Un paseo por Venecia (markus74)

«¡Chicos, sonreíd para la foto!», exclamó Marta emocionada, alzando su cámara con entusiasmo.

Paula, Laura y Álvaro se acomodaron en las escaleras junto al Gran Canal, con la pintoresca vista de Venecia desplegándose a sus espaldas como un lienzo. Los colores vivos de los edificios antiguos y el reflejo del sol en el agua añadían un toque mágico al escenario.

La emoción se palpaba en el aire mientras los tres jóvenes posaban frente a la cámara, dejando que sus sonrisas se desbordaran como destellos de felicidad.

Marta, con pulso firme, enfocó la lente y capturó aquel instante mágico, como si quisiera apresar la felicidad efímera en un marco eterno.

La imagen resultante llenó la pantalla de su cámara nikon. Álvaro, el hermano menor, con una camiseta del Manchester City, pantalones cortos y deportivas, mostraba su estilo juvenil sosteniendo una pequeña bolsa con recuerdos que había adquirido durante su paseo por la ciudad. Sus ojos brillaban con entusiasmo y una pizca de travesura, mientras su cabello alborotado por la brisa le daba un aspecto juguetón. Laura, la mejor amiga de Paula, con su cabello rubio y largo, ligeramente ondeado por el viento, lucía un vestido floreado y unas zapatillas vans negras que le daban un toque moderno. Su mirada reflejaba su entusiasmo por la experiencia de estar en Venecia y por formar parte de esta entrañable fotografía.

En el centro de la foto, Paula era el foco indiscutible. Se había desprendido de sus chanclas de goma y sus pies desnudos reposaban con naturalidad sobre las escaleras de piedra, sumergiéndose en la cálida luz del sol del atardecer. Los reflejos dorados resaltaban su piel y le daban un aura radiante que la hacía parecer como una figura salida de un cuadro renacentista.

Paula llevaba un pantalón corto de tela negra que se ajustaba perfectamente a su figura esbelta. Sus piernas largas y tonificadas añadían un toque de elegancia juvenil a la imagen. La camiseta de tirantes mostraba sutilmente sus hombros delicados y dejaba ver sus brazos bronceados adornados con pulseras.

Sin embargo, la mirada de Laura, su madre, se estremeció al contemplar la cabeza completamente afeitada de Paula, que destacaba visiblemente en la fotografía. Un suspiro resignado escapó de los labios de Marta, revelando los sentimientos encontrados entre el amor incondicional y la nostalgia que invadían su corazón. Aunque admiraba profundamente la valentía de su hija, todavía le costaba acostumbrarse a la imagen de verla sin su larga melena de antaño.

Fernando, con ojos llenos de aprecio, se acercó para observar detenidamente la fotografía tomada por su esposa. Una sonrisa de aprobación se dibujó en su rostro, reflejando la alegría que invadía su corazón en aquel momento tan especial.

Aquellas vacaciones estaban resultando ser verdaderamente mágicas, un respiro en medio de la rutina diaria para disfrutar en familia de momentos inolvidables. La presencia de Laura, la mejor amiga de Paula, quien había sido invitada al viaje, añadía un toque de diversión a la aventura.

Tras la fotografía, el grupo continuó su paseo por las fascinantes calles de Venecia, sumergiéndose aún más en el encanto de la ciudad. Los estrechos callejones les guiaban a través de un laberinto de edificios antiguos, donde el murmullo de las conversaciones de los turistas en distintos idiomas y el aroma a comida italiana se mezclaban en el aire.

El sol estival se desplegaba generosamente sobre ellos, regalando su cálido abrazo. Los rayos dorados iluminaban los canales y acariciaban las fachadas coloridas de los edificios, creando un escenario deslumbrante que realzaba la belleza de la ciudad flotante. Era como si Venecia misma les sonriera, envolviéndoles en un abrazo lleno de encanto y asombro.

Paula, con sus pies descalzos y las chanclas en la mano, se dejaba llevar por la magia de la ciudad, sintiendo la dureza lisa de las piedras bajo sus plantas con cada paso que daba.

Su madre, Laura, la miró con un gesto preocupado y cariñoso a la vez, y no pudo evitar regañarla.

“Paula, cariño, ¡ponte las chanclas! No sabes qué puedes pisar en estas calles empedradas”, expresó con el ceño fruncido.

 “Tranquila, mami, estoy bien. Solo quiero sentir Venecia bajo mis pies”, dijo Paula con una sonrisa calmada.

