La sonrisa de Nerea (por Markus)

Nota del autor: normalmente, la mayoría de los relatos se centran en el momento en que la chica se corta o se rapa el cabello, dejando de lado muchos otros aspectos. En mi caso, he pretendido dar un enfoque diferente a esta historia. Quizá por eso, no guste mucho pero necesitaba contarlo así. En cualquier caso, espero que os guste.

Varias miradas se dirigieron curiosas hacia la joven con la cabeza completamente  afeitada que acababa de entrar aquella tarde en la cafetería Starbucks de la calle Princesa. Se trataba de una chica rellenita pero mona,  con una figura muy femenina y de curvas sugerentes. La ausencia total de cabello, lejos de afearla, favorecía sus dulces facciones destacando sus grandes ojos color miel, una nariz respingona salpicada por docenas de pecas y unas graciosas orejas que sobresalían prominentes a ambos lados de su rostro confiriéndole un aire fresco y simpático a la vez.

Iba con la cara lavada, sin joyas ni excesos, y vestía de manera sencilla, con un chándal de felpa rosa y elástico en los tobillos, bajo el que se adivinaban unos pechos pequeños pero firmes y unas caderas amplias y redondeas que contrastaban con su cintura más estrecha. Aunque el otoño estaba avanzado, calzaba unas chanclas planas de goma, algo gastadas por el uso, que dejaban al descubierto unos pies bonitos y cuidados.

Debido a su natural timidez, la chica se detuvo un momento en la entrada nada más cruzar la puerta. Odiaba ser el centro de las miradas y estuvo tentada de cubrirse con la capucha del chándal pero finalmente renunció a hacerlo. Sabía que era inevitable que su cabeza rasurada, que relucía brillante bajo las luces artificiales del local, atrajera la atención de la gente. Suspiró pues resignada y avanzó hacia el mostrador con un visible sonrojo en sus mejillas, tratando de pasar inadvertida, aunque el golpeteo sonoro y rítmico de las chanclas contra sus talones no ayudaba mucho en tal sentido.

‘Hola, me das un café latte grande, por favor,’ dijo, con una sonrisa, al llegar a la barra.

‘Ahora mismo va… ,’ respondió el camarero, un joven con acento argentino, perilla y el pelo largo y negro recogido en una coleta. ‘¿Quieres probar el café especial del día por cincuenta céntimos más?’

‘No, gracias’

‘Es una mezcla de café de Colombia con notas de bergamota. No te lo deberías perder, créeme,’ dijo el camarero guiñando un ojo de manera sexy.

‘Bueno, vale, pónmelo y así lo pruebo,’ cedió ella.

‘Genial. ¿Algo más?’

‘Sí, quiero un muffin de chocolate también’

‘¿Normal o light?’

‘Normal’

‘Perfecto. Son seis euros con quince. ¿Cómo te llamas, guapa?’

‘Nerea’, respondió ella con un coqueteo aleteo de pestañas y sacó un billete de  diez euros del bolso bandolera que colgaba de su brazo.

‘Ok, al final de la barra te lo dan’, dijo él escribiendo su nombre en el vaso de cartón y esgrimiendo a la vez una amplia sonrisa.

Nerea no había tenido un buen día y aquel sano coqueteo hizo que se animara un poco.

Cuando recogió su bebida caminó hacia uno de los sillones libres junto la ventana y aposentó en él su generoso trasero dejando el bolso a un lado. Con un movimiento rápido de piernas, se descalzó y se arrellanó en el sofá apoyando sus pies desnudos en el borde de la mesa. Tomó después el vasi de cartón entre las manos y sorbió lentamente su cremoso café, mientras observaba a los viandantes que caminaban por la calle. El reloj del luminoso de una farmacia marcaba las seis de la tarde y había empezado a anochecer. Cada vez los días se iban acortando más y las hojas de los árboles tapizaban las aceras de colores ocres y anaranjados.

