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El Concurso (Sansón Rapador)

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(@cabrilo)
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Aqui os traigo otra historia rescatada de CabelleraYErotismo escrita originalmente por Sansón Rapador, desgraciadamente la última que conservo... espero que os guste tanto como a mí:

I

Miren a Elena, con sus deliciosas trenzas. Largas, sedosas, gruesas… potentes. Son incomparables e irresistibles ¿Pueden percibir su aroma? ¿Se imaginan lo suaves que son? ¿Se imaginan el poder y la fuerza que contienen entre sus hebras?

¿Qué pensará mientras ostenta ese tesoro tentador? ¿Qué pasará por su cabeza mientras contempla la fuente de su magia, entrelazada entre sus cabellos? ¿La embelesará la vista de su propio encanto en el espejo?

Ella está participando en un concurso que premiará las más bellas trenzas del pueblo. Su cabello de veinteañera es precioso: sano y esplendoroso. Sus trenzas son magníficas y llenas de vida; el contundente complemento de un cuerpo escultural y firme. Sin duda es una de las favoritas para obtener el premio;  pero hay más chicas que participan, que poseen seductoras melenas y ella quiere ganar a toda costa, humillarlas, como siempre lo hace. Es ya proverbial en el pueblo su engreimiento y su soberbia.

Sin embargo, el dictamen del jurado se encuentra dividido: cuatro jueces quieren darle el premio a ella, y cuatro dárselo a otra chica, dueña de un par de centelleantes trenzas azabaches. El noveno juez, un joven médico nativo del pueblo que se encuentra de visita, aún no ha decidido y es el fiel de la balanza. Todo depende de su veredicto. Sin embargo, ambas melenas son tan bellas que no sabe por cuál de las dos elegir.

La chica ha investigado y fuentes cercanas y confiables (la prima del médico) le han dicho que el pelo largo le vuelve loco, que es una de sus grandes pasiones y decide seducirlo y sobornarlo con sus encantos para obtener el premio. En un descuido, mientras él ha ido al baño, lo intercepta y, jugando con sus trenzas de manera provocativa, le dice, cerciorándose de que nadie los escuche:

“Hola, Doc. Soy Elena. Sé que está indeciso entre Esmeralda y yo. Pero… no entiendo por qué. Si la decisión es fácil.”

Se voltea entonces lentamente, levantando el telar de sus cabellos, mostrándole su grosor y su generosa longitud. Mostrando su delicioso cuello, presto a ser besado y mordido. Ostentando su perfecto cuerpo de hembra en celo, modelado por unos ajustados jeans que ocultan y comprimen dolorosamente su sexo ávido, siempre pronto a humedecerse; que alzan su redondo y sólido trasero. Acaricia una y otra vez las trenzas, tira de ellas lenta pero firmemente, mirando de reojo al estupefacto médico.

“Sé que le encanta el cabello, que muere usted en este momento por disfrutar de mis hebras sedosas. Que daría mucho por tocarme. Yo podría hacer algo al respecto, ¿sabe? y evitar que se quede con las ganas”

Se volteó y dejó caer sus crines sobre el busto turgente y delicado. Levantó las manos hasta su coronilla y empezó a frotar nuevamente, con un momento de vaivén, de arriba a abajo, el tejido francés de sus cabellos.

“Le facilitaré las cosas. Si usted me premia, iré a su casa por la noche, y permitiré que haga suyas estas deliciosas trenzas. Lo dejaré tocarme y disfrutarme todo lo que quiera. Mi cabello y mi cuerpo serán suyos por esta noche. Piénselo”

El hombre no puede hablar, arrebatado por la sorpresa y el entusiasmo. Sólo atina a asentir con la cabeza. Premia a Elena. Sus amigas la vitorean y sus contrincantes la miran con envidia, sabiendo que seguro hay gato escondido en esta victoria tan súbita.

II

Llega la noche.

