-No, José, jamás me cortaré el pelo como quieres. Llevas siete meses dándome el coñazo. Si te gusto y estás conmigo, lo estás porque te gusto como estoy. Ni más ni menos. Sabes que adoro mi pelo y que no lo quiero perder.
Susana tenÃa una melena densa, negra, muy poblada y brillante, muy brillante. Ligeramente ondulada, como moldeada por el azar de la naturaleza o el artificial de un salón de peluquerÃa. El cabello le sobrepasaba unos diez centÃmetros de sus hermosos hombros que por aquella época (pleno verano) solÃa llevar al descubierto. Susana era una auténtica fan de los top, las camisetitas de tirantes y los vestidos ligeros en general. Era violentamente bella y oscura, como su pelo. Entre su hermosa y larga mata de pelo y su cuello se podÃa intuir una nuca perfecta y dulce. Un cráneo de oro. Yo se lo solÃa acariciar con las yemas de mis dedos y ella automáticamente se podÃa nerviosa (creo que aunque no lo reconocÃa, se excitaba levemente) y siempre acababa diciéndome decÃa entre ofendida y adulada:
-Ya estás otra vez con tu manÃa. No me voy a rapar la parte de atrás. Y mucho menos me la voy a afeitar. Llevo el pelo asà de largo desde que hice mi Primera Comunión y no me apetece cambiar. Además el pelo corto es de lesbianas.
Era cierto. Llevaba saliendo 10 años con Susana y jamás se habÃa recortado la melena más allá de los hombros. Como mucho, y tras mi constante asedio verbal, se habÃa llegado a dejar una media melenita, que no llegaba ni mucho menos a bob.
A pesar de sus reiteradas negativas si mi relación con Susana funcionaba era porque ella era una apasionada de la peluquerÃa. Extremadamente femenina y coqueta, acudÃa a la pelu una vez a la semana. Siempre me sorprendÃa con cambios de imagen, si bien nunca se habÃa atrevido decididamente con la tijera y mucho menos con la navaja o la máquina. Era el momento de que cambiara.
Me encantaba cuando se rizaba el pelo, se lo alisaba con plancha y gel, se lo desfilaba. Raya en medio, raya al lado… cardado, con gomina, plano, con volumen… me trataba bien. Se sacrificaba por mÃ. SufrÃa en interminables sesiones de peluquerÃa sólo para complacerme, pero aún faltaba lo mejor, su mayor prueba de amor: raparse. Y fue asà como decidà planteárselo; como un órdago decidido, como un ultimátum desesperado:
-Mira, Susana. Te quiero hacer una apuesta. Hazlo sólo una vez. Pruébalo. Si no te gusta como queda, respetaré la decisión de dejarte en paz y prometo no volver a comentarte nada sobre tu pelo. O ganas tú o gano yo.
Me miró extrañada.
-Ah, y otra cosa, Susana…
-¿Qué? – me respondió sin salir de su asombro.
-Que si no aceptas la apuesta, lo dejo contigo aquà y ahora.
Cambió de color. Comenzó a temblar, hundió su rostro entre sus manos y jurarÃa que estuvo apunto de llorar. Se mantuvo unos segundos callada, quizá medio minuto, el tiempo suficiente para entender que estaba en un callejón sin salida: o aceptaba mi reto o me perdÃa. No habÃa opción. Al final… se entregó.
Aquélla noche hicimos el amor de una forma increÃble. Una energÃa telúrica parecÃa haberse apoderado de nosotros. Dicen que se llama morbo.
A la mañana siguiente nos despertamos aún pegajosos y húmedos. Volvimos a hacer el amor como animales en celo. Susana se dio una ducha rápida, se paseó por salón desnuda y se cepilló el pelo con melancolÃa como respondiese a un ritual religioso o funeral. Después de todo se estaba despidiendo de su melena con la que habÃa compartido mucho tiempo.
Decidió recogerse la masa capilar en una coleta baja pero yo se lo impedà y le quité la goma verde. Era mejor verla con el pelo suelo. Cogimos el coche y volamos hacia el sofisticado centro de belleza y estilismo ultramoderno que habÃamos elegido para la sesión.
Aunque la idea en principio era teñirse de pelirroja-zanahoria (era lo pactado) lo cierto es que camino al salón, y a pesar de ir a regañadientes, nerviosa y forzada, decidimos sobre la marcha que el tono elegido iba a ser rubio platino, casi blanco. El cambio debÃa de ser radical. Susana serÃa ‘la nueva y sensual Susana’. Ese color iba a contrastar tremendamente con sus curvilÃneas cejas negras. Pero aquello lo resolverÃamos depilando también las cejas hasta dejarlas casi al cero. Una mÃnima y escueta lÃnea sobre sus grandes ojos.
