Cambio de imagen (Noelia Cortés)

Había sido un año de trabajo muy duro. Todo los días trabajando una media de 12 horas, sin tiempo para ir al gimnasio, sin tiempo para comer bien, ni para cuidarme como debería. Pero por fin había terminado mi proyecto de fin de carrera e iba a poder disfrutar de unas vacaciones. La noche después de la entrega había dormido diez horas del tirón, y por la mañana me sentía fresca como una rosa. La perspectiva era maravillosa.

Una cálida mañana de junio sin nada más que hacer que acicalarme y marcharme a dar una vuelta para lucir palmito. Decidí probarme la ropa de verano, porque hasta ese momento debido al jaleo que tenía encima no había tenido tiempo de sacarla, y además el clima no había estado para muchas alegrías ¡Cuando me probé la primera falda no podía creérmelo! ¡No me entraba ni hasta media pierna!
¿Tanto había engordado? La respuesta la mirarme detenidamente en el espejo no admitía replica. Si, unos quince quilos. Mi cuerpo, que había sido esbelto, estaba sobradito de kilos. ¿Cómo había podido descuidarme tanto? Era el momento de pasar revista al resto de mi anatomía. Con creciente desanimo observe que el estado de mis uñas, que solía llevar largas y cuidadosamente esmaltadas, era tan penoso como mi figura. El tamaño era desigual y el esmalte parecía haber pasado una guerra. ¡Y del pelo mejor no hablar! Mi melena sedosa y pulcramente teñida de rubio, presentaba un aspecto estropajoso, con unas raíces de más de un centímetro. ¡Imposible lucir palmito con este aspecto! Desde el mismo momento que fui consciente del cambio operado en mi anatomía, supe que al menos temporalmente debía cambiar mi forma de vestir. Si continuaba con mi habitual estilo basado en minifaldas, tops y zapatos de tacón, iba a parecer una prostituta acabada, sobre todo teniendo en cuenta el estado de mi pelo. No podía ponerme nada de lo que tenía. Decidí que era primordial visitar la peluquería para recortarme las puntas, teñirme y nutrirme el pelo, pero antes debía bajar a comprarme algo de ropa para no ir haciendo el ridículo. Una vez en la tienda me pregunte que comprar. Tenía que ser algo cómodo que me sirviera de manera provisional hasta que recuperase la forma. Me incline por unos shorts con bolsillos muy cómodos que me disimulaban un poco el culo, una camisa de manga corta blanca amplia y fresquita y unas sandalias planas de dedo de goma negra, para las cuales debía hacerme también la pedicura. Con todo ello me dirigí a casa, donde me depilé las piernas y procedí a estudiar la mejor forma de encarar la manicura y pedicura. Con el modelito que iba a ponerme cualquier ornamento sería superfluo, así que decidí que la mejor solución era quitarme el esmalte desportillado, y cortarme al rape las uñas de manos y pies. Así lo hice, y acto seguido me duche, me vestí y me mire en el espejo. Pensé en maquillarme o ponerme alguna joyita, pero para ir a la peluquería lo mas cómodo era ir con la cara lavada. Ni siquiera me puse pendientes.

Al salir a la calle note una sensación extraña. Acostumbrada a ir ceñida y con zapatos de tacón, la ropa holgada y las sandalias me proporcionaban una libertad de movimientos muy agradable. Estaba pensando sobre el particular, cuando sorprendí mi imagen en el espejo. Algo estaba fuera de lugar, y ese algo era el pelo largo. Mi nueva imagen exigía pelo corto, pero ¿sería capaz de cortármelo? ¡Nunca había llevado el pelo corto! De todos modos pensé que ya que iba a la peluquería, dentro de un rato sabría si sería capaz o no.

A la vuelta de la esquina acababan de abrir una peluquería que atendía tanto hombres como mujeres, y hacia allí me dirigí, con el pelo cogido en una cola de caballo. Al entrar había dos empleados, una chica que estaba peinando a una señora morena con el pelo largo, y un chico que en ese momento estaba libre ojeando una revista. ¡Al verle de poco me da un shock! Llevaba un pantalón blanco ancho, chancletas blancas y una camiseta negra de tirantes que hacía que resaltasen todos sus músculos. ¡Y tenía muchos! Estaba muy bronceado y tenía la cabeza completamente afeitada. ¡Y era él que me iba a cortar el pelo!