Dulce, coqueta y alegre, Elena va a casa del médico para saldar su deuda. Lavó su cabello y lo volvió a trenzar en dos poderosos ramales. Se ven todavía más perfectos de lo que parecían en la mañana, pues ahora los trabó con más fuerza. Firmes, sólidos, brotando de esa jovial cabeza, parecían hincharse con el mismo orgullo y vanidad de su dueña. Ella se maquilló y se puso su mejor vestido; aquel que tanto acentúa sus curvas y ofrece pródigo los frutos aterciopelados de sus senos, y a pesar de que hace poco  tiempo todavía era una adolescente, ahora luce como toda una mujer. Una mujer irresistible y lasciva, armada para vencer, para arrasar con todo, para hacer arder el mundo.

Con esa convicción llega a su destino y toca con toda decisión la puerta del hombre. Al abrir éste,  le da un ardiente beso en la mejilla; la espléndida princesa se da vuelta lentamente, presumiendo su hermoso vestido, que apenas contiene su deseable cuerpo al tiempo que eleva sus trenzas para mostrarlas al juez de su victoria.

“Entonces… aquí están, cariño. Como lo prometí. Juega con nosotras todo lo que quieras.”

El treintañero galeno la hace pasar a la sala, a punto de desmayarse de deseo y excitación. Le invita una copa de vino tinto y, después de un breve preámbulo de 10 minutos de charla que ha llevado a ambos al punto de la impaciencia, la invita a sentarse en la silla que ha puesto en el centro de la habitación. Ella acepta, pues sabe que así él podrá acceder libremente a su cabellera y disfrutarla en todo su esplendor. Se sienta y, colmada de su propia belleza, poseída por la soberbia y la jactancia, eleva nuevamente sus trenzas con lujuria y se las ofrece al fin:

“Tómalas, nene. Tócalas, siente su grosor y su perfección. Dime ¿Te gustan?”

De hecho, ella misma está gozando con la idea misma de ser poseída por el médico. En este momento muere por ser penetrada desde atrás, mientras él tira y acaricia su pelo  magnífico. No sabe por qué de pronto su sexo arde de ansias y hambre. Nunca había sentido esa conexión tan fuerte entre su melena y su deseo. El hombre vence por fin las reticencias del que ve cumplido un sueño y no lo cree. Comienza el ritual. Toma las trenzas entre sus manos, dispuesto a disfrutarlas al máximo.

Su corazón casi estalla. Son mucho mejor de lo que esperaba. Su suavidad y su grosor son incomparables. Despiertan en él muchos sentimientos encontrados: por una parte, le gustaría poder tener a esa bella ninfa todos los días en su casa, ostentando orgullosa sus dones. Poder contemplarla todos los días, armada con ese velo mágico. Pero lo que la princesa no sabe, es que él tiene un fetiche también con el corte de cabello y que está muriendo para tomar sus tijeras y empezar a cortar esas trenzas prodigiosas desde la base de su cuello, mientras ella llora, asustada y desesperada.

En verdad disfrutaría despojándola de su tesoro contra su voluntad.

Pero, ella no piensa así. Ella idolatra su cabello encantador. Ama sus trenzas mágicas y no permitiría nunca que las tijeras se les acercaran siquiera. Una vez quisieron comprárselas y no cedió a las ofertas, aunque fueron muy jugosas. Ella sabe lo que quiere, está segura y orgullosa de su poder. Es consciente de que el hombre goza y sufre a la par mientras acaricia sus trenzas. Entonces, para azuzarlo, le dice

“¿Te gustan, cielo? Acarícialas. Disfrútalas. Sé que te enloquecen. Gracias por premiarlas. Son mi orgullo y mi alegría. Yo no podría vivir sin ellas. ¡Si alguien me las robara, me moriría de tristeza! Disfruta de mi belleza y mi poder, querido “

Él obedece e intensifica las caricias y los tirones. Con cada ataque, el sexo de la ninfa se humedece. Más, y más y más. A ella le encanta sentir sus manos entre sus mechones. Él tira cada vez  más fuerte. Ella siente mucho dolor y placer al mismo tiempo. Entonces una sensación extraña emerge de su cuero cabelludo. Gime, poseída por la lujuria y la emoción. No sabía que sus trenzas contendrían tanto placer entre sus hebras. Quiere sentir el fuerte apretón de sus manos cerca del arranque de las trenzas, en su nuca. Cierra fuertemente sus ojos y grita, loca de deseo:

“¡Vamos, tira de mis trenzas fuertemente! ¡Jala fuerte desde mi cuello, jala más fuerte, más fuerte, más, más!”

