Vuelta al trabajo (skrg)

Menudas vacaciones me pegué en Tenerife. Hubo relax, en la playa y en la piscina. Me puse morenísima. Acabé mi proceso de aceptación de mi cabeza y mis cejas peladas. Para ello fue crucial el encuentro con Jeny en la discoteca. Putearla a ella me permitió superar el maltrato que me infligió mi torturador con mi consentimiento. Los últimos días tuve miedo de que la madre viniera a reñirme o incluso que me detuviera la policía. Pero nada pasó. Supongo que salieron encantadas de la barbería y que se les pasaron las ganas de venganza.

Mi vuelo salía por la tarde así que por la mañana aproveché para ir a la barbería a afeitarme la cabeza. Cuando entré en “Barberas” una de ellas estaba acabando de afeitar la cabeza de la otra.
-¿Hasta cuándo me vas a tener así, Ana? Con esta trenza estrafalaria sobre la cabeza afeitada y sin cejas – protestó Celeste.
Ana le contestó con su voz más dulce -ahora eres la imagen de nuestra barbería. ¿Te puedes imaginar mejor reclamo que tu con este aspecto? Estás buenísima. A los tíos les encantas. No dejan de pedir citas contigo. Recuerda que son nuestros clientes principales.

Carraspeé para que supieran que había entrado.
-Hola – me saludó Ana -¿qué querías?
-Venía a afeitarme la cabeza- dije yo.
-Anda. Otra más. Enseguida te atenderá mi compañera. Yo tengo que salir pitando a recoger al niño al cole.

Celeste se levantó del sillón de barbero. Se quitó la capa ella sola y me dijo -espera un momento- para a continuación coger un tubo de loción aftershave y extenderse el producto por todo el cuero cabelludo y sus cejas.

Se acercó meneando su trenza en el aire -ya estoy contigo- anunció -siéntante aquí por favor- me indicó mientras me señalaba el asiento que ella acababa de liberar.
Cuando apoyé mis nalgas sentí el calor que había dejado impregnado.
Me tocó suavemente la cabeza. -Veo que te ha crecido un poco. ¿Va a ser la primera vez que te afeitas?- me preguntó.
-Oh, no. Va a ser la tercera.
-¿Y cuánto tiempo llevas con la cabeza rapada?
-Afeitada, no rapada. Pasé de una melena larguísima a la cabeza afeitada. Llevo algo más de una semana.
-¿Y eso? ¿Cómo te dio por ahí?
-La verdad es que no fue decisión mía. Pero ahora estoy encantada. No soy capaz de dejármelo crecer más que un par de días.
-¿Cómo es eso de que no fue decisión tuya?
-Me da un poco de vergüenza contártelo -empecé a contestar- me contrataron para hacer un video. Que yo creía erótico. Era la primera vez, te lo juro. Quería salir de mi zona de confort. El que lo grababa resultó ser un cabrón y me dejó pelada.
-Por lo menos a ti te han respetado las cejas. Mira yo- interpuso inclinando su cabeza y agitando su trenza.

Me pasé el dedo gordo por la ceja izquierda para borrarme el maquillaje -de eso nada. El cabrón se lo llevó todo.
-Bueno, pues entonces estamos casi iguales- convino Celeste.
-Y tú, ¿por qué te lo cortaste así? Tu trenza mola mazo.
-Ay, pues a mi no me gusta nada. Cometí un error con una clienta. Tenía que rapar a su hija pero entendí mal a Ana. Pensé que tenía que rapar a la madre también. ¡Imagínate el disgusto que se llevó! Cuando vio que su melena querida quedaba trasquilada se echó a llorar, la pobre. Bueno, yo también me eché a llorar cuando me pelaron las cejas. El caso es que Ana pensó que yo le tenía que dar la satisfacción a la señora de raparme como compensación y, no sé por qué, se le ocurrió dejarme esta trenza humillante en la coronilla.
-A mi me parece lo mejor de tu look, tu trenza meridional – le dije seductora.
-Me gusta esa expresión. Me afeitas la cabeza y me dejas una trenza meridional -actuó como dirigiéndose a una ficticia peluquera. -El caso es que ahora, Ana no me deja dejarlo crecer. Ni siquiera me deja pintarme unas cejas. Dice que soy la imagen de la barbería. Ya la has oído.
-Yo creo que acierta. Estas muy sexy. Deberías hacerle caso- le aconsejé.