Sintió ganas de encender un cigarrillo pero recordó que estaba prohibido fumar en Starbucks y se contuvo. Para hacer tiempo, sacó los apuntes de derecho civil pero después de pensarlo un rato, los guardó de nuevo y sacó el teléfono móvil. Pinchó en el icono de la galería y descendió con el dedo rápidamente hasta llegar a unas fotos tomadas hacía tan solo un mes durante una fiesta. En ellas se veía a sí misma con Andrés, los dos juntos mirando a la cámara, él con gesto serio y una copa en la mano y ella, sonriente con su larga y lacia melena castaña de entonces cayendo en cascada más allá de sus hombros. Contempló las fotos con cariño y nostalgia, pasando de una a otra, rememorando aquella época no tan lejana.

Ensimismada en sus pensamientos, no se dio cuenta de la presencia de su hermana hasta que sintió unas manos frías deslizándose por su monda y lisa cabeza.

‘Hola, pelona, perdona el retraso. ¿Llevas mucho esperando?,’ dijo la voz cantarina de Rocío.

Desde que Nerea se había afeitado la cabeza Rocío la llamaba «pelona» y aunque a Nerea al principio le enojaba aquel apodo, sabía que Rocío lo empleaba en tono cariñoso y había acabado aceptándolo mansamente. Mirándolo bien, el apodo le iba “al pelo”.

‘Hola, guapi, he llegado ahora mismo, no te preocupes’

‘¿No tienes frío así descalza?, preguntó Rocío contemplando los pies de Nerea plácidamente posados sobre la mesa. ‘Yo vengo helada de la calle y tú ahí sin calcetines siquiera’

‘Estoy bien. Ya sabes que no soy nada friolera’

‘Bueno, tú misma,’ dijo Rocío encogiéndose de hombros. ‘Voy  a pedir un té’

Rocío estaba preciosa como era habitual en ella. Vestía una gabardina corta, unos vaqueros claros y una botas altas de piel con un poco de tacón a juego con un sueter beige ajustado.

Ambas hermanas eran hermosas y muy parecidas, compartían los mismos rasgos faciales y la misma constitución ancha, aunque Rocío quizá era mucho más esbelta y poseía una larga y hermosa melena lacia y rubiácea hasta más allá de la mitad de la espalda. Nerea tenía un atractivo más suave y gentil mientras que Rocío tenía un carácter más indómito, más independiente y quizá por eso Nerea rara vez tomaba una decisión sin contar con el beneplácito de su hermana mayor.

‘¿Quieres un poco de muffin?, está de rechupete,’ preguntó Nerea cuando Rocío volvió a su lado.

‘No, gracias, estoy a dieta,’ respondió Roció sentándose junto a ella en el sillón de terciopelo verde.

‘Yo debería ponerme también a régimen. Desde que lo dejé con Andrés no hago más que comer por ansiedad y me estoy poniendo hecha una bolita’

‘Tú eres gordita pero no pasa nada, te ves muy bien así’

‘Gracias…, pero es que últimamente me estoy pasando. Me he ido a poner los vaqueros y ni siquiera me subían  del muslo con este culo panadero que tengo’

Rocío no puedo evitar sonreírse.

‘¿Por qué no te apuntas al gimnasio conmigo? Las clases de zumba son muy divertidas’

‘Me encanta bailar, pero con lo descoordinada que soy… Tengo la gracia de un autobús en la pista de baile’

‘Pues entonces no te quejes de los kilos de más,’ dijo Rocío pellizcando un michelín que sobresalía del pantalón de felpa de su hermana.

‘¡¡Auuu!!,’ protestó Nerea. ‘Perdón, perdón, ya no digo nada más’

Cuando estaban juntas, podían estar horas hablando y cotilleando de todo un poco, pero Rocío notó inmediatamente que su hermana, normalmente parlanchina y alegre, estaba más melancólica que de costumbre. No en vano, Nerea era un libro abierto para su hermana.