Pasamos al salón una mujer madurita con el pelo al uno de color azul y labios gruesos inflados de colágeno que hacÃa las veces de ofÃciala asignó a Susana una peluquera jovencita recién salida de la academia. La joven, que no pasaba de los 21 años y que era sólo una aprendiza, puso un gesto de auténtico pavor, cuando Susana le comentó lo que querÃa hacerse: ¿EstarÃa esa niña preparada para acometer un trabajo de alto estilismo como ese? Francamente no. Incluso noté como le resbalaba una gota de sudor frÃo por la frente. Ella también llevaba el pelo muy rapadito. Fue entonces cuando me di cuenta de que todas las chicas del local llevaban el pelo rasurado en plan ‘ultra short cut’. Tan sólo alguna tenÃa un corte a lo garçon pero sin una longitud más allá de los dos centÃmetros. Estábamos en el sitio perfecto para rapar a Susana. Si esas chicas se atrevÃan ¿por qué no ella? Seguro que el ambiente le motivarÃa y creo que eso fue lo que paso.
La peluquerita lavó lenta y parsimoniosamente la melena de su clienta como queriendo dilatar lo más posible en encuentro definitivo frente al espejo. Después la sentó y la peinó con dedicación durante minutos. La melena (pronto ex melena) de Susana parecÃa más brillante que nunca. Se notaba que la chiquita estaba más nerviosa que la propia clienta que se iba adaptando con valentÃa pero con cierto temor a la situación que estaba a punto de afrontar. El semblante de la niña presentaba un rictus de concentración pero a la vez de incapacidad para controlar lo que iba a suceder.
Yo estaba sentado en un cómodo sillón a menos de tres metros de la escena. Una auténtica delicia.
La peluquera repartió diligentemente por secciones perfectamente trazadas la cabellera de Susana en cuatro partes con la ayuda de unas llamativas pinzas de colores. Después tomó las tijeras, obligó a mi chica a inclinar la cabeza hacia delante y cortó sin dudar en lÃnea recta desde la base de la nuca.
Susana acababa de perder cerca de 25 centÃmetros de cabellera. El descenso de la mata de pelo fue espectacular. La peluquerita repitió la operación a capas hasta llegar a la zona media de la nuca, luego, respiró profundamente. Llegaba lo más difÃcil.
Se acercó al carrito donde tenÃa los enseres y herramientas de la pelu y tomó la rapadora. Era grande y estaba algo gastada. Estuvo probando varias guÃas y siguiendo la férrea directriz de Susana encastró la guÃa más baja. La operación hizo dudar nuevamente a la chiquita: ¿QuedarÃa satisfecha la clienta o armarÃa un escándalo y se quejarÃa a la encargada? Yo disimilaba haciendo que leÃa un ‘Hola’ en la silla pero mi mirada superaba la revista y se posaba sistemáticamente en el vaporoso batÃn de la aprendiza y en la nuca que iba a ser sacrificada.
El clic de arrancado de la máquina quebró la tensión como un frÃo cuchillo. Bzzzzzz. Comenzó a rasurar temblorosa y muy despacio para no equivocarse ParecÃa que era la primera vez que lo hacÃa. Noté como Susana se estremeció a los primeros compases, al entrar en contacto el metal de la máquina eléctrica con su cuero cabelludo. Incluso creo que llegó a encogerse, pero a medida que la rasuradora avanzaba con paso raudo no tuvo por más que ceder y bajar aun más la cabeza, casi humillada, pero a la vez complacida. Le estaba gustando. La rasuradora, no sé si por impericia o por puro vicio de la peluquerita, subió dos centÃmetros más de lo revisto inicialmente. En apenas tres minutos y tras indecisiones y titubeos de la niña de la máquina, más de la mitad de la parte de trasera de la cabeza de mi novia ya estaba desnuda. Limpia. Rapada. Cero. Mi excitación era total y noté como mojé todo el interior de mis calzoncillos bóxer ajustados. No me pude controlar. Ver como descendÃan a modo de cascada los negros mechones de Susana por la capa rosa fucsia fue una visión visceral, casi animal.
Posteriormente recortó a la altura del mentón los laterales. Se trataba de un estilo paje pero muy corto. Las alas laterales quedaron recortadas no mucho más allá del lóbulo de la oreja. Luego comenzó con el flequillo. Peinó la zona frontal hacia delante y redujo la cortina capilar que flotaba sobre el rostro de Susana a un flequillo minúsculo y rectilÃneo a lo Cleopatra. A penas centÃmetro y medio de pelo que descendÃa a duras penas plano y pegado a la frente dando paso a una cara excesivamente maquillada. La melenita de los laterales se veÃa sobrepasada por unos enormes y gruesos pendientes de aro dorada, dándola un punto de Dama antigua y sabia, de Musa exótica y sexual, recién rapada.
El resultado era un corte tazón, perfecto, geométrico, lineal… Dejaba al descubierto su tierna nuca para ser acariciada, besada, sublimada. La peluquerita tomó después la plancha plana y procedió a alisar con mucho esfuerzo y fruición el pelo lateral. Quedó como una tabla dividido por una pulcra, decidida y marcadÃsima raya en medio… Susana ya era la ‘nueva sensual Susana’.