de ellas me acompañaron hasta mi choza , me acostaron de lado y con cuidado me aplicaron un bálsamo de hierbas por los pezones abarcando las aureolas y parte de los pechos. También introdujeron bastante bálsamo por el agujero del culo, la sensación de alivio fue tal que en la posición que estaba me quede dormida.

Era el cuarto día del ritual cuando me despertó un alboroto fuera de la choza, me incorporé y con sorpresa vi que los pezones ya no me dolían pero todavía eran un poco más largos de lo normal, el dolor anal había menguado bastante y apenas sentía dolor.
Salí fuera y vi a dos chicas nuevas que estaban rodeadas por las demás, las cuales acompañaron a la choza de la jefa guerrera, acto seguido también me acompañaron a la misma choza y allí nos presentaron. Una era una guerrera de las “auténticas”, la otra todo y que se parecía a ellas, los rasgos no eran africanos y se presentó como Gisela, era alemana y hacía cuatro años que se convirtió en una de las guerreras, su auténtica piel no era tan blanca como la mía, pero una vez lo fue. Quien lo diría ya que ahora su piel era de un negro rojizo como las de guerreras de la tribu. Su cabeza estaba completamente afeitada y su piel era tan sedosa como la de todas. Entre risas, me contó que encontró la tribu por casualidad y que cuando puede viene a darse un “baño” de color.

La pusimos al día de como llevaba el ritual y que hoy tocaba darme el “baño” de color. Entonce fue cuando la jefa me cogió de la mano y me puso enfrente de un espejo de cuerpo entero. Qué persona más diferente a como me recordaba vi delante, empecé a mirarme de todos los lados, a tocar mi cabeza, ver mis pechos de cerca, los pezones en el estado que estaban, sus areolas rosadas, mi pubis suavísimo, las nalgas del culo en plena forma, el verde de mis ojos sin cejas se veían más intensos y otra vez mi cabeza afeitada. No dejaba de mirarme y tocarme una y otra vez. Las otras no hacían más que reirse.

Después de un buen rato de no quitarme los ojos de encima y de escuchar a Gisela como se había acostumbrado a vivir completamente calva y sin pelo en todo el cuerpo, vinieron a buscarme para seguir con el ritual.

Ese día tocaba otra vez el cubículo. Pensando como me había visto frente del espejo, no me di cuenta que allí metida estuve hasta sudar más que los otras veces. Cuando me sacaron, tenía el cuerpo rojo, parecía una gamba del calor que había pasado, me trasladaron a una choza más grande donde estaban todas colocadas de pie formando un círculo, me situaron en el centro y me aplicaron una crema acuosa de color ocre oscuro por todo el cuerpo, luego cogiendo el polvo rojo molido de uno de los cuencos, empezaron a tirármelo por encima hasta quedar completamente impregnada de pies a cabeza.

Acto seguido dos de las guerreras con unas especies de brochas hechas con pelo de cabra, una por delante y la otra por detrás, empezaron a sacudir todo el polvo sobrante de mi cuerpo, empezando por la cabeza y bajando hasta los pies. Hicieron hincapié sobretodo en los pezones y las areolas, en los labios mayores de la vagina y entre las nalgas. Durante el procedimiento, tuve mil y una sensación de placer mezclado con un sinfín de cosquillas. Una vez terminaron, me aplicaron un bálsamo líquido de color ocre dorado y dejaron que se secara. Volvieron a pasarme las brochas por todo el cuerpo y salimos fuera de la choza.

El sol ya estaba en su ocaso cuando por primera vez vi el color que tenía ahora mi cuerpo. Con los últimos rayos de sol del día, el tono de mi piel era de un chocolate claro, dorado y brillante, era una pasada, casi me confundía con ellas cuando me senté para tomar la cena.

Después de participar en las danzas tribales y charlar un rato con Gisela me retiré agotada a mi choza, todavía quedaban algunos días de ritual. Al entrar en ella lo primero que me fijé fue en el espejo que habían colocado. Me acerqué e inspeccioné la transformación sufrida en cuatro días. La piel pese al polvo y las cremas aplicadas, la tenía suave como la seda. Mis ojos verdes se veían arrebatadores, las areolas eran de un color un poco más oscuras que el resto del cuerpo, lo mismo que los pezones y ya tenían su tamaño normal, me abrí la vagina y con sorpresa y admiración comprobé que los labios mayores los tenía de un color chocolate dorado. La técnica aplicada funcionaba y ya no queda casi nada de aquella mujer blanca y de pelo rojo de hace un mes.

