María,  una cliente muy especial 1ª parte (DixTurber)

Llego tarde… lo siento…
– No, tranquila, aún estamos a tiempo, pasa.

Su expresión era muy distinta a la del día que vino a pedirme la cita. Fue el lunes, hace 4 días, cuando entró en mi peluquería aquella chica, y desde entonces la espera para su cita se me ha hecho eterna.

Entró muy atrevida y contenta, con un aire risueño y juguetón, como si tuviera mucha prisa o estuviera muy ansiosa por hacer algo.

– Hola – se presentó – quería pedir una reserva para cortarme el pelo.

En aquel momento no tenía ningún cliente y me encontraba sentado en una de las sillas, leyendo un libro. Mi peluquería no es muy grande y mi clientela es bastante modesta. La verdad es que me sorprendió bastante la visita de aquella chica.

– Claro, ahora mismo puedo atenderte, pasa – la invité mientras me levantaba de la silla y dejaba el libro.
– Bueno, es que… – no paraba de sonreír y parecía muy acelerada – no puede ser ahora. Tiene que ser este viernes… a última hora de la tarde a ser posible.
– Perfecto, ahora mismo te apunto – digo mientras agarro el libro de citas -. Es para cortar, ¿verdad?
– ¡Sí! – dijo super radiante.
– Me refiero… ¿no quieres cambiar de color ni nada más?
– Mmmm… no, no creo que… no, no será necesario.

Su pelo era de color rojo oscuro, obviamente teñido, seguramente sobre un castaño oscuro. La llegaba más o menos por la línea del sujetador, muy liso y sin capas, y su flequillo abierto hacia los lados caía hasta la altura de los labios. Tenía un buen aspecto, seguro que se lo cuidaba mucho.

– De acuerdo… solo cortar. Dime tu nombre, por favor.
– María.
– Muy bien, María. Por la tarde cierro a las 20:00, así que la última cita sería sobre las 19:30, ¿te viene bien?
– ¡Estupendo!¡Es la hora perfecta!
– Pues esa será tu cita- apunté su nombre en el hueco del viernes a las 19:30 – ¿Nos vemos entonces?
– ¡Muchas gracias! – me sonrió muy agradecida y con la misma energía con la que entró, salió de mi peluquería, casi como si fuera saltando de alegría.

Era una chica realmente hermosa. De unos 20 años me atreví a pensar. Un pelo bonito, una cara bonita, una actitud muy positiva… Sinceramente, no podía esperar tanto tiempo para tenerla como cliente. Pero con un poco de paciencia, el momento llegaría.

Y el momento llegó, pero se hizo de esperar bastante. Incluso María llegó tarde 15 minutos, a las 19:45. Además, su enorme energía positiva del lunes ya no estaba. En su lugar, traía una expresión… como decirlo… ¿de vergüenza? ¿Precaución? ¿Miedo? No sabría decir, pero parecía que la costaba avanzar dentro de mi pequeño establecimiento, y sus ojos miraban intermitentemente a las sillas y a mí.

– ¿Te importa si termino de bajar las persianas? Eres ya mi última cliente y así empiezo a cerrar el turno de hoy… – la dije, ya que no estábamos nadie más que ella y yo, y así empezaba a recoger la tienda.
– No, en absoluto, puedes bajarlas – dijo sin apenas mirarme más de 2 segundos a los ojos.
– Bien… préstame tu abrigo y tu bolso, los colgaremos aquí – me ofrecí.

Llevaba una chaquetilla vaquera corta y desabrochada. Se la cogí y la colgué en el perchero de la entrada, justo al lado de la puerta, al igual que su pequeño bolso de piel marrón. Entonces me fijé en su look. Tenía un vestido verde realmente precioso, con un escote no muy pronunciado pero bonito y una falda que llegaba hasta las rodillas, muy planchada. De calzado llevaba unas botas de un color marrón desgastado que increíblemente encajaban con el vestido. Su pelo era tal cual lo recordaba: rojo oscuro cayendo muy liso hasta cubrir el pecho, con un flequillo abierto en el medio hacia los lados hasta la línea de la boca, y sin capas. Incluso se había pintado un poco los ojos con una sombra entre rosa y morado clarito. En mi cabeza empecé a unir las pistas que me iba ofreciendo la situación. Seguramente, María tenía una cita con alguien más después de conmigo.

– Bueno María. ¿Empezamos?
– Sí… disculpa que haya… – dijo esta vez sin mirarme en absoluto.
– No te preocupes, insisto. Aún tenemos tiempo. Tu relájate y ven, siéntate aquí que te lavo primero el pelo.
– Vale… – se dirigió un poco indecisa al sillón del lavacabezas.