Mientras avanzaban por las intrincadas calles venecianas, Paula no pudo evitar sentirse algo incómoda ante las miradas curiosas y los susurros que su aspecto despertaba a su paso. Sabía que su cabeza afeitada no era una apariencia común para una chica de su edad, y en ese momento no pudo evitar sentirse vulnerable ante las miradas de los desconocidos.

Paula buscó refugio en el apoyo de Laura, agarrando su brazo con fuerza. El contacto reconfortante de su amiga le brindaba seguridad en medio de las miradas indiscretas que parecían seguirla a cada paso. En un gesto de cariño y confianza, Paula inclinó su cabeza hacia la de Laura, permitiendo que los cabellos dorados de su amiga la rozaran suavemente. Por un instante, deseó poder cubrir su cráneo desnudo con la melena de su amiga, anhelando que su apariencia no fuera motivo de tantas miradas y comentarios inoportunos.

Al rato, el grupo llegó finalmente a la majestuosa Plaza de San Marcos. Ante ellos se erigía la deslumbrante Basílica, una obra maestra de la arquitectura que parecía desafiar al tiempo y transportarlos a épocas pasadas. La grandiosidad de las columnas y los intrincados detalles arquitectónicos eran una sinfonía visual que despertaba admiración y asombro en los corazones de quienes la contemplaban.

Marta, como la fotógrafa apasionada que era, no pudo contener la efervescencia que burbujeaba en su interior. Cámara en mano, capturaba cada rincón de aquel lugar sagrado, buscando apresar en imágenes la esencia misma de la belleza veneciana.

Bajo el calor de un sol que parecía arder con vigor, Fernando sugirió que se tomaran un respiro y disfrutaran de la atmósfera encantadora que proporcionaba la sombra de uno de los cafés cercanos.

«¿Qué os parece si vamos al Café Florian? Es uno de los cafés más antiguos e icónicos de Venecia», propuso, hojeando su guía de viajes de lonely planet.

Con la recomendación de Fernando, el grupo decidió dirigirse al famoso Café Florian, un lugar con historia y encanto en cada rincón.

“Paula, el Café Florian es un lugar elegante, quizás no te dejen entrar si vas descalza. Anda, ponte las chanclas, por favor”, la recriminó su madre

“Ay, mamá, no te preocupes. Si me dicen algo me las pongo, ¿vale? Pero seguro que no pasa nada, ya verás».

Laura, aunque todavía un poco inquieta, decidió confiar en la determinación de su hija.

Al llegar al Café se acomodaron en una mesa al aire libre bajo un toldo de lona donde podían deleitarse con la majestuosidad de la Plaza San Marcos mientras se protegían del calor y la humedad circundante.

Un camarero, ataviado con impecable chaqueta blanca y una elegante pajarita, se acercó a tomar sus pedidos. Paula, consciente de su apariencia poco convencional, se preguntó si recibiría algún comentario o mirada desaprobadora.

Atento y educado, el camarero dirigió una mirada fugaz hacia Paula, pero enseguida recuperó su profesionalidad y buen trato al tiempo que Fernando, en un italiano chapurreado de español, iba enumerando lo que quería cada uno.

Mientras esperaban a que el camarero volviera con su pedido, Álvaro no pudo resistirse a lanzar uno de sus característicos comentarios punzantes para molestar a su hermana.

«Joder, Paula, con la cabeza afeitada se te ven unas orejas de soplillo impresionantes», soltó, sabiendo que eso la haría reaccionar.

 “No sé por qué te mofas de mis orejas, si las tuyas también tienen su encanto. Solo que las ocultas bajo esa melenita de niña que llevas», respondió Paula, no dispuesta a dejarse intimidar.

Álvaro, intentando mantener su compostura, se llevó una mano a su cabello, despejando el flequillo de sus ojos con una sonrisa irónica.

«Al menos yo tengo pelo”, sonrió el con aire sobrado. “No como tú, que eres Don Limpio«, respondió él con cierta altanería.

«Ay, déjame en paz, niño”, espetó Paula, con una mirada de cansancio y resignación.

El ambiente se volvió tenso por un momento mientras los hermanos intercambiaban miradas desafiantes y Marta, la madre, intervino rápidamente para calmar la situación.

«Chicos, por favor, no empecéis una discusión», instó Marta con tono sereno. «Estamos aquí para disfrutar de nuestras vacaciones en familia. Respetémonos unos a otros».

Con la vuelta del camarero, la atmósfera en la mesa volvió a llenarse de encanto y satisfacción. Fernando elogió una vez más los expresos italianos, deleitándose con la intensidad del café, mientras su esposa Laura disfrutaba de un Aperol spritz, aquella bebida refrescante y anaranjada que había descubierto durante su estancia en la ciudad.