Seguí tocándome, no podía creer en lo guapa que me veía bronceada y completamente calva, no paraba de acariciarme la cabeza y el cuello, admirar mis ojos matadores, sin dejar de mirarme en el espejo, bajé las nanos hata los pechos y los sobé repetidamente, pellizqué los pezones hasta hacerme daño, pasé las manos por mi vientre y acaricié el culo, chupé los dedos de la mano y suavemente introduje un par de dedos en su agujero y empecé a moverlos dentro hasta hacerme daño y sentir placer, ya estaba mojada cuando con la otra mano acaricié mi coño, lo froté con fuerza y con movimientos rápidos, introduje dos dedos, tres, cuatro, los movimientos cada vez los hacía más rápidos, los flujos vaginales bajaban por los muslos y de repente un orgasmo seguido de múltiples espasmos, me dejó exhausta y tirada en el suelo. Cuando pude, me levanté, me limpié con las cremas balsámicas y me acosté.

Más o menos el quinto día fue igual como el cuarto, la única variación, estuvo en que cuando salí del cubículo de madera toda sudada y me llevaron a la choza grande, en lugar de llenarme del polvo ocre oscuro, me untaron todo el cuerpo del resultado de la mezcla del polvo rojo molido, manteca, hierbas y la leche sacada de mis pechos. Para ello dos guerreras se ocuparon de embadurnarme de cintura para arriba. Empezaron por la cabeza, lo hacían a conciencia, la cara, orejas, nariz, boca y cabeza, bajaron por el cuello, hasta llegar a los pechos, poniendo especial atención en los pezones y areolas y acabaron a la altura de la cintura.

Luego el turno fue para las otras dos guerreas, empezaron donde habían terminado las otras, me inclinaron hacía delante y con mucha delicadeza empezaron a untarme el culo, separándome las nalgas y evitando llenarme el agujero, me incorporaron y siguieron por la parte de atrás de las piernas. Continuaron por los pies, piernas arriba hasta la vagina, me hicieron separarme de piernas y mientras una me abría la vagina, la otra con mucho cuidado me impregnaba los labios mayores, luego todo el pubis por fuera hasta llegar a la cintura. Una vez más creí morir de gusto sexual. Vaya manos y dedos tenían.

Me dejaron el cuenco sobrante diciéndome que a partir del día siguiente, tenía que untármelo yo misma y que tenía que ir desnuda para que el sol hiciera el resto.

Los otros dos días que siguieron, fueron diferentes a los hasta ahora del ritual. Me levantaba, me embadurnaba todo el cuerpo, dedicando más tiempo a la sensual cabeza afeitada, los pechos cada vez más firmes, el culo más duro y el coño erótico y lujurioso. Era curioso lo sedosa que quedaba la piel. Salía de la choza y durante todo el día me enseñaban hacer bálsamos, cremas, mezclar el ocre rojo o dorado con la manteca y las hierbas y demás ungüentos cosméticos para el aseo, la higiene del cuerpo y curativos.

Andar desnuda esos dos días dieron su fruto, mi piel había cogido un color bronce rojizo y brillante, mis areolas y pezones eran mucho más oscuros que la piel, rozando un marrón fuerte, incluso los labios tenían el color de chocolate con leche. Cuando estaba con ellas, ya no se veía la diferencia entre nosotras.

Así llegó el dia del ritual final y el juramento al secreto de la tribu. Para ello todas las guerreras, teníamos que engalanarnos con las mejores telas, complementos y maquillaje. Me puse la ropa hecha por mi para la ocasión y que consistía en una falda de piel de vaca curtida de color marrón que apenas cubría mi parte íntima, unos brazaletes de aros que me coloqué tapando casi todo los dos antebrazos, otros que cubrían los tobillos y un collar ancho de varios colores, dejando al descubierto mis pechos firmes y mis pezones empitonados. Entraron a maquillarme y con un pincel muy fino, me pintaron de negro unas cejas elegantes, la línea de los ojos al estilo egipcio y los labios que realzaban más su carnosidad, también marcaron con puntitos la circunferencia de las areolas y esperé a que vinieran a buscarme.

