Mariana y el ladrón...
 
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Mariana y el ladrón de trenzas (2º Parte)

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(@cabrilo)
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Mariana se debatía internamente por los sentimientos encontrados que cada vez se enconaban con mayor violencia. Pero la sacó de su trance un fuerte y doloroso tirón que El Rapador dio a sus trenzas. Contuvo una lágrima y estuvo a punto de rebelarse. Pero recordó la amenaza y decidió soportarlo.

Enloquecido por el placer, el maniático le pidió que se levantara y que se sentara en la silla que estaba delante de su peinador. Mariana lo hizo y entonces él la amarró fuertemente a ella.

Una vez sujeta su presa, El Rapador sacó del armario un maletín. Con rapidez, sacó de el un rotomartillo inalámbrico, armellas, una navaja y un rollo de cuerda de algodón.

Ella se espantó, pero antes de que dijera algo, El Rapador, le dijo:

“Tranquila, la herramienta no es para ti, sino para preparar el plato fuerte de la cena”

Lejos de tranquilizarla, eso puso más nerviosa a Mariana. ¿Qué traía en mente este loco?

El hombre tomó el rotomartillo, se paró sobre la cama de Mariana, hizo nueve agujeros en el techo, y aseguró en cada uno de ellos una fuerte y gruesa armella de acero inoxidable. Después, haciéndo cálculos, cortó nueve trozos largos de cuerda de algodón y fue adonde Mariana. Tomó sus trenzas y entreveró en cada una de ellas el cabo de cada uno de los tramos de cuerda de algodón. Ella estaba nerviosa e intrigada, pues no sabía para qué era todo ese preparativo sin sentido.

“Desnúdate”, le dijo él con energía después de desatarla. Mariana quiso resistirse, pero sabía que estaba a su merced y decidió obedecerlo sin más, con la esperanza de que la cosa no fuese a terminar tan mal como temía.

Se quitó el vestido y su elegante y sensual ropa interior. Y ahí estaba ella: con su delicioso cuerpo desnudo cubierto por las trenzas entreveradas con el lazo de algodón. El Rapador hirvió aún más de de deseo y le dijo:

“Sube a la cama y ponte en cuatro”

Mariana así lo hizo y él fue tomando el extremo de las cuerdas de algodón, y lo pasó por las armellas, una para cada trenza. Tiró de las cuerdas y las amarró lo suficientemente fuerte para que cualquier resistencia de ella fuese limitada por el dolor que le causaría cualquier movimiento brusco. Mariana sintió el tirón en cada una de sus trenzas y se preguntaba qué seguiría en el delirio de ese demente.

Todo estaba listo. Las nueve trenzas estaban suspendidas y tensas, y le daban a la bella apenas un pequeño margen de movimiento. Entonces él se desnudó, se acercó a ella y colocó su sexo grande y endurecido entre sus glúteos perfectos. Mariana fue sobrecogida por la certeza de que sería poseída a la fuerza por ese maldito. Pero nada podía hacer ya: esa hermosa melena de la que tanto se jactaba era ahora la cadena que la ataba a su suplicio.

Escuchó entonces que el ladrón revolvía su maletín misterioso. Escuchó cómo sacaba algo y, de inmediato, el inconfundible sonido de unas tijeras siendo probadas por él. Sintió miedo, y su cuerpo se estremeció con un calosfrío equívoco: de nervios, de furia, de temor… de placer. Supo que su cabellera de fábula pronto sería sólo un recuerdo. Sintió cómo el sexo de él por fin la penetraba y crecía dentro de sí. Gimió. Escuchó las tijeras abrirse y las sintió posarse muy cerca de su cuero cabelludo, en el nacimiento de la primera trenza: tan larga, sedosa, gruesa y brillante como las demás. Las sintió ahí, reposando, esperando el momento en que, al irse abriendo y cerrando, la empezarían a despojar del atributo que más la identificaba ante los demás. Mariana la Bella pronto sería Mariana la Calva. Cerró los ojos con fuerza, haciendo brotar sus incipientes lágrimas; las primeras de esa noche.

“Por favor, no. No cortes mis trenzas” -suplicó ella con voz trémula.

Pero el hombre la ignoró y empezó a embestirla, primero muy suavemente y paulatinamente con más furia y energía. Contra su voluntad, el dulce y cálido sexo de ella se humedeció al máximo. Entonces, sin previo aviso, las tijeras iniciaron su despiadado trabajo. El sonido del metal cercenando la primera trenza llenó la habitación:

¡Ssssssccccchhhhhhkkkkkk! ¡Ssssssccccchhhhhhkkkkkk! ¡Ssssssccccchhhhhhkkkkkk! ¡Ssssssccccchhhhhhkkkkkk!

Cada corte iba acompañado de un embestida que la hacía sentir como si ambos sexos fuesen de hierro candente. Mariana lloraba, pero en su interior su gemela oscura aullaba de placer, pues lo estaba disfrutando todo. Nunca nadie le había puesto tanta atención ni había preparado para ella un ritual tan sublime como este.