Paula, dejando atrás la discusión con su hermano, hundió su cuchara en el sabroso helado de chocolate que tenía delante, con una sonrisa de satisfacción. El dulce sabor se apoderó de su paladar, haciendo que olvidara cualquier rastro de incomodidad.

Marta, mientras disfrutaba de su spritz, no pudo evitar notar el pequeño corte en la cabeza de Paula. La intranquilidad se reflejó en su rostro y dejó su bebida a un lado, acercándose rápidamente a su hija.

«Paula, cariño, ¿tienes un corte en la cabeza?», preguntó con voz suave.

«Sí, mamá. Me lo he hecho esta mañana, sin querer, pero no es nada grave», respondió con aire despreocupado.

Marta acarició el hombro de su hija con ternura.

 «Debes tener cuidado, cariño. Sé que quieres llevar la cabeza afeitada, y está genial si eso te hace sentir bien, pero, por favor, ten cuidado para evitar lastimarte», dijo Marta con un tono afectuoso.

Paula sonrió, sintiéndose comprendida y apoyada por su madre.

«Gracias, mamá. Lo tendré en cuenta, lo prometo», respondió agradecida.

Marta dejó que su mente viajara en el tiempo y no pudo evitar que la nostalgia se apoderara de ella. Recordó por un instante cómo era el cabello de Paula, largo y lacio hasta su cintura, danzando contra su espalda como una cascada de seda castaña. Había sido su orgullo y su símbolo, una imagen que siempre asociaba con la dulzura y la juventud de su hija.

Cuando Paula le había expresado su deseo de desprenderse de su cabellera, Marta se había sorprendido hasta lo indecible. En su corazón de madre, el cabello de su hija era un símbolo de belleza y feminidad, y no podía evitar sentirse desconcertada ante la idea de que Paula quisiera afearse, a sus ojos, de aquella manera.

Pero Paula insistió, explicando que quería experimentar, probar algo nuevo, sentirse otra. Marta, si bien seguía sin compartir estas razones, había llegado a aceptarlas con amor y respeto. Sabía que su hija estaba en una etapa crucial de su vida, la adolescencia, y era importante que pudiera explorar y descubrir quién era en realidad.

En la víspera del viaje a Venecia, Marta había tomado la decisión de ser ella quien llevara a cabo ese acto simbólico de afeitar la cabeza de Paula.

Reunidas en el cuarto de baño de su hogar, madre e hija compartieron juntas la importancia de aquel momento. Marta había preparado todo lo necesario: una maquinilla eléctrica, espuma de afeitar, varias cuchillas desechables y, lo más importante, su amor y apoyo incondicional. Con manos temblorosas pero llenas de cariño, Marta había tomado la maquinilla eléctrica y la había deslizado con cuidado sobre el cabello de Paula. Las lágrimas no tardaron en fluir por las mejillas de Marta, ante la increíble transformación que tenía lugar ante sus ojos. Cada mechón caído al suelo parecía llevarse una parte de Paula.

Después, había cubierto el cráneo de Paula con espuma y comenzado a pasar la cuchilla lentamente, dese la frente hasta la coronilla, volviendo al mismo lugar desde la nuca, sin prisa, pero sin pausa, retirando hasta el último rastro de cabello.

Al terminar, Marta, con su preciosa melena intacta, había contemplado a Paula con una mezcla de emoción y admiración. La ausencia de pelo no disminuía en nada la belleza de su hija, sino que la resaltaba de una manera diferente. Ya no había nada que esconder, solo su esencia más pura y genuina.

Suspirando, Marta dejó que su mente divagara hacia otra ocasión especial, más divertida, una anécdota que aún le sacaba una sonrisa. Había sucedido en la Terminal 4, en el aeropuerto de Barajas, cuando se encontraron con un policía sorprendido al ver la imagen del DNI de Paula, que mostraba a una joven con una larga cabellera castaña.

“¡Ja, ja, ja! ¡Cada vez que me acuerdo me echo a reír!”, exclamó Marta entre risas. “Todos estábamos en la fila del control de pasaportes, y de repente el policía se queda mirando a Paula como si hubiera visto un fantasma. ¡Esa no es ella! ¡la foto del DNI no es ella! Y ahí voy yo: Oh, sí, señor policía, por supuesto que es mi hija. Lo que pasa es que… ¡Le he afeitado la cabeza! Y el policía me mira con cara de incredulidad, como si pensara: ¿Pero qué clase de madre afeita la cabeza de su propia hija? ¡Y yo, para rematar, le suelto al policía: ¡Ahora se la reconoce mucho mejor sin pelo!, ¿no cree usted, agente?»