Durante el tiempo de espera me acerqué al espejo y no podía dejar de mirarme. Estaba guapa, guapa y sexy, el maquillaje me favorecía y la cabeza afeitada me hacía más sensual y morbosa. Instintivamente mis manos empezaron a acariciar la cabeza, era suave, lisa, sedosa, nunca imaginé que estaría tan bonita sin pelo, el bronceado rojizo ayudaba aún más a ser más atractiva. Empezaba a tener una fantasía sexual cuando de repente un ruido a mis espaldas me volvió a la realidad.

Eran dos guerreras vestidas y maquilladas como yo, iban armadas con lanzas, pero con la peculiaridad que en sus pezones empitonados llevaban incrustados unos pequeños diamantes, una los llevaba de color amarillo, la otra de color naranja. Eso hacía realzar más sus bellos pechos. Me acompañaron hasta fuera donde en la parte central del poblado me esperaba toda la tribu, estaban todas formando un semicírculo, armadas con lanzas excepto la jefa, avanzamos hacía ellas y entonces me di cuenta que todas, en sus pezones empitonados, llevaban fijados sendos diamantes como adorno, cada una de un color diferente, solo la jefa de la tribu llevaba a parte de los de los pezones, otros mucho más pequeños rodeando sus areolas.

Seguí andando hasta ponerme enfrente de ella, levantó las manos y las posó sobre mi cabeza, mientras las bajaba hasta posarlas en mis pechos, me iba preguntando.

– Quieres formar parte de la tribu?.
-Si, contesté.
-Quieres ser una guerrera?.
-Si.
– Guardarás el secreto de la tribu?.
-Si.
-Si rompes tu promesa, el dolor será el castigo previo a tu muerte.

Se giró a su derecha donde había una peana de madera, en la cual reposaba una patena de barro con dos diamantes de un verde claro unidos a un alfiler de unos dos centímetros de largo. Sin decir nada más, con una mano cogió mi pecho derecho lo apretó y cuando el pezón sobresalió entre su mano casi cerrada, con la otra mano cogió el primer de los diamantes apoyó la punta del alfiler al pezón y lo fue clavando lentamente hasta que el diamante tocó la punta del pezón. Aguanté la respiración y sin cerrar los ojos soporté el dolor sin ningún grito ni mueca. Apenas estaba soportando ese suplicio, que me apretó el pecho izquierdo, cogió el otro diamante y realizó la misma operación. El dolor fue tan intenso que por poco me desmayo. Entonces volvió ha hablar para decir:

-Tu silencio al dolor y la tortura, demuestra que el secreto de la tribu está a salvo contigo.

Me trajeron una lanza y acercándose me dijo, “Ya eres una guerrera, ya eres una de las nuestras”, luego me dio un suave beso en los labios a la vez que los mordía hasta que salió un hilo de sangre de ellos. Una por una pasaron dándome un suave beso en los labios, con ello, el roce de los diamantes de los pezones con los de ellas, todavía me infligían más dolor.

Gisela fue la última de la fila, me miró de arriba a bajo, me mostró sus diamantes clavados en los pezones, eran de azul claro, con suavidad y delicadeza tocó los míos. No pude disimular una mueca de dolor, mientras comentaba que a ella, también le dolían y que el color verde que yo llevaba, los habían elegido para hacer juego con mis ojos verdes. Me besó suavemente a los labios y me entregó un pequeño cofre de madera para guardar los diamantes en él. Luego nos juntamos con las demás guerreras para celebrar mi admisión a la tribu, fue una noche para explicarnos curiosidades, experiencias, pequeños secretos, hasta que cansada y exhausta me retiré a mi choza.