‘Oye, peloncita, ¿estás bien? Te noto apagada’

‘Es que hoy es el cumpleaños de Andrés. Le he puesto un wassap por la mañana, pero no me ha contestado,’ dijo Nerea recogiendo sus piernas bajo su trasero masajeándose los deditos de los pies.

‘Nerea, en serio, pasa de una vez de Andrés. No me puedo creer que sigas hablándole después de cómo se portó contigo’

‘Lo sé, pero ya me conoces, soy una pánfila. Y cuando me enamoro me convierto en un felpudito… Me cuesta mucho desenamorarme luego’

Nerea y Andrés se habían conocido ese mismo año durante un seminario de la facultad. Habían conectado de inmediato y no habían tardado en empezar a salir juntos.  Él era un chico amable y muy culto, con el que se sentía muy a gusto aunque a veces tenía un comportamiento demasiado infantil y se enfadaba por naderías. Sin embargo, todo había terminado bruscamente cuando Nerea había aparecido un buen día con la cabeza totalmente rasurada.

Nerea había tenido desde siempre la fantasía de ser calva. No buscaba hacerlo por rebeldía ni por llamar la atención, sino por una mezcla de curiosidad y de atreverse a salir de su zona de confort, poniendo a prueba su vanidad, obligándose a vencer su timidez y dejar de esconderse detrás de su característica melena que tanta seguridad le daba. Sin embargo, el miedo al qué dirán, y sobre todo a que se rieran de ella, le habían impedido hasta ahora llevar a cabo sus deseos.

Cuando analizaba los pros y los contras tenía claro que sería un cambio muy radical en ella que siempre había sido de las que cuando iban a la peluquería pedía que solo le cortaran las puntas y nada más. Además, su cuerpo era muy curvilíneo, tenía la tez muy pálida, la cara redondita y las orejas demasiado grandes, por lo que quizá el resultado no le agradara como ella esperaba.

Algunas amigas a las que había contado sus intenciones habían tratado de disuadirla diciéndole que era un pecado que se cortase su bonita melena castaña por debajo de los hombros, o que iba a parecer lesbiana, como si eso fuera algo malo. Y Andrés, su novio, cuando le hablaba de esto, se reía de ella y le decía que nunca tendría el valor ni la fuerza para raparse. Sin embargo, cuanto más le decían que no lo hiciera, más decidida se sentía ella a probarlo. Por otro lado, el hallarse estudiando en Madrid, lejos de sus padres y contar con el apoyo incondicional de Rocío la había animado finalmente a hacer realidad sus sueños.

Así pues, una tarde de sábado hacía apenas dos semanas, Rocío había sido la encargada de hacer los honores. Para la ocasión, las chicas habían comprado una botella de vino tinto, que mucho antes de empezar habían casi vaciado. Ataviada con un pijama de ositos y descalza, Nerea se había sentado en un taburete en el pequeño cuarto de baño del apartamento que compartía con Rocío y se había dejado hacer. Rocío, maquinilla eléctrica en ristre había ido segando la larga cabellera de su hermana, que entre exclamaciones de emoción y alguna que otra lágrima traicionera había visto como bajo sus pies desnudos se iba formando una cada vez más mullida alfombra de mechones castaños. Nerea había querido  que el rapado se completara con un afeitado en toda regla, y Rocío después de embadurnar la cabeza de su hermana con una buena porción de espuma, se empleó a fondo pasando la cuchilla una y otra vez hasta dejar la cabeza de Nerea total y completamente afeitada, sin vestigio alguno de cabello.

Al mirarse en el espejo por primera vez, Nerea había emitido un grito de asombro llevándose la mano a la boca y contemplándose histérica pérdida, con ganas de reír y llorar a la vez, asumiendo que aquella chica completamente pelada era ella ahora.