Todos a su alrededor estallaron en risas, contagiados por la forma enérgica y divertida en la que Marta narraba su experiencia en el control de pasaportes.

«¡Jo, mamá, pues menudo susto me llevé!», exclamó Paula, con una expresión exagerada de preocupación en su rostro. «¡Casi me quedo en tierra por culpa de mi nuevo look! Espero que a la vuelta me dejen volver a España.»

«¡Ay, hija mía, qué ocurrencias tienes! Claro que te dejarán volver, ¡no eres una criminal por tener la cabeza afeitada!», bromeó Marta con cariño.

Mientras saboreaban los deliciosos helados y las bebidas refrescantes, el sol se filtraba entre las columnas de la Plaza de San Marcos, pintando de dorado el ambiente. El bullicio de las conversaciones y las risas de los turistas en las mesas cercanas se mezclaba con el suave tañido de las campanas procedentes de la Torre del Reloj, creando una sinfonía única que envolvía a todos.

Paula, con su estilo único, seguía llamando la atención de los transeúntes que pasaban junto a ella en la plaza, sorprendidos por ver a una chica tan joven sin un solo pelo en su cabeza, su tez bronceada contrastando con la blancura de su cuero cabelludo, creando una imagen difícil de ignorar.

En medio de ese escenario, Laura no pudo contener su entusiasmo. Con una chispa traviesa en sus ojos, miró a Paula con un gesto cómplice.

«Cuando volvamos al instituto, va a ser toda una revolución cuando vean a Paula ¡Seguro que nadie se lo espera!», exclamó entusiasmada.

El comentario de Laura hizo eco en el aire, provocando más risas en el grupo. Paula, por su parte, sintió un nudo en el estómago y subió sus pies descalzos sobre la silla abrazándose las rodillas en un gesto protector. La idea de enfrentarse a las miradas y los comentarios de sus compañeros de clase le generaba cierto desasosiego.

«La verdad es que me da un poco de vergüenza que me vean calva», confesó en voz baja.

Laura, con un brillo de determinación en los ojos, se acercó a su amiga y le sujetó suavemente las manos.

“¿Por qué te da vergüenza, Pau? ¡Si estás guapísima!”, preguntó en tono amigable.

«Es que siempre me han conocido con pelo, ¿sabes? Seguro que todos me preguntan qué ha pasado con mi melena», Paula soltó una risita nerviosa.

¡Pau, no te rayes!» exclamó Laura animándola. «Te has rapado porque te apetecía, porque querías hacerlo y punto. No tienes que dar explicaciones a nadie. La gente siempre tendrá opiniones, pero lo importante es que te sientas bien contigo misma”.

Mientras Paula reflexionaba sobre las palabras de Laura, su mente se inundaba de imágenes de sus compañeros de clase en el instituto. Se imaginaba sus expresiones de sorpresa, los murmullos y las miradas furtivas cuando la vieran por primera vez con la cabeza pelada.

«Bueno, Pau, sobre todo, será interesante ver la reacción de Nacho cuando te vea», añadió Laura mirando a Paula con complicidad.

Laura soltó aquello con una sonrisa pícara en el rostro, sabiendo que el nombre de Nacho siempre provocaba un efecto especial en Paula, quien no pudo evitar ruborizarse al instante, y sus pensamientos empezaron a divagar por caminos de inseguridad.

«¡Ay, Laura! ¡No empieces! ¿Y si a Nacho no le gusta cómo me veo? Encima, con estos orejones que tengo… Seguro que piensa que soy rara», dijo Paula sintiendo sus mejillas encarnadas como dos tomates.

Laura le dio un leve codazo cariñoso.

«No seas tan dura contigo misma. Nacho es muy inteligente y seguro que te ve como la chica maravillosa que eres, con o sin pelo».

Paula asintió, aunque aún le costaba creerlo del todo. La opinión de Nacho le importaba mucho, pero también sabía que no podía cambiar quién era solo para agradar a alguien.

Marta, que había estado escuchando la conversación entre las dos amigas con una sonrisa, se unió al momento con un tono afectuoso.

«Laura tiene toda la razón, cariño. Tú eres increíble tal y como eres, y si ese tal Nacho no es capaz de verlo, entonces se está perdiendo a una persona maravillosa».