Dejé la lanza apoyada en la pared, me acerqué al espejo, dejé el pequeño cofre de madera al suelo, centré la mirada en mis pezones con diamantes incrustados, acaricié los pechos y mis pezones dieron un pequeño espasmo que me dolió, me arrodillé, puse la mano izquierda por debajo del pecho izquierdo y con mucho cuidado con la mano derecha, empecé a tirar del diamante del pezón hasta que toda la aguja salió de él. Noté un agradable alivio, lo deposité en el pequeño cofre. Luego hice lo mismo con el otro pecho, puse la mano izquierda por debajo de él y con la derecha fui sacando lentamente el diamante clavado en el pezón. Lo diposité junto al otro en el cofre, lo cerré y lo dejé en el suelo.

Tenía los pezones inflamados, acaricié mis pechos, con un dedo de cada mano hice círculos en aquellas areolas ahora bastante oscuras y que apenas unos días atrás eran de un color rosado intenso. Inspeccioné de cerca los pezones y al no ver ni rastro de sangre, los unté del bálsamo curativo, dejándolos completamente cubiertos de ese mejunje verde. Toqué mi labio inferior, la muy cabrona me había dado un buen mordisco, lo tenía hinchado y de momento desistí de quitarme el maquillaje que había en él. Sí que me apliqué una crema acuosa en los ojos y las cejas, para quitarme el maquillaje que tenía en ellos. Me acosté,cerré los ojos y la tensión de los últimos días empezó a desaparecer.

Abrí los ojos, debía ser muy tarde ya que la luz del sol entraba en la choza, estaba tan relajada que había dormido mucho y bien. Los pezones ya no los tenia inflamados pero me siguen doliendo, me levanto, me quito el bálsamo aplicado en los pezones y empiezo a embadurnarme todo el cuerpo con la mezcla del polvo rojizo,manteca y hierbas. De pie delante del espejo, no puedo dejar de mirarme e inspeccionar cada centímetro de mi piel. Al final cojo una de las telas, me la pongo (sigo pensando que son tan cortas las faldas, que casi no vale la pena llevarlas) salgo y me uno a las tareas que están haciendo algunas de ellas.

Pasan los días y ya no tengo tanta prisa por marchar. Uno de los día, con Gisela y dos guerreras más, vamos en busca del Jeep que dejé tirado, para ello vamos con el vehículo con el que vino ella y nos lo traemos al campamento. Las que entienden de mecánica lo ponen a punto. Siguen pasando los días y ahora sí que comunico a la jefa, que mi visado de tres meses en el país casi a caducado y es hora de volver a casa.

Era hora de marchar, las dudas y los nervios empezaban a instalarse en mi cabeza, Gisela me explicaba experiencias personales y me hacía de terapeuta, pero tenía miedo de como reaccionarán las personas que me conocen cuando me vean y de como lo haré yo delante de ellas. Así estaba, comiéndome el coco, cuando entraron varías guerreras con dos baúles grandes, dejándolos uno a cada lado del espejo.

Abrí el primero y todo era información, documentos y carpetas llenas de recopilaciones, datos y apuntes sobre la Tribu. Estuve mirando el interior un rato y la cerré de golpe, este se quedaba aquí, ya no tenía sentido, ni quería, revelar la existencia de la Tribu.

En la otra, había un poco de ropa , vestidos, dos o tres pantalones, alguna camisa, varias camisetas, unas botas, calcetines, ropa interior , un neceser con aseo, un kit de maquillaje y pocas cosas más de interés personal. Empecé a revolver la ropa y escogí un pantalón corto, una camiseta, unos calcetines y las botas para el viaje en coche. Descarté llevar ropa interior, me había acostumbrado a prescindir de ella. Cerré el baúl y puse la ropa encima lista para ponérmela, entonces entraron dos de las guerreras con una caja cada una, las dejaron en el suelo y se despidieron, abrí la primera y sonreí, luego la otra y la sonrisa fue más ancha, las cajas contenían una bola y un falo de enorme tamaño. Las cogí y las guardé dentro del baúl que me tenía que llevar. También puse un tarro de la mezcla que me untaba el cuerpo.