-Bueno, dejémonos de cháchara. ¿Quieres que te vuelva a afeitar la cabeza?¿Las cejas también?- me pasó el dedo por las cejas y notó los pelitos que pugnaban por sobresalir – Si, las cejas también- se contestó a si misma.

Me engalanó con la toalla caliente. Nunca había estado debajo de una prenda tan relajante. Sólo sobresalía mi nariz intentando captar algo de aire fresco.

Después de unos minutos me la retiró y pasó a pringarme de espuma de afeitar con la escobilla de barbero. Era muy divertido verla, a cada paso que daba su trenza solitaria se bamboleaba como el péndulo de un reloj. También dibujó una capa blanca sobre mis atalayas supraoculares.

Con destreza manejó la navaja y en menos de 5 minutos ni un sólo folículo surgía de mi cuero cabelludo.

-Lista- concluyó.
Me quitó la capa y me indicó el camino a la caja.
Después se lo pensó mejor -Invita la casa. Solidaridad de afeitada.- Al sonreír se le volvió a agitar el penacho.
Agradecida, me despedí.

Me pasé todo el vuelo nerviosa. Mañana volvía al trabajo. Ahora si que saldría de mi zona de confort. No era capaz de dejar de tocar mi cabeza afeitada. La señora de al lado me miraba extrañada. No sé si por mi calva o por que no dejaba de acariciarla compulsivamente. Mis compañeras me vieron marchar hace quince días con mi larga melena y ahora me verían volver sin un pelo. ¿Que van a decir esas malas pécoras? Apenas pude dormir esa noche.

Por la mañana, me miré lentamente en el espejo. Estaba muy morena. Con ese color, mi cabeza pelada tenía mucho mejor aspecto que hacía una semana. Me pinté unas cejas lo más parecidas posible a las que creía recordar haber tenido. Y me maquillé como una estrella de cine. Me puse mi mejor vestido. Dejaría a esas pijas de Vetusta estupefactas.

Decidí llegar lo más tarde posible. Quería hacer una entrada triunfal y evitar el goteo de sorprendidas. En la oficina trabajamos 18 personas. 3 son hombres, pero uno es gay, otro eunuco y el último, recién divorciado, está insoportable. El resto son pijas de alrededor de 40 años. La mayoría rubias. Tengo grandes planes para todas ellas.

La primera que me vio fue Letizia. Letizia es muy guapa y rubia, una tía buena vamos, pero tiene poco pelo y está rizado como una escarola. Ahora lleva un corte casi afro. Su mesa está al lado de la entrada.
-¡Ay, madre!- exclamó.
Su interjección alertó a Argentinita, que se sienta a su lado. Argen también es muy guapa, con más curvas que Vane pero también está muy buena, tiene una larga morena castaña que es la envidia de las demás, aunque hace unos años llevaba el pelo por la oreja y la nuca muy rapada.
-¡Ay, madre!- repitió asustada Argen.
-¿Qué hiciste? – intervino Letizia.
-Pues, ya veis, quise salir de mi zona de confort estas vacaciones.- les contesté – ¿qué? ¿Cómo me veis?
-¡Mencía! , ¡Carla! , ¡Paqui!, ¡Tamara! – empezó a gritar Argen.
-Pues yo te veo espectacular – dijo Letizia- aunque das un poco de miedo, la verdad.
Las demás empezaron a llegar y los aymadres y los mecas se amontonaban.

Me puse en el centro del corro y seductoramente giré lentamente sobre mi misma mientras me acariciaba lentamente la cabeza pelada.
-¿Qué os parece? ¿Estoy guapa?
-Estás sorprendente – dijo Mencía irónicamente.
-A mi me parece que estabas mejor con tu melenaza – dijo la mala pécora de Tamara.
-Lo importante es que le guste a ella- dijo Argen dándome un abrazo de bienvenida. Argentinita es la más maja de la oficina. El pegamento que mantiene más o menos avenido un grupo que sin ella se estaría tirando, ay, de los pelos. Es nuestra soft líder.

