Antes de irme, el torturador me dió dos cosas mas: un neceser, en el que metió la maquinilla, la cuchilla y la espuma de afeitar que habÃa utilizado, y 150 euros adicionales para compensarme la ropa que habÃa quemado y el desayuno que no habÃa disfrutado.
Salà de allà noqueada. Me sentÃa muy desnuda entre mi cabeza completamente afeitada y la ausencia de ropa interior debajo del chándal. Deambulé, con el neceser bajo el brazo, pensando en tirarlo en cada papelera que me cruzaba pero sin atreverme a hacerlo en ninguna.
Entré sin darme cuenta en una chocolateria. Mirando hacia la mesa, avergonzada de mi aspecto, le pedà al camarero chocolate con churros. Me los comà en un pis pas. El calor que suavemente descendÃa por mi garganta me fue reconfortando. PodÃa salir de esta con un poco de dignidad, pensé.
Me fui a la tienda donde habÃa comprado el vestido quemado y encontré uno parecido. Le dije la dependienta que me lo llevarÃa puesto. Al pagar sentà como miraba sin disimulo mi cabeza pelada y mis cejas desaparecidas. EnrojecÃ.
Me metà en unos de esos sitios donde te maquillan gratis si les compras el maquillaje.
-¡Ay, chiquilla. ¿Qué te has hecho?! – gritó cómo recibimiento la esthéticienne.
-Fue una apuesta, de esas de Instagram – le contesté nuevamente enrojecida.
-¿Qué es eso de las apuestas de Instagram?
-Es mejor que no preguntes más – le contesté medio borde. Era incapaz de explicar el lÃo en que yo sólita me metà para acabar con la cabeza como un extraterrestre.
-Vale, tranquila- dijo con chulerÃa – era solo curiosidad. A ver, voy a tener que maquillarte todo el coco pelón – esto lo dijo sonriendo maliciosamente – y querrás que te pinte unas cejas ¿no?
-Si a eso he venido principalmente – le contesté yo.
-Los productos te van a costar 50 euros pero ya te advierto que no se cuanto va a sobrar de la base que te voy a aplicar en la bola de billar. Es mucha superficie.
-Pues ponme dos- ahora la chula era yo – hasta que se ponga moreno tendré que darle algo de color.
Salà espectacular. Me dibujó unas cejas mucho más bonitas que las mÃas. ParecÃa mucho más morena y estaba guapÃsima. Por primera vez conseguà apreciar lo que aportaba a mi belleza llevar la cabeza afeitada.
Con mucha más seguridad en mi misma, me encaminé hacia una agencia de viajes.
-Quiero ir a Canarias, a disfrutar del sol durante una semana – le dije a la chica.
-Entonces lo que necesitas es Tenerife Sur – me contestó – ¿Qué presupuesto tienes?
-450 euros
-¿para ti sola?
-SÃ-contesté.
-Por ese dinero no puedo ofrecerte nada más que un hotel de tres estrellas con pensión completa.
-¿Con el vuelo incluido?
-Por supuesto – me aseguró.
-Servirá.
Al entrar en casa, mi madre se quedó de piedra.
-¿Qué te ha pasado, hija?
-Ya ves me he cortado el pelo.
-¿Pero hija, quién te ha hecho eso? ¿Rubén?
-No, yo misma Mamá. Además ya no estoy con Rubén.
-Pues no para de llamar preguntando por ti. Con la melena tan bonita que tenÃas. Anda cuéntame la verdad, ¿qué te ha pasado?
Los ojos se me humedecieron.
-Ay mamá… – empecé – me metà en un lÃo. CreÃa que iba a ser diferente. QuerÃa vivir una aventura. Creerme que ya era adulta. Iba a grabar un vÃdeo. Por dinero…y el tÃo resultó ser un cabrón que me dejó como una bola de billar. Y Rubén, que me acompañó a la grabación, se comportó como un capullo.
-Ay, mi pequeña Mar – me abrazó mi Mamá – siempre queriendo ser más valiente que nadie.
Me acarició mi cabeza pelada.
-¡Qué suave! – se sorprendió.
Me deshice del abrazo y le dije – he venido a hacer la maleta. Mañana por la mañana me voy una semana a Tenerife.
-¿Sola?
-Sola.
En la cola de embarque tuve la sensación de que todos me miraban a mi. La pija con la cabeza afeitada. Yo apenas podÃa dejar de tocarme. Ya no estaba tan suave como el dÃa anterior. Empezaba a raspar un poco.
En cuanto despegó el avión me quedé sobada. Estaba agotada. Apenas habÃa descansado las dos últimas noches.
El recepcionista del hotel me miró con cariño. – Échate crema de factor 50 en la cabeza que aquà el sol es mucho más fuerte que el de la penÃnsula.
Me pasé dos dÃas bañandome y tomando el sol en la playa y en la piscina del hotel pero me empezaba a aburrir tanta soledad. Pregunté en recepción y me dijeron que no muy lejos estaba la mejor discoteca de la isla.