Sin embargo, no se vio para nada fea, tan solo diferente. Su cara lucía ahora más redonda y sus bellos y profundos ojos resaltaban claramente en su rostro, lo mismo que su cuello que parecía más largo y esbelto que nunca. Lo único que no le gustó fueron sus orejas, algo más grandes de lo que ella hubiera deseado, que sobresalían separadas de la cabeza sin pelo que las resguardase.

Aquella misma tarde las dos hermanas se habían conectado por Skype en el portátil para hablar con su madre. Excitada como una niña ante su primera travesura Nerea había esperado que su madre apareciera en la pantalla. Elena, la madre, era una mujer agradable y resuelta, de rostro plácido, mirada dulce y cabello oscuro, largo y sedoso a la altura de los hombros.

‘¡Nerea!, ¡tu pelo!, ¿qué has hecho con tu pelo?,’ había preguntado Elena, escandalizada, nada más ver a su hija.

‘He sido yo, mamá,’ se había apresurado a decir Rocío posando su mano sobre el cráneo recién afeitado de Nerea, como si estuviera mostrando un trofeo. ‘¿Qué te parece lo hermosa que la he dejado?’

‘¿Le has afeitado la cabeza a tu hermana?’

‘Mami, le he pedido yo que lo hiciera,’ había dicho Nerea.

‘Pero hija, ¿cómo has hecho algo así? ¡Estás calva del todo, lo que se dice monda y lironda!’

‘Por favor, no te enfades conmigo. Es un regalo que me he hecho a mí misma’

‘¿Un regalo dices?’

‘Sí. Es algo que necesitaba hacer,’ dijo Nerea, notando que las lágrimas se deslizaban por sus mejillas al hablar.  ‘Es algo que quería hacer desde hace mucho tiempo pero me daba miedo por lo que pensarían de mí. Además siempre he tenido demasiado apego a mi melena y despojarme de ella va a ser una buena cura de humildad que no me viene nada mal… ¿Estás enfadada conmigo?’

‘¿Por qué habría de estarlo? Tú ya eres mayorcita para vestirte y peinarte como te plazca y aunque personalmente es una decisión que no comparto creo que puedes aprender mucho de esta experiencia’

‘¿Pero te parece que estoy horrorosa?,’ había preguntado Nerea tapándose el rostro.

‘Claro que no, Nerea. Tú no puedes estar horrorosa porque no lo eres, así que quítate las manos de la cara ahora mismo’

‘Me da un poco de vergüenza que me veas sin pelo’

‘Ya te he visto antes así y me encanta’

‘¿Cuándo?’

‘Recién nacida. No tenías ni un pelo y eras una bebé preciosa’

‘Ahora también me siento como una recién nacida. Lo único que soy una bebé gigante,’ había sonreido Nerea.

‘Papá se va a quedar de piedra cuando le cuente que tenemos una hija calvita’

‘¿No está ahí contigo?’

‘Ha bajado al bar a ver el fútbol’

‘Mami, oye…, gracias por aceptarme como soy’

‘No hay de qué, tesoro’

La conversación con su madre había proporcionado a Nerea confianza y seguridad en sí misma.

Por otra parte, la mayoría de la gente que la vio después, coincidía en que estaba mucho más guapa e interesante con su nuevo look que con la melena larga de antaño, y cuando salía por las noches había notado que muchos chicos se aproximaban a ella, intrigados por su aspecto exótico y diferente.

Igualmente se veía ella más madura. Menos niña y más mujer. Y le gustaba. Alguna vez incluso habían llegado a decirle si ella era la hermana mayor y Rocío la pequeña y las dos hermanas en lugar de desmentirlo, jugaban a alterar sus roles riéndose entre ellas.

El caso es que lejos de ser una moda pasajera, y animada por las reacciones positivas, Nerea había desechado de su neceser el cepillo, los coleteros y las horquillas y como detestaba la sensación de “pelo pincho” sino se afeitaba, cada mañana había tomado la costumbre de rasurarse la cabeza con espuma y cuchilla decidida a mantener su nueva imagen por un tiempo.

