La mansión de las escaleras (mdj)

La Mansión de Las Escaleras era el lugar más temido y misterioso del pueblo, pero tras un reciente reportaje televisivo, se había vuelto irresistible para los más curiosos. Según la leyenda, Estela, una ex peluquera calva y amarga, se había recluido en la vieja mansión tras perder su salón y, con él, su dignidad. Los jóvenes del pueblo evitaban el lugar, salvo en Halloween, cuando algunos se atrevían a acercarse para comprobar los rumores de que Estela vigilaba la mansión esperando a víctimas desprevenidas.

Esa noche, Mia y Cora decidieron aventurarse en la mansión. Mia, con su larga melena castaña, vestía un vestido rojo y negro de vampiresa, mientras que Cora, de cabello corto y azul, llevaba una túnica negra de bruja y un sombrero puntiagudo. El ambiente en la mansión era pesado, y a medida que se adentraban, la ansiedad crecía en ambas.

La puerta se abrió lentamente, revelando a una mujer de cincuenta años, completamente calva y con una expresión de absoluto desprecio.

  • Estela: (mirándolas con frialdad) “¿Se puede saber qué están haciendo aquí?”

Las chicas se miraron, intentando disimular el nerviosismo.

  • Mia: (insegura) “Solo queríamos… ver la casa. Dijeron en la tele que aquí vivía una… peluquera.”

Estela las evaluó de arriba a abajo, y tras unos segundos, hizo un ademán con la mano invitándolas a entrar.

  • Estela: “Adelante. Quizás aprenden algo útil aquí dentro.”

Las chicas avanzaron en silencio. La puerta se cerró con fuerza tras ellas, y Estela las condujo a una sala oscura y polvorienta. En el centro, dos sillas antiguas con correas en los apoyabrazos parecían esperarlas. Cora y Mia intercambiaron una mirada de incomodidad, pero antes de que pudieran reaccionar, Estela las empujó hacia las sillas y las sujetó firmemente.

Mientras las correas se cerraban en sus muñecas y tobillos, la mujer comenzó a hablar, su voz gélida y dura.

  • Estela: “Yo fui peluquera, ¿sabéis? Trabajé toda mi vida para abrir mi propio salón. Estudié mucho y me esforcé en aprender toda clase de técnicas y estilos, pero las hipócritas de este pueblo no entendieron mi arte. Fui ignorada, hasta que el estrés y la amargura se llevaron mi pelo también. Quedé sola, sin un cabello en la cabeza, y sin un solo cliente que me diera una oportunidad.”

Mia y Cora intentaron zafarse de las correas, pero Estela las apretó más aún.

  • Cora: (desesperada) “¡Por favor, suéltanos! ¡No te hemos hecho nada!”

Estoy harta de que me molesten durante todo el año y, ahora, ese maldito reportaje de la tv … ¿Os habeis pensado que soy un fantasma o qué? Estela esbozó una sonrisa cruel y observó las largas y abundantes melenas de ambas chicas.

  • Estela: (murmurando) “Vaya, cuánta seguridad tienen en su belleza. Veremos si son igual de seguras sin sus melenas…”

Estela comenzó por Cora, acercándose con unas tijeras antiguas. Las tijeras se cerraron con un sonido metálico, cortando grandes mechones del corto cabello azul de la chica por encima de la frente, pegando mucho las tijeras al cuero cabelludo. Las tijeras se cerraban entre abundante y largo cabello azul y al abrirse quedaban mechones tan cortos que se quedaban levantados de punta. Cora sentía el peso de cada mechón caer al suelo y, con él, su valentía.

  • Cora: (suplicante) “No… por favor, no me hagas esto. Sentimos haberte molestado. Déjanos ir, no volveremos más.”

Estela la ignoró, cortando con frialdad. Cuando ya no le podía quitar más con las tijeras a Cora se pasó a Mia, cuyo cabello castaño y largo empezó a desaparecer en mechones desiguales. Esta vez no empezó por el cuero cabelludo, sino que lo hizo cogiendo trocitos de mechones de las puntas con los dedos y cortando, haciendo tan largo el proceso que Mía no paraba de llorar.

  • Estela: (burlona) “Ah, la valiente vampiresa ya no es tan temeraria, ¿verdad? Parece que con el pelo se os va también la valentía. A ver si se os va también las ganas de molestar.”

Mia temblaba al ver el suelo llenándose de trocitos de mechones de lo que era su melena, sintiéndola cada vez más cortada, notando que todo era un corte desordenado y caótico sin ningún sentido.

Con sus melenas reducidas a un caos de mechones, Estela sacó una vieja máquina cortapelo y la encendió generando un ruido ensordecedor. Las chicas con los ojos muy abiertos, escandalizadas, empezaron a hacer movimientos para alejar la cabeza instintivamente.

  • Mia: (entre lágrimas) “¡Por favor, basta ya! ¡No irás a usar eso con nosotras!»

Estela acercó la máquina a la cabeza de Cora, pasando la cortadora con precisión por la mitad de su cabeza arriba, haciendo un camino blanco que hizo a Mia abrir más aún sus ojos sorprendida por lo que estaba haciendo Estela a Cora en su cabeza. Repitió pasadas por los lados, atrás, la coronilla, pasando repetidas veces las mismas zonas asegurando apurar todo, para más mal rato de las chicas. Al terminar, solo quedaba una fina sombra de cabello en su cuero cabelludo. Luego repitió el proceso con Mia, cuyos ojos se llenaron de lágrimas al sentir la vibración de la máquina en su cabeza y al apreciar como el suelo se iba llenando de los pocos restos de su melena que habían quedado.