Las tijeras luchaban contra la trenza, pues era muy gruesa. Su canto seguía llenando la habitación, con sus chirridos metálicos:

¡Ssssssccccchhhhhhkkkkkk! ¡Ssssssccccchhhhhhkkkkkk! ¡Ssssssccccchhhhhhkkkkkk! ¡Ssssssccccchhhhhhkkkkkk!

El sexo del hombre crecía más y más, mientras el de Mariana no dejaba de manar su elixir, aun cuando una parte de ella estaba sufriendo este maltrato. La Mariana oscura se llenaba de placer lascivo y disfrutaba de los fuertes embates y del sonido acompasado y extasiante de las tijeras:

¡Ssssssccccchhhhhhkkkkkk! ¡Ssssssccccchhhhhhkkkkkk! ¡Ssssssccccchhhhhhkkkkkk! ¡Ssssssccccchhhhhhkkkkkk!

Por fin la trenza fue vencida. Se separó de la cabeza de la bella resorteando y ahora colgaba del techo. Había dejado de ser de Mariana. Ahí donde antes nacía, ahora se levantaban unos hirsutos y puntiagudos mechones trasquilados.

El hombre le acercó un espejo a Mariana para que viese el inicio de su pérdida. Ella gritó, aterrorizada, sabedora que pronto toda su cabeza estaría cubierta por mechones mal cortados. Lloró, pero ya no suplicó más. Sabía que nada podía hacer. Esa hermosa melena que tantas envidias y admiraciones inspiraba, pronto sería sólo un recuerdo.

El hombre rió complacido y la siguió embistiendo y procedió a cortar de la misma manera las ocho trenzas restantes. Embate tras embate, corte tras corte, uno por uno, sus látigos tentadores quedaron suspendidos en el techo tras media hora. Su melena de Medusa petrificante ahora pendía en esas bellas trenzas que acababan de ser segadas. Había sido despojada de una de sus más poderosas armas.

Al cortar la última trenza, ambos llegaron al clímax y un poderoso orgasmo los poseyó. Mariana lloraba por partida doble: de dolor y placer; había gozado y sufrido esta situación a la par. Nunca la habían poseído así, hasta el punto de sentir que estaba a punto de pulverizarse. Pero había perdido algo que amaba bastante.

Él se acostó, satisfecho, poseído por el placer y relajándose despúes de esta maravillosa experiencia. Mariana era, sin discusión, la más bella y especial de todas las mujeres que había trasquilado. Sin embargo, ella se recostó sobre la cama, en posición fetal, vencida y llorando su pérdida. Pasó sus manos sobre lo que antes había sido la más hermosa melena de la ciudad, encontrando sólo ásperos trasquilones. Tantos años de cuidado y mimos se habían ido. Las generosas y largas coletas, los rizos y bucles seductores, las firmes y bruñidas trenzas eran cosa del pasado. Pero, dentro de ella, y al mismo tiempo, la Mariana oscura sonreía de satisfacción y deseaba más de ese hombre misterioso. Seguramente tenía más para ella.

Después de unos minutos, y como si supiese de ese deseo profundo, él le dijo:

“Bien, ha sido increible, pero terminemos con esto, preciosa”

Mariana volteó rápidamente y lo miró con una mezcla de odio, rabia, deseo, agradecimiento… súplica por más. Pero dominó en ella la rabia y sin dudarlo le gritó:

“¿Qué más quieres de mí, bruto? Me has trasquilado. Llévate mis trenzas y lárgate. Me has quitado lo que has querido”

“No todo, nena. Falta algo y todavía puedo reconsiderar hacerte o no más daño”

“¿Qué puede ser? Me arrebataste mi hermosa melena y me poseíste a la fuerza. No puedes quitarme nada más”

“Claro que puedo. No he terminado con tu cabello. Me llevaré tus trenzas, sin duda; son las mejores que he cortado. Pero el trabajo no estaría completo si no hago una cosa más. Así que levántate y vuelve a sentarte en la silla”

Algo ocurrió dentro de ella en ese momento: la Mariana oscura se liberó por fin. Sabiendo que ni su melena ni su dignidad podían regresar, y que quizá los deseos del maniático también eran los suyos decidió darle gusto. Se levantó con toda determinación y caminó con el paso más felino que pudo hacia la silla.

Él se percató del cambio, se inquietó y tragó saliva. Nunca había pasado algo así con sus otras víctimas. Una mujer resuelta puede ser muy peligrosa. Pero el cuerpo perfecto de esta hembra incomparable lo hizo mantenerse firme en su plan.

Al sentarse, ella se miró en el espejo y se dio cuenta que, aunque las trenzas la hacían irresistible, no dejaba de ser hermosa y seductora. Su cuello largo y fino, los ojos grandes y almendrados, sus orejas delicadas, el rostro de niña-mujer, el cuerpo femenino y tentador; todo eso aún le daba suficiente poder para sojuzgar a un hombre.

Con una mirada ominosa que mezclaba lascivia, reto y malicia, se dirigió al Rapador y le dijo: “Ven entonces, veamos qué es lo que te falta por hacerme…”

 
Respondido : 23 octubre, 2020 02:38
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