Cita con el destino III (Braveheart)

El camino a casa se convirtió en una marcha fúnebre. María tenía un semblante triste, apagado, adornado con una mirada perdida en la infinidad de sus pensamientos, que solo cobraba algo de vida cada vez que pasábamos por un escaparate para desviar la vista para mirar su nuevo corte de pelo.

Cada paso que daba, lo hacía como alma en pena, como reo que va hacia el patíbulo creyéndolo todo perdido. Una mueca de llanto asomaba cuando se veía reflejada en el frío cristal, pero que pronto era disimulada para evitar ser vista por la gente. Sentía un gran pesar por lo que acababa de hacer, como si todo el pelo que acababa de cortar, al caer, lo hubiese hecho sobre su alma, hundiéndola hasta el fondo.

Se me partía el alma tan sólo de verla así. No aguantaba verla mal y eso tenía que sumarle el hecho de sentirme algo culpable por haber sido yo el que la había incitado a cortarse el pelo corto. Si no hubiese insistido hasta convencerla, no hubiera vuelto a pasar lo que la otra vez, María tendría una melena como la ha llevado toda su vida y sería feliz con ello.

Pero todo lo había hecho por ella, por verla feliz. Todavía recordaba los momentos de camino a la peluquería, cuando al contrario que la otra vez, en lugar de nervios había felicidad, que siguieron cuando le explicaba a Cristina el corte que quería con entusiasmo y que duraron durante todo el corte hasta que apareció Nadia. Y todo eso ahora estaba muerto.

Intentaba consolarla acariciándole su cuello o su hombro mientras que mi brazo rodeaba su espalda, pues sabía que eso la relajaba, pero en este caso no había reacción alguna. Así avanzamos casa a casa, calle a calle, hasta que llegamos a nuestro hogar.
Una vez dentro lo primero que hizo María fue romper a llorar mientras se desplomaba en el sofá después de tocarse su escaso pelo. Lloraba como no lo había hecho nunca, más aún que con el corte de pelo de hacía cuatro años, mientras tapaba su cara con sus manos, como una niña que intenta esconderse del mundo y que nadie la vea.

Rápidamente me acerqué a ella y la cogí entre mis brazos, acercando su cabeza a mi hombro mientras le acariciaba el poco pelo que le había dejado Cristina en la cabeza. En ese preciso instante me di cuenta de lo corto que era, llegando a pincharme toda la zona que había tocado la maquinilla, mientras que la parte de arriba no llegaba a tener ni uno de mis dedos de largo.

– ¡Tranquila María! – le susurre al oído -. El pelo crece y en unas cuantas semanas tendrás el pelo como querías que te lo cortara Cristina. Y además no te queda tan mal, para mi sigues estando igual de guapa.

– ¡Estoy horrible!, – espetó ella – parezco una bola de billar. Que dirá la gente cuando me vean, pensarán que tengo cáncer, que soy lesbiana o que soy una skin head o peor aún, que soy una toxicómana. Además seguro que tú opinas lo mismo y te parezco horrible así.

– ¡No digas tonterías!, que tampoco es para tanto, que no tienes la cabeza rapada al cero para que la gente diga eso y si lo dicen que les den, que lleves el pelo corto no te va a hacer mejor o peor persona – le conteste mientras seguía llorando.

– Si lo harán y no quiero que la gente piense eso de mi – prosiguió con su lamento.

En ese momento estallé:

– No le eches la culpa a la gente, cuando eres tu la primera que piensa eso – le recrimine -, no por tener el pelo tan corto tienes por que ser eso. Muchas chicas se cortan el pelo así o incluso más corto. ¿Acaso Nadia por cortarse el pelo así también lo es?

María al escuchar eso rompió a llorar más fuerte, mientras que yo me sentía cada vez peor por haberle soltado tal reprimenda y haberla hecho llorar más, cosa que había hecho para intentar que reaccionara pero con el resultado opuesto.

En ese momento tuve una idea de la cual puede que me arrepintiera más adelante, pero María era tan importante para mí que se merecía que hiciera cualquier cosa por ella. Así que la cogí de la mano y tire de ella hacia la calle antes de que reaccionara.

Por suerte María había dejado de llorar mientras que andábamos por la calle, fruto de la vergüenza por que la vieran así y sobre todo por el asombro de haberla sacado así a la calle.

– Ahora vas a cambiar de opinión y te va a gustar tu corte de pelo – le comenté justo cuando llegamos a nuestro destino: la peluquería de Cristina.

– ¿Pero qué hacemos aquí? – pregunto sorprendida.

– Ya lo verás, ahora vas a cambiar de opinión o si no pensarás todo eso de mi también.

– ¿Qué? – exclamó María –. No, no vayas a hacerlo, por favor, no hace falta y no quiero que hagas tu la misma tontería que yo por mi culpa, lo que he dicho antes lo que he dicho sin pensarlo, ya se me ha pasado.

– No se te ha pasado. Eso es que lo que me harás creer mientras que te pondrás a llorar a escondidas igual que la otra vez.

En ese momento entramos en la peluquería ante el asombro de Cristina y Nadia, que se encontraban charlando cerca de la ventana, seguramente sobre el desafortunado corte de pelo de María.

– Hola – nos saludaron las dos -, qué hacéis de nuevo por aquí, ¿se os ha olvidado algo?