Una a una todas las guerrerass vinieron a despedirse, Gisela me dió su dirección en Alemania para que pasara a verla dentro de unos meses, la última fue la jefa guerrera, traía una caja larga y con un: – Te traigo un recuerdo del pasado que quizás necesites para pasar los controles de los aeropuertos -, se marchó.
Mi curiosidad hizo que abriera la caja rápidamente, fue tal la sorpresa que me puse a llorar. Allí dentro de aquella caja, estaba mi pelo, todo mi precioso pelo rojo. Lo habían lavado, al tacto estaba limpio, sedoso, suave y habían hecho una peluca con él. La cogí, fui hasta el espejo y me la coloqué. Era como si no me lo hubiesen cortado, pero ya no quedaba tan bien con el color de mi piel. Me la quité, la puse dentro de su caja y esta dentro del baúl para llevarme.

No quise demorar más mi partida, me quité la falda, me enfundé los pantalones cortos, me puse la camiseta, los calcetines, me calcé las botas y fui a buscar el Jeep. Llegué delante de la choza, entré en busca del baúl, lo cargué en el vehículo y puse rumbo a Windhoek, la capital de Namibia. Muchos eran los pensamientos que tenía en la cabeza, a medida que pasaban las horas conduciendo, me daba cuenta que no llevar ropa interior era un suplicio, el pantalón no dejaba de frotarme la vagina y hacía estragos, los pezones empitonados me dolían de tanto rozar la camiseta, y el aire que acariciaba mi cabeza afeitada era una gozada. Paré en la primera gasolinera que encontré y el lavabo fue mi escape sexual del día. Nada más cerrar la puerta, bajarme los pantalones y tocarme el chocho, cantidad de líquido vaginal salió a chorro.

Me limpié como pude y salí para tomar un refresco y algo dulce en la cafetería. La camarera que me atendió, después de servirme, comentó que le gustaba mi look, que tenía un bronceado bonito y los ojos quedaban muy realzados sin cejas. Me sonrojé y entonces caí en la cuenta que no me había maquillado. Pagué y al salir noté que todo el mundo me miraba, subí al Jeep, suspiré y seguí conduciendo, eran más de doce horas de coche y todavía me quedaban diez.

Oscurecía cuando llegué frente al hotel de la capital donde me hospedé unos días, antes de iniciar esta inimaginable aventura. Nada más bajar del coche, se me acercó un botones, me miró como extrañado, y le indiqué que bajara el baúl del Jeep.
Una vez dentro, me dirigí a la recepción donde me atendió el recepcionista que con amabilidad me preguntó:

-Desea habitación Miss…

-Si, gracias. Contesté y le di mi pasaporte.

Lo cogió, miró la foto, me miró, volvió a repetir la operación y con sorpresa respondió.

-Oh! Miss Nieves, perdón, no la había reconocido. La misma habitación de la última vez?.

-Si, gracias. Asentí con cansancio.

-Permitame felicitarle por su aspecto. Veo que está disfrutando de nuestro país. Que tenga una buena estancia.
Botones. El baúl de Miss Nieves.

Una vez en la habitación, lo primero que hice fue ir al baño y empezar a llenar la bañera, necesitaba con urgencia un buen baño. La bañera era inmensa y cuando me sumergí en ella, un infinito alivio y relax me invadió todo el cuerpo. No sé el tiempo que estuve zambullida dentro de aquella agua que me sabía a gloria, era un placer que necesitaba tener. Cogí una esponja y jabón y comencé a frotar por todo el cuerpo. Aquél color bronce ocreoso, con tonos rojizos y dorados de mi piel, no se iba. La pigmentación aplicada era una realidad, era permanente, incluso cada vez veía más oscuras mis areolas y pezones, miré hacia abajo, me abrí el coño y sí, mis labios mayores también seguían del mismo color de todo el cuerpo.

Seguía frotando con la esponja cuando se me ocurrió una idea, pero tendría que esperar al día siguiente, hoy estaba muy cansada. Salí de la bañera con una relajación extrema, con la toalla me sequé y miré si la había ensuciado y no, definitivamente el color era estable. Pasé al dormitorio cogí el teléfono y llamé al aeropuerto. Después de hablar con la agencia y reservar un billete de avión, me comunicaron que no tenía vuelo hasta dentro de tres días, -perfecto- exclamé, me tumbé encima de la cama completamente desnuda y caí en un sueño muy profundo.