Se sentó y la puse una toalla blanca sobre los hombros, mientras agarraba toda su melena y la metía en el lavabo, inclinando suavemente su cabeza hacia atrás. Era la primera vez que ponía mis manos en su pelo, era realmente suave y no tenía enredones. Seguro que ya se lo había lavado y peinado ella antes.

– Tu pelo está muy cuidado y sano, ¿quieres que te lo lave igualmente? – la pregunté.
– Supongo que sí… – dijo con una voz bastante flojita, mientras terminaba de acomodarse y cerraba los ojos – lo que sea mejor para que quede bien.
– Bueno, en ese caso lo lavaremos y te pondré una mascarilla para las puntas abiertas, ¿estás de acuerdo?
– Vale – ahí la vi sonreír, no como el primer día, pero me valió. Parece ser que la idea de tratar bien a su pelo la puso contenta de nuevo.

Acto seguido abrí el grifo y empecé a regular la temperatura del agua, y cuando estuvo más o menos templada lo dirigí hacia las puntas de su melena.

– ¿Qué tal el agua? ¿Te parece bien o…?
– Está bien, muchas gracias – me dijo rápidamente.

Continué lavándola desde las puntas hacia su cuero cabelludo, primero sólo con el agua. Después poco a poco empecé a aplicarla el champú justo al revés, desde la raíz hacia las puntas, frotando suavemente y masajeando con las yemas de mis dedos. Ella parecía disfrutar el masaje, pero a su vez estaba algo tensa. Había algo distinto en ella con respecto a la chica que me visitó el lunes. Algo había apagado parcialmente su alegría y viveza.

– Es la primera vez que vienes aquí, ¿eres nueva en la ciudad? – la pregunté, simplemente por que el silencio y la curiosidad me estaban matando por dentro.
– No… – tardó un poco en responder – mi peluquera de siempre ha cerrado y he tenido que buscar uno nuevo.
– Vaya, lo siento. Espero estar a la altura de tu peluquera – la dije con una risita boba. Esperaba poder tranquilizarla algo más.
– Gracias – se limitó a decir.

Volví a lavar con agua su melena aclarando y eliminando el champú. Después abrí el bote de mascarilla y se lo apliqué por todo el pelo, suavemente, por la superficie desde raíces a puntas, y luego con los dedos bien profundo por todos sus mechones. Una vez aplicado, agarré toda su melena, la enrollé delicadamente haciéndola un moño y se lo apreté un poco en la nuca.

– Perdona, ¿te aprieta mucho? – la pregunté.
– No… noto que me has hecho un moño, ¿no es así? – me dijo sin alterarse.
– Sí, es para que se fije bien la mascarilla para las puntas. Vamos a dejarlo así 2 minutos de reloj, ¿vale?
– Vale.

Mientras pasaba el tiempo fui a colocar el cartel de “cerrado” en la puerta y a recoger un poco los botes y utensilios de las mesas. También escogí una capa negra y la dejé sobre un carrito de utensilios de peluquería al lado de una de las sillas, donde María se sentaría enseguida.

Regresé con ella y volví a lavarla la cabeza por última vez. La primera parte de nuestra cita estaba llegando a su fin. No había ido mal, pero no podía dejar de pensar en qué la preocuparía tanto para no tener la misma actitud del lunes.

– Bueno, tenías el pelo muy bien, pero creo que ahora estará mucho mas suave y cuidado – la dije mientras la levantaba suavemente la cabeza del lavacabezas y la colocaba la toalla a modo de turbante sobre su melena enrollada.

Ella no respondió, se limitó a mirarme un segundo y a sonreír rápidamente antes de dirigir la vista de nuevo hacia la silla de cortar el pelo.

– Pasa por aquí, por favor – la indiqué donde se encontraba la silla preparada con el carrito, justo enfrente de un espejo que llegaba hasta el suelo.

Ella asintió rápidamente, y aún más rápida se dirigió a la silla y se subió sin rechistar, acomodando la falda de su vestido y su espalda en el respaldo. “Vaya, realmente tiene muchas ganas de cortárselo”, pensé juguetón. Me acerqué a ella y cogí la capa negra. La estiré por delante de ella y se la coloqué con un rápido movimiento, abrochándola el cuello sin que llegara a apretarla. Mientras tanto, María apenas miraba al espejo, mantenía una mirada baja, sin fijarse en nada en concreto. Algo la preocupaba, y eso aumentaba mi curiosidad por mi nueva cliente, pero no sabía cómo abordar el tema. Así que continué con los preparativos y la puse un empapador negro sobre los hombros, justo antes de soltarla la toalla y desenrollar su húmeda melena. Disfruté de esto último, sentí como cada mechón se soltaba y caía con su peso hacia abajo, y empezaba a gotear el exceso de agua. Ahora su melena parecía más larga que antes, llegando por debajo del pecho, algo que se apreciaba poco por que ya tenía la capa tapando la totalidad de su vestido. Sería una pena llenar de pelos ese vestido verde tan bonito.