Su mano derecha desciende hasta su aromático sexo, que empieza a desesperar por su alimento. Se levanta el vestido y comienza a tocar sus labios anegados. Su humedad comienza fluir y ella entra en trance. Todo desaparece y ahora sólo existen sus trenzas, su nuca asaltada y su clítoris ardiente, fundido al rojo cereza, que contiene el cosmos completo.

El deseo de ambos empieza a llegar a los límites de lo deseable. Están a punto de estallar de locura y dolor. Ese dolor que causa lo deseado cuando tarda en llegar más de lo prudente. Ahora se impone el deber de cumplir los anhelos.

Él levanta la trenza derecha y besa el fresco y palpitante cuello de la chica. Ella se estremece por completo y se sublima aun más. Se anima, renuncia a la timidez. Acerca sus labios a sus oídos indefensos y le habla. Le propone algo que a duras penas puede reconocerse como palabras, pues casi deviene en un gruñido bestial. Algo que balbucea sobre una alcoba, un lecho, desnudez, desenfreno, violencia y gula.

El rostro de la nereida se llena de llamas. Rabiosa y fuera de sí, acepta. Salta, hace un dogal con sus trenzas y arrastra al médico en su carrera. Una loca carrera que terminará tundiéndolos sobre las dunas de la cama…

III

Después de despojarse mutuamente de la ropa  con violencia y desesperación, ella se tumbó sobre la cama, extendió sus trenzas sobre las almohadas y, abriendo las piernas, le ofreció al médico los labios inundados de su fuente. Labios que no se contentarían con cualquier cosa. Labios que exigen devorar un roble áspero y feroz, incontenible e incansable. Y es lo que ella obtendrá, sin duda.

El sexo del hombre está a punto de estallar. Nunca antes había crecido tanto. Está ante lo que pensó que nunca tendría: una diosa ofreciéndole sin reservas su cuerpo y su melena. Ahí está, erguido, fuerte, sólido, bañado en su propio humor, ansioso y demandante. La chica reprime un grito lleno de miedo, excitación y deseo. Él se inclina sobre ella y, al tiempo de entrar, toma sus trenzas sedosas, las acaricia y las tensa, retorciéndolas, pues son las que alimentan su deseo.

Y viene entonces el encuentro, el embate y el choque furioso entre estos dos nuevos amantes. El contacto con el cabello trenzado le da un vigor inagotable al hombre, entre más la ataca más se templa su hierro; a la chica, esos tirones y esas embestidas la convierten en un ávido y lujurioso ángel de amor y lujuria. Dos fuerzas de la naturaleza se funden a través de esta pareja insospechada.

Tras un largo rato de entrega, él le dice a ella que quiere penetrarla desde el trasero, quiere entrar en ella recorriendo sus dulces glúteos rosados. Ella, embriagada de placer, por respuesta, lo aleja de sí y se da la vuelta, ofreciéndole ese delicado prodigio y ordenándole

“Tómame. Tómame ya, mételo duro mientras jalas mis trenzas. Eso me ha encendido. Tira de ellas como si fueses a arrancarlas”

Él obedece al acto, y la hace aullar cuando entra en ella mientras tira con energía de esas cadenas sedosas, las mejores del pueblo. Empieza a cabalgarla lentamente, pero de a poco empieza a acelerar el trote hasta una cadencia que los sublima hasta el éxtasis. Es tiempo del oscuro y malvado plan qué el tiene en mente desde la mañana, cuando aceptó la proposición de esta maliciosa chica.