Para alguien como Nerea, que era muy vergonzosa, desprenderse completamente de su melena había sido una manera de dejar atrás su imagen de niña bien, sacando a  la luz su verdadera personalidad, como una forma de decir “ésta soy yo sin disimulos ni artificios” aunque ello le suponía a veces sentirse tremendamente vulnerable ante los demás.

Quizá por esa razón, el encuentro con Andrés había sido más doloroso de lo esperado.

Tras la afeitada, tardaron unos días en verse porque Andrés había estado de vacaciones con su familia en el pueblo pero a su vuelta quedaron en Moncloa para tomar algo e ir al cine.  Nerea le había ocultado todo a Andrés porque quería darle una sorpresa.

Para la ocasión, se había puesto muy guapa, con un vestido estampado por encima de las rodillas, una rebeca de punto, sus chanclas planas de dedo y se había aplicado incluso un  poco de colorete y lápiz de labios que normalmente no usaba. Por último, había untado su cráneo desnudo con aceite de coco y se había colocado unos aretes grandes en las orejas hasta casi los hombros que realzaban de manera notoria tanto su cuello como su linda cabecita pelada, porque aunque afeitada, no por eso renunciaba a verse femenina y coqueta.

Nerviosa como una colegiala había ido al encuentro de su novio, con cierto miedo de lo que pensaría al verla. Andrés le había dicho siempre que le gustaban las chicas con el pelo largo y aunque ella siempre bromeaba con que un día se lo raparía, él le respondía que no tenía agallas para hacer algo semejante. Entonces ella se picaba y le retaba diciéndole que un día se presentaría sin pelo ante él y tendría que comerse sus palabras.

Cerca  de la boca del metro, sentado en las escaleras, esperaba Andrés, con la mirada perdida en el vacío. Nerea había llegado caminando alegremente por la calle y desde que Andrés la vio a lo lejos hasta que llegó hasta donde él estaba, la cara de éste se había vuelto un poema.

‘¿Pero qué te ha pasado?’,  gritó él sin poder apartar los ojos de ella. ‘¿Y tu pelo?’

‘¡Sorpresa!,’ exclamó Nerea sonriendo, sentándose a su lado. ‘Me he afeitado toda la cabeza. ¿Qué te parece mi nuevo look?, estoy calvita como una bombilla, ji, ji’

‘Pero, ¡te has vuelto loca!, ¡no tienes pelo ninguno!’

‘Ya, ¿no te gusta cómo me queda?,’ preguntó Nerea algo turbada por la reacción de su novio. Andrés siempre había sido muy abierto de mente y tolerante en cuestiones de libertad de expresión. ‘Anda, pásame la mano por la cabeza, ya vas a ver qué suave y lisita está…’

‘¡Déjame! ¡no quiero! Mira Nerea, no entiendo por qué lo has hecho, pero es una estupidez mayúscula’

‘Jolines, no es para que te pongas así. Es solo pelo pero yo sigo siendo la misma Nerea de siempre. Además antes de que te fueras de vacaciones te comenté que siempre había tenido la fantasía de ser calva y que era algo muy importante para mí, ¿es que ya no te acuerdas?’

‘Sí, claro que me acuerdo, pero pensé que lo decías en broma, nunca pensé que llegaras a hacerlo’

‘Pues ya ves que sí me he atrevido. Y bien, ¿quién es la cagueta ahora?’

‘Joder, Nerea…,’ había dicho él acudiendo la cabeza. ‘Pero mírate bien, estás feísima’

‘Vaya, gracias, yo también te quiero,’ dijo entonces Nerea un poco enojada. ’Pues más vale que te vayas haciendo a la idea de tener una novia calva  porque no pienso dejarme crecer el pelo por una larga temporada’

‘Encima eso, genial… Vale, como quieras’, dijo él con indiferencia, levantándose de las escaleras.

