Rapadas por ley (ANSW3R)

Nadie se lo esperaba. Todos tenían al nuevo presidente del país como alguien un poco misógino, pero nadie se esperaba una ley como esta. La ley es la siguiente: cada año, se seleccionará a varias chicas de entre 18 y 25 años en cada pueblo o ciudad. A dichas chicas se les afeitará la cabeza y tendrán la obligación de mantenerse totalmente calvas por 1 año entero. No pueden ocultar la calva con pelucas, gorras ni gorros, y hay castigos por no mantener el afeitado, alguno de ellos totalmente desproporcionado. Era una ley realmente cruel, casi de película distópica. Nadie entendía el por qué de esta ley, ni cómo habían podido aprobarla. El afeitado se haría durante los meses de julio y agosto, con cada pueblo o ciudad decidiendo cuándo y dónde hacerlo. La mayoría de los pueblos del país, entre ellos el mío, habían decidido hacerlo coincidiendo con las fiestas patronales.

Llegó el primer día de fiestas y por la tarde, prácticamente todo el pueblo estaba en el parque municipal. El barbero del pueblo había montado todo en el escenario del parque donde toca normalmente la orquesta de turno. Había una silla y una mesa con todas sus herramientas de trabajo. Todos estábamos nerviosos por lo que iba a pasar, sobre todo las chicas jóvenes: no se sabría hasta el último momento cuáles serían las ‘elegidas’, sólo se sabía que serían cuatro. En un momento dado, el alcalde subió al escenario y pronunció el primer nombre.

“Yolanda Martínez”.

Yolanda, que tenía una melena rubia por debajo de los hombros, se quedó petrificada. Sus padres la intentaban tranquilizar y hacerla subir al escenario. A medida que subía, se le empezaban a caer algunas lágrimas. Mientras se sentaba, suplicaba al barbero que no la rapara, pero este no la escuchó. Lo siguiente que se oyó fue la maquinilla cercenando la melena de Yolanda. A medida que le iban rapando, ella lloraba aún más. En poco tiempo, todo su cabello estaba en el suelo y ella estaba casi calva. El barbero le enjabonó la cabeza y le afeitó hasta que no quedó rastro alguno de pelo. Tras el afeitado, barrió lo que había sido la cabellera de Yolanda y la metió en una bolsa transparente, la cual le entregó a la chica. En un último acto de crueldad, el barbero le entregó a la joven un espejo de mano para que se viese calva. Ella volvió a llorar, esta vez con más fuerza. El afeitado le hacía una cabeza rara, como muy grande. Salvo sus padres, todo el mundo miraba impasible el espectáculo.

Mientras Yolanda se sentaba en un banco situado en el otro lado del escenario, otra joven fue llamada al escenario. Estefanía, que había cumplido hace nada los 18, era una belleza latina de piel oscura y frondosos rizos negros: no en vano, había sido nombrada la reina de las fiestas de ese año. Estefanía suplicó que no la pelaran, dado que como reina iba a tener que exhibirse bastante, pero de nada le sirvió. Sus rizos fueron rapados sin piedad entre lágrimas, y más tarde la cuchilla terminaría el trabajo. Ya iban dos jóvenes con la cabeza lisa. Como pasase con Yolanda, el barbero le entregó en una bolsa los restos de su frondosa cabellera y le hizo mirarse en el espejo. Acudió a donde estaba Yolanda y se consolaron la una a la otra.

El alcalde pronunció otro nombre, el de Olga. Aquello fue mala suerte, ya que ella tenía 25 años y si no le tocaba este año, se libraba para siempre. Olga era quizás la chica más guapa del pueblo, gracias no sólo a su cara y su cuerpo, sino a su espectacular melena roja, la cual cubría toda su espalda. Como pasó con Yolanda y Estefanía, sus súplicas al barbero y sus lágrimas no sirvieron de nada, pues su pelo fue pasto de la maquinilla y la cuchilla. Había algo especial en ver caer aquellas melenas: había llegado a fantasear con ver a alguna de mis amigas o conocidas sin pelo, pero creí que ese día nunca iba a llegar. La verdad es que Olga era guapísima incluso calva, quizás que más que con pelo. Su cabeza desnuda era del blanco más blanco que había visto nunca, a juego con su piel. El barbero le dio la bolsa llena de largos cabellos rojos y fue al banco con las otras dos pelonas.