Muy a la mano, tiene oculta esta peligrosa herramienta; terrible instrumento con el que cumplirá su más profunda fantasía. Unas tijeras bien afiladas.

Las saca con sigilo mientras sigue embistiendo a la bella. Las observa, saboreando lo que se avecina.

“Ojalá que no se de cuenta de lo que pienso hacer”- se dijo.

Pero ella está totalmente poseída por el placer. No se da cuenta lo que pasa a su alrededor ni de lo vulnerable que ahora se encuentra. Ni siquiera se imagina que el médico empuña con loca decisión ese par de hojas poderosas y afiladas, dispuestas ya para entrar en acción.

Ella cree que sus largas y hermosas trenzas permanecerán por siempre en su adorable cabeza. Ella cree que podrá repetir su triunfo, como siempre lo hace, en el concurso del próximo año. Ella cree que volverá a sobornar de nuevo con su cuerpo perfecto y su melena hermosa e irresistible a cualquier juez que se le oponga.

Su placer aumenta con cada tirón y con cada embestida. Ella está a punto de enloquecer, enajenada. Él lo sabe y aprovecha la ocasión: acerca sus tijeras silenciosamente y abre sus hojas hambrientas con cautela. Las coloca en el nacimiento de su trenza derecha, lo más cerca posible al cuero cabelludo, en su nuca ardiente.

Ella siente brevemente el toque metálico en su cuello; un relámpago de hielo que la sobrecoge hasta lo más íntimo y la hace temblar. Incluso la profundidad de su sexo incandescente se turbó con un sombrío estremecimiento y se contrajo con fuerza sobre el miembro férreo del médico, haciéndolo gemir. Algo le dice que no está bien, pero  la lujuria la posee con tal fuerza que ignora esa extraña sensación. Ella sólo quiere que los tirones, las embestidas y las caricias del hombre no cesen y le ordena, con rabia desaforada:

“¡Vamos, coño, vamos! ¡Destrózame!”

Ahí tiene él el pie que esperaba para iniciar su ritual. He ahí esa generosa trenza: larga, sedosa, densa, fuertemente trabada en su mano. Parece que resuma vida propia y lo incita a cumplir su deseo. Ya está listo para dar el primer paso. Con la pericia que le ha conferido la práctica regular de la cirugía, desliza el acero cruel y frío, y empieza a cerrarlo lentamente, pero con decisión. El metal cruje entre los primeros mechones, que al ser cercenados revelan los primeros y horrendos trasquilones que poblarán la cabeza de la chica al fin de la noche. La nuca prodigiosa empieza a desnudarse. La belleza y el poder empiezan a abandonar esa cabeza delicada.

¡Sssssssshhhhhhhhhccccccckkkkkkk!  ¡Sssssssshhhhhhhhhccccccckkkkkkk! ¡Sssssssshhhhhhhhhccccccckkkkkkk! ¡Sssssssshhhhhhhhhccccccckkkkkkk!

Ese inequívoco sonido la saca de su sopor. Un sonido que desde niña la ha llenado de pavor; que la hacía tener pesadillas. Ese sonido que casi la hacía desmayar cuando no le quedaba más remedio que pasar cerca de una peluquería cuando caminaba por la calle. Ese sonido que la hacía temer un día en que fuese despojada de su cabellera flamígera. Ese día que nunca imaginó que sería hoy.

El placer se ha ido y la angustia, la sorpresa, el dolor y la tristeza toman su lugar en su corazón y su cuerpo. Ella está tan confundida por el canto funesto de su cabellera siendo esquilada,que no hace nada para defenderse, ni siquiera gritar. Su voz se ha quedado atascada en la garganta.

Las tijeras, por su parte, continúan incontenibles su fiero trabajo y, tras unos instantes, finalmente cortan la trenza, que reposa libre ya en las manos del hombre. Parece viva y todavía conserva su belleza y su vibrante energía. En cambio, la mitad de la cabeza de la chica ha quedado repleta de ásperos mechones mal cortados.