‘¿Te vas?’

‘Sí. Lo siento’

‘Andrés, espera, por favor, vamos a hablar…,’ había dicho ella tratando de retenerle.

Pero Andrés se metió en la boca de metro, como una exhalación, sin mirar atrás una sola vez.

Nerea había vuelto a casa envuelta en un mar de lágrimas y Rocío la había consolado y animado ayudándola a sobreponerse.  Andrés y ella habían compartido muchas cosas juntos y el hecho de que su relación terminara así de esa manera tan abrupta le dolía sinceramente. Su novio era para ella la persona en quién más confiaba y a quien le contaba todo, y el hecho de verse rechazada de esa manera y que no la apoyara en algo que para ella era tan fundamental, le afectó más de lo que quería reconocer.

Hacía tan solo una semana de aquello y la conversación con Rocío hizo que aquel amargo episodio, tan reciente aún en su memoria, volviera a su mente de nuevo.

‘Oye, Rocío, ¿tú crees que fui una tonta por afeitarme la cabeza? Lo único que he conseguido es que Andrés me dejara y que la gente me mire como aun bicho raro’

‘Nadie te mira como un bicho raro. Al revés, yo creo que te observan con admiración’

‘¿Entonces por qué soy la única calva? Si es tan genial, ¿por qué no van todas las demás chicas a pelarse?’

‘Nerea, nadie te obliga a llevar la cabeza afeitada. En el momento que lo desees, te vuelves a dejar crecer la melena y le pides a Andrés que vuelva contigo… Di, ¿es eso lo que quieres?’ Los ojos de Rocío se alzaron clavando una dura mirada sobre su hermana.

‘No, claro que no…,’ respondió Nerea bajando la vista al suelo. ‘Entiéndeme, te miro a ti con el pelo tan bonito que tienes, tan salvaje y abundante y me encanta…, pero trato de imaginarme esa misma melena sobre mí y soy incapaz. Me siento más yo misma sin mi pelo, tremendamente expuesta y vulnerable pero a la vez poderosa… Además, es gracioso, pero cuando me paso la cuchilla por las mañanas es como si todo el stress y las preocupaciones del día anterior desapareciesen y puedo comenzar de nuevo desde cero. Y entonces, salgo a la calle, con mi cabeza recién afeitada, toda untadita de aceite de coco y me hace muy feliz…’

‘Pues ahí tienes tu respuesta,’ dijo Rocío encogiéndose de hombros despreocupada.

Nerea  miró agradecida a su hermana unos segundos, sabía que tenía razón.

‘Oye, Ro, ¿me haces cosquillas en los quesetes?,’ preguntó Nerea poniendo voz mimosa.

Roció sonrió sabedora de lo mucho que le gustaba a Nerea que le hicieran cosquillas en las plantas. Ella odiaba que le tocaran los pies pero otorgaba gustosa aquellas caricias que tanto encandilaban a Nerea, riéndose de los peculiares gustos de su hermana.

‘Vale, pero solo un rato,’ respondió Rocío ahuecándose su melena rubia con los dedos.Nerea colocó su pies desnudos encima del regazo de su hermana y Rocío comenzó a pasar sus uñas pintadas de rojo, de abajo arriba, por las plantas de Nerea, al tiempo que ésta entrecerraba los ojos de gusto.

‘Ro, dime una cosa. ¿Tú crees que soy guapa?’. Nerea parecía una niña pequeña preguntando aquello.

‘A ver, guapa, lo que se dice guapa en plan modelo, pues no… Pero eres muy mona’

‘¿Y cómo estoy mejor, cuando tenía el pelo largo o ahora toda peladita como una bola de billar?’

‘Yo, si te soy sincera, me he acostumbrado a verte sin nada de pelo y me gustas más así. Sobre todo, antes no se te veía esa carita tan preciosa que tienes y ahora da gusto mirarte. Tienes un brillo en la mirada que antes no tenías y tu sonrisa luce más que nunca’

‘¿Si?, ¿tengo una sonrisa bonita?’