– No, tranquila. Es que me lo he estado pensando y yo también voy a cortarme el pelo – respondí ante la mirada atónita de Cristina.

– ¿Pero estás seguro? – me preguntó –. Creía que te gustaba el pelo largo y que no tenías expectativas de cortártelo en cierto tiempo. Además a María creo que le gusta incluso más que a ti.

– Si, estoy seguro – conteste con seguridad -. Ya se que a María le gusta que lleve el pelo largo, pero necesito darle una lección para que cambie de opinión y que vea lo poco que me importa el pelo.

– Está bien – me dijo mientras me señalaba el labacabezas de la peluquería para que tomará asiento.

– Tu me dirás – me pregunto una vez en frente del espejo mientras me ponía la capa, después de haberme lavado el pelo. – ¿Como te corto?

– Déjamelo más corto que a María. Méteme la maquinilla al uno o al dos por toda la cabeza – le contesté con seguridad ante su a sombro.

– ¡Noo! – apeló María a Cristina. – Por favor Cristina, no se lo cortes, que no hace falta. Si ya no me veo tan rara con el pelo tan corto. Ya se que me he comportado como una tonta.

Pero Cristina ya estaba despejándome el lateral con la maquinilla al dos, dando una pasada, y otra, y otra, hasta dejar todo mi lado derecho completamente rapado. Mientras María miraba con asombro como caían los mechones de pelo rizado al suelo, los cuales eran incluso más largos que los que hacía unas horas había tenido ella en su cabeza.

Pronto Cristina comenzó a rapar el otro lado de mi cabeza disfrutando del corte, cosa que advertí al ver como se le habían endurecidos los pezones y se le habían marcado en la ropa, aunque no por ello dejaba de tener un sentimiento de culpabilidad, ya que si hubiese sido más clara, María ahora tendría el corte de pelo que quería. Además también pensaba que se le había ido la mano cortando, ya que por arriba no le había dejado ni un dedo de largo.

Una vez listos los dos laterales, siguió a pasar la maquinilla por la frente, dejando una banda de unos tres dedos de ancho casi sin pelo que fue creciendo a la vez que Cristina proseguía con su tarea. La pasaba una y otra vez, sin tregua, sin compasión, como si le gustara el sonido y la vibración que producía al cortar, la cual hizo que yo también me excitara como ella..

María no podía creer lo que veía y su cara denotaba más angustia aún cuando escuchaba el cambio de sonido de la maquinilla al entrar en contacto con el pelo. Mientras Cristina seguía dando pasadas a mi cabeza para apurar al máximo cualquier pelo rebelde que intentara escapar del poder de la maquinilla.

Pronto estuvo el trabajo terminado, que al ser visto por María mientras era repasado mi cogote, provocó en esta una cara mezcla de asombro y de horror. La cual en breves instantes sería mayor, pues mientras que me enjuagaba la cabeza, Cristina me dijo en voz baja, que en cuanto terminara de lavarme, le metiera también la maquinilla al igual que había hecho ella conmigo.

Cristina que acababa de terminar mi corte de pelo, aprovechó que María había ido al servicio para tomar asiento y colocarse la capa para que comenzara a hacer mi trabajo con cierto asombro. Sin piedad, pronto le hice una raya en medio de unos tres dedos de ancho que surcaban su bonito pelo rubio, el cual comenzó a caer hacia atrás sin vida.

María al escuchar el ruido de la maquinilla desde el servicio pensó que me estaban repasando otra vez la cabeza y al salir de él se quedó helada al ver a su amiga casi completamente rapada, puesto que al tener el pelo rubio, daba la sensación de tenerlo casi al cero.

Pero para más asombro de los tres, al sonido de la maquinilla con la que rapaba a Cristina, se le unió el peculiar ruido de otra maquinilla más, la cuál estaba siendo usada por Nadia para dejarse el pelo tan corto como nosotros.

Así al unísono siguieron su trabajo las dos máquinas. Cortando y cortando, sin parar, sin ninguna tregua, hasta que Cristina quedó completamente pelona. Mientras tanto Nadia había conseguido convencer a María para que la ayudara con el corte, por lo que está sostenía en sus manos el cortapelos que previamente había tenido en sus manos Nadia.

Mientras que María seguía afanosamente su trabajo, yo terminaba de afeitarle el cogote a Cristina al igual que había hecho ella conmigo y de enjuagarle la cabeza para eliminar todos los molestos pelitos.

Una vez que acabé mi trabajo, comencé a guardar la máquina, mientras que Nadia, que ya tenía la cabeza totalmente rapada, pasó al lavacabezas para que Cristina la enjuagase también, lo cual hizo que me quedara mirando fijamente el contraste que hacían las dos bellezas de ojos verdes con la cabeza completamente rapada, una con el pelo rubio y la otra con el pelo moreno, a las cuales les quedaba igual de bien el corte de pelo tan extremo.

Yo acababa de guardar la maquinilla que había empleado en el corte de pelo de Cristina, la cual le estaba lavando la cabeza a Nadia, cuando un sonido nos estremeció a todos. Al levantar la mirada pudimos ver como María había comenzado a terminar el trabajo que horas antes había empezado Cristina, para dejar completamente rapada toda su linda cabecita, al igual que nosotros.

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Author: mdj

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