  • Estela: (sonriendo con desdén) “No os preocupéis. Estoy dejando vuestra cabeza perfecta para lo que sigue. Me vais a ayudar a espantar gente esta noche de la casa, pero para eso tengo que dejaros bien preparadas.”

Estela se fue a una habitación a buscar algo. Mientras escuchaban el ruido de cajones y trastos, Mia y Cora se miraban una a la otra sin articular palabra, pensando que estaban en una pesadilla de la que querían despertar rápido. Al poco Estela apareció con una navaja y espuma de afeitar. Sin hacer caso a sus súplicas, aplicó la espuma en las cabezas y cejas de ambas, cubriéndolas de blanco. Los ojos de las chicas reflejaban puro terror mientras la navaja deslizaba sobre sus cabezas, dejándolas suaves y desprovistas de cabello. Igual que cuando las rapó, con la navaja repitió pasadas una y otra vez en zonas donde ya había dado anteriormente, donde ya la navaja no retiraba ningún resto de pelo. Después, con un movimiento rápido, limpió las cejas de Cora y luego las de Mia, borrando las últimas señales de su antigua apariencia.

Pero justo cuando las chicas pensaban que el tormento había terminado, Estela volvió a sacar la espuma de afeitar y aplicó otra capa en sus cabezas, acariciándolas con la frialdad de su desprecio.

  • Cora: (desesperada) “¡Ya, por favor! ¡Nos has quitado todo! Déjanos ya marchar de aquí. Ya hemos tenido bastante.”

Estela le sonrió y, sin detenerse, pasó la navaja de nuevo.

  • Estela: “Calla. No sois nadie para decidir cuándo he terminado. A mi me han enseñado que hay que repasar bien las afeitadas para que se queden bien apuradas e igualadas.”

Al terminar, ambas chicas estaban irreconocibles: calvas, sin cejas, sus rostros eran máscaras pálidas y vacías. Estela se fue de nuevo a buscar algo y regresó con unas túnicas blancas y sucias ordenándoles que se las pusieran.

  • Estela: “Os cuento lo que vais a hacer esta noche. Ahora sois espectros, y vais a vagar por los alrededores de esta mansión. Ahuyentaréis a otros curiosos, para que no se atrevan a molestarme. De esta manera os dejaré ir, solo con esta condición. Si escapais os aseguro que os buscaré hasta encontraros y terminar mi castigo por haberme molestado. Y una cosa más: ustedes no saben nada de mi, ni de esta mansión, porque si cuentan algo también iré a buscarlas.”

Así las chicas obedecieron y se quedaron por las escaleras y alrededores de la mansión vagando toda la madrugada. Algunos curiosos que se acercaron, como era de esperar, huyeron ante la apariencia de las chicas calvas y con las túnicas blancas que reflejaban la luz de la luna.

Horas después, Mia y Cora regresaron al pueblo, descalzas, con sus cabezas calvas y sus rostros sin cejas dándoles un aspecto lúgubre. Al verlas, algunos amigos que seguían en la plaza se acercaron, perplejos.

  • Amigo 1: “¿Qué demonios os ha pasado?”

Cora y Mia intercambiaron una mirada de pánico, recordando la amenaza de Estela. Tragaron saliva, tratando de inventar una excusa que explicara su aspecto.

  • Mia: (nerviosa) “Pues… fue como… un reto, sí. Nos atrevimos a raparnos, como parte de la noche.”

Los amigos intercambiaron miradas escépticas.

  • Amiga: “¿Un reto de qué? ¿Y las cejas también? Eso parece una broma de mal gusto, chicas.”

Cora se ruborizó, sintiendo la incomodidad aumentar.

  • Cora: (titubeante) “Es que… ya sabes, queríamos hacer algo… impactante y más que esto de las cejas y la cabeza …”
  • Amigo 2: (riendo) “Impactante es poco. No os reconocería ni vuestra madre. ¡Parecéis fantasmas!”

Las risas de los amigos resonaron en los oídos de Mia y Cora, que intentaron esbozar una sonrisa para disimular la vergüenza. Pero por dentro, solo querían escapar de aquellas miradas, deseando poder ocultar sus cabezas y borrar lo ocurrido.

  • Amiga: (mirándolas con compasión) “Chicas, en serio, ¿estáis bien? Esto no parece solo un reto. Podéis contarnos si ha pasado algo.”

Mia y Cora se miraron, luchando entre el deseo de contar la verdad y el miedo a que Estela cumpliera su amenaza. Finalmente, Mia negó con la cabeza y sonrió débilmente.

  • Mia: “No, en serio, estamos bien… solo fue una idea tonta. Quizá nos pasamos de la raya.”

Al separarse de sus amigos, las dos sintieron un peso inmenso de humillación y arrepentimiento, mirándose calvas la una a la otra. Ahora, cada vez que sus miradas se cruzaban con sus reflejos, recordaban las palabras de Estela, la prohibición de hablar sobre lo que les había ocurrido y el escalofrío de la navaja en sus cabezas.

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Author: mdj

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