‘Claro que sí. Tienes la sonrisa más hermosa del mundo. La calvicie te la resalta mucho…, y también te resalta las orejas de soplillo, ja, ja’

‘Jolines, no te rías de mí,’ dijo Nerea haciendo un puchero. ‘Ya sé que tengo un buen par de orejones, no hace falta que me lo recuerdes’

‘No me río de ti,’ dijo Rocío sin poder borrar la sonrisa de su rostro. ‘Además, a mí me encantan tus orejas, te dan mucha personalidad’

‘Ya, bueno, pues si sigues metiéndote conmigo pienso echar a volar con ellas igual que Dumbo,’ dijo Nerea burlándose de sí misma.

Las dos chicas se quedaron en silencio. Rocío seguía pasando las uñas a modo de rastrillo por las plantas y entre los dedos de los pies de Nerea y ésta emitía de vez en cuando un sonido gutural de placer encantada con el masaje.

‘La verdad es que te admiro mucho. Eres toda una valiente. ¡Ojalá me atreviera yo a cortarme el pelo como tú!,’ dijo Rocío. ‘bueno, a lo mejor no cómo tú, pero sí más corto’

‘Pues, hija, bien fácil que es. Yo si te dejaras, te daba una buena afeitada y así iríamos las dos iguales por la calle, luciendo nuestras bombillitas,’ bromeó Nerea.

‘Uff, yo nunca podría hacer algo así con mi pelo,’ dijo Rocío sacudiendo la cabeza.

‘Eso mismo pensaba yo… Si hace un año alguien me hubiera cortado el pelo, aunque hubiera sido unos centímetros, hubiera llorado como una magdalena y me habría escondido para que nadie me viera hasta que me hubiera crecido de nuevo. Y ahora en cambio mírame, aquí sentada en una cafetería, en público, y más calva no puedo estar’

‘Tienes mucho valor, Nerea. Pero si yo me rapara como tú seria muy aburrido, pareceríamos esas gemelas que hacen  todo copiado la una de la otra. Yo creo que estamos muy bien así, yo con pelo y  ti sin él’

‘Pues tú te lo pierdes,’ dijo Nerea sacando la lengua. ‘Con lo rica que se siente la cabeza sin nada de pelo, ji, ji’

Nerea se quedó entonces mirando a su hermana, pensando en cuánto la quería y en lo hermosa que era. La conversación con ella la había animado y se sentía mejor ahora.

‘Ro, gracias por ser tan buena conmigo y por escucharme’

‘Para eso estamos las hermanas. Lo que tienes que pensar es que Andrés es un imbécil por haberte dejado cómo lo hizo y que no te merecía y ya verás cómo encuentras pronto un novio majo que te quiera como es debido. ¿Me prometes que no  vas a estar más triste?’

‘Te lo prometo. Palabra de pelona,’ dijo Nerea sonriendo. ‘Oye, guapi, ¿me das un abrazote?’

Nerea se abalanzó sobre su hermana antes de esperar la respuesta. Se entrelazaron por un corto tiempo, hasta que fue Rocío la que rompió el abrazo cuando escuchó un mensaje que le había llegado al móvil.

‘Es Salva,’ dijo Rocío. ‘Está en La Compostela con Félix y dice que vayamos a tomar una cerveza. ¿Te apetece?’

‘No mucho. Casi prefiero irme a casa’

‘Pero si es pronto. Además Félix te gustaba, ¿no?’

‘Sí, es muy guapete. En el cumple de Salva estuvimos de charleta y me pareció muy majo, pero no creo que yo le guste y menos con estas pintas. Seguro que sale corriendo si me ve como soy ahora, toda gorda y calva como una rana’

‘Qué boba eres. El hecho de que Andrés fuera un capullo no quiere decir que todos los demás chicos lo sean. Por lo poco que he tratado con él, Félix me parece un cielo. Venga anda, pelona, no seas perezosa,’ dijo Rocío levantándose y cogiendo sus cosas para irse.