Mi mesa está justo delante de la Tamara. Tamara es más mayor que la mayoría de nosotras pero piensa que todavía es joven. Le gusta mucho cambiar de corte y color de pelo pero últimamente lleva una media melena morena muy sosa. Me aseguré de pasarme toda la mañana tocandome mi cabeza afeitada. Al final de la jornada estalló.
-¡Ay, Pilar! ¡Para ya de sobarte ! ¡Me estás poniendo nerviosa!
Tamara está acostumbrada a mandar pero yo hace tiempo que no le hago caso.
Me giré lentamente. Puse gesto malicioso y dije,
-Es mejor que lo disfrutes. Tengo grandes planes para ti.
Mi expresión inquietó tanto a Tamara que no fue capaz de conciliar el sueño durante su siesta.

Al día siguiente me hice la encontradiza con ella en el baño. Cuando nos cruzamos, le susurré en la oreja – tu no sabes cuanto yo sé de ti.
Enrojeció.

Por la mañana apareció con grandes ojeras. Se encontró un papel doblado encima de su teclado. “Sé que te estás viendo con Carlos González, el diputado. Firmado: La Calvita”.

Se levantó bruscamente y me cogió del hombro. Estaba nerviosisima pero habló muy bajo.
-¿Cómo te has enterado?
-Eso no importa, Tamara- le respondí tranquilamente – lo importante es que no se entere tu marido.
-¡No serás capaz!
La miré con una cara que aumentara su incertidumbre.
-¿Qué quieres? – dijo con cara de loca.
-Te lo diré en unos días. Ahora déjame, por favor. Tengo mucho trabajo acumulado.- Le dije con desgana.

Las ojeras aumentaron conforme pasaban los días. A media mañana, me di la vuelta. Le sostuve un rato la mirada y le dije – Quiero que te cortes el pelo.
-¿Cómo? – susurró – ¿no querrás que me rape como tú?
-No querida, como yo no – sonreí – ya te diré.

El lunes la acorralé en el baño y me metí con ella al water. La dura Tamara estaba temblando.
-Esto es lo que le tienes que decir a tu peluquera – comencé – “quiero un chelsea con el coco bien afeitado”.
-¿Cómo? ¿Qué dices?
-Atiende bien porque no lo repetiré más – la amenacé- “quiero un chelsea con el coco bien afeitado”.

Al día siguiente Tamara no había hecho nada. Me enfadé. Fui a correos.

Cuando el miércoles abrió el buzón y se encontró una foto de ella besándose con el diputado supo que no podría demorar más el sacrificio.

No se atrevió a ir a su peluquera de confianza. Eligió un Marco Aldany. La peluquera le puso la bata y la invitó a sentarse.
-¿Qué quieres hacer?
-Quiero un chelsea con el coco bien afeitado- repitió Tamara avergonzada.
-¿Cómo? – se extrañó la peluquera.
-Quiero un chelsea con el coco bien afeitado – insistió Tamara.
-Mira, no se qué es eso. ¿Te estás quedando conmigo?
-Quiero un chelsea con el coco bien afeitado- seguía diciendo como un autómata Tamara.
-¡Ya está bien! ¡Vete a hacerle perder el tiempo a otra! – le dijo enfadada mientras la levantaba y le quitaba la bata.
-¡Hala! – la increpó la peluquera mientras le abría la puerta.

Tamara se quería morir. Qué vergüenza. Estaba todo perdido. Su marido se enteraría y su vida terminaría.

Caminaba deprimida por su barrio cuando un cartel le llamó la atención, “Noe’s Barbershop”. ¡Una barbería! En una barbería igual entendían lo que le obligaba a hacer Pilar.

Entró en el pequeño local. Sólo había una peluquera muy bajita. Le estaba arreglando la barba a un cliente y había otro chico esperando.
-Hola- le saludó.
-Hola. Venía a ver si me podías atender- dijo Tamara.
-Estoy a tope hoy. ¿Para que sería? – le preguntó Noe.
-Para afeitar.
-¿Para afeitar qué?
-El coco- dijo Tamara avergonzada.
-¿El tuyo? – se rió Noe.
-Si.
-Hummm- rumió Noe – vale. Cierro a las 20. Ven a esa hora y te atenderé excepcionalmente.

Tamara se pasó dos horas nerviosa, dando vueltas por el parque. Estaba acojonada.

Cuando volvió a la barbería, Noe estaba barriendo los pelos de sus últimos clientes.

-Siéntate aquí – le dijo cariñosa.
Le puso la capa y le preguntó – entonces, ¿afeitamos la cabeza?
-No exactamente – le paró Tamara – quiero un chelsea con el coco bien afeitado.
-¿un chelsea? – se extrañó Noe – no suelo hacer chelseas.
-¿Tampoco sabes cómo es? – preguntó tímidamente Tamara.
-Si, claro que lo sé. Soy barbera.