Paula sintió cómo su corazón se llenaba de amor y gratitud hacia su madre. Marta siempre sabía exactamente qué palabras usar para levantar el ánimo de su hija y recordarle su belleza interior, que trascendía cualquier aspecto físico.Principio del formularioFinal del formulario

El sol se iba despidiendo lentamente en el horizonte, pintando el cielo con tonos dorados y rosados que reflejaban en el agua serena. Las palomas revoloteaban alrededor del Café Florian, buscando las últimas migajas de los deliciosos postres de los turistas.

Paula, con una mirada juguetona, observó a su padre, Fernando, quien lucía una impresionante melena leonada y una barba entrecana.

«Jo, papá, el que tiene un pelazo increíble eres tú. ¡Menuda envidia!”, comentó en tono divertido.

Fernando soltó una risa contagiosa mientras pasaba una mano por su melena.

«Bueno, hija, sí que es cierto», respondió con humildad y orgullo a la vez. Tengo que reconocer que he tenido bastante suerte con mi cabellera hasta ahora”.

«¡Eres todo un galán, papá!», exclamó Paula, riendo.

«Así es, cariño. Tu padre siempre ha sido un hombre muy apuesto, y su cabello es una parte especial de él», añadió Marta, con una sonrisa cariñosa.

Fernando, en un gesto divertido, alzó la vista hacia el cielo.

«Oye, aunque viendo lo fresca que está Paula sin pelo, me están entrando ganas de raparme también», bromeó

Marta, al escucharlo, intervino rápidamente.

«¡De ninguna manera! A mí me encanta tu melena y tu barba, son parte de lo que te hace único y guapo», dijo Marta entrelazando sus dedos en el cabello de su marido.

Todos rieron ante la reacción exagerada de Marta, reflejando el buen ambiente que se respiraba en el grupo.

A medida que el sol se escondía en el horizonte y las luces de Venecia se encendían, el grupo continuó disfrutando de su tiempo juntos en ese mágico rincón del mundo. Todos sabían que aquel viaje a Venecia sería uno de esos recuerdos imborrables que los uniría para siempre, una experiencia llena de risas y verdadero amor.

Fernando pidió la cuenta y, con su característica elegancia, la pagó sin titubear. Se levantaron finalmente de la mesa del Café, y emprendieron el camino hacia su hotel en calle Goldoni.

Paula deslizó sus pies en las chanclas de goma, para alegría de su madre. Aunque caminar descalza por Venecia había sido toda una experiencia, ahora apreciaba la comodidad de las chanclas en sus pies.

El grupo comenzó a caminar por las encantadoras calles de Venecia, mientras la noche comenzaba a caer y las luces brillaban con un encanto especial. Los canales reflejaban la magia de la ciudad y cada paso que daban estaba lleno de emoción y felicidad compartida.

Mientras caminaba del brazo de su esposo, los ojos de Marta se posaron en Paula, quien avanzaba unos pasos más adelante junto a Álvaro y Laura.

Con una sonrisa en el rostro, observó las enormes orejas desnudas de Paula, que sobresalían de su cabeza calva como tazas de té y su cuello estilizado que descansaba sobre unos hombros bien moldeados.

Paula caminaba con paso seguro, sus chanclas resonando con fuerza contra el suelo empedrado de Venecia. Era evidente que se sentía cómoda y a gusto consigo misma, y eso llenaba el corazón de Marta de orgullo y admiración.

Marta se vio forzada a reconocer cómo su hija había florecido, como una flor que finalmente alcanza su máximo esplendor al desprenderse de todos sus pétalos. Aunque podía entender que muchos podrían sorprenderse por el cambio, para ella, era evidente que Paula había encontrado una nueva conexión con su esencia y que eso la hacía resplandecer.

Mientras la suave brisa jugueteaba con los mechones del cabello de Marta, en el caso de Paula, acariciaba suavemente su cabeza rasurada, como si quisiera felicitarla por su valentía. Marta sonrió al imaginarse al viento como un cómplice silencioso de la decisión de su hija.

En ese momento, Paula se giró y su mirada limpia se encontró con la mirada orgullosa y feliz de su madre. Su sonrisa se amplió, reflejando toda la confianza y seguridad que había ganado en ese viaje.

En ese instante, no hacía falta ninguna palabra. La mirada de Marta hablaba por sí sola, expresando su apoyo incondicional y su deseo de que su hija continuara su camino con valentía.

Aferrándose al brazo de su esposo, Marta cerró los ojos, sintiéndose afortunada por tener una hija tan especial como Paula. Sabía que este viaje a Venecia quedaría grabado en su memoria y que la calvicie de Paula presente en todas las fotografías de aquel viaje sería un recordatorio constante de la transformación de Paula de niña a mujer.

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Author: mdj

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