‘No sé, Ro… Además, no estoy nada presentable, mírame cómo voy, estoy en chándal y en chancletas’

‘Tampoco vamos a ninguna fiesta que tengas que ir arreglada. Solo es aquí al lado a tomar una cerveza. Y ya le he dicho a Salva que iríamos las dos’

‘Vale, vamos…,’ dijo Nerea tras una pausa dubitativa.

‘Espera, antes quiero hacernos un foto para mi Instagram’

Rocío se levantó del sofá verde y se acercó a una chica con gafas de pasta negras y el pelo rubio y lacio que leía un libro en la mesa contigua y le pidió si les podía sacar una foto. Solícita y amable, la chica cogió el móvil y enfocando a las dos hermanas que posaban juntas mejilla con mejilla, presionó varias veces el botón central.

‘Espera, haznos una más. Que quiero probar una cosa,’ dijo Rocío.

Con las manos, Rocío retiró la melena de su rostro y la extendió sobre la cabeza monda de Nerea, cubriéndola por completo, de modo que parecía que Nerea hubiera recuperado su pelo de antaño aunque fuera por unos segundos.

‘Qué rara me siento,’ dijo Nerea. ‘No sé cómo puedes aguantar esta manta sobre la cabeza, ja, ja’

La chica de las gafas de pasta sonrió por el comentario de Nerea y presionó varias veces el botón de la cámara del móvil, entregándoselo después a Rocío.

‘No sé si os gustaran, no soy muy buena haciendo  fotos,’ se excusó la chica.

‘Están perfectas, gracias,’ dijo Rocío.

Cuando Nerea vio las fotos le parecieron muy divertidas. Rocío era muy fotogénica y salía bien muy como siempre y ella, auque tenía una sonrisa bobalicona en el rostro, no le importó.

‘¿Vas a subirlas a Instagram?’

‘Aha…, de hecho, ya están subidas’

‘¿Nos vamos ya entonces?’

‘Sí, claro, no sé qué haces descalza aún,’ dijo Rocío en tono autoritario, recogiendo sus pertenencias para marcharse.

‘Voy, voy, espérame, no vayas tan rápido que se me salen las chancletas,’ dijo Nerea apresurando el paso, para alcanzar a su hermana ya casi en la calle.

Mientras caminaban por la acera, Nerea iba pensando en la conversación que había tenido con su hermana. Se sentía contenta porque ya no era la niña mimada que había llegado a Madrid a principios de curso, a la que solo le preocupaba estar guapa, comprarse ropa y cuidarse el pelo. Aquella no era la verdadera Nerea. Se había sometido a un cambio exterior para seguir con un cambio interior, verse completamente diferente por fuera para convertirse en otra y estaba contenta de hallarse en aquel proceso de transformación personal.

No sabía qué es lo que le depararía el futuro, pero fuera lo que fuese, sabía que debía afrontarlo con firmeza y decisión. Y si alguna vez se olvidaba de ello, solo tenía que llevarse las manos a su cabeza afeitada para recordarse a sí misma que debía ser fuerte y no tener miedo.

Sonriendo, Nerea entonó los ojos y deslizó entonces los dedos por su cuello, acariciando su nuca, rozando sus orejas separadas, disfrutando de la suavidad de su cráneo afeitado.

‘¿En qué piensas, pelona?’, preguntó Rocío con curiosidad.

‘En nada especial…,’ se apresuró a decir Nerea. ‘Mmmm, bueno sí, en que soy feliz… Calvita y feliz’.

 

@markus74 Enero 2017

mdj
Author: mdj

2 comentarios

    Diferente pero interesante.

    Un saludo. 🙂

    esta muy bien, es diferente, alternativa, tiene ese toque que hace que quieras algo mas

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