Me puse mi mejor vestido y…. Después de mucho dudar… Me volvà a afeitar la cabeza. Añoraba la suavidad y desde luego me gustaba mucho mas bien pelada que con una especie de barba de dos dÃas. Me maquillé igual que me dejaron el otro dÃa en la tienda. Estaba espectacular. Si no asustaba a los chicos, pillaba fijo.
Pedà un pisco sour y me acomodé en la barra para ver la actuación del dj. Sin querer me contoneaba al son de la música mientras me acariciaba la cabeza.
Vino hacia mi una chica altisima, morenisima y guapÃsima, con una melena hasta el culo.
-Hola, guapa – me saludó.
-Hola- contesté tÃmidamente.
-Me gusta mucho el corte de pelo que llevas.
EnrojecÃ. No habÃa pensado que viniera a quedarse conmigo.
-En serio – insistió – me mola mazo. No es coña.
-Hace tres dÃas yo tenÃa una melenaza como la tuya–le contesté.
-¿Y que le pasó? – abrió los labios sugerentemente.
-Un cabrón me puso en una situación en la que no pude hacer otra cosa que afeitarme la cabeza a mi misma.
-Que fuerte- me susurró mientras pegaba su mejilla a la mÃa – si quisieras mi melena también podrÃa ser tuya.
Y me dió un beso, un lingotazo, inesperado para mi.
Se quedó mirándome con una sonrisa picarona mientras yo pensaba más en sus palabras que en sus actos.
Me tocó la pelada cabeza.
-Que graciosa – dijo mientras seguÃa sobándome.
Me dejé hacer. No me gustan las mujeres. Esa, en particular, no me disgustaba especialmente. Yo necesitaba cariño y ella tenÃa algo que yo querÃa.
Acabamos en mi hotel. Le obligué a que me masajeara hasta correrme varias veces. Con una mano me tocaba el coño y con la otra la cabeza.
-¿Cuándo me tocará a m� – protestó varias veces.
-A ti mañana por la mañana, que para eso eres lesbiana – le desprecié – anda duerme que estoy agotada.
En cuanto se quedó dormida me fui a por el neceser que me regaló mi torturador. Saqué la maquinilla, la encendà y empecé a pasarsela por la frente. Estaba nerviosa. Tardó mucho más en despertarse de lo que yo habÃa pensado.
-¡¿Qué haces tÃa?¡ – se tocó en la frente – ¡¡¡¡¡Aaaaagggg!!!! ¿Qué me has hecho hijadeputa?
Le metà un guantazo. Y luego otro. Y luego otro. Hasta que la tiré al suelo.
-A mi me llamas señora. ¿Entendido? – la amenazé. Y ya con un tono más suave continué – ¿recuerdas que ayer, en la discoteca, me ofreciste compartir tu melena? Solo estoy cogiendo lo que es mÃo.
-Estás loca.
Y se llevó otro guantazo que casi la deja kao.
Le até las muñecas a la espalda y las piernas para que dejara de tocarme los cojones.
Se puso a sollozar.
-Pensaba que te gustaba.
Dejé de contestarle mientras seguÃa rapándole la cabeza. Continuaba agrandandole la calva por la parte de arriba. Estaba realmente ridÃcula con esa melena hasta el culo, la calva de chiquito de la calzada y todo el rimel corrido.
Seguà rapandole hasta dejarle cuatro pelos en los extremos del cráneo. En las patillas, en la parte de abajo de los lados y dos deditos en la nuca. Era como una fina cortina que le llegaba hasta las nalgas.
-Ahora la gran putada- le anuncié.
Con un par de movimientos le habÃa pasado la maquinilla por ambas cejas. Un sonoro sollozo me hizo saber que estaba de acuerdo en la intensidad de la cabronada.
Le metà otro sopapo.
-¡Espabila, pringada! Ahora viene lo mejor.
La arrastré como un saco de patatas hasta el baño. Entonces, se pudo ver a sà misma en toda su ridiculez.
-¿Por qué me haces esto? – sollozó.
-Con alguien tengo que pagar la putada que me hicieron. – le contesté cinicamente.
Arreciaron los hipidos cuando se vio la cabeza y las cejas llenas de espuma. La afeité metódicamente. Con mucho cuidado de no cortar los cuatro pelos que le habÃa dejado.
Quedó fea. Por muy guapa que fuera nadie resiste un corte como ese.
Le corté las ataduras.
-Te voy a regalar uno de mis bikinis- le dije con sonrisa pÃcara.
Ella dudó ante mi ofrecimiento.
-¡Póntelo! – le ordené.
Se vistió atropelladamente.
Abrà la puerta de mi habitación.
-¡Ahora fuera de mi vista, lesbiana de mierda!
-Pero no puedo salir asÃ. Estoy medio desnuda. Al menos afeitarme la cabeza completamente – suplicó.
-¡Asà aprenderás a no entrarle a muchachas desvalidas como yo!
Cerré la puerta tan fuerte que ella creyó que le habÃa dado una patada en el culo.