Primero le apartó el pelo con el que luego cortaría el flequillo y le puso una pinza. Luego seleccionó dos dedos de cabellos en la nuca y le hizo una colita.

-Primero te voy a rapar un poco largo para desbastar y luego ya te paso la maquina al cero. ¿Vale?
Tamara asintió acojonada. Estaba temblando.

Era la primera vez que le pasaban la maquinilla. La barbera había dicho que se lo iba a dejar largo pero a ella le estaba pareciendo cortisimo. Se le veía el cuero cabelludo.

Noe cambió de maquinilla. Cogió una más pequeña, sin peine.
-Ahora ¡a pelar! – sonrió la barbera.

Cuando ya tenía uno de los lados con la blancura del cuero cabelludo despejado le preguntó – ¿Es la primera vez que lo haces?
Tamara estaba tan impresionada al ver como se liberaba rápidamente su cabeza de pelo que apenas podía articular palabra.
-¿Qué? ¿Qué dices? – preguntó dudosa.
-¿Qué sí es la primera vez que lo haces? – insistió Noe.
-Eh, si. Si, claro.
-¿Y cómo te decidiste?
-Me lo sugirió una amiga.

Noe ya había acabado de raparle el coco al 0 a Tamara. Cogió entonces la maquinilla de afeitar. Es una máquina más cuadrada que las de rapar, con dos grandes rodillos circulares en el cabezal.
-Te voy a afeitar en seco para no estropearte el pelo del chelsea con la espuma- le anunció Noe.
-Oh, vale – contestó Tamara, que no había entendido nada.

Noe cogió la maquinilla y empezó a afeitar por la parte superior de la cabeza. Es tan bajita que tenía que ponerse de puntillas para llegar a la parte de arriba de la chola de Tamara. Presionaba con fuerza la maquinilla contra la cabeza e inclinaba la afeitadora ora hacia un cabezal ora hacia el otro para conseguir el mayor apurado posible.

Le pasó varias veces la máquina por todos los rincones de la testa de Tamara. La maquinilla se empezó a calentar por el rozamiento continuo de los cabezales con la piel del coco pelado.

-Ahora te voy a repasar con la navaja. Aunque sin espuma. No te preocupes que no te cortaré.
Tamara bastante hacía con retener las lágrimas.
Le pasó la cuchilla rapidamente y de manera muy ligera.
Le acarició la cabeza y le dijo – mira, ¡tocate!, mira que sensación, ¡es una pasada!
Tamara acercó la mano temerosa. Cuando sus dedos contactaron con el cuero cabelludo un escalofrío recorrió su cuerpo.
-¿A qué mola?- insistió Noe.
Tamara asintió con la cabeza, no demasiado convencida.

Noe le soltó los dos restos de pelo que le quedaban, en la frente y en la nuca.
-En la nuca te voy a dejar unos 5 dedos de largo que el chelsea con los pelajos demasiado largos no me gusta. Y el flequillo ¿Cómo lo quieres? – le preguntó la barbera.
-No lo sé. ¿Cómo me recomiendas tu?
-Pues yo creo que un chelsea como mejor queda es con un flequillo bien espeso que tenga mechones a los lados bien largos.
-Me fío de lo que tu digas- dijo Tamara desesperada.
Y asi procedió a cortarselo Noe.

Tamara se miró de frente. Parecía que no se había cortado el pelo aunque el flequillo le pareció un poco anticuado. Sin embargo, si inclinaba un poco la cabeza se veía todo su coco pelado.

Noe la sacó de su ensimismamiento poniéndole la mano en la cabeza para untarle el aftershave.

-Lista. Has quedado guapísima. ¿No te ves mucho más moderna?
-Si, claro- le concedió Tamara desganada.

A la mañana siguiente estaba acojonada. No se atrevió a ir a trabajar. Le mandó una foto por wasap a Pilar, para evitar que cumpliera su amenaza.

Pilar le contestó “buena chica. Estás muy guapa. Tendrás que repasarte el coco pelado hasta que yo me canse”.

Y gritó – ¡Eh, chicas! ¡Mirad cómo se ha cortado el pelo Tamara!

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Author: mdj

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