La última fue Paula, que ni se inmutó cuando la llamaron. Ya se imaginaba que pedir piedad sería inútil, así que simplemente se sentó y dejó al barbero hacer su trabajo. Sin embargo, eso no le impidió llorar a moco tendido mientras la despojaban de su larga melena azabache. Yo intentaba disimular mi cada vez mayor erección mientras veía como la máquina desnudaba la cabeza de Paula. Mientras, también me preguntaba cómo nadie de los presentes se planteaba ni un poquito si estaba bien aplicar aquella ley desproporcionada. Nadie se paraba a pensar en lo que sentían las chicas, que tenían cara de estar pasando por la mayor humillación de sus vidas. Cuando Paula ya estuvo calva, fue a reunirse con el resto: las cuatro se abrazaron intentando consolarse. Hicieron ademán de irse, pero el alcalde las paró:

“Chicas, antes de iros, tengo que recordaros los castigos por no cumplir con el afeitado. Si os lo saltáis una vez, tendréis que estar calvas un año más. Si lo hacéis otra vez, 5 años. Una tercera vez, os esperan 10 años sin pelo. Y si llegaseis a incumplirlo una cuarta vez, se os aplicará un producto el cual os quemará la raíz del pelo. Es decir, quedaréis calvas para el resto de vuestras vidas”. Las chicas se horrorizaron ante la idea de perder sus cabellos para siempre. “Por supuesto, si no hacéis ninguna tontería, nada de esto pasará, y dentro de un año podréis volver a dejar crecer vuestros cabellos. ¿Lo habéis entendido?”. Las chicas asintieron y bajaron del escenario. Una vez abajo, buscaron el consuelo de sus padres, amigos o novios. La luz del sol se reflejaba en sus cabezas desnudas, haciéndolas brillar.

Aquella noche, las cuatro se arreglaron lo máximo posible: maquillaje, vestidos… Todo para intentar alejar la atención de sus cabezas recién peladas, pero era inútil, ya que era imposible no mirar. Por suerte para ellas, no eran las únicas calvas que hubo durante las fiestas: vinieron chicas de otros pueblos que ya habían celebrado sus fiestas, y por tanto ya habían sido rapadas.

UN AÑO DESPUÉS

La ley se aplicó en todo el país sin excepción. Ya no era extraño encontrarte chicas sin pelo alguno en sus cabezas allá donde fueses: bibliotecas, universidades, discotecas… Ni siquiera las famosas a las que les tocó pelarse se libraron de ello. Las chicas hacían vida normal como si nada hubiese pasado. En cuanto a los chicos, a la mayoría no les gustaban las chicas calvas y preferían a las que aún conservaban su pelo. Una mayoría en la que no estaba yo, y lo cierto es que las pelonas muchas veces agradecían la atención.

Llegaron las fiestas del año siguiente y ninguna de las chicas había cometido infracciones respecto al afeitado. El primer día de las fiestas, después de afeitar a cuatro nuevas chicas, se les entregó un certificado que probaba que habían cumplido el año de calvicie obligatoria y por tanto podían dejar crecer su pelo. Sin embargo, pude captar esta conversación durante el botellón:

“Paula, ¿hablas en serio?”

“Si tía, voy a seguir afeitándome, al menos un tiempo”.

“¿Por qué?”

“No sé, creo que le he cogido el gusto a estar calva. Además, me encanta no tener que peinarme ni lavarme la cabeza”.

EPÍLOGO

Los años pasaron, hubo elecciones y llegó un nuevo presidente. Obviamente, una de las primeras cosas que hizo fue abolir la cruel ley de calvicie obligatoria, algo que las mujeres le agradecieron. Las chicas que, por haberse saltado el afeitado, tenían varios años de calvicie por delante, fueron indultadas.

Sin embargo, la ley creó una especie de moda. Algunas chicas que habían tenido que raparse se habían mantenido rapadas o afeitadas, y al contarle las bondades de dichos cortes a sus amigas y conocidas, había varias que habían decidido deshacerse de sus melenas y optar por un cómodo y sencillo afeitado. Con el tiempo, esto se fue normalizando y cada vez era más común ver mujeres de todas las edades con la cabeza rapada o afeitada, sobre todo en los meses de verano, cuando las barberías se llenaban de mujeres que buscaban huir del calor a base de maquinilla y cuchilla.

Una de esas mujeres era Paula. Desde que le afeitaron su melena negra, se había mantenido con el pelo muy corto: a veces probaba cosas como cortes militares o crestas, pero siempre acababa volviendo a la cabeza lisa y brillante. Una cabeza de la que yo había podido disfrutar más de una vez. Un día, al inicio del verano, me la encontré en la barbería, donde la estaban afeitando. Algo extraño, pues normalmente se afeitaba ella misma. Pude observar que la aplicaban un ungüento en la cabeza. ¿Qué sería eso?

“Hola Paula. ¿Cómo tú por aquí? Creía que te afeitabas tú misma”.

“Hola. Pues he venido a hacerme algo… especial”.

“¿Es eso que te han puesto en la cabeza? ¿Qué es?”
“Una cosita para no tener que afeitarme”, dijo con sonrisa pícara. “Es que ya me cansaba tener que hacerlo siempre, ¿sabes?”.

“¿Es lo que yo creo que es?”

“Sí. Digamos que el pelo ya no va a volver a ser un problema para mí. Seguro que te encanta oír esto…”, dijo mientras llevaba mi mano a su calva reluciente.

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Author: mdj

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