Ella se sobrepone a su marasmo y llora por fin, sollozando inconsolable. No puede creer lo que está pasando y levanta la mano derecha a la cabeza, buscando neciamente lo que sabe que ya perdió sin remedio. Sólo encuentra unas desagradables y rudas púas donde antes nacía una espléndida y gloriosa melena. Nunca había sentido lo horrible que es el cabello corto en su propia cabeza. ¡Ella odia el pelo corto, siempre lo ha odiado y temido! Siempre se burló de las chicas que así lo llevaban, ufanándose de la magia de sus cabellos y ahora ella será también una chica más de ese creciente ejército de mujeres con pelo corto y aburrido.

Finalmente, reacciona y grita: “!Nooooooo ! ¿Por qué me hiciste esto? ¡Mi cabello, mi hermoso cabello hermoso! ¡Nooooooo!”

Trata de escapar, embargada por una marea de sentimientos: terror, desencanto, ira, odio… excitación. Empieza a incorporarse y a alejarse de este inesperado ladrón, pero éste no está dispuesto a perder tan deliciosa víctima y con energía toma la trenza restante, le da dos vueltas, enrollándola en su brazo, dejando un certísimo espacio entre su muñeca y la nuca de la bella. La chica aúlla de dolor. El blande de nuevo las tijeras, las hace cantar tres veces y las hace finalizar el trabajo con inmisericorde determinación; las tijeras muerden la delicada trenza, con ese ruido que tanto aterra a la muchacha:

¡Sssssssshhhhhhhhhccccccckkkkkkk!  ¡Sssssssshhhhhhhhhccccccckkkkkkk! ¡Sssssssshhhhhhhhhccccccckkkkkkk! ¡Sssssssshhhhhhhhhccccccckkkkkkk!

El hermoso tejido queda en las manos del hombre, mientras Elena eleva las suyas a ambos lados de su nuca, desconsolada, desarmada, despojada. De ser la princesa del pueblo, ahora es una más de esas mujeres pelicortas que ven con envidia o con fingida indiferencia a las irresistibles concursantes del festival anual.

Tras 20 minutos de llanto incontenible, se levanta sin mirar al hombre, se pone el rico vestido que ahora desentona con su cabeza trasquilada y huye corriendo, pensando en venganza. Lo acusará de violación, lo refundirá en prisión y lo condenará al desprestigio, arrebatándole su exitosa carrera de médico como él le arrebató lo que más apreciaba de sí misma…

IV

Pero Elena no hizo nada. No pudo hacerlo. Muchos la vieron ir con decisión y deseo a la casa del médico. Muchas chicas envidiosas que la odiaban y que deseaban al joven hubiesen dado, gustosas, falso testimonio con tal de exonerarlo y de perjudicarla. Además, hubiese salido a la luz la sucia forma en que ganó el premio. Quedaría peor ante los demás si acusaba al ladrón, que si guardaba silencio.

Llorosa, casi al despuntar el día, se contempló ante le espejo, vio su cabeza llena de ásperos trasquilones y decidió dar final a esa carnicería con sus propias manos. Guardaba en algún lugar la máquina rapadora que su padre había dejado olvidada en una de sus visitas. Le puso la guarda no.1 y procedió a emparejar esos cañones que afeaban su aspecto.

Tenía una cabeza perfecta, redonda, armónica con ese cuello delicado, que no desentonaría con el corte de niño que se estaba dando. A pesar de todo, se veía hermosa, pero sin duda había perdido un rasgo excepcional y poderoso. La imponente diosa del amor dejó lugar a una traviesa adolescente, y aunque eso no era malo, a ella no le gustó para nada el cambio: una vez que se prueba el poder, la inocuidad de la inocencia parece ser poca cosa…

FIN

 
Respondido : 30 marzo, 2021 00:54
(@flattoper)
Respuestas: 890
Noble Member
 

Muy buena.

Un saludo. 🙂

 
Respondido : 1 abril, 2021 13:36
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