Con una sonrisa me indicó el sillón libre y una vez que estuve sentada me puso la capa y me pregunto que quería hacerme. ¡De perdidos al río! Iba a cortarme el pelo cortito, y no había terminado de decírselo cuando el ya sostenía mi coleta en una mano y la cortaba de un solo tijeretazo. El pelo me cayó por la cara como a un pastor ingles, tras lo cual aquel bombón me pregunto que estilo de corto quería. Estuve pensando en varios cortes, pero con mi ropa actual todos me darían un aspecto de madre, así que decidí tirar la casa por la ventana y raparme al dos. La última sílaba acababa de salir de mi boca y el ya estaba pasando la maquinilla justo por en medio de mi cabeza. ¡Así no podría cambiar de idea! Cuando casi hubo terminado, y a pesar de que yo estaba tan húmeda que casi no podía levantar la cabeza, me eche una mirada en el espejo. Estaba bastante bien, mi cabeza era perfecta, y como estaba gordita mis facciones no eran duras. Y justo en ese momento miré por el espejo a la señora que estaban peinando y su expresión de burla al mirarme hizo que me avergonzase. Debía estar pensando que yo no era más que una chica gorda con ganas de llamar la atención. La furia me invadió. Le iba a demostrar lo que era llamar la atención. Sacando fuerzas de flaqueza, mire a mi maravilloso peluquero que me estaba sacudiendo los pelos con un cepillo, y le dije que si no le molestaba, me gustaría que me pelase al cero. Esta vez no fue tan rápido. Me miró sonriendo, lentamente quitó todas las guías de la maquina y acariciándome levemente la nuca comenzó a raparme. Cuando vislumbre el primer trozo de mi cráneo me moje las braguitas y no pare de hacerlo hasta que me dejó la cabeza totalmente peladita. Levantando la cabeza miré fijamente a la señora de al lado, que ya no parecía tan divertida, y para darle la puntilla le dije al macizo:

-¡Gracias por dejarme calva!

Pero la puntilla me la dio el a mí. Mirándome fijamente y acariciándose la cabeza, me dijo:

-De nada. Pero todavía no estás calva. Una vez que has llegado hasta aquí deberías llegar hasta el final. ¿Qué te parece si te afeito la cabeza con jabón y cuchilla? Te quedaría como a mí. Toca.

Le toque la cabeza y la sensación fue indescriptible. Era inmensamente suave. Y yo quería ese tacto para mi misma, así que con un suspiro accedí

Me enjabonó la cabeza en menos tiempo del que se necesita para contarlo, y con gran suavidad me pasó una y otra vez la navaja hasta que me dejó como una bola de billar. Durante todo el proceso no deje de mirarme en el espejo, aunque cuando me agarraba las orejas para rasurarme por detrás o me afeitaba la nuca estaba tan excitada que me costaba mantener la mirada. Pero cuando según sus propias palabras, me volvió a enjabonar la cabeza para afeitarme a contrapelo con el fin de que tardase más en brotarme, la excitación llegó a tal extremo que comencé a sudar y fui incapaz de levantar la vista de los dedos desnudos de mis pies, que se encogían de placer entre los restos caídos de mi melena a cada pasada de la navaja barbera.

Cuando hubo terminado, me limpio la calva, me quito la capa y me dijo:

-Ahora si que estas calvita, preciosa.

Con un esfuerzo supremo levante la vista, eche un último vistazo a la señora, que ahora estaba francamente horrorizada y me levante del sillón. Comencé a andar con mucho cuidado, ya que tenía miedo de tener el pantalón empapado, y además había sudado tanto que los pelos cortados se me habían pegado a las chancletas y andaba como un pato. Al salir de la peluquería no pude evitar una última mirada a mi divino calvo, que me despedía con una sonrisa, al tiempo que le comentaba a su compañera:

-Ahí va una chiquita fresquita con su peladita de verano.

Una vez en la calle no hubo alma viviente que no se parara a mirarme. El camino a casa se me hizo eterno, porque me encontré con varios vecinos que no daban crédito a sus ojos. Caminaba tan deprisa que las sandalias se me salieron dos veces. Al llegar a casa, y pensando como se lo iba a explicar a mi madre, me mire en el espejo de cuerpo entero y me encontré ridícula, pero, ¿sabéis una cosa?, me encanto sentirme ridícula, y me prometí que en cuanto tuviera un poco de pelusilla, le haría una visita a mi emperador de la cuchilla.

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Author: mdj

1 comentario

    exquisita historia llena de valentia me gustaria hacer algo similar pero soy hombre y tengo 2 hijas creo que ya no esta para mi

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