Me desperté y mentalmente recordé donde estaba, dormir en una cama me ayudó a descasar y a relajarme. Me levanté, me miré y pensé que era un gustazo pasearme desnuda con aquél cuerpo de mulata, fui al baño abrí el grifo de la ducha y entré. Sentir caer el agua sobre mi cabeza completamente afeitada era un goce. El agua resbalaba por mis pechos hasta los pies, pasando por mi vagina. El chorro de agua al chocar con mis pezones me daba un gusto sado y sentir escurrirse entre mis piernas me provocaba, así que empecé a me tocatee hasta excitarme y terminé masturbándome. Madre mía que relax total.

Me estaba secando y seguía excitada, fui al baúl abrí la caja de la bola volví al baño y delante del espejo, me masajeé el coño y despacio fui introduciéndola hasta que desapareció dentro de mi. Moví los genitales hasta que comprobé que estaba bien colocada. Dios que molestia y que satisfacción daba aquello.

Con gusto hubiera salido desnuda por la calle, aquello si que era tener libertad. Busqué entre la ropa que tenía y escogí un vestido de tirantes, al ponérmelo constaté que a penas tapaba las areolas y marcaba los pezones a lo bestia, pero por lo menos cubría mi sexo. Volví al baño y con el lápiz de cejas, me dibujé unas muy finas y arqueadas. Cogí el bolso, revisé la cartera y salí de compras.

Cuatro horas después, volví al hotel con varias bolsas. Al llegar a la habitación pedí que me subieran la comida y colgué. Me desnudé, que alivio, me quité la bola del coño, que ganas de sexo, volví a coger el teléfono y volví a marcar.

-Diga?. Preguntó una voz de hombre al otro lado del teléfono.

-Jons, soy Nieves.

-Nieves?, estás aquí?, has vuelto?, como estás?

-Bien, estoy en el hotel, como te va para vernos esta noche?.

-Bien, muy bien. Como ha ido todo?

– Ya te contaré. Que te parece si quedamos a las 21h., en el bar del hotel.

-Perfecto.

-Ponte elegante.

-Ok.

-Pero cuando llegues, hazme un favor. Busca a una mujer mulata con un vestido negro transparente con la espalda al descubierto.

-No te entiendo.

-Haz lo que te digo, es una sorpresa.

Colgué el teléfono, Jons era un colega antropólogo de Namibia, medía como dos metros, atlético, rapado y bastante guapo. Siempre me había tirado los tejos y siempre había pasado de él, pero hoy era el momento de comprobar una teoría. Me dí una relajante ducha y delante del espejo empecé a prepararme. Volví a dibujarme unas cejas finas y arqueadas, me pinté de un rojo intenso los labios, como resaltaban con la piel oscura, a los párpados les dí un toque dorado y me puse unos aros XXXXL de pendientes, luego de una bolsa saqué una peluca afro super rizada y corta, que me quedaba genial para poder lucir el maquillaje y los pendientes, también maquillé en un tono oscuro las areolas y el pubis, gustazo asegurado y me dí un repaso visual frente al espejo. Parecía una auténtica autóctona de Namibia. Pasé a la habitación, miré el vestido que había comprado para la ocasión, negro, largo hasta los tobillos, con algún bordado por el centro pero completamente transparente. Me lo puse, me sentaba como un guante pegado al cuerpo, los bordados quedaban en el centro por lo tanto no dejaba nada para la imaginación, elegí unos zapatos de tacón bien alto y a por el éxito.

Bajé al bar, no cabe decir que a mi paso, a más de uno se le salían los ojos de sus cuencas. Me senté en la barra y pedí un cóctel. Sentía las miradas de los presentes clavadas en mi persona. Al rato sentí una mano que me tocaba el hombro acompañado por una voz familiar que me decía.

-Perdone señorita, sabe donde puedo…

-Hola Jons, puntual como siempre – . Contesté cortando la frase.
-…a Miss Nieves?. Eh?,

Me miró de arriba abajo, volvió la vista a mis ojos, frunció el ceño e incrédulo preguntó.