– Bueno María, cuéntame – la dije mientras buscaba un peine de púas gruesas para cepillarle el pelo.
– ¿Eh? – dijo mirando súbitamente al espejo, como saliendo de un trance.
– El corte. ¿Qué hacemos en este pelo tan bonito? – dije mientras empezaba a estirar sus mechones hacia abajo con las manos y con el peine, suavemente, aunque no tenía casi ningún enredón.
– Pues… – se quedó pensativa unos cuantos segundos – … cortar… como si… o sea, que se note…
– María.
– ¿Sí?
– No sabes que corte hacerte, ¿verdad? – la pregunté mientras colocaba mis manos sobre sus hombros.
– … no… – dijo como avergonzada, mirando de nuevo hacia abajo.
– De hecho… no sabes si quieres cortártelo, ¿verdad? – me atreví a conjeturar.
– … no … – dijo con la misma expresión.
– Entonces… ¿cómo puedo ayudarte? – la dije con un tono de seguridad para calmarla, pero realmente me preocupaba no saber como actuar con ella.
– No… no te preocupes – dijo volviendo a mirarme a través del espejo como sobresaltada – tú sólo córtamelo unos cuantos dedos, que se note bien el corte. No quiero molestarte más… ya es tarde y no quiero que…
– No, María, escúchame – dije colocando ahora mis manos en sus brazos. En ese punto era bastante obvio que algo de esta situación la estaba incomodando y no podía permitirlo. Tenía que hacer que se sintiera bien y conseguir darle el mejor servicio que pudiera.
– Sí… – dijo tímidamente, pero sin dejar de mirarme.
– No quiero meterme donde no me llaman ni hacerte sentir incómoda, pero quiero que salgas contenta de aquí y con un buen resultado. Y para eso necesito que me ayudes y me digas cómo quieres tener el pelo – la dije mientras movía suavemente mis manos como frotando sus brazos, parece que eso la calmaba un poco, al menos no la tensaba más.
– Es que…
– Vamos poquito a poco. Perdona mi atrevimiento pero… – quería salir de dudas, para comprender un poco más su situación – hoy has quedado con alguien, ¿verdad?
– Eh… – empezó a ponerse un poco roja – … sí…
– Y ese “alguien”… ¿es importante?
– Es… lo acabo de conocer y… – dijo cada vez más y más roja.
– Bien, vamos avanzando – la dediqué una sonrisa haciéndola ver que iba a ayudarla y quería que estuviera a gusto -. Entonces quieres tener un buen aspecto para esa persona, quizá… ¿para impresionarla?
– Sí… aunque eso no es… no es muy… – parecía que quería empezar a soltarse y contarme lo que ocurría de verdad.
– ¿No es fácil de conseguir? ¿Eso es lo que te refieres?
– No, no es eso. Lo que pasa es que… – cogió aire súbitamente y lo exhaló por la boca con suavidad, como armándose de valor para contármelo todo – … es un chico al que le gusta mucho mi pelo.
– Mmmm… vale. Así que tienes miedo de cortarte demasiado y que no le guste…
– No, no es eso tampoco. A decir verdad, es muy distinto a todo eso.
– Vaya, me tienes bastante confuso María – la dije con una risita.
– Lo sé… es algo extraño.
– Confía en mí, juntos averiguaremos la solución a este dilema – la dije poniendo otra vez mis manos en sus hombros con actitud decidida.
– Verás… A este chico le gusta… le gustan las chicas que…
– ¿Le gustan las chicas que se hacen cambios en el pelo? Por eso decías que quieres que se note el corte, ¿verdad?
– ¡Exacto!- dijo María súbitamente, como quitándose un peso de encima – Es un poco extraño…
– No María. No es nada extraño… siempre y cuando tú estés de acuerdo con ello.
– A decir verdad… es algo que nunca me había planteado…
– ¿Sueles cortarte mucho el pelo? – dije mientras empezaba a cepillárselo un poco más para quitar el agua sobrante.
– Lo cierto es que no – su actitud poco a poco estaba cambiando, estaba más segura hablando conmigo. – Suelo cortarme dos dedos para sanear las puntas y alguna vez me he hecho un corte a capas, pero poca cosa más. De pequeña sí que me lo cortaba por la barbilla y me hacía coletas. Pero eso es más típico de niñas pequeñas, ¿no? – al decir eso soltó una risita.
– Vale, entonces tú no estás acostumbrada a hacerte grandes cambios en el pelo. Ahora háblame un poco de él. ¿Qué le gusta de tu pelo?
– Bueno… le conozco muy poco, pero se sinceró enseguida conmigo sobre esto y… no me asusta ni nada, de hecho cuando me lo dijo enseguida vine a pedirte cita porque quería probar, quería…
– ¿Satisfacerlo?
– Sí.
– La pregunta aquí es, María, ¿estás dispuesta a satisfacerlo de verdad?
– Sí…
– ¿Estás dispuesta a salir de tu rutina en la peluquería para impresionarlo?
– ¡Sí!
– ¿Estás dispuesta a sacrificar tu bonita melena para que este chico caiga ante tus pies?
– ¡TOTALMENTE SÍ! – dijo casi dando un salto sobre la silla

