Una mañana de sábado (ANSW3R)

Era una mañana de sábado tranquila en la peluquería, con pocos clientes. De repente, todo cambió cuando apareció una de mis clientas habituales, la Sra. Martínez. Llevaba del brazo a una adolescente, que supuse que sería su hija.

“¡Siéntate en la silla ahora mismo! ¡Y ay de ti como se te ocurra montar un numerito!”

La chica se sentó de mala gana. Aquello no iba a ser una cita normal.

“Hola Estela. ¿Qué haces aquí? Te corté el pelo hace nada.”

“Hola. Mira, esta es mi hija Silvia. No le va muy bien en el instituto, y además, el otro día se metió en una pelea…”

“¡No la empecé yo! ¡Además, Sandra lleva todo el curso jodiéndome!“, protestó Silvia desde la silla.

“¡SILENCIO! A lo que iba, que Silvia no tuvo otra idea que coger unas tijeras y cortarle el pelo al ras a la otra chica. Al parecer, se ha tenido que rapar para igualarlo. Y vengo a ver si le podemos dar una lección. Yo creo que el castigo debería ser proporcional a lo que ha hecho. ¿Tienes hueco libre para cortar ahora? ¿Sí? Pues córtale el pelo a Silvia, anda”.

“¿QUÉ? Mamá, por favor… Esto es demasiado”.

“Cortarle el pelo a esa chica fue demasiado. Y cuanto más protestes, con menos pelo saldrás de aquí. Y de momento saldrás con muy poco pelo…” Silvia se calló y se resignó.

“¿Qué corte le hacemos?”, pregunté mientras le ponía la capa a la chica.

“Rápale la cabeza”, dijo su madre con tono severo. Silvia volvió a protestar. “Sandra se ha tenido que rapar, así que tú también. Y quiero que no bajes la cabeza ni un segundo, quiero que veas cómo te quedas sin pelo. ¿Entendido?”

Silvia se calló. Cogí la máquina, puse la guía del 1 y comencé a rapar por su frente. Ella miraba horrorizada mientras caían mechones de su larga melena negra. No pudo contener las lágrimas y empezó a llorar. Hacía ademán de cerrar los ojos, pero su madre le obligaba a mantenerlos abiertos. Mientras tanto, yo hacía mi trabajo y continuaba rapando, repasando cada zona. Entonces, su madre me interrumpió.

“Espera. Silvia ha protestado mucho hoy, y no se ha mirado al espejo. Además, su castigo debe ser mayor que lo de Sandra. Déjala calva”. Estas palabras resonaron en todo el local. “No quiero ver un solo pelo en su cabeza. Y si sigue protestando, aféitale las cejas. Jovencita, esta tarde no vas a olvidarla en tu vida”.

Silvia se quedó helada. Yo le quité la guía a la máquina y volví a rapar. Tras pelarla al cero, le enjaboné la cabeza y me dispuse a afeitarla. Silvia empezó a refunfuñar.

“Tu madre ha dicho que te deje calva, y eso se consigue afeitando. Y recuerda: si protestas, te quedas sin cejas”. No paraba de llorar. Mientras tanto, yo afeitaba de forma concienzuda, apurando al máximo. Al acabar, no había un solo rastro de pelo en su cabeza.

“Muy bien, ni un pelo. Que te sirva de lección”. Estela pasaba la mano por la cabeza de su hija. “¿Tienes esa cera para que las calvas brillen más? Quiero que le brille la cabeza”.

“Sí. Además, esta en concreto retrasa el crecimiento del pelo una semana”.

“Genial. ¿Has oído Silvia? Vas a estar calva toda la semana. Si querías tener algo de pelo, vete despidiéndote”.

“Esto no te lo voy a perdonar nunca. Te odio”, decía Silvia sin parar de llorar.

Cogí un trapo y le apliqué la cera. Su cabeza ahora relucía intensamente.

“Silvia vendrá todos los sábados por la mañana. Saldrá de aquí con la cabeza afeitada y encerada. El castigo durará un mes, dependiendo de su comportamiento. Si protesta, aféitale las cejas. Si tiene algún rastro de pelo, tendrás que devolverme el dinero y no volveré a esta peluquería. ¿Tienes botes de cera de sobra? Me llevaré uno. Se lo daré todos los días antes de que salga de casa. Hoy tiene una fiesta, así que antes de salir le enceraré bien”.

Le di una cera estándar, que no retrasaba el crecimiento. La señora me pagó y madre e hija se fueron. Aun estando ya lejos, podía ver cómo la calva de Silvia reflejaba la luz del sol.

La semana siguiente, Silvia vino como esperaba. Se sentó en la silla sin decir nada y se limitó a dejarme hacer mi trabajo. El inhibidor había hecho su efecto y el pelo no le había crecido nada, así que me bastó con afeitar directamente y ponerle la cera. Una semana después, Silvia volvió, pero cuando la estaba afeitando, su madre entró.

“¿Silvia, por qué haces esto? Te dije que te había levantado el castigo”.

“¿Por qué no me creíste desde el principio? Si lo hubieras hecho, no estaría calva. ¿Sabes lo que he tenido que aguantar? ¿Cómo me sentía? Además, le he cogido el gusto a no tener que peinarme. Y me empiezo a ver bien calva. Así que esto sigue hasta que yo diga”.

“Ya veo lo que quieres”.

Cuando enceré a Silvia, su madre se sentó rápidamente en la silla.

“Déjame como a ella”

Aquello me dejó en shock. Agarré la máquina y empecé a raparla. En poco más de un minuto, su melena negra dejó paso a una cabeza blanca. Silvia miraba sonriente mientras enjabonaba la cabeza a su madre.

“¿Esto es lo que querías? ¿Verme calva?”

“Quería que sintieras lo mismo que yo sentí. Sabes que amaba mi pelo”. Mientras tanto, yo me dedicaba a afeitar.

“Lo siento, de verdad. No sabía lo que pasaba con Sandra. Debí haberte creído”.

Terminé de afeitar y pasé a encerarle la cabeza. Me había asegurado de dejársela completamente lisa.

“Esto era lo que quería oír, mamá. Claro que te perdono. ¿Me perdonas tú a mí por todo?”.

Tras encerarla, Estela se levantó de la silla y madre e hija se abrazaron. Sus cabezas reflejaban todas las luces del local.

“Pues tenías razón, me veo muy bien así. Además, ya está viniendo el calor, así que estaremos fresquitas”.

“Ya verás cómo te gusta. Al principio te harán bromas, pero te acostumbrarás. ¿Qué crees que dirá papá?”

“Se quejaba de que no pasábamos tiempo en familia, pero creo que hemos encontrado algo que hacer las dos juntas”.

Madre e hija se fueron de la peluquería juntas, luciendo sus calvas brillantes como el sol del verano. Esta ya se ha convertido en una estampa habitual los sábados por la mañana, que para mí ya son mi momento preferido de la semana. Hoy ya es sábado y por lo que veo, Silvia se ha traído a una amiga…

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Author: mdj

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