-Nieves?

-Jons -. Me puse a reir.

-Pero, pero, eres tu? como? tu pelo? Estás sensacional.

-Gracias, veo que tu estás igual– Y seguí riendo.

-Qué ha pasado?, qué te has hecho?.

-Vale ya de preguntas, tenemos mesa reservada y mientras cenamos te lo cuento todo.

Llegamos al restaurante del hotel, a medida que nos acercábamos a la mesa, levantaba pasiones y deseos entre los comensales. Nos sentamos y después de escoger lo que íbamos a comer y beber, le expliqué una una historia inventada. Le narré que harta de no encontrar lo que buscaba, acabé en un spa donde me pasé con los rayos uva, que se me estropeó el pelo y que al final tuve que depilarme toda. Comentó que si la depilación era de cuerpo entero incluyendo la cabeza.

Como durante la cena lo iba provocando con acaricias y sobeteos por debajo de la mesa. Le contesté que lo del pelo lo tendría que averiguar, si quería, después de cenar en la intimidad de la habitación. Se atragantó y sin mediar palabra, se levantó, me cogió de la manos y faltó tiempo para llegar hasta el aposento del hotel.

Mientras abría la puerta del dormitorio, él ya estaba casi desnudo, llegamos al borde de la cama, lo empujé para que cayera sobe ella, le quité los calzoncillos y….. madre mía, que tranca tenía el tío. Dejé caer mi vestido, lo miré con lujuria, el me miró con deseo, me saqué la peluca y entoces me fijé que se le ponía dura como un obelisco. Parecía un monumento de ébano, empecé a tocarla, notaba como le latían sus venas, mi coño ya estaba mojado, subí de pies sobre la cama, me senté sobre ella y despacio mi vagina empezóa a tragarse aquellos cuaremta centímetros de pene. Ya metida, empecé a subir y bajar, me cogió por la cintura y me ayudó a con los movimientos, por suerte pudimos disfrutar del coito con un gran orgasmo, le pedí que no eyaculara dentro y de repente me levantó, sacó su polla y me duchó todo el cuerpo con su esperma. Vaya cuanta cantidad de líquido seminal salíó de su miembro. Se levantó, me puso a cuatro patas, apunto su verga en mi ano y me la metió hasta el fondo, suerte que su semen la había lubricado, si no me lo rompe. Empezó a embestir una y otra vez y ahora sí que se corrió dentro. Joder que placer orgásmico tuvimos, la sacó y se quedó de pie, me giré y sentándome en el borde de la cama se la cogí y tiré de ella. Él cayó a mi lado en la cama, los dos estábamos exhaustos. Me miró y preguntó si me había hecho daño, le puse un dedo en los labios y mentalmente agradecí el efecto bola y falo. Durante la noche, nuestros sexos estuvieron orgásmicos unas cuantas veces más, hasta que se nos quedaron tremendamente irritados.

Eran las nueve de la mañana cuando llamé para que subieran el desayuno para dos. Me duché y recogí todos mis enseres y luego ordené el baúl. Mi vuelo salía a las cuatro de la tarde. Desperté a Jons con un suave beso, desayunamos, charlamos de muchas cosa. Empezaba a vestirme cunado me agarró y me arrastró a la ducha y lo hicimos otra vez. Me puse una blusa blanca de hilo, unos pantalones elásticos negros y unas zapatillas cómodas para el viaje. Él ya se había vestido, iba a ponerme la peluca pelirroja, cunado me dijo que estaba más guapa sin peluca, que con la cabeza afeitada molaba más, reí, le pedí que me acercara al aeropuerto, subió el botones a buscar el baúl. Mientras Jons iba a buscar su coche, pasé por recepción, pagué la cuenta y el alquiler del Jeep. Después de desearme un buen viaje y esperar que volviera a verme por parte del gerente del hotel, me despedí y salí. Fuera ya estaba Jons con el coche, metió el baúl en el maletero y partimos.
Estaba facturando el baúl cundo me preguntó.

-Volverás?

-Sí, no lo dudes.

Y embarcando en el avión me despedía de Namibia, un país donde pronto volvería para reencontrar la tribu perdida.

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Author: mdj

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