Terminé de cepillar su melena, satisfecho con mi trabajo y con mi investigación. Ahora ya sabía lo que tenía que hacer con mi cliente. Algo que nunca había hecho, pero que siempre había contemplado la posibilidad de hacer.

María claramente había conocido a un chico con tricofilia, un fetiche hacia el pelo. En este caso se trataba de un fetiche encaminado hacia los cortes de pelo, concretamente a los cambios de look. Cuando me encontraba en mis estudios de peluquería hice un trabajo respecto a este tipo de parafilia y aprendí cosas realmente interesantes sobre cómo las personas pueden llegar a sentir desde una inocente admiración hasta un profundo deseo hacia el pelo, llegando a utilizarlo como un elemento de su vida sexual. Un punto muy interesante de mis apuntes era que, la gente con esta parafilia, suele disfrutar observando a otras personas en situaciones varias referentes al tratamiento de su pelo, ya sea lavar, peinar o incluso cortar.

Así que, con toda esa información, se me ocurrió la solución perfecta para María. Ahora sólo había que ponerse manos a la obra y continuar con nuestra peculiar cita.

– Muy bien María. Eso es todo lo que necesito saber. Voy a ayudarte. Voy a hacer que hoy salgas de aquí viéndote realmente hermosa, más de lo que ya eres de por sí.
– Vale… – se sonrojó muchísimo al oír esas palabras, pero no dejaba de mirarme a través del espejo. Había recuperado su confianza.
– Y además, vamos a hacer que tu chico se quede absolutamente perplejo.
– De acuerdo – asintió.
– Pero no sólo con el resultado. También con el proceso.
– ¿Eh? – María no entendió esto último y puso una mueca de confusión, aún con sus mejillas sonrojadas.
– Tienes móvil con cámara, ¿verdad?
– Sí… espera, ¿quieres que…?
– Sí María. Vamos a grabar tu nuevo corte de pelo, para que tu chico lo pueda ver y disfrutarlo como es debido. ¿Qué te parece?
– Yo… – sus ojos estaban muy abiertos y sus mejillas parecían que iban a explotar. Sus manos debajo de la capa no paraban de moverse, tal vez nerviosa por lo que estaba a punto de hacer.
– Siempre que te parezca bien, claro.
– ¡Esta bien! ¡Quiero hacerlo! Espera un segundo… – miró enseguida hacia la entrada de la peluquería – … ¿puedo coger mi bolso un momento?
– Un segundo, yo te lo acerco – me fui al perchero de la entrada y agarré el pequeño bolso de piel, y se lo di.

María sacó las manos de debajo de la capa y buscó en su bolso hasta sacar de él su móvil. Lo desbloqueó y encendió la cámara.

– Podemos poner el bolso aquí enfrente, para que haga de soporte para el móvil, ¿vale? – la dije indicando delante de ella en una pequeña cómoda que había al lado del gran espejo.
– Perfecto – dijo mientras me entregaba el móvil y el bolso para colocarlos allí.
– Muy bien María – acaricié su melena de arriba a abajo y estrujé un poco las puntas para que terminara de gotear el agua – ¿estás lista para este gran momento?

María cerró un momento los ojos. Suspiró profundamente un par de veces. Luego sacó las manos de debajo de la capa y agarró uno de los mechones de su pelo, lo llevó hacia delante y lo acarició de arriba a abajo, haciendo incapié en las puntas. Lo miró con ternura y lo devolvió con el resto de la melena hacia atrás. Entonces se acercó al móvil y pulsó el botón de grabación de vídeo.

– ¡ESTOY LISTA